sábado, 22 de julio de 2017

los agotes



los agotes



“(...) los dichos agotes dezienden del dicho Zihezi maldito y no de la compañía del dicho conde Don Ramón la qual maldición oy siempre les ha durado y les dura porque por las partes interiores quedaron leprosos y damnyados (...) y aunque sean cristianos no se suelen batizar en pila donde los otros cristianos se batizan y ellos que sean leprosos inficionados siempre claramente porque haun las yerbas que con sus pies tocan se secan y pierden la birtud natural y una manzana o alguna otra fruta que pongan en sus manos o seno se prodere y en sus personas y cosas queden como personas que son contamynadas de grave dolencia cuya conbersación entre los otros fieles cristianos sería muy contagiosa y peligrosa” [1].

Así argumentaba en el año 1517 Caxar Arnaut, ujier del Consejo Real de Navarra, al pedir a las Cortes que no fallasen a favor de los agotes de Bozate, en el valle del Baztán. Por esas fechas también los agotes del navarro valle del Roncal, procedentes de Bearne, entablaban un pleito para que se les reconocieran iguales derechos que a sus vecinos. Porque en ambos valles, así como en todos los lugares donde se establecían, los agotes constituían minorías discriminadas y marginadas. Normalmente los pleitos les daban la razón, pero las sentencias rara vez se cumplían, y así los litigios se volvían crónicos.

pila bautismal para cagots

¿Por qué esta discriminación? ¿Quiénes eran los agotes? Lo cierto es que nadie se ponía de acuerdo en esto. Ni siquiera sobre su aspecto físico. Según Pío Baroja tenían la cara ancha de pómulos prominentes y el pelo castaño o rubio, aunque él mismo reconoce que los había morenos y de cara alargada. Justin Cénac-Moncaut, menos benévolo, les atribuía cabeza grande, cuerpo raquítico, piernas torcidas, bocio y mirada apagada, esto último normal, dado todo lo anterior. Otros autores afirmaban que en lugar de pelo exhibían una especie de plumón. Según otros tenían una de las orejas considerablemente más grande que la otra y cubierta de pelo, lo que daba mucho juego en historias en las que un agote era descubierto al quitarse el sombrero. Curiosamente en otras fuentes se menciona que tenían fama de guapos. De hecho, a pesar de la estricta prohibición existente de casarse con agotes, no era infrecuente tomar mujeres agote como amantes.


Los agotes provenían de Francia, donde eran conocidos por muchos nombres pero especialmente por el de cagots [2]. El primer texto que habla de ellos es la Coutume de Marmande (1396), según la cuál se les imponía la obligación de identificarse llevando de forma visible una señal de tela roja en el vestido, so pena de multa y confiscación de éste [3]. La marca tenía que tener forma de huella de pie de pato, y sobre esto hay explicaciones pintorescas. Además de la marca, a veces se exigía a los agotes hacer sonar unas tablillas, como a los leprosos, para alertar a la gente de sus presencia.



Se cree que en el siglo XI los cagots del Bearne se vendían y se legaban en testamento como esclavos, y en juicio se necesitaba el testimonio de siete cagots para igualar el de un hombre libre. En el siglo XV se les prohibía caminar descalzos para que no quemaran las plantas y no infectaran el empedrado callejero. La discriminación se manifestaba especialmente en las iglesias, donde los agotes debían ocupar los últimos bancos, tenían una pila bautismal diferenciada, y en ocasiones una puerta aparte. No se les permitía acercarse al altar a recibir la comunión, y no podían recibir la ceniza en cuaresma. Además sus ofrendas de pan se separaban cuidadosamente de las del resto a fin de no contaminarlas.


Curiosamente en ocasiones la discriminación les proporcionaba ventajas. Por ejemplo los cagots estaban exentos de realizar el servicio militar y de pagar el impuesto de la talla. Además, como tenían asignados oficios considerados indignos, acababan prestándolos en régimen de monopolio.

El desprecio y la discriminación eran muy reales; las razones para ello no tanto. Para algunos los agotes eran descendientes de los cátaros albigenses. Para otros, de los sarracenos que fueron derrotados por Carlos Martel en Poitiers. El mencionado Caxar Arnaut aporta en sus alegatos una versión libremente adaptada del Antiguo Testamento. Todo empezó cuando el general Naamán de Siría contrajo la lepra y fue curado por el profeta Elíseo. Agradecido, Naamán quiso recompensar a Eliseo, pero este lo rechazó orgullosamente. Sin embargo su siervo Giezi sí los acepto lo que motivó la cólera de Eliseo y la transferencia de la lepra erradicada previamente de Naamán a Giezi. Los agotes, según Arnaut, eran leprosos que descendían de este último (Zihezi), aunque no precisaba de dónde había extraído esta revelación. El asunto de la lepra no parece muy convincente: si los agotes hubieran sido leprosos, no habrían estado conviviendo con sus vecinos sino recluidos en lazaretos. Sin embargo la identificación de los agotes con leprosos es recurrente, aunque ante la ausencia de la enfermedad física se solía aludir a que eran algo así como “leprosos del alma”, malditos por la realización de algún hecho innombrable.



Para los vecinos de los agotes todas estas sutilezas carecían de importancia: venían de fuera, debían ser discriminados y punto. Racionalizaban posteriormente su odio aludiendo a supuestos pactos de los agotes con el diablo, o a que abrasaban la hierba al pisarla con los pies desnudos. A esto añadían motivos variados y con frecuencia contradictorios: los agotes eran taimados, obtusos, viciosos, coléricos, cretinos, zoofílicos, avaros... Estas razones eran intercambiables. Si tanto los odiamos, parecían pensar los vecinos, sin duda debe existir alguna razón.

