Mexitli Nayeli López Ríos

Universidad de Guadalajara

El cuerpo se contorsiona, se desborda, se revuelve en sí mismo. El cuerpo es Babel: colosal, incontenible, se erige –horrendo, maravilloso, atrayente, repulsivo– contra toda ley, repta contra toda norma en una miríada de lenguajes. Pese a la necedad de lo normal los cuerpos multiplican sus diferencias y divergen del ideal que se les ha impuesto. Ese ideal regulatorio en el que, atendiendo a lo observado por Judith Butler, se materializan los cuerpos, ese amasijo de materia y discurso que produce la ilusión de categorías rígidas yo/otro, división binaria inflexible de la que crecen como moho fascinación, terror, morbo, admiración y demás. Mucho han abonado las aproximaciones de teoría de género al estudio del cuerpo como lugar de efectos de las relaciones de poder, como locus de producción de significado y como espacio de contestación. Respecto a la materialización, Judith Butler nos dice que no existe tal cosa como un cuerpo precedente al discurso, sino que es mediante las prácticas repetitivas de éste que los cuerpos se materializan, y el resultado adquiere la solidez necesaria de realidad como para continuar alimentando al discurso en un ciclo que parece no tener fin[1]. El cuerpo es pura construcción simbólica, dice David Le Breton.
Michel Foucault, en Vigilar y castigar, habla sobre cómo la prisión es, sobre todo, encarnada en el cuerpo del castigado;  mientras que J.L. Austin reflexiona sobre el poder performativode la palabra, es decir, la capacidad del lenguaje de constituir acciones y efectos en la realidad. Estas reflexiones son fundamentales en el proceso de materialización que observa Judith Butler: no existe tal cosa como una realidad material independiente de las narrativas y discursos, sino que lo que producen las palabras es realidad, es materia que importa.
Reparar sobre las incontables divergencias que los cuerpos materiales mantienen con el ideal regulatorio de ‘cuerpo normal’ que prevalece en el mundo occidental nos lleva a reexaminar lo que se considera como normal y por qué.  La frase del poeta romano Juvenal ‘mente sana en cuerpo sano’ que predomina como máxima estética y de salud hasta nuestros días es una expresión de la división cuerpo y alma que ya prevalecía desde los presocráticos. En el diálogo sobre el alma, Fedón, Platón distingue una clara línea divisoria entre el cuerpo y el alma: el cuerpo como el mayor obstáculo del alma para alcanzar el conocimiento, la verdad. Esta división subyace a la separación cartesiana de mente y cuerpo que permea en la medicina moderna, que a su vez nutre la concepción mecanicista del cuerpo y reafirma el privilegio de la mente como vía única de acceso al logos, que también opera bajo una división binaria de opuestos.
Como señala Margrit Shildrick en Embodying the Monster. Encounters with the vulnerable self, el sujeto occidental del logos se identifica con el varón blanco, heterosexual, joven, autosuficiente, sano. El privilegio de esta reducida forma de corporificación produce la descalificación de los cuerpos distintos. En este punto es importante resaltar que pese a que los cuerpos cumplan o no con el ideal regulatorio, éste continúa como la meta a alcanzar, interiorizada, de la que la mayoría de los cuerpos quedan fuera. Hablar de formas de corporificación distintas a aquella del sujeto occidental del logos es un ejercicio que va de la mano con la reflexión aquí sobre el tema de lo monstruoso, en tanto que el cuerpo es el punto de partida de las relaciones con sí mismo y con el otro, y las formas de corporificación diferentes abren la discusión a distintas formas de relación con los otros y con sí mismo. Además, al igual que el cuerpo y el género, el monstruo opera, principalmente, en la imaginación, en el imaginario de las culturas. El monstruo es, a luces de su etimología, aquello que muestra, que revela (monstrare) y aquello que alerta o advierte (monere). Y a entender de Jeffrey Jerome Cohen el cuerpo del monstruo es pura cultura, un «glifo a la espera de un hierofante» (Cohen 4). Su corporificación resiste la rigidez de las categorías binarias, el monstruo se rebela contra toda clasificación al ser constantemente expulsado como lo otro, lo que no soy yo, pero su constante regreso a la caza de su creador es señal de que no puede mantenérsele fuera y, el sólo hecho de ser expulsado es indicador de que lo que se desea mantener como ajeno tuvo –o tiene– la calidad de familiar.
Esta ambivalencia de lo ajeno/familiar está hondamente conectada con el sentimiento de lo ominoso o siniestro desarrollado por Sigmund Freud, pero también con lo abyecto, observado por Julia Kristeva. Lo abyecto permanece como algo cercano e inasible al mismo tiempo, no es posible nombrarlo o mantenerlo fuera, dado que de alguna forma permanece ligado a mí. Kristeva juega con los dos significados de la palabra francesa impropre, que significa simultáneamente ‘sucio’ y ‘no propio’. Lo abyecto provoca repulsión pero se mantiene cercano, pese a que yo lo niegue. Lo abyecto perturba la identidad, perturba todo orden y sistema, dado que expone la fragilidad de la norma al revelar el artilugio de las categorías bien definidas y opuestas yo/otro. De acuerdo con Margrit Shildrick respecto a la reexaminación de los otros monstruosos,  «no es que algunos cuerpos sean reductibles a la mismidad mientras otros aparecen como el otro absoluto, sino que todo ello resiste toda expresión final o completa» (Shildrick 2). En este sentido, se entiende que las categorías rígidas y absolutas yo/otro no son sino el artificio de su representación.
De acuerdo con la separación cartesiana entre cuerpo y mente, la idea ilusoria del yo indivisible e invulnerable se funda sobre la mente, dice Descartes «Y, aunque parece que toda mi mente está unida a todo mi cuerpo, si se separa de mi cuerpo un pie, un brazo o alguna otra parte, sé que no por ello se le quita algo a mi mente» (164). La mente no está sujeta a las mismas normas de operación que el cuerpo, éste es un obstáculo para el conocimiento, en tanto que todo lo que se percibe mediante él, mediante los sentidos, se percibe con distorsión. Esta binaria de opuestos hace emerger la sospecha incluso sobre el propio cuerpo, como también apunta David Le Breton.
Ahora bien, esa sospecha sobre el propio cuerpo, fundada en su vulnerabilidad, su caducidad, frente al carácter absoluto de la mente, es una sospecha que permanece velada en el artificio del yo invulnerable, es decir, mi cuerpo no es yo, sino una posesión caduca y vulnerable que me impide alcanzar el logos, lo que produce el rechazo y la necesidad de expulsión de la propia vulnerabilidad proyectándola sobre un otro que se busca mantener al margen de lo propio. El monstruo y su corporificación entrañan entonces una veta ética inherente: son un cultivo de lecturas de las relaciones que se dan entre el binomio yo/otro en las sociedades en las que surgen, puesto que todo cuerpo divergente del ideal será un cuerpo marcado, ya sea por sus diferencias raciales, sexuales, de género, edad, etc., y posteriormente deshumanizado para la justificación de su exclusión a lo abyecto, lo monstruoso.
Vestigios de este íntimo vínculo entre lo monstruoso y las diferencias corporales, sexuales, culturales, etc., son libros como Cosmographia Universalis (1554), de Sebastian Münster; Anthropometamorphosis (1653), de John Bulwer; De monstrorum, caussis, natura et differentis(1694), de Fortunio Liceti, o De divinatione, escrito por Cicerón, por mencionar algunos; documentos que buscan describir y explicar los distintos tipos de monstruosidad presentes en la naturaleza y que se dan principalmente, según explica Aristóteles, por falta, desplazamiento o exceso en la corporalidad. Es curioso reparar en la nula distinción entre monstruosidad animal y humana que se hace en libros como el de Bulwer, cómo todo entra, por decirlo burdamente, en el mismo saco. Este rasgo de indistinción presente en libros de teratología como el de Bulwer, da cuenta del proceso de deshumanización por el que pasan los seres humanos con corporalidades distintas a la privilegiada. En la misma categorización se incluyen razas humanas imaginarias y animales monstruosos también imaginarios.
No es de extrañar entonces que hasta entrado el siglo XX se considerara todavía como monstruosa cualquier deformidad o anomalía presente en el cuerpo humano y que dentro de esta categorización se incluyeran distintos tipos de discapacidades, malformaciones congénitas, mutilaciones, desplazamientos de partes corporales o ausencia de éstas, etc., o que en la actualidad resurjan este tipo de representaciones (pensemos en la más reciente temporada de American Horror Story, ‘Freakshow’, por ejemplo, o la serie de televisión Carnivàle, de 2014 y 2003-2005, respectivamente). La exclusión de la experiencia de las discapacidades del espectro de la experiencia humana permanece hasta la actualidad y, como apuntan David Mitchell y Sharon Snyder, indicio de esto es la necesidad de narrar las discapacidades para fin de hacerlas entrar en el espacio del discurso y de lo cognoscible.
Prótesis narrativa es el término que Mitchell y Snyder emplean para aproximarse a esta tendencia de las sociedades occidentales de explicar las discapacidades e ‘imperfecciones’ corporales mediante representaciones que dan la ilusión de conocer el espacio del otro. Gracias a elaboradas narrativas se llega al espejismo de comprender la experiencia de la discapacidad. La relación protésica entre cuerpo y palabra es un artilugio que busca devolver el cuerpo al terreno de lo normativo. De la misma manera en que la prisión encarna en el cuerpo del castigado, las narrativas sobre la discapacidad encarnan en los cuerpos ‘deshabilitados’.
Esta relación protésica entre narrativas y cuerpos de la que hablan Mitchell y Snyder, se ve expuesta en las dos novelas cortas de Mario Bellatin, Shiki Nagaoka: una nariz de ficción y La escuela del dolor humano de Sechuán. Ambos textos comparten, en primer lugar, la afirmación insistente de ser reales, de dar cuenta de la verdad. Ambos simulan discursos validados socialmente como vías de difusión de verdad: el primero busca imitar las estructuras discursivas de una biografía, mientras que el segundo se acerca, aunque se manifiesta como un texto para ser representado como obra de teatro, a la forma del testimonio.
En Shiki Nagaoka… el narrador explica al inicio de su relato, que el protagonista, escritor japonés de la generación de Junichiro Tanizaki, ha sido considerado como un personaje de ficción debido a su colosal nariz. Éste es el primer indicador de la relación realidad-ficción que se presenta en esta novella y que está directamente conectada con la singularidad física del personaje. Además, la participación indistinta de personajes de la realidad extratextual como el ya mencionado Junichiro Tanizaki y como Juan Rulfo, da cuenta del tránsito en ambos sentidos que se da entre los planos realidad y ficción que sugiere el texto, lo que apunta a la relación indisoluble entre verdad y representación, es decir, abre la pregunta a la validez de aquello que consideramos como verdad y que se alimenta de la representación. La identidad de Shiki Nagaoka se materializa en el entretejido que se da entre los rumores y creencias de la gente del cantón que se reconstruyen en la narración y lo que sobre él dice su biógrafo anónimo. Ante los rumores generalizados del personaje colectivo (‘se decía’, ‘las parteras hablaron’, ‘algunos decían’) surgen observaciones de la experiencia íntima del escritor japonés (‘pensaba’, ‘sintió que’, ‘le parecía’) que parecen darle en momentos la consistencia de un ser humano. No obstante, la aparición del dossier fotográfico al final del texto que supondría ser un conjunto de evidencia física de la existencia de Shiki Nagaoka, termina por socavar toda credibilidad, ya que las imágenes que se muestran –objetos que supuestamente pertenecieron al escritor, supuestos miembros de su familia, mapas de la zona en la que vivía, etc.– evocan, más que la presencia del autor japonés, su ausencia. Esta discordancia entre texto e imagen puede ser también leída como un proceso de identificación fallido, desde el estadio del espejo, propuesto por Jacques Lacan: el yo constatado en el texto no coincide con la imago (imagen en Lacan), pero, mientras en lo explicado por Lacan la imagen en el espejo devuelve un ideal ilusorio de completud, lo que el espejo de las imágenes del dossier confirma es la fragmentación, el estado incompleto del individuo.
Además, ambas novellas presentan como uno de sus principales ejes la intertextualidad. Si bien éste es un recurso del que muchos otros textos echan mano, en las novelas cortas que aquí observamos opera, primero, como desestabilizador de la realidad textual, al incluir alusiones directas a otros textos, incorporando elementos que son tomados como reales en el mundo material. En el caso de Shiki Nagaoka… el narrador asegura que el cuento ‘La nariz’, del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa, fue inspirado en el protagonista Shiki Nagaoka y que, además, el nombre del protagonista de la historia de Akutagawa es el nombre real de Nagaoka, Naigu Zenchi. Al leer la historia de Akutagawa, el lector se dará cuenta de que los personajes de estas dos historias comparten más que el nombre: ambos, por supuesto, poseen una colosal nariz y muchos de los pasajes del personaje de Akutagawa pueden identificarse claramente en la historia escrita por Bellatin. En el caso de La escuela del dolor humano… la intertextualidad hace referencia a Moby Dick, de Herman Melville. Por supuesto esta intertextualidad no es gratuita, ya que evoca a los seres monstruosos de la novela del escritor estadounidense, el monomaníaco capitán Ahab (al que por cierto le falta una pierna) y a la colosal ballena blanca.
