sábado, 15 de julio de 2017

LAS POSESAS DE SAN PLÁCIDO: LA LUJURIOSA HISTORIA DE LAS MONJAS ENDEMONIADAS

LAS POSESAS DE SAN PLÁCIDO: LA LUJURIOSA HISTORIA DE LAS MONJAS ENDEMONIADAS.







Durante el reinado de Felipe IV, cuando el conde-duque de Olivares gozaba del mayor esplendor de su poder, tuvo lugar en un convento madrileño un extraño caso de posesión infernal que provocó que el Santo Oficio tomase cartas en el asunto…

El convento de San Plácido se encuentra a muy pocos metros de la plaza del Callao. Miles de personas pasan frente a sus muros a diario, pero son muy pocos los que conocen la leyenda de misterio y demonios que se esconde de puertas para adentro.

El halo de santidad que tiene ahora contrasta con el pasado diabólico que se le adjudicó en la corte de Felipe IV.

El convento fue en su día escenario de todo tipo de rituales exorcistas, debido a las continuas agresiones que las monjas sufrían por parte de seres infernales. Diferentes episodios de esta índole lograron que en aquella época se conociera a esas religiosas como las «endemoniadas» de San Plácido.



Todo comenzó cuando una joven novicia dio la voz de alarma al comenzar a realizar actos extraños, como dar voces y hacer gestos obscenos impropios de un religiosa. Fue el confesor fray Juan Francisco García Calderón, quien comenzó a preocuparse por la situación, el que determinó que la joven estaba poseída por el diablo.

Por este motivo se le practicó un exorcismo de urgencia que no dio buenos resultados: no sólo se pudo curar a esta hermana, si no que además otras veintiseis corrieron con la misma suerte.







Lo que más impresionó a los testigos y sin duda influiría en el posterior “contagio” demoníaco del resto de religiosas, fue la afirmación de Luisa María de que no sólo ella tenía demonios en su cuerpo, sino que había otras monjas con ellos, señalando especialmente a Teresa Valle de la Cerda.



Poco después, el 29 de septiembre, se manifestó un nuevo demonio en la religiosa Josefa María, que dijo llamarse “serpiente circuladora”. La peculiaridad de este nuevo inquilino es que permitía a la monja realizar anuncios de tipo profético, en cuestiones relacionadas incluso con la política –algunos de ellos muy favorables al protonotario del rey, don Jerónimo de Villanueva, quien más tarde sería acusado por la Inquisición de graves delitos–.



El asunto llegó a extremos tan alarmantes que todas las moradoras de San Plácido, exceptuando a cuatro, cayeron bajo la influencia del Maligno. Los rumores llegaron pronto al Inquisidor General, don Diego de Arce de Reynoso, que abrió un largo proceso.



Éste culminó en 1631 al dictarse prisión perpetua, ayunos y disciplinas para el confesor fray Juan Francisco García Calderón, que tras el tormento se autoinculpó de haber cometido actos pecaminosos con las monjas. Por su parte, la priora fue desterrada, mientras que la comunidad con el resto de las monjas fue repartida para evitar que los hechos se reprodujeran en un futuro.

¿Gozaban las monjas de San Plácido de una facultad precognitiva, o fueron los demonios enviados por Dios para la gloria eterna de la Orden benedictina quienes adivinaron un futuro que en esa España, nación de naciones, se anunciaba oscuro y calamitoso? Quizá nosotros, pobres mortales, nunca lo sepamos.

 


El convento de San Plácido.


El convento de monjas de San Plácido, perteneciente a la Orden de San Benito, fue fundado por Teresa Valle de la Cerda en 1623.

Su iglesia barroca fue edificada bajo la dirección del tratadista y experto en arquitectura fray Lorenzo de San Nicolás, agustino recoleto.

Las obras de arte que aloja la iglesia son notables, pues entre ellas hay cuadros de Claudio Coello, como el de la Anunciación situado en el altar mayor, o las cuatro estatuas en los pilares de la cúpula, realizadas por el escultor Manuel Pereira. En la capilla se encuentra el santo Cristo Yacente en el sepulcro, obra de Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura y heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni. La cúpula, pechinas y el crucero de la Iglesia están decorados por pinturas al fresco de Francisco Ricci (o Rizi) y Juan Martín Cabezalero.

En la sacristía estuvo entre 1628 y 1808 el soberbio Cristo crucificado de Diego Velázquez, actualmente expuesto en el Museo del Prado. Antes de pasar a la gran pinacoteca nacional, despareció de la iglesia benedictina para ir a parar a las manos del llamado Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, favorito de los reyes (sobre todo de la reina) y antiguo guardia de corps de Carlos IV.

El convento de San Plácido parece estar muy relacionado con Diego Velázquez. En el verano de 1999 comenzaron las obras para construir un aparcamiento subterráneo en la madrileña plaza de Ramales, y se encontraron varios restos arqueológicos, por lo que los trabajos hubieron de ser detenidos al menos, de momento. Después de más de 350 años después del sepelio de Velázquez, existía la oportunidad de descubrir el lugar exacto donde fue enterrado. Como se contaba con los testimonios que describían su atuendo y el modelo de ataúd, se supuso que sería fácil dar con él. Pero no fue así. Y los investigadores recordaron el hallazgo de dos momias del siglo XVII, de la misma época en que falleció Velázquez, encontradas pocos años antes, en 1994, en el convento de San Plácido cuando éste fue restaurado. Y se propuso una teoría acerca del emplazamiento de los huesos del genial sevillano.

En Madrid, como en muchas otras partes, existía la costumbre de inhumar a los muertos en iglesias dentro de la ciudad. José I, para tratar de acabar con tan insana práctica, ordenó su exhumación y traslado de los restos óseos a cementerios fuera de la ciudad como prevención de posibles epidemias. Con algunas excepciones, que hasta después de muertos hay diferencias entre los seres humanos: si los cadáveres eran de alguna persona importante o de la nobleza, se procedió al traslado de sus cuerpos desde las iglesias a demoler a otros edificios eclesiásticos de la ciudad. Por ello, algunos piensan que los restos de Velázquez pudieron ser trasladados desde la iglesia de San Juan Bautista a San Plácido después de 1808. Las barrocas momias correspondían a un hombre y una mujer. El atuendo del hombre demuestra que estamos en presencia de un caballero de la Orden de Santiago, según rezaban documentos contemporáneos a la muerte de Velázquez. Este murió a los 61 años y su mujer a los 58, edades a las que fallecieron los sujetos encontrados. Demasiadas coincidencias. Velázquez no parecía estar en Ramales.

Se practicaron muchas pruebas forenses a los pobres cadáveres, incluso se intentó relacionar al actual Príncipe de Asturias don Felipe con Velázquez, de quien parece descender en un vínculo muy muy remoto, demasiado como para seguir la pista del ADN. Este vínculo se descartó en seguida. Sin desanimarse, los investigadores se pusieron a investigar huellas dactilares. Es cierto que en algunos cuadros, como El Cristo Crucificado, el pintor había dejado, suponemos que inadvertidamente una huella en el lienzo. Pero, lógicamente, los dedos de la momia estaban demasiado deteriorados para extraer alguna conclusión válida en este sentido, y también hubo que abandonar esta línea de investigación. Ninguna pista resultaba concluyente. El atuendo de la momia y el de Velázquez, según los documentos, no era exactamente el mismo, pues la momia portaba zapatos y mallas, y el pintor habría sido enterrado supuestamente con botas y espuelas, luego la coincidencia no era tal.

El asunto fue olvidado hasta 2004, cuando salió a la luz un documento firmado por un amigo íntimo de Velázquez, Gaspar de Fuensalida, según el cual, éste había donado 3000 ducados a beneficio del convento benedictino de San Plácido. Don Gaspar adquiría por medio de la donación algunos derechos sobre la iglesia, algunos de ellos de índole funeraria. Esta circunstancia refuerza de nuevo la teoría de que las momias de San Plácido son las de Velázquez y su mujer, trasladados allí a instancias de su amigo Fuensalida. Y aquí ha quedado la cosa. Quizás los restos de Velázquez continúen estando bajo nuestros pies en algún lugar de la plaza de Ramales. O no.


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