sábado, 22 de julio de 2017

a veces pienso como sera mi ultimo día, como sera el fin de todo, como sera el psicopompo que me conducirá hasta el mas allá espero que este sea compasivo con mi ser astral. 

los agotes



los agotes



“(...) los dichos agotes dezienden del dicho Zihezi maldito y no de la compañía del dicho conde Don Ramón la qual maldición oy siempre les ha durado y les dura porque por las partes interiores quedaron leprosos y damnyados (...) y aunque sean cristianos no se suelen batizar en pila donde los otros cristianos se batizan y ellos que sean leprosos inficionados siempre claramente porque haun las yerbas que con sus pies tocan se secan y pierden la birtud natural y una manzana o alguna otra fruta que pongan en sus manos o seno se prodere y en sus personas y cosas queden como personas que son contamynadas de grave dolencia cuya conbersación entre los otros fieles cristianos sería muy contagiosa y peligrosa” [1].

Así argumentaba en el año 1517 Caxar Arnaut, ujier del Consejo Real de Navarra, al pedir a las Cortes que no fallasen a favor de los agotes de Bozate, en el valle del Baztán. Por esas fechas también los agotes del navarro valle del Roncal, procedentes de Bearne, entablaban un pleito para que se les reconocieran iguales derechos que a sus vecinos. Porque en ambos valles, así como en todos los lugares donde se establecían, los agotes constituían minorías discriminadas y marginadas. Normalmente los pleitos les daban la razón, pero las sentencias rara vez se cumplían, y así los litigios se volvían crónicos.

pila bautismal para cagots

¿Por qué esta discriminación? ¿Quiénes eran los agotes? Lo cierto es que nadie se ponía de acuerdo en esto. Ni siquiera sobre su aspecto físico. Según Pío Baroja tenían la cara ancha de pómulos prominentes y el pelo castaño o rubio, aunque él mismo reconoce que los había morenos y de cara alargada. Justin Cénac-Moncaut, menos benévolo, les atribuía cabeza grande, cuerpo raquítico, piernas torcidas, bocio y mirada apagada, esto último normal, dado todo lo anterior. Otros autores afirmaban que en lugar de pelo exhibían una especie de plumón. Según otros tenían una de las orejas considerablemente más grande que la otra y cubierta de pelo, lo que daba mucho juego en historias en las que un agote era descubierto al quitarse el sombrero. Curiosamente en otras fuentes se menciona que tenían fama de guapos. De hecho, a pesar de la estricta prohibición existente de casarse con agotes, no era infrecuente tomar mujeres agote como amantes.


Los agotes provenían de Francia, donde eran conocidos por muchos nombres pero especialmente por el de cagots [2]. El primer texto que habla de ellos es la Coutume de Marmande (1396), según la cuál se les imponía la obligación de identificarse llevando de forma visible una señal de tela roja en el vestido, so pena de multa y confiscación de éste [3]. La marca tenía que tener forma de huella de pie de pato, y sobre esto hay explicaciones pintorescas. Además de la marca, a veces se exigía a los agotes hacer sonar unas tablillas, como a los leprosos, para alertar a la gente de sus presencia.



Se cree que en el siglo XI los cagots del Bearne se vendían y se legaban en testamento como esclavos, y en juicio se necesitaba el testimonio de siete cagots para igualar el de un hombre libre. En el siglo XV se les prohibía caminar descalzos para que no quemaran las plantas y no infectaran el empedrado callejero. La discriminación se manifestaba especialmente en las iglesias, donde los agotes debían ocupar los últimos bancos, tenían una pila bautismal diferenciada, y en ocasiones una puerta aparte. No se les permitía acercarse al altar a recibir la comunión, y no podían recibir la ceniza en cuaresma. Además sus ofrendas de pan se separaban cuidadosamente de las del resto a fin de no contaminarlas.


Curiosamente en ocasiones la discriminación les proporcionaba ventajas. Por ejemplo los cagots estaban exentos de realizar el servicio militar y de pagar el impuesto de la talla. Además, como tenían asignados oficios considerados indignos, acababan prestándolos en régimen de monopolio.

El desprecio y la discriminación eran muy reales; las razones para ello no tanto. Para algunos los agotes eran descendientes de los cátaros albigenses. Para otros, de los sarracenos que fueron derrotados por Carlos Martel en Poitiers. El mencionado Caxar Arnaut aporta en sus alegatos una versión libremente adaptada del Antiguo Testamento. Todo empezó cuando el general Naamán de Siría contrajo la lepra y fue curado por el profeta Elíseo. Agradecido, Naamán quiso recompensar a Eliseo, pero este lo rechazó orgullosamente. Sin embargo su siervo Giezi sí los acepto lo que motivó la cólera de Eliseo y la transferencia de la lepra erradicada previamente de Naamán a Giezi. Los agotes, según Arnaut, eran leprosos que descendían de este último (Zihezi), aunque no precisaba de dónde había extraído esta revelación. El asunto de la lepra no parece muy convincente: si los agotes hubieran sido leprosos, no habrían estado conviviendo con sus vecinos sino recluidos en lazaretos. Sin embargo la identificación de los agotes con leprosos es recurrente, aunque ante la ausencia de la enfermedad física se solía aludir a que eran algo así como “leprosos del alma”, malditos por la realización de algún hecho innombrable.



Para los vecinos de los agotes todas estas sutilezas carecían de importancia: venían de fuera, debían ser discriminados y punto. Racionalizaban posteriormente su odio aludiendo a supuestos pactos de los agotes con el diablo, o a que abrasaban la hierba al pisarla con los pies desnudos. A esto añadían motivos variados y con frecuencia contradictorios: los agotes eran taimados, obtusos, viciosos, coléricos, cretinos, zoofílicos, avaros... Estas razones eran intercambiables. Si tanto los odiamos, parecían pensar los vecinos, sin duda debe existir alguna razón.

En los últimos tiempos se ha relacionado a los agotes con los inevitables templarios. Según esta innovadora versión los agotes poseían un conocimiento oculto, extraído del templo de Salomón, que les permitió ser los maestros constructores de catedrales góticas. Además el pie de pato que portaban en sus vestiduras no era una señal de oprobio, sino un signo gnóstico (y aquí vuelven a aparecer los cátaros) que remitía a un misterioso juego de la oca (tal cual) cuyo avance en el tablero permitía desentrañar los secretos del mundo.



[1] Estas transcripciones de pleitos de los agotes provienen del libro “Los agotes. El fin de una maldición”, de María del Carmen Aguirre Delclaux.

[2] La etimología de cagot o cacous es discutida. Para algunos derivaría de “perros godos”, pues según esta teoría se trataba de descendientes de godos arrianos renuentes a adoptar el catolicismo.

Louis le Pelletier deriva el nombre de "caque" (barrica para almacenar arenque; apócope de casque, en castellano casco), lo que haría una referencia al mal olor. Court de Gebelin asegura que el nombre dado a los cagots y a los cacous "es el nombre céltico "Caeh", "cakod", "Caffo" que significa "hediondo", "sucio", "leproso"". Baurein veía que la denominación de "gahet" derivaba del verbo gascón "gahar", que significa engancharse, atraparse, atarse, sin duda, dice él, porque los gahets estaban afectados de una enfermedad que se propalaba fácilmente (Variedades Bordelesas; T. I, pl 258; t. IV, p. 16).





Laboulinière parece tomar la etimología del nombre de los cagots de una lengua africana: "M. Bruce, al respecto de Abisinia dice que el nombre "gafat" viene a decir oprimido, desarraigado, rechazado, expulsado violentamente; y habla de una nacion de tal nombre que parece haber hecho parte de las tribus perseguidas por Roboam, hijo y sucesor de Salomón. Más adelante, habla de otro pueblo condenado a servir a los reyes de los agaazi o de los pastores [En Abisinia] a causa de la maldición de Canaan, y que de tiempos inmemoriales llevan el agua y cortan la madera" (Viaje a las fuentes del Nilo , tomo II, p.223 y 225). Más adelante, p. 79, Laboulinière se explica así en otra nota: "Lo más probable es que esta nueva denominación de "cagots" sea una alteración de los antiguos y que no haya sido empleada como ellos, sino como signo de desprecio. En la Romagna y Nápoles, se da el nombre de "caffoni" a las gentes de la campiña, las menos civilizadas y más groseras".

Rabelais se sirve frecuentemente del nombre de "cagot" y que acompaña casi siempre de aquellos de "bestia maloliente". La lepra y el mal olor eran dos de los reproches que se le hacían a los cagots.

Pero la más curiosa etimología de esta palabra, es aquella que ha dado recientemente un autor que, nos parece , habría debido evitar, en atención a la gravedad del sujeto. Véase como se explica el Sr. Pierquin de Gembloux en su libro de los dialectos y de la utilidad de su estudio (Historia literaria , filológica y bibliográfica de los dialectos, París, 1841): "En algunas de nuestras provincias los cretinos son llamados "cagots". Vanamente investigué la etimología graciosa de este binomio, ininteligible a día de hoy. Sin embargo esta denominación no figura por primera vez más que en la "nueva costumbre de Béarn" reformada solamente en 1551, mientras que los manuscritos dicen "chrestiaas", es decir aquellos a quienes pertenece el cielo, los pobres de espíritu, los cabezas de familia, los cristianos por excelencia. Ahí podría muy bien estar el origen tan buscado también de "cretino", que tanto se parece a "cristiano".

Pero los nombres que acabamos de enumerar no son los únicos que se les han dado a los cagots; los de la vertiente Meridional de los Pirineos no solo eran llamados "Agotes", sino también "Sistrones" o "Chistrones" ("Ponderaron por afrentosas...y están comprehendidas las que a esta parte hazen las contrarias, llamandolos "Agotes", "Chistrones" y "Leprosos""

[3] Como la señal judía, también estas de leprosos y agotes caen pronto en desuso.



Los cónsules de viarias villas de Languedoc y Guyena consultan al rey Carlos VI, que por patentes de 7 de marzo 1407 renueva las ordenanzas, añadiendo alguna otra sobre cierta especie de leprosos (capots, casots), obligados a llevar marca distintiva. Como los cagots de Languedoc, los de Bearne también habían abandonado la señal. En 1460 los Estados piden a Gastón de Bearne, príncipe de Navarra, que obligue a los cagots a llevar la antigua marca de pata de oca o pato, y ello en el convencimiento de que eran ladres. Un siglo después, 1573, los jurados de Burdeos, que hasta entonces no se habían preocupado del problema, emiten una ordenanza, que no osen salir de sus casas ni entrar en la ciudad sin portar la señal y andar calzados. F. Michel, Histoire des races maudites de la France et de l’Espagne (París, 1847), recoge testimonios de Oihenart, Florimond de Raemond etc. sobre ordenanzas de entonces, aunque variando la pena (multa, azotes, destierro); 1578, Casteljaloux; 1581, Capbreton; 1592, Espelette; 1593, Labourt; 1604, Soule.





viernes, 21 de julio de 2017

esqueleto de tortuga gigante


cíclope



De Santiago Matamoros al Sen Jak del vudú haitiano



De Santiago Matamoros al Sen Jak del vudú haitiano



Patricia GRAU-DIECKMANN1



I. Santiago Apóstol

Pocos personajes en el ámbito cristiano han presentado la capacidad de ubicuidad y asimilación a otros cultos ajenos al cristianismo como Santiago el Mayor, uno de los Doce Apóstoles. Ya la multiplicidad de sus nombres indica

la diversidad de facetas que adoptará, no solo dentro de la religión cristiana, sino en otras creencias que se caracterizan por su sincretismo. A Santiago se le conoce como Jacobo, James, Yago, Jaime, Diego, Jacob, Jákobos, Jacobus Major, Giacomo Maggiore, Illapa, Quipildor, Sen Jak, Saint Jacques, Gu, Ogun, Ogou, Santiago de Compostela. Sus apodos son El Mayor, el Principal, el Grande, Hijo del Trueno o Boanerges,2 Matamoros, Santiago Zebedeo, o El Hijo del Zebedeo.

2 Del griego βοανηργές, (hijos del Trueno: υιοι βροντης), que acepta diferentes significados: de violento temperamento, hermanos de útero (mellizos o hermanos por ambas partes), partisanos (ARNDT, William y GINGRICH, Wilbur, 1967, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, The University of Chicago Press and Cambridge University Press, p. 143).

Junto con su hermano Juan (posiblemente menor, o incluso su mellizo, tal vez el evangelista, “el más amado”, u otro Juan, no se sabe con certeza) fue uno de los primeros elegidos por Jesús para convertirse en “pescadores de hombres” (Mt. 4:21-22). El propio Jesús (Mc. 3,17) es quien les pone el apodo de “hijos de Trueno” o “tonantes”, debido probablemente al carácter bastante violento de ambos o por su celo en la observancia de la ley mosaica y su dureza para con los transgresores. El temperamento de Santiago era irascible y predicaba con vehemencia. Pero este apodo no será inocente y tendrá insospechadas derivaciones, según veremos. A pesar de que el Evangelio de Juan jamás lo nombra, salvo en el Epílogo (21,

2) y de manera genérica: “los de Zebedeo”, perteneció al círculo más íntimo del Señor junto con su hermano y Simón Pedro. Tuvo el privilegio de presenciar la Transfiguración en el Monte Tabor (la revelación del Cristo en toda su gloria divina) (Mc. 9:2-8) y pasó junto a su Maestro su última noche en la tierra, en el jardín de Getsemaní (Mt. 26:36-46).

3 Era pariente de Jesús, y por eso se lo representa sumamente parecido al Maestro, aunque un poco mayor. La fuente medieval más completa sobre la vida de Santiago el Mayor es la Leyenda Dorada, compilación de Jacobo de Voragine, monje dominico que alrededor de 1270 recopila historias sagradas,anécdotas, leyendas referidas a la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos, y los ordena de acuerdo a las festividades litúrgicas. Narra Voragine que Santa Ana, madre de la Virgen María, se casó tres veces y que su tercer esposo,
Salomas, fue el padre de María Salomé, por lo que ésta era media hermana de la Virgen. Casada Salomé con Zebedeo,
sus dos hijos fueron San Juan Evangelista y Santiago el Mayor, primos de Jesús. 

Este complicado parentesco es resumido por Voragine en los siguientes versos latinos en el capítulo referido al nacimiento de la Virgen: Anna solet dici tres conceptisse Marias, Quas genuere viri Joachim, Cleophas, Salomeque. Has duxere viri Joseph, Alpheus, Zebedaeus. Prima parit Christum, Jacobum secunda minorem, Et Joseph justum peperit cum Simone Judam, Tertia majorem Jacobum volucremque Joannem.

5 Se dice que Santiago fue a predicar a España, pero no tuvo éxito, ya que solo logró convertir a unos pocos discípulos. Si bien este viaje no ha podido ser comprobado, dio origen a una serie de historias, que se convirtieron en una
3 Todas las citas bíblicas están tomadas de BIBLIA de Jerusalén, 1998, Desclée de Brouwer, Bilbao.

4 Zebedeo tenía una pequeña pero próspera empresa de pesca en el lago Tiberíades y probablemente recalaba en Betsaida, cerca de donde Jesús reclutó a sus hijos (Gerard, André-Marie, Diccionario de la Biblia; Anaya y Mario Muchnik, Madrid, 1995, p. 1521).

5 “Se dice que Ana concibió a tres Marías de sus esposos Joaquín, Cleofás y Salomé. Las Marías fueron desposadas por José, Alfeo y Zebedeo. La primera María dió a luz a Cristo, la segunda, a Santiago el Menor, a José el Justo con Simón y Judas, la tercera a Santiago el Mayor y a Juan el Alado” (VORAGINE, Jacobus de, 1995, The Golden Legend, Volume II, Princeton University Press, p. 150 (Traducción del inglés de la autora)). Sin embargo, creo que Voragine comete un error al referirse a Juan como “el Alado” ya que ésta es una cualidad o advocación de San Juan el Bautista y así aparece en numerosas imágenes, en especial en iconos ortodoxos.
interesante corpus religioso intercontinental, en el que se mezclan la leyenda, la superstición y la gloria guerrera.
De esta supuesta visita quedan resabios en el romancero español, reflejados en

la saga de Bernardo del Carpio:

Marcha a la ciudad augusta

(…) do el hijo de Zebedeo

fundó el edificio raro

que ciñe el santo Pilar.

6 La ciudad augusta es Zaragoza, la antigua ciudad romana de Caesaraugusta, donde está la iglesia de la Virgen del Pilar. Según documentos del siglo XII conservados en la catedral de esta ciudad, alrededor del año 40 Santiago predicaba en España, cuando María viaja a ese país para bendecir al apóstol.
Los documentos dicen textualmente que junto al río Ebro, Santiago “oyó voces de ángeles que cantaban ‘Ave María gratia plena’ y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol". La Virgen le pidió que construyese una iglesia con el altar en torno al pilar de jaspe donde estaba parada, y prometió que “este sitio permanecerá hasta el fin de los tiempos para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio".

7 La iglesia se llamó Santa María del Pilar, cuyas autoridades eclesiásticas aseguran ser el primer templo mariano de la cristiandad.

Tras su fracaso, Santiago regresa a Jerusalén y es el primero de los discípulos en beber el cáliz del martirio. Entre los años 41-44 fue decapitado por orden de Herodes Agripa (Hechos 12:2), nieto de Herodes el Grande, aquel bajo cuyo reinado naciera Jesús. Murió un 25 de marzo, día de la Anunciación.

II. Santiago en España

Existen diversas leyendas con respecto a Santiago en España: la primera, que trata sobre su apostolado en esta tierra, una segunda acerca de su aparición en un campo de batalla y la tercera es acerca de su tumba encontrada en Galicia.


6 El Romancero, 1979, Editorial Ebro, Zaragoza, p. 87.

7 Con respecto a este último hallazgo existen numerosas versiones; una de ellas relata que tras la muerte del santo sus discípulos, temerosos, arrojan el sarcófago de mármol flotante al mar desde el puerto de Jaffa (actual Israel) un 25 de julio, fecha que se convertirá en su festividad. Es conducido por un ángel y recala en Galicia, donde la reina del lugar, Lupa, envía unos toros para destruirlo. Sorpresivamente estos arrastran el sarcófago de Santiago hasta el medio del palacio, donde es enterrado. Esta leyenda explicaría la traslación de las reliquias del apóstol desde Judea hasta Galicia y su existencia en un antiguo cementerio romano, Compostum ubi ossa componuntur que sería, según algunas
versiones, el origen del nombre de Compostela.

8 Según esta historia, con el tiempo, la existencia del sepulcro del santo caería en el olvido.

En cuanto al reencuentro de la tumba olvidada también hay numerosas
leyendas. Una de ellas sostiene que, en los primeros años del siglo IX, bajo el reinado de Alfonso II el Casto (789-842), Santiago se le aparece en sueños al monje Pelagio, quien le comunica su visión al obispo Teodomiro. Al día
siguiente, cuando van a ver el lugar, el sitio estaba lleno de una luz brillante

proveniente de una estrella. De ahí el nombre Campus stellae, campo de la

estrella o Compostela. Hay quien sostiene que Santiago de Compostela es una

deformación de Sanctus (Iacomus) Apostolus.9 Como se ve, el origen del nombre

de Compostela es dudoso y los intentos por explicarlo, son variados y divergentes entre sí.

Se cree que el hallazgo de la tumba podría tratarse de un intento de Alfonso el

Casto para conmover a Carlomagno y convencerlo de que prestara ayuda en la

lucha contra el infiel. Es probable que incluso le enviara al emperador el hueso

frontal, único de los huesos craneanos que falta en el segundo grupo de los

tres cuerpos que fueron clasificados en la tumba en 1870, ya que, en las Acta Sanctorum consta que Carlos el Calvo, nieto del emperador, donó un frontal de Santiago al monasterio de San Vaast de Arras.
8 RÉAU, Louis, 1996, Iconografía del Arte Cristiano, Tomo 2, Vol. 5, Iconografía de los santos,



siguiente, cuando van a ver el lugar, el sitio estaba lleno de una luz brillante

proveniente de una estrella. De ahí el nombre Campus stellae, campo de la

estrella o Compostela. Hay quien sostiene que Santiago de Compostela es una

deformación de Sanctus (Iacomus) Apostolus.9 Como se ve, el origen del nombre

de Compostela es dudoso y los intentos por explicarlo, son variados y divergentes entre sí.

Se cree que el hallazgo de la tumba podría tratarse de un intento de Alfonso el

Casto para conmover a Carlomagno y convencerlo de que prestara ayuda en la

lucha contra el infiel. Es probable que incluso le enviara al emperador el hueso

frontal, único de los huesos craneanos que falta en el segundo grupo de los

tres cuerpos que fueron clasificados en la tumba en 1870, ya que, en las Acta Sanctorum consta que Carlos el Calvo, nieto del emperador, donó un frontal de Santiago al monasterio de San Vaast de Arras.





9 Por otro lado, el mismo Réau, como se señaló más arriba, sugiere que el nombre

Compostela se creó en el siglo XI proveniente del nombre del antiguo cementerio romano

Compostum ubi ossa componuntur. (RÉAU, 1996: 172/173).

10 DE GANDIA, Enrique, 1930, Génesis y Esencia del Arte Medieval, Editorial La Facultad,

Buenos Aires, pp. 65/67.



Alrededor de 845, los españoles se enfrentan a los moros en una muy

despareja lid, la batalla de Clavijo. Santiago el Mayor se aparece en medio de la

lucha montado en un caballo blanco y con fulgurante espada en mano,

milagrosa aparición que llena de terror a los musulmanes y que permite la

victoria española. Nace la leyenda de Santiago Matamoros, y así se le invoca

en la gesta por la reconquista de España. Se lo representa vestido como

soldado o peregrino, sobre un caballo blanco y con la espada desenvainada y

lista para la lucha. Bajo las patas de su caballo hay moros vencidos. Santiago ya

se ha convertido en un santo español y esta es la imagen que se sincretizará

con otras religiones de origen africano y andino.

En 1078 comienza la construcción de la catedral de Santiago en Compostela

en el sitio de su tumba. Los monjes de Cluny calcularon las inmensas

posibilidades que les ofrecía un santuario mucho más cerca que Jerusalén y

que permitía, además, la vigilancia y el control de las rutas mediante el

establecimiento de centros cluniacenses a lo largo del camino a Santiago. Se

origina un fenómeno de devoción comparado solo con el fervor que llevó a la

cristiandad occidental a la reconquista del Santo Sepulcro.



Multitudes de toda Europa acudían a cumplir con el Santo. Cinco rutas que

partían de Francia, con estaciones regentadas por los monjes cluniacenses, que

prestaban ayuda a los peregrinos, convergían hacia Santiago de Compostela.

En 1100 se escribe una Guía del Peregrino, el Codex Calixtinus, con consejos

para los peregrinos, indicaciones, rutas, etc. Junto a los píos fieles, numerosos

personajes, pillos, prostitutas, monjes goliardos, juglares, saltimbanquis,

embaucadores, se mezclaban con los devotos. El culto a Santiago se extendió

por Europa y más allá.

Se popularizó la figura de Santiago Peregrino que es representado con manto

y sombrero ancho, de alas levantadas, cayado y morral. Sus atributos son la

venera y la calabaza para acarrear agua, y la palma, símbolo de su martirio.

Justamente los romeros que durante siglos han recorrido “El camino de

Santiago”, portan palmas como reconocimiento, ya que “La palma identifica a

los peregrinos medievales durante su piadoso deambular…”.11

III. Santiago en la América hispana

La devoción al Santo llega a la América hispana de la mano de los mismos

conquistadores, puesto que Santiago era el patrono de su propio ejército. Los

españoles solían decir, cuando tronaba, que “corría el caballo de Santiago”.12

El grito de guerra al disparar el arcabuz hacia los indígenas era “¡Santiago!”, el

mismo que se usaba en tierras de España durante las guerras de reconquista

contra el moro.

Los españoles consideraban que Santiago Matamoros los continuaba

protegiendo en el Nuevo Mundo, esta vez en su lucha contra el nativo. En

1534 los españoles vencieron a los indígenas en Sunturhuasi (actual Perú)

durante el transcurso de una tormenta. Una lápida conmemorativa en la

Iglesia del Triunfo (antigua catedral del Cusco) reza:



11 GRAU-DIECKMANN, Patricia, 2011, “Representaciones plásticas entre los siglos V y

XV de los viajes de la Sagrada Familia”. Cuestiones de Historia Medieval, Ed. Selectus para

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, p. 567.

12 GISBERT, Teresa, 1980, Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte, Gisbert y Cía, S.A.,

Libreros Editores, Apartado 195, La Paz, Bolivia, p. 28.



Fue visto salir el Patrón de las Españas Santiago (…) y atónita la idolatría

veneró Rayo al Hijo del Trueno (…).13

Esta identificación de Santiago con el trueno se refuerza con la declaración de

Guamán Poma de Ayala:

Dicen los que presenciaron, haber visto bajar al patrón Santiago precedido de

un estruendoso trueno seguido de un rayo que cayó del cielo directamente

sobre (…) Sacsahuaman (…). Al ver caer el rayo se espantaron los indios y

atemorizados dijeron que había caído Illapa (…).14

Así es que Santiago Matamoros es reemplazado por “Santiago mata-indios” y

la iconografía se adapta al entorno andino. 13 GISBERT, 1980: 28.

14 GUAMÁN POMA DE AYALA, 1615, 1987 Nueva Crónica y buen gobierno, Colección

Crónica de América nº 29, 3 tomos, Madrid. Editorial Historia. En GISBERT, 1980: 28.



Las religiones nativas del Nuevo Mundo eran generosas, toda divinidad era

bienvenida y ubicada en el panteón, generalmente asimilada a un dios o huaca

ya existente. Santiago, llamado Boanerges o Hijo del Trueno por Jesús, fue

asimilado a Illapa, representación del rayo y del trueno en la América andina

(Perú, Bolivia, Chile y Norte de Argentina). Sus atributos facilitan esta

identificación: los cascos de su caballo sugieren el trueno y el fulgor de su

espada, el rayo. Los nativos lo veneran, pero lo temen.

En la Puna de Jujuy (Argentina) Illapa, El Rayo, San Santiago, es conocido

como El Quipildor. Hoy en día aún se mantiene esta identificación y se

considera que su poder es a la vez destructivo y de fecundación. Es la creencia

que, si una persona cae muerta por un rayo, pero nadie observa el episodio,

resucitará a las veinticuatro horas y adquirirá el don de adivinar y curar toda

enfermedad. Se teme la ira de San Santiago, el rayo, y se le considera “un santo

colérico, malo, que se enoja”.15

IV. Santiago y la adivinación

Un texto fragmentario que se encontró entre los Rollos del Mar Muerto, el Brontologion,

16 plantea similar relación entre el rayo y la adivinación que,

además, se relacionaba con el movimiento de la luna respecto a los signos del

zodíaco y al sonido del trueno, técnica de predicción ya utilizada con mucha

anterioridad a la confección de los rollos.

Eisenman y Wise,17 que realizan un análisis de los textos originales

encontrados entre los Rollos del Mar Muerto, relacionan a Santiago y a su

hermano Juan con los mellizos del signo Géminis y sostienen que Santiago era

uno de los primordiales hacedores de lluvia. Más aún, aseguran que esta

circunstancia es descripta por el historiador Epifanio en el siglo V, quien lo

tomó probablemente de la obra perdida Anabathmoi Jacobou (La Ascensión de

Santiago). La adivinación se llevaba a cabo cuando coincidía que la luna estaba

en ciertas posiciones del zodíaco y al mismo tiempo se escuchaban truenos,



15 BUGALLO, Lucilla, 2009, Quipildores: marcas del rayo en el espacio de la Puna Jujeña,

Cuadernos FH y CS-UNJu, Nro. 36:177-202, Jujuy, pp. 177/202.

16 Del gr. Βροντη: Trueno.

17 EISENMAN, Robert H. y WISE, Michael, 1994, The Dead Sea Scrolls Uncovered, Barnes and Noble, Nueva York, p. 258.

señal de que Santiago transmitía su mensaje de predicción. Este sistema

adivinatorio es el que también se utiliza en el norte de Argentina.

Lo notable es que los eventos que podrían predecirse por la conjunción de la

luna asociada al trueno afectarían a toda la nación más que a individuos

aislados. Santiago es un santo de influencia “colectiva” y esto es evidente en

todas las áreas en las que es reverenciado, su devoción se cumple

gregariamente, no en forma aislada y personal.

V. Santiago en África

Una década antes de que los españoles pusieran pie en América, exactamente

en 1482, los portugueses construyeron en Elmina —en la costa de Fante,

actual Ghana— el primer puesto de intercambio comercial en el Golfo de

Guinea: el Castillo de São Jorge. Con el tiempo, el sitio se convirtió en el más

importante hito de acopio de esclavos en la ruta del Atlántico hacia América.

Allí se construyó una capilla dedicada a Santiago y, de esta manera, la imagen

del Santo entró en contacto con generaciones de africanos cautivos, que

aguardaban ser embarcados por los esclavistas hacia el Nuevo Mundo. Así, las

diferentes etnias se familiarizaron con el Matamoros y lo identificaron con el

orixá, vodun o atacuá que presentase características que permitieran sincretizar

a ambos en uno. Finalmente, tarde o temprano, los desgraciados atravesaban

las llamadas “Puertas del No Regreso” con la imagen de Santiago ya

incorporada a su religión.

Por otro lado, pero menos dolorosamente, Santiago fue también asimilado a la

cultura Kongo. En 1491 misioneros portugueses presentaron al rey kongo

Nzinga Nvemba una bandera bordada con la cruz de Santiago, que es una

cruz roja que simula una espada, con flores de lis en los extremos.

Cristianizado por obra milagrosa del apóstol, el rey pasó a llamarse Don

Alfonso I. La leyenda asegura que en 1512, el Santo le habría otorgado una

victoria en una batalla contra sus enemigos durante una de las tantas guerras

civiles. El rey estableció la festividad de Santiago el 25 de julio y en la

celebración, según cronistas de la época, mezclaba elementos idólatras con los

del cristianismo propiamente dicho. Pero los kongo finalmente también

sucumben ante el tráfico de esclavos y son cazados y enviados a diferentes



lugares de América. Santiago ya nace en África como santo dual antes de pasar a ser venerado en el Nuevo Mundo.



VI. Santiago en Haití

En Haití, Santiago Matamoros encontró un lugar muy importante en el

panteón de las religiones provenientes de África. Los fon de Benin (el antiguo

reino de Dahomey), los yoruba de Ife-Ife (Nigeria), los kongo, los igbo lo

identifican con el poderoso Ogou, Gu u Ogu, y se convierte en Ogou Sen Jak,

orixá guerrero, patrón de los herreros, del fuego, de los metales. Posee gran

fortaleza física y es irascible y violento, como se dice que era Santiago

Apóstol, el Hijo del Trueno.

La iconografía haitiana lo representa como el Matamoros, cabalgando un

brioso caballo blanco, espada en mano. Va ataviado con largo vestido azul con

blanco cuello bordado en oro, donde se reconocen las imágenes de la venera

jacobina. Lleva el ancho sombrero de los peregrinos, con ala que puede ser

bajada para protegerse de la lluvia; bajo las patas de los caballos, otros

enemigos evocan a los moros de la batalla de Clavijo. Un ayudante, con

armadura y casco cerrado, montando un caballo marrón, lleva su estandarte:

un banderín blanco con la cruz roja, o bien una bandera roja con la cruz en blanco.



Plaine-du-Nord, vieja ciudad colonial haitiana, es el sitio histórico donde

comenzó la lucha entre los colonizadores franceses y los esclavos de las

plantaciones. Es también uno de los centros más activos de la religión vudú en

Haití y allí se alza una pequeña iglesia jesuítica pintada de amarillo y dedicada a

Santiago. Unos metros atrás de la iglesia, una serie de pozos de barro

propiedad del mismísimo santo aglutinan a los fieles, en especial los 25 de

julio. Los adeptos fon/yoruba de Ogou Sen Jak se preocupan por mantenerlos

siempre húmedos y una corriente subterránea los mantiene cálidos. Este lugar

es conocido como Trou Sen Jak (“Hoyo de Santiago”) y es el lugar del

surgimiento terrenal del generalísimo entre los espíritus militares que llevan el



nombre de familia de Ogou (se dice que todos los Ogous son Ogou: Ogou

Feray, Ogou Badagris, Ogou Balinjo, Ogou Sen Jak, etc.). Salvo en noviembre

y en Cuaresma, todos los jueves, peregrinos provenientes de remotos rincones

de Haití participan de las ceremonias en honor del Santo. En el vudú, la veneración a Santiago toma forma de desenfreno.



Los fieles se congregan tres días antes de su festividad canónica del 25 de julio

y comienzan una celebración que dura 72 horas corridas y que culmina con

una misa cristiana oficial dentro de la iglesia, aunque algunos peregrinos

permanecen unos 15 días. Los enfermos buscan sanación, los promesantes

cumplen sus exvotos, los herbalistas derraman sus dones curativos.

Algunos fieles entran en trance. Se sacrifican toros en el estanque de barro, tal

vez como recordatorio de los toros salvajes que señalaron el lugar en España

en el cual Santiago debía ser enterrado. En ese lodo se sumergen los devotos



para recibir la unción de barro y sangre y el beneplácito de Santiago-Ogou.

Permanecen largos minutos con la cara hundida en el fango, aparentemente

sin respirar. Suenan los tambores noche y día. Algunos penitentes, en trance,

pasean casi desnudos con hojas de afeitar y alfileres de gancho clavados en las espaldas.18



Detrás de la iglesia hay un cementerio y allí también se llevan a cabo ritos y

ceremonias con velas, ron (la bebida de Ogou) y se sacrifican cabras negras.

Las autoridades católicas, frente a los desmanes y excesos, decidieron en 1978

tomar distancia y cerrar las puertas de la iglesia en los días previos al 25 de

julio. Aún así, los fieles arrojan por entre los barrotes monedas, cigarros,

botellas de ron, velas, intentando embocar en el nicho vacío que una vez 
albergó la estatua de Santiago, la que fue retirada el mismo año en que se impidió el acceso a la iglesia durante la celebración.



18 COSENTINO, Donald, 1995, “It’s all for you, Sen Yak”, Sacred Arts of Haitian Vodou,

Donald J. Cosentino, Editor, UCLA Fowler Museum of Cultural History, Los Angeles, pp. 243/245.

Para los vuduistas, Sen Jak no es solo un santo, es una divinidad, es Ogou

Feray o Feraille, el dinámico y temperamental guerrero del machete, forjador

de metales, señor del hierro, de las armas, los cuchillos, patrón de los autos y

de las máquinas, es un orixá sanador porque la medicina recurre al

instrumental de metal como bisturíes, agujas y pinzas y él es el Señor de los Metales.

Ogou Sen Jak es también el patrón de los caminos y, por extensión, de los que manejan vehículos. Los taxistas le rinden tributo atando cintas rojas en la base

del espejo retrovisor de sus vehículos. En algunos taxis y buses (el famoso

“tap tap bus”) se pintaba años atrás la figura del actor Sylvester Stallone en su

personificación de Rambo. Era un homenaje a Ogou19 en la representación del

mítico y cinematográfico guerrero. que se caracterizaba por tener siempre a 
mano cuchillas, cuchillos de supervivencia, dagas, agujas para coser sus propias heridas, y toda clase de armas metálicas. Rambo era el prototipo del guerrero de la selva, hoy tal vez un poco desconocido para las nuevas generaciones, que eligen otras figuras para representar en sus medios de transporte.



19 COSENTINO, Donald, 1995, “It’s all for you, Sen Yak”, Sacred Arts of Haitian Vodou,

Donald J. Cosentino, Editor, UCLA Fowler Museum of Cultural History, Los Angeles, p. 247.

Conclusión

Pero llámese Santiago el Apóstol, el Mayor, Ogou Saint Jacques, Matamoros,

Jacobo Peregrino, Quipildor, sea cierta o no la historia de su frustrada

evangelización en España, sean sus restos los que descansan en Compostela o

los de cualquier otro, lo cierto es que Santiago el Apóstol, el de irascible

temperamento, en su periplo real o supuesto por España, África y América, ha

tenido la virtud de encarnar en los diversos ámbitos en que se le venera a los

dos temores del hombre: el miedo a sí mismo cuando desata su propia cólera

(la guerra), y el miedo ante la naturaleza incontrolable que no puede ser

domeñada (los truenos y los rayos).

Montado en su corcel blanco, Sen Jak, Illapa, el Santo de Compostela, el

“pescador de hombres” está siempre pronto para acudir a la invocación del

fiel, guiándolo en su eterna lucha contra los demás hombres y contra los

elementos de la naturaleza cuando se desata su furia.

***

Fuentes

BIBLIA de Jerusalén, 1998, Bilbao, Desclée de Brouwer, Bilbao.

GUAMÁN POMA DE AYALA, 1615, 1987 Nueva Crónica y buen gobierno, Colección

Crónica de América nº 29, 3 tomos, Madrid. Editorial Historia. En GISBERT, 1980.

VORAGINE, Jacobus de, 1995, The Golden Legend, Volume II, Princeton University Press.

EL ROMANCERO, 1979, Editorial Ebro, Zaragoza.

Bibliografía

ARNDT, William and GINGRICH, Wilbur, 1967, A Greek-English Lexicon of the New

Testament and Other Early Christian Literature, The University of Chicago Press and

Cambridge University Press.

BUGALLO, Lucilla, 2009, “Quipildores: marcas del rayo en el espacio de la Puna Jujeña”,

Cuadernos FH y CS-UNJu, Nro. 36:177-202.

COSENTINO, Donald, “It’s all for you, Sen YaK”, Sacred Arts of Haitian Vodou, Donald J.

Cosentino, Editor, UCLA Fowler Museum of Cultural History, Los Angeles, 1995.

DE GANDIA, Enrique, 1930, Génesis y Esencia del Arte Medieval, Editorial La Facultad,

Buenos Aires, pg. 65/67

EISENMAN, Robert H. y WISE, Michael, 1994, The Dead Sea Scrolls Uncovered, Barnes and

Noble, New York, 1994, pg. 258.

GERARD, André-Marie, Diccionario de la Biblia; Anaya y Mario Muchnik, Madrid, 1995.

GISBERT, Teresa,1980, Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte, Gisbert y Cía, S.A., Libreros

Editores, Apartado 195, La Paz, Bolivia.

GRAU-DIECKMANN, Patricia, 2011, “Representaciones plásticas entre los siglos V y XV

de los viajes de la Sagrada Familia”. Cuestiones de Historia Medieval, Ed. Selectus para

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, y en

http://capire.es/eikonimago/index.php/eikonimago/article/view/24 .

Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte, Gisbert y Cía, S.A., Libreros Editores, Apartado 195,

La Paz, Bolivia.

http://www.corazones.org/maria/pilar.htm - Última consulta 9/4/15.

RÉAU, Louis, 1996, Iconografía del Arte Cristiano, Tomo 2, Vol. 5, Iconografía de los santos, Ediciones del Serbal, Barcelona.

lunes, 17 de julio de 2017

El saetón de Sierra Morena


MISTERIOS
El sa
etón de Sierra Morena

Una serpiente voladora

JOSÉ MANUEL MORALES
22/01/2017

A la pálida luz del amanecer de un soleado día primaveral, Juan Antonio Olmo, un chaval de solo doce años, montaba a lomos de su espléndido caballo andaluz. En pleno corazón de la Sierra Morena, su alazán se detuvo súbitamente ante un pequeño riachuelo. El dócil equino se negaba a cruzar el arroyo sin motivo aparente, y muerto de miedo, relinchaba sin cesar. El jinete le arreó suavemente, momento en el que descubrió lo que aterrorizaba al pobre animal: una enorme y gruesa serpiente pasó volando entre ambos para desvanecerse entre el espeso follaje. El muchacho entonces emprendió el regreso a toda prisa hasta el cortijo de sus padres, donde su tío le explicó que la criatura que acababan de ver era un saetón. Un animal que atacaba al ganado, y que en las últimas semanas había dejado un reguero de ovejas muertas en los caseríos de la zona. Eran los años sesenta. Por esas fechas, resultaba habitual encontrar pastores al norte de la capital que aseguraban haber sufrido el ataque de este misterioso ser. Los testimonios lo describían como un gigantesco reptil de color verde oscuro muy venenoso, similar a una serpiente, con una longitud de dos metros y un peso de hasta cinco kilos. A esto habría que añadirle un carácter muy agresivo y la capacidad de dar grandes saltos. Solía camuflarse colgado entre las ramas de los árboles, esperando con paciencia para abalanzarse sobre su próxima víctima.

Al testimonio de Juan Antonio habría que sumar muchos más, como el de la familia Colón, que atravesando la comarca del Alto Guadalquivir aplastaron con su carruaje un gigantesco saetón. Decía el abuelo que justo cuando escuchó el crujido, el reptil estampó violentamente su poderosa cola contra los radios de madera de la rueda, estando a punto de hacerlos volcar.

Sin embargo, y a pesar de ser de una criatura ampliamente arraigada en el saber popular, la ciencia continúa dudando de su existencia. Los zoólogos piensan que puede tratarse de un animal imaginario, creado a raíz del encuentro de campesinos y cazadores con especies poco conocidas aunque perfectamente catalogadas. No obstante, parece un argumento débil si tenemos en cuenta por un lado que en la Tierra existen ocho millones de especies, de las que sólo hay un millón clasificadas; y por otro, que la mayoría de testimonios provienen de avezada gente de campo, que no se dejaría impresionar por una simple alimaña. Ya hace años que no se escucha su nombre. En las últimas décadas apenas ha habido avistamientos. Algunos creen que se ha extinguido. Que igual que apareció misteriosamente, se ha esfumado sin dejar huella. Otros por el contrario aseguran que en cualquier momento, el saetón volverá a esperarnos.



domingo, 16 de julio de 2017

gigante peruano

gigante peruano


Memento mori antes de la fotografia


 Memento mori antes de la fotografia 

Retrato post mortem del niño José Manuel de Cervantes y Velasco (amortajado como san Miguel Arcángel), ¿Ciudad de México, óleo sobre tela, 62 x 83 cm., 1805, colección particular, catalogación Juan Carlos Cancino.



sábado, 15 de julio de 2017

El Conde-Duque de Olivares

El Conde-Duque de Olivares. La pasion de mandar 
por D. Gregorio Marañon

El Conde-Duque de Olivares y Jerónimo de Liébana

Y vamos con el tercer tema, el de Olivares y Liébana. Algunas sospechas suscitó, en efecto, en la mala voluntad de los comentaristas contrarios al Conde-Duque, la relación que éste tuvo con un famoso hechicero —entre pícaro y loco— de su época, Don Jerónimo de Liébana. Pero la lectura detenida del proceso que le siguió la Inquisición demuestra que la intervención de Olivares fue de refilón y sin trascendencia [425] . Estando Liébana preso en Cuenca, en diciembre de 1631, y condenado a galeras por supercherías y enredos anteriores, solicitó hablar al alcalde mayor de la ciudad, que lo era Don Juan Enríquez de Zúñiga, ya mencionado en otro lugar de este libro. La denuncia sobresaltó tanto a Don Juan, que resolvió llevar la declaración a Madrid y comunicársela al Conde Duque. Quedó éste con los papeles, y al cabo de unos días mandó traer al preso a la Corte, le recibió en persona, oyó sus embelecos, se los refirió al Rey y dejó al pícaro Liébana libre por Madrid, aunque vigilado, entregado a todo género de honestas ocupaciones, como los sermones, el teatro y los paseos por las calles animadas de la Corte. Se referían las declaraciones de Don Jerónimo a unos hechizos que había realizado en 1627, en Málaga, el Marqués de Valenzuela, en unión de otros sujetos, entre ellos el clérigo francés Doctor Guñibay, especialista en estas tretas. Tenían estos hechizos por objeto desposeer a Olivares de la regia privanza y poner a Valenzuela en su lugar. Celebrados los ritos, realmente disparatados y cómicos, fueron enterradas las piezas mágicas, dentro de un cofrecillo, en la Caleta. El efecto del hechizo aniquilador del Conde-Duque debía empezar muy poco después, el 6 de agosto del año de 1643. Costaron al Marqués los preparativos de tramoya 2.500 ducados, que es de suponer pasarían íntegros a la bolsa de Liébana y sus compinches. No conocía mal el supuesto hechicero a los personajes de su época; pues tanto el Rey como su Valido, temerosos de que el prodigio sucediese, decidieron, con gran contento de Liébana, la conveniencia de recoger la arqueta enterrada en la playa malagueña para destruir su encanto maléfico antes de la fecha señalada. Nombrose al efecto una Comisión que acompañase a Don Jerónimo, que era el único que conocía el sitio donde estaba oculta. De esta Comisión formaba parte como juez Don Juan Enríquez de Zúñiga. Llegaron a Málaga, empezaron las pesquisas y, naturalmente, la arquilla no apareció. El truhán de Liébana procuró entretener cuanto pudo a sus jueces y vigilantes; porque la dilación equivalía a tardanza en volver a la cárcel; les hizo volver a Málaga cuando ya, cansados, le devolvían a Madrid; y así logró que pasaran varios meses. Pero al fin se convencieron todos de su superchería y fue llevado otra vez a las cárceles de Cuenca. Le condenó la Inquisición, saliendo en el auto de fe celebrado en Madrid el 4 de julio de 1632, con una vela en la mano, soga a la garganta, coroza en la cabeza e insignias de hechicero y brujo, abjuró de vehementi y recibió 400 azotes, siendo después expedido a Córdoba, donde fue encerrado en cárcel secreta e incomunicada a perpetuidad. Las numerosas declaraciones de este proceso nos enseñan la malicia con que algunos bergantes, como Liébana, explotaban la credulidad de los más altos señores de la Corte; y, a su lado, el estúpido candor de algunos hechiceros de buena fe, evidentemente trastornados, que exponían su libertad y su vida por ritos que hoy nos hacen reír, pero que la Inquisición tomaba muy en serio. La figura de Liébana pertenece, por derecho propio, a lo más famoso de nuestra grey picaresca. Con garbo sin igual engañó al sesudo corregidor Enríquez de Zúñiga, al Conde-Duque, terror de los españoles, y al propio Rey. Son famosas por su desvergüenza las cartas, que figuran en el proceso, que escribía desde Madrid a su hermano. En ellas contaba que era la figura de actualidad en la Corte y que el Conde Duque estaba pendiente de su palabra, deseando honrarle y tratándole como a un gran caballero. Y algo de esto hubo en la realidad. Sólo cuando Olivares se convenció de que Liébana era un embustero y fabulador, perdió el miedo al hechizo del cofre y le hizo volver a la cárcel. Pecó, pues, el ministro, tan sólo por exceso de credulidad; mas ninguno de sus contemporáneos podría, a este respecto, tirar la primera piedra. Y tal vez, a pesar del desengaño, cuando en enero de 1643 bajaba, para siempre, las escaleras del Alcázar, es posible que recordase los presagios del bribón de Don Jerónimo, que fijaba su caída para junio de este mismo año. La verdad es que sólo se equivocó en unos meses. Leves fueron, por lo tanto, las culpas del Conde-Duque en materia hechiceril; no mayores —repitámoslo— que las de cualquiera de sus contemporáneos. Pero, en la desgracia, cuando se desató sobre su persona indefensa el odio, tantos años contenido, bastaron estos indicios para que el Santo Tribunal alzara su mano terrible contra él. No fueron más graves los cargos hechiceriles que se atribuyeron a Don Rodrigo Calderón; y bastaron para empujarle hacia el patíbulo. En la biblioteca de Don Gaspar había libros que, juzgados sañudamente, podían ser, como en otros casos lo fueron, indicios para la persecución. Pero, sobre todo, el viento de la ira popular, el que tuerce como ninguna otra influencia la rectitud de la justicia, soplaba en contra suya; y a su favor se admitían como culpas no sólo estos vestigios de culpabilidad, sino las calumnias descabelladas de los libelos del arroyo. En 1645 el Santo Oficio abrió proceso contra el ministro caído. Por dicha suya era Inquisidor general Don Diego de Arce, quien debía su encumbramiento al reo de ahora; y con piadosa malicia retrasó las pruebas, enviando incluso a Italia a buscar testigos para algunas de las acusaciones que pesaban sobre él [426]. Acaso sabía el buen inquisidor que la existencia del viejo ministro tocaba a su fin y esperaba que su parsimonia diera lugar a que la muerte desenlazase misericordiosamente la tragedia que tramaba el odio de los resentidos. Porque la bondad de Arce y el sentido justo del famoso Tribunal no le hubieran quemado ni encarcelado, sólo por rastros de culpa y por calumnias monstruosas; pero hubiera sido inevitable el proceso, el juicio ante la mesa del Tribunal, en suma, la humillación; y esto era aún más terrible que la muerte para aquel hombre orgulloso, cuya sangre estaba hecha de herencias de reyes y de santos. Por eso su mente desquiciada se hundió definitivamente en el delirio cuando desde los altos de Toro, por donde todas las tardes salía a otear el camino de la Corte, columbró a lo lejos, o creyó que columbraba, la sombra negra de los familiares del Santo Oficio, que se acercaban en su busca.

[425] Hay notas sobre este proceso en el trabajo, ya citado, de A G Amezua (12) Don Sebastian Cirac ha hecho un amplio resumen de él en su tesis (64) La lectura de los procesos originales (420) es de admirable amenidad y de gran valor para el estudio de la psicología de aquellos españoles.


[426] Llorente (149), VII-l 15.

LAS POSESAS DE SAN PLÁCIDO: LA LUJURIOSA HISTORIA DE LAS MONJAS ENDEMONIADAS

LAS POSESAS DE SAN PLÁCIDO: LA LUJURIOSA HISTORIA DE LAS MONJAS ENDEMONIADAS.







Durante el reinado de Felipe IV, cuando el conde-duque de Olivares gozaba del mayor esplendor de su poder, tuvo lugar en un convento madrileño un extraño caso de posesión infernal que provocó que el Santo Oficio tomase cartas en el asunto…

El convento de San Plácido se encuentra a muy pocos metros de la plaza del Callao. Miles de personas pasan frente a sus muros a diario, pero son muy pocos los que conocen la leyenda de misterio y demonios que se esconde de puertas para adentro.

El halo de santidad que tiene ahora contrasta con el pasado diabólico que se le adjudicó en la corte de Felipe IV.