Respecto a los cuerpos en función de la identidad de los personajes, nos encontramos con el uso del recurso literario de la sinécdoque al servicio de la representación del fetiche y del tótem. En Shiki Nagaoka…, al momento de la llegada del protagonista al mundo, las parteras tienen una discusión sobre si la particular característica corporal del bebé es un castigo por el entusiasmo que una parte de la población del cantón ha demostrado por la entrada de Occidente en su comunidad, ya que los hombres occidentales que llegaron en el pasado a las costas del cantón poseían también grandes narices. El considerar las anomalías físicas como portento de bien o de mal, como castigo o bendición para las poblaciones, es históricamente una lectura frecuente de los cuerpos distintos de los otros monstruosos. Shiki Nagaoka nace entonces en una comunidad en la que ya se ha decretado su estar en el mundo desde mucho antes de su llegada: su colosal nariz cancela cualquier otro aspecto de su individualidad, la parte sustituye al todo. Lo mismo sucede con los personajes de La escuela del dolor…, ya que la mayoría son definidos por alguna mutilación o característica física particular que determina su papel en la comunidad y el ritual social que se les atribuye: el niño-hombre con testículos colosales es admirado en los baños de vapor por las amigas de su madre; el niño con el brazo protésico es excluido por su diferencia, y los obesos hombres pájaro forman parte del ritual de muerte de los terceros hijos varones de todas las familias que son ahogados en la fuente a la vista de todos.
La narración de ambos textos refleja esa fragmentariedad de los cuerpos, el desplazamiento y la ausencia de las partes. En La escuela del dolor… se puede observar, por ejemplo, el desplazamiento de las didascalias hacia historias de otros personajes distintos a los que refieren las acotaciones, la confusión de las voces de los personajes y la ausencia de nombres propios u otros indicadores de individualidad como la edad, por ejemplo, lo que crea una atmósfera de indistinción o, dicho de otra manera, un referente de corporificación de lo abyecto, un tomar forma del individuo en un ambiente de liquidez, de constante transformación.
La intertextualidad, el entretejido realidad/ficción y la interacción narrativa de las fotografías insertas en el texto de Shiki Nagoka, son rasgos que reflejan la corporificación de los personajes contenidos en el texto: una naturaleza híbrida, anómala que se replica dentro de un sistema isotópico. El cuerpo de Shiki Nagaoka es un cuerpo híbrido, una nariz de ficción en un cuerpo que aspira a ser material; al mismo tiempo que la narración que da cuenta de su historia es también de una naturaleza híbrida de texto e imágenes, ahí donde las palabras resultan insuficientes, entra en rescate la imagen y sus vacíos, sus ausencias.
Por otra parte, la sexualidad de los personajes en los dos textos juega un papel fundamental en la configuración de lo abyecto. Shiki Nagaoka, pese a la carga simbólica sexual que pudiera tener una gran nariz, tiene una sexualidad cancelada. En su juventud intenta una relación homosexual con un sirviente deforme pero es rechazado por éste y, pese a que su familia sabe sobre los hechos, todos parecen ignorarlo, a excepción de la hermana, con quien, según sugiere el narrador, Shiki Nagaoka planea el asesinato del sirviente. En La escuela del dolor… se menciona la existencia de unas jóvenes mujeres que esperan a orillas del camino para tener relaciones sexuales violentas y al parecer no consensuales con los viajeros y, también, se narra el episodio de un hombre que, tras violar a su sobrina, se transforma en el animal considerado en la comunidad como el más abyecto de los seres: una nutria.
Lo crip queer une dos categorías históricamente patologizadas, el ejercicio de la sexualidad fuera del ideal regulatorio heterosexual y la discapacidad, no obstante, busca la descategorización, la disolución de las clasificaciones rígidas. En relación con esto, al valorizar al monstruo y lo monstruoso se reta la división binaria e inflexible, para dar paso a un tipo de corporificación del yo más allá de los ilusoriamente bien definidos yo/otro, la forma de corporificación del monstruo admite un estado permanente de liquidez que sugiere una relación en ambos sentidos y disuelve los límites del espejismo binario de opuestos. La calidad de verdad incuestionable de las categorías binarias que producen el terror a la otredad y que es producida mediante la repetición sistemática de los discursos que ostentan ser portadores de ella (llámense religiosos o científicos), es puesta en la cuerda floja por los dos textos de Mario Bellatin que aquí observamos, al imitar discursos de verdad para luego socavarlos, ¿es verdad lo que consideramos verdad?, ¿hay verdades más verdadesque otras?
Lo monstruoso está escrito en nuestro código genético. Pese a la insistencia de la normatividad, los cuerpos vuelven a lo incontrolable. El monstruo humano, dice Foucault, es la transgresión a todo marco jurídico biológico, es la corporificación de la transgresión, la disolución de los límites. La prótesis falla en su propósito de proporcionar una repuesta rápida y fácil ante lo que no podemos conocer, y con ello falla el sujeto en su obsesión por poseer el logos. La vulnerabilidad toca a la puerta, a las ventanas, asedia desde las plantas de los pies. «You can’t get rid of the Babadook», no puedes deshacerte del Babadook, dice el terrorífico libro infantil del filme australiano que lleva el mismo nombre que su monstruo: no puedes deshacerte de tu propia vulnerabilidad.
Notas
[1] Un ejemplo cotidiano de la materialización de los cuerpos y la realidad que producen y retroalimenta al discurso en que se funda son los cuerpos de las víctimas de los desórdenes alimenticios. La imagen que observan en el espejo difiere siempre de aquella que ven los demás, pese a que el cuerpo material sea el mismo.

Referencias
Bellatin, Mario. Obra reunida. México DF: Alfaguara, 2005. Impreso.
Butler, Judith. Bodies that Matter. On the Discursive Limits of “Sex”. New York: Routledge, 1993. Impreso.
Cohen, Jeffrey Jerome. Monster theory: reading culture. Mineápolis, Londres: University of Minnesota Press, 1996.
Libro electrónico.
Foucault, Michel. Los anormales. Curso en el Collège de France (1974-1975). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
2000. Impreso.
—. Vigilar y castigar. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2002. Impreso.
Kristeva, Julia. Powers of Horror. An Essay on Abjection. New York: Columbia University Press, 1982. Impreso.
Lacan, Jacques. Écrits. New York: W.W. Norton & Company, 2006. Impreso.
Le Breton, David. Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión, 2002. Impreso.
Leder, Drew (ed.). “A Tale of Two Bodies: The Cartesian Corpse and the Lived Body” The Body in Medical Thought and
Practice. Springer Science+Business Media: Dordrecht, 1992. Impreso.
Mitchell, David y Sharon Snyder. Narrative Prosthesis. Disability and the Dependencies on Discourse. Ann Arbor: The
University of Michigan Press, 2000. Impreso.
Paré, Ambroise. Monstruos y prodigios. Madrid: Siruela, 1993. Impreso.
Plato. Complete Works. Indianapolis: Hackett Publishing Company, 1997. Impreso.
Santiesteban, Oliva Héctor. Tratado de monstruos. Ontología teratológica. México: Plaza & Valdés, 2003. Impreso.
Shildrick, Margrit. Embodying the monster: encounters with the vulnerable self. Londres: Thousand Oaks, Nueva Delhi: Sage
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—. Dangerous Discourses of Disability, Subjectivity and Sexuality. New York: Palgrave Macmillan, 2009. Impreso.

Otras fuentes
Alberú, Gómez, María del Carmen. “Monstruos, prodigios y maravillas en el imaginario occidental”. Reflexiones marginales, No. 12 Monstruos, 2010. http://v2.reflexionesmarginales.com/index.php/no-12-monstruos
Albornoz, Carla Victoria, “La pedagogía del dolor en la escritura fragmentaria de Mario Bellatin”http://portal.utpa.edu/utpa_main/daa_home/coah_home/modern_home/hipertexto_home/docs/Hiper13Albornoz.pdf
Navarro, Álvaro Martín, “Mario Bellatin, creador de teratologías” http://www.canela.org.es/cuadernoscanela/canelapdf/Vol.%20XXII/8-%20Navarro%20Sanchez%20CANELA%20XXII_89_109.pdf
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Mexitli N. López Ríos es Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara y estudiante de la Maestría en Estudios de Literatura Mexicana por la misma universidad. GEXscholar del Departamento de Estudios de Género, Tema Genus, de la Linköping University, en Suecia, 2014.