En los últimos tiempos se ha relacionado a los agotes con los inevitables templarios. Según esta innovadora versión los agotes poseían un conocimiento oculto, extraído del templo de Salomón, que les permitió ser los maestros constructores de catedrales góticas. Además el pie de pato que portaban en sus vestiduras no era una señal de oprobio, sino un signo gnóstico (y aquí vuelven a aparecer los cátaros) que remitía a un misterioso juego de la oca (tal cual) cuyo avance en el tablero permitía desentrañar los secretos del mundo.



[1] Estas transcripciones de pleitos de los agotes provienen del libro “Los agotes. El fin de una maldición”, de María del Carmen Aguirre Delclaux.

[2] La etimología de cagot o cacous es discutida. Para algunos derivaría de “perros godos”, pues según esta teoría se trataba de descendientes de godos arrianos renuentes a adoptar el catolicismo.

Louis le Pelletier deriva el nombre de "caque" (barrica para almacenar arenque; apócope de casque, en castellano casco), lo que haría una referencia al mal olor. Court de Gebelin asegura que el nombre dado a los cagots y a los cacous "es el nombre céltico "Caeh", "cakod", "Caffo" que significa "hediondo", "sucio", "leproso"". Baurein veía que la denominación de "gahet" derivaba del verbo gascón "gahar", que significa engancharse, atraparse, atarse, sin duda, dice él, porque los gahets estaban afectados de una enfermedad que se propalaba fácilmente (Variedades Bordelesas; T. I, pl 258; t. IV, p. 16).





Laboulinière parece tomar la etimología del nombre de los cagots de una lengua africana: "M. Bruce, al respecto de Abisinia dice que el nombre "gafat" viene a decir oprimido, desarraigado, rechazado, expulsado violentamente; y habla de una nacion de tal nombre que parece haber hecho parte de las tribus perseguidas por Roboam, hijo y sucesor de Salomón. Más adelante, habla de otro pueblo condenado a servir a los reyes de los agaazi o de los pastores [En Abisinia] a causa de la maldición de Canaan, y que de tiempos inmemoriales llevan el agua y cortan la madera" (Viaje a las fuentes del Nilo , tomo II, p.223 y 225). Más adelante, p. 79, Laboulinière se explica así en otra nota: "Lo más probable es que esta nueva denominación de "cagots" sea una alteración de los antiguos y que no haya sido empleada como ellos, sino como signo de desprecio. En la Romagna y Nápoles, se da el nombre de "caffoni" a las gentes de la campiña, las menos civilizadas y más groseras".

Rabelais se sirve frecuentemente del nombre de "cagot" y que acompaña casi siempre de aquellos de "bestia maloliente". La lepra y el mal olor eran dos de los reproches que se le hacían a los cagots.

Pero la más curiosa etimología de esta palabra, es aquella que ha dado recientemente un autor que, nos parece , habría debido evitar, en atención a la gravedad del sujeto. Véase como se explica el Sr. Pierquin de Gembloux en su libro de los dialectos y de la utilidad de su estudio (Historia literaria , filológica y bibliográfica de los dialectos, París, 1841): "En algunas de nuestras provincias los cretinos son llamados "cagots". Vanamente investigué la etimología graciosa de este binomio, ininteligible a día de hoy. Sin embargo esta denominación no figura por primera vez más que en la "nueva costumbre de Béarn" reformada solamente en 1551, mientras que los manuscritos dicen "chrestiaas", es decir aquellos a quienes pertenece el cielo, los pobres de espíritu, los cabezas de familia, los cristianos por excelencia. Ahí podría muy bien estar el origen tan buscado también de "cretino", que tanto se parece a "cristiano".

Pero los nombres que acabamos de enumerar no son los únicos que se les han dado a los cagots; los de la vertiente Meridional de los Pirineos no solo eran llamados "Agotes", sino también "Sistrones" o "Chistrones" ("Ponderaron por afrentosas...y están comprehendidas las que a esta parte hazen las contrarias, llamandolos "Agotes", "Chistrones" y "Leprosos""

[3] Como la señal judía, también estas de leprosos y agotes caen pronto en desuso.



Los cónsules de viarias villas de Languedoc y Guyena consultan al rey Carlos VI, que por patentes de 7 de marzo 1407 renueva las ordenanzas, añadiendo alguna otra sobre cierta especie de leprosos (capots, casots), obligados a llevar marca distintiva. Como los cagots de Languedoc, los de Bearne también habían abandonado la señal. En 1460 los Estados piden a Gastón de Bearne, príncipe de Navarra, que obligue a los cagots a llevar la antigua marca de pata de oca o pato, y ello en el convencimiento de que eran ladres. Un siglo después, 1573, los jurados de Burdeos, que hasta entonces no se habían preocupado del problema, emiten una ordenanza, que no osen salir de sus casas ni entrar en la ciudad sin portar la señal y andar calzados. F. Michel, Histoire des races maudites de la France et de l’Espagne (París, 1847), recoge testimonios de Oihenart, Florimond de Raemond etc. sobre ordenanzas de entonces, aunque variando la pena (multa, azotes, destierro); 1578, Casteljaloux; 1581, Capbreton; 1592, Espelette; 1593, Labourt; 1604, Soule.





No hay comentarios:

Publicar un comentario