sábado, 5 de agosto de 2017

Arrepentimiento y conversión dos componentes esenciales para una muerte segura. Maria Antonia Vallejo Fernández, la Caramba



Maria Antonia Vallejo Fernández, nace en Motril el 9 de marzo de 1750, hija de Bernardo Vallejo natural de Granada y de Maria Fernández, natural de Motril, según consta en el archivo parroquial de Motril. No se sabe nada de su infancia, solo que muy joven marchó a Cádiz, cantera de artistas de la época, posiblemente huida de Motril con una compañía de cómicos ambulantes. La vida de Maria Antonia está llena de leyendas, se dice de ella que después de su llegada a Cádiz, hubo fugas con toreros, raptos a cargo de bandoleros y gitanos, disputas y puñaladas pasionales, todos esos hechos muy de acorde con literatura romántica del siglo XVIII.








Maria Antonia, llega a un Madrid en el que está reinando Carlos III y en el que se está operando una gran transformación urbana y social. La comedia, que había sido denostada y casi suprimida, comienza a resurgir. En este tiempo había en Madrid tres coliseos, de ellos, solo dos fueron permitidos como teatros oficiales. Sobre 1776, ya se tiene constancia de su vida, se sabe que llego a la corte de Madrid sobre dicha fecha y comenzó a trabajar como tonadillera. Hay que tener en cuenta que en el teatro, era como trabajar de funcionario, ya que eran contratados los cómicos directamente por las autoridades, asignándole teatro, puesto y sueldo. El personal femenino de cada compañía lo integraban: la primera dama, la segunda, la tercera y así hasta la séptima u octava. A las terceras damas se les llamaba “graciosa” por ser la encargada de los papeles cómicos. El cargo inmediatamente inferior a las damas era el de “sobresalienta” de primeras damas, otras de segunda y otras de música. Tenían la misión de suplir, en caso de enfermedad o ausencia a sus respectiva cómica.

El centro de la vida social de Madrid se encontraba en el Paseo del Prado, paseo que iba desde el Prado de Atocha, Prado de San Jerónimo y Prado de Recoletos ornamentado con las fuentes de Cibeles y Neptuno. El Paseo del Prado se convirtió en el gran escaparate de la sociedad y la moda. Allí se podían admiras, a duquesas, a cómicas, a usías y a la alegre y bulliciosa soldadesca de casacas de colores. Era normal, pues, que la fama de la Caramba hubiera saltado del teatro al paseo del Prado. Sus extravagantes atuendos a la última moda, la gracia y donaire con que los lucia, le granjearon muy pronto la admiración de las mujeres. El traje de maja era muy vistoso y parecía creado para mujeres bien “plantas” como Maria Antonia.

Maria Antonia adquiere toda su plenitud artística en la temporada 1778-1779, cuando su popularidad hace posible su ascenso a “graciosa de música”. Tenemos que tener en cuenta que cono graciosa de música, solo existían dos en cada compañía, una cantando y otra para papeles cómicos, con parte de música.

Dentro de las vicisitudes por las que pasó la tonadillera, se encuentra la denuncia que sufrió Maria Antonia por parte de la duquesa de Alba y la duquesa de Benavente. Ambas se sintieron aludidas en unas de sus canciones compuesta por su maestro de música, Pablo Esteve, en la letra se hacia alusión a los devaneos aristocráticos y en la representación, ella salía ataviada a la moda francesa, imitando a las damas de la aristocracia madrileña. Este hecho, debido a la popularidad de las damas a las que se refería, se difundió profusamente, traspasando los linderos de la villa y a Maria Antonia le supuso mayor reconocimiento. Este escándalo dilató su fama de hembra de tronío. De este suceso salió airosa ya que en su defensa alegó que ella solo era cómica y cantaban lo que le componían.

Era por aquel entonces Maria Antonia Fernández, una mujer de veintiocho años, bella, prodiga, jovial y segura de sí en aquellos escenarios de su apoteosis.

En 1780, Maria Antonia, se retira del teatro. Por esta época, estaba más interesada en promesas de matrimonio que en asuntos artísticos. El pretendiente de la tonadillera no tenía nada que ver con el teatro. Tampoco era un hombre arrogante ni atrevido. Se trataba de un joven de finos modales, tímido, con pretensiones intelectuales. Madrileño, de origen francés, se llamaba Agustín de Sauminque y Bedó, se había convertido en un asiduo y ferviente admirador de las actuaciones de su ninfa, era ceremonioso e insulso, de carácter apocado. Esta situación era la antitesis de lo conocido por Maria Antonia anteriormente. Para ella tenia el encanto de lo desconocido, quizá por ello se atrevió a dar el paso.

Agustín pertenecía a una familia acomodada que, evidentemente, se negó a este enlace. La madre no quería por nuera a la primera tonadillera de los teatros de la Corte, a quien se le atribuían toda clase de aventuras. Por ello Agustín y Maria Antonia decidