miércoles, 5 de julio de 2017

Voynich

EL MANUSCRITO MÁS MISTERIOSO DEL MUNDO DEJA DE SER UN ENIGMA 

(AUNQUE MUY POCOS LO SABEN)



Una mañana, rebuscando entre viejos manuscritos, libros y catálogos antiguos en la biblioteca del colegio jesuita de Villa Mondragone, Wilfrid M. Voynich se topó con un singular documento que llamó su atención. Estaba escrito en un idioma ilegible pero parecía auténtico y sintió que su valor podía ser muy elevado. Mucho más elevado de lo que pagó por él, a un ignorante propietario necesitado de liquidez.
Era el año 1912 y Voynich, un vendedor lituano de libros raros instalado en Londres, se encontraba de viaje por Italia en busca de nuevas adquisiciones para su tienda de Soho Square. Al regresar a su ciudad, llevó el pergamino a distintos expertos para que descifraran su contenido, sin obtener éxito alguno. En sus 240 páginas había ilustraciones de plantas, diagramas astrológicos y cuerpos desnudos junto a textos escritos en ese extrañísimo lenguaje que nadie conseguía interpretar.
Cuando Voynich falleció, en 1930, el manuscrito que recibió su nombre pasó a manos de distintas personas hasta que fue cedido a la Universidad de Yale, en Connecticut. Desde entonces, las interpretaciones fueron tan variadas como disparatadas. Se dijo que podía tratarse de un libro demoníaco, así como todo lo contrario, que era mágico. Algunas teorías lo relacionaron con Leonardo da Vinci, con los cátaros, la tribu perdida de Israel o los aztecas. Criptógrafos y especialistas de todo el mundo intentaban hallar secretos alquímicos en los escritos y, por qué no, el sentido de la vida. Se barajó incluso la posibilidad de que hubiera sido escrito por extraterrestres o que el astuto librero lo hubiera falsificado para llamar la atención y sacarse un dinero.
Pero esta hipótesis se diluyó cuando en 2009, investigaciones de la Universidad de Arizona demostraron, mediante la prueba del carbono 14, que era auténtico y se databa entre 1404 y 1438. El pequeño libro de 23×16 cm y texto encriptado fue considerado el “más misterioso del mundo” y su magnetismo ha atraído durante décadas las miradas de miles de curiosos. En 2014, el profesor británico Stephen Bax, experto en lingüística aplicada, sostuvo que había logrado descifrar al menos diez palabras. Su amplio conocimiento de los manuscritos medievales y su familiaridad con las lenguas semíticas como el árabe, le fueron de ayuda. “Di con la idea de identificar nombres propios en el texto, siguiendo enfoques históricos que han descifrado con éxito los jeroglíficos egipcios y otros misteriosos escritos, y que luego utilizan esos nombres para resolver parte del texto”, dijo entonces. Lo que él no sabía era que en realidad, esos símbolos no tenían nada que ver con Egipto ni con el árabe. Su origen era mucho más rebuscado.
La semana pasada la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde se encuentra el manuscrito, recibió una vieja carta escrita en latín, cuyo remitente era anónimo. El sobre contenía también una nota que explicaba que un viejo miembro de una orden religiosa en Italia, ordenó en el lecho de muerte que se enviara el mensaje a los nuevos propietarios del “misterioso pergamino indescifrable”. La había estado guardando durante ocho décadas, después de que un antiguo profesor de la hermandad se la entregara explicándole lo importante que era que, al llegar el nuevo milenio, cayera en manos de las personas correctas. Tras muchas cavilaciones y unos cuantos años de retraso, sus hermanos jesuitas descubrieron que el viejo moribundo solo podía referirse a un documento: el Manuscrito Voynich. Así que obedecieron su voluntad y enviaron la carta a Yale.
Al leer su contenido, el encargado de la traducción, no podía creer lo que veían sus ojos. El autor de la misiva aseguraba ser el mismo que había escrito el pergamino que desde hace un siglo cientos de expertos intentaban entender. Por fin se arrojaría algo de luz en el asunto. Aunque no sería lo que todos esperaban. El remitente anónimo afirmaba que era inútil intentar encontrar sentido a esas líneas de texto ya que todo era una farsa: “He pasado los últimos meses redactándolo con mi pluma, inspirándome en mis conocimientos de astronomía y botánica. Los símbolos que aparecen en las páginas no son más que formas aleatorias fruto de mi imaginación”. Si esto era cierto, tenía suerte de haber muerto seis siglos atrás porque de no ser así, acabaría linchado por masas de expertos, científicos, lingüistas e historiadores frustrados. Algunos de ellos habían dedicado la mayor parte de su vida a descifrar el contenido del manuscrito y esto significaba que habían tirado su tiempo y su vida a la basura.
Ahora se preguntarían por qué y la explicación estaba en esa carta: “Mi experiencia sobre la condición humana, en la que intento ahondar todos los días que pasan desde que me encuentro en predisposición de hacerlo, entregado a la obra de Jesús y encerrado en un convento, me permite afirmar con seguridad que el pergamino creado por mi mano surcará los mares para dar una lección a la humanidad. No tengo dudas de que hombres sabios y cultivados pondrán todo su empeño en descifrar un texto en realidad indescifrable. Incluso es posible que algunos crean haber encontrado el significado de esas siluetas que yo realicé sin seguir ninguna directriz”. Y no le faltaba razón, el Manuscrito Voynich había viajado por todo el mundo, de universidad en universidad, de laboratorio en laboratorio, de escritorio en escritorio. Para nada.
Hace tan solo un mes, una pequeña editorial de Burgos llamada Siloé anunciaba que sería la primera en todo el mundo en clonar el misterioso documento. Con una tirada de 898 ejemplares, antes de imprimir ya tenía vendidos 300 a un precio que solo está al alcance de unos pocos: entre 7.000 y 8.000 euros. Al parecer, la Universidad de Yale se decidió a venderles los derechos porque no dan abasto con la cantidad de museos que se lo piden para realizar exposiciones y para evitar el bloqueo que les supone las ingentes peticiones de consulta. Pero ahora la editorial deberá preguntarse si sigue teniendo sentido seguir adelante con el plan.
La confesión del farsante llegó en un mal momento, pero éste todavía no lo había dicho todo: “Imagino la gran decepción que puedo haber causado en muchos de vosotros pero mi intención no era otra que ayudaros a abrir los ojos. Poner a prueba la fantasía humana y esa necesidad imperiosa de encontrar el sentido lógico a todas las cosas, aunque se encuentre fuera de nuestro alcance. Deseo que os deis cuenta de que en este universo ocurren cosas que nunca lograremos comprender y que eso no supone un fracaso. Debéis seguir avanzando y emprender nuevos caminos”. Y cerraba el discurso con una última frase: “Siento si puede parecer un acto egoísta e infame pero espero haberles hecho un favor”.
La carta llegó a manos de la dirección de la Universidad de Yale, que naturalmente quedó estupefacta. El rector decidió que ésta nunca saldría a la luz y desde hace una semana, permanece escondida en lo más profundo de su caja fuerte.

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