El convento fue en su día escenario de todo tipo de rituales exorcistas, debido a las continuas agresiones que las monjas sufrían por parte de seres infernales. Diferentes episodios de esta índole lograron que en aquella época se conociera a esas religiosas como las «endemoniadas» de San Plácido.



Todo comenzó cuando una joven novicia dio la voz de alarma al comenzar a realizar actos extraños, como dar voces y hacer gestos obscenos impropios de un religiosa. Fue el confesor fray Juan Francisco García Calderón, quien comenzó a preocuparse por la situación, el que determinó que la joven estaba poseída por el diablo.

Por este motivo se le practicó un exorcismo de urgencia que no dio buenos resultados: no sólo se pudo curar a esta hermana, si no que además otras veintiseis corrieron con la misma suerte.







Lo que más impresionó a los testigos y sin duda influiría en el posterior “contagio” demoníaco del resto de religiosas, fue la afirmación de Luisa María de que no sólo ella tenía demonios en su cuerpo, sino que había otras monjas con ellos, señalando especialmente a Teresa Valle de la Cerda.



Poco después, el 29 de septiembre, se manifestó un nuevo demonio en la religiosa Josefa María, que dijo llamarse “serpiente circuladora”. La peculiaridad de este nuevo inquilino es que permitía a la monja realizar anuncios de tipo profético, en cuestiones relacionadas incluso con la política –algunos de ellos muy favorables al protonotario del rey, don Jerónimo de Villanueva, quien más tarde sería acusado por la Inquisición de graves delitos–.



El asunto llegó a extremos tan alarmantes que todas las moradoras de San Plácido, exceptuando a cuatro, cayeron bajo la influencia del Maligno. Los rumores llegaron pronto al Inquisidor General, don Diego de Arce de Reynoso, que abrió un largo proceso.



Éste culminó en 1631 al dictarse prisión perpetua, ayunos y disciplinas para el confesor fray Juan Francisco García Calderón, que tras el tormento se autoinculpó de haber cometido actos pecaminosos con las monjas. Por su parte, la priora fue desterrada, mientras que la comunidad con el resto de las monjas fue repartida para evitar que los hechos se reprodujeran en un futuro.

¿Gozaban las monjas de San Plácido de una facultad precognitiva, o fueron los demonios enviados por Dios para la gloria eterna de la Orden benedictina quienes adivinaron un futuro que en esa España, nación de naciones, se anunciaba oscuro y calamitoso? Quizá nosotros, pobres mortales, nunca lo sepamos.

 


El convento de San Plácido.


El convento de monjas de San Plácido, perteneciente a la Orden de San Benito, fue fundado por Teresa Valle de la Cerda en 1623.

Su iglesia barroca fue edificada bajo la dirección del tratadista y experto en arquitectura fray Lorenzo de San Nicolás, agustino recoleto.

Las obras de arte que aloja la iglesia son notables, pues entre ellas hay cuadros de Claudio Coello, como el de la Anunciación situado en el altar mayor, o las cuatro estatuas en los pilares de la cúpula, realizadas por el escultor Manuel Pereira. En la capilla se encuentra el santo Cristo Yacente en el sepulcro, obra de Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura y heredero de la expresividad de Alonso Berruguete y Juan de Juni. La cúpula, pechinas y el crucero de la Iglesia están decorados por pinturas al fresco de Francisco Ricci (o Rizi) y Juan Martín Cabezalero.

En la sacristía estuvo entre 1628 y 1808 el soberbio Cristo crucificado de Diego Velázquez, actualmente expuesto en el Museo del Prado. Antes de pasar a la gran pinacoteca nacional, despareció de la iglesia benedictina para ir a parar a las manos del llamado Príncipe de la Paz, Manuel Godoy, favorito de los reyes (sobre todo de la reina) y antiguo guardia de corps de Carlos IV.

El convento de San Plácido parece estar muy relacionado con Diego Velázquez. En el verano de 1999 comenzaron las obras para construir un aparcamiento subterráneo en la madrileña plaza de Ramales, y se encontraron varios restos arqueológicos, por lo que los trabajos hubieron de ser detenidos al menos, de momento. Después de más de 350 años después del sepelio de Velázquez, existía la oportunidad de descubrir el lugar exacto donde fue enterrado. Como se contaba con los testimonios que describían su atuendo y el modelo de ataúd, se supuso que sería fácil dar con él. Pero no fue así. Y los investigadores recordaron el hallazgo de dos momias del siglo XVII, de la misma época en que falleció Velázquez, encontradas pocos años antes, en 1994, en el convento de San Plácido cuando éste fue restaurado. Y se propuso una teoría acerca del emplazamiento de los huesos del genial sevillano.

En Madrid, como en muchas otras partes, existía la costumbre de inhumar a los muertos en iglesias dentro de la ciudad. José I, para tratar de acabar con tan insana práctica, ordenó su exhumación y traslado de los restos óseos a cementerios fuera de la ciudad como prevención de posibles epidemias. Con algunas excepciones, que hasta después de muertos hay diferencias entre los seres humanos: si los cadáveres eran de alguna persona importante o de la nobleza, se procedió al traslado de sus cuerpos desde las iglesias a demoler a otros edificios eclesiásticos de la ciudad. Por ello, algunos piensan que los restos de Velázquez pudieron ser trasladados desde la iglesia de San Juan Bautista a San Plácido después de 1808. Las barrocas momias correspondían a un hombre y una mujer. El atuendo del hombre demuestra que estamos en presencia de un caballero de la Orden de Santiago, según rezaban documentos contemporáneos a la muerte de Velázquez. Este murió a los 61 años y su mujer a los 58, edades a las que fallecieron los sujetos encontrados. Demasiadas coincidencias. Velázquez no parecía estar en Ramales.

Se practicaron muchas pruebas forenses a los pobres cadáveres, incluso se intentó relacionar al actual Príncipe de Asturias don Felipe con Velázquez, de quien parece descender en un vínculo muy muy remoto, demasiado como para seguir la pista del ADN. Este vínculo se descartó en seguida. Sin desanimarse, los investigadores se pusieron a investigar huellas dactilares. Es cierto que en algunos cuadros, como El Cristo Crucificado, el pintor había dejado, suponemos que inadvertidamente una huella en el lienzo. Pero, lógicamente, los dedos de la momia estaban demasiado deteriorados para extraer alguna conclusión válida en este sentido, y también hubo que abandonar esta línea de investigación. Ninguna pista resultaba concluyente. El atuendo de la momia y el de Velázquez, según los documentos, no era exactamente el mismo, pues la momia portaba zapatos y mallas, y el pintor habría sido enterrado supuestamente con botas y espuelas, luego la coincidencia no era tal.

El asunto fue olvidado hasta 2004, cuando salió a la luz un documento firmado por un amigo íntimo de Velázquez, Gaspar de Fuensalida, según el cual, éste había donado 3000 ducados a beneficio del convento benedictino de San Plácido. Don Gaspar adquiría por medio de la donación algunos derechos sobre la iglesia, algunos de ellos de índole funeraria. Esta circunstancia refuerza de nuevo la teoría de que las momias de San Plácido son las de Velázquez y su mujer, trasladados allí a instancias de su amigo Fuensalida. Y aquí ha quedado la cosa. Quizás los restos de Velázquez continúen estando bajo nuestros pies en algún lugar de la plaza de Ramales. O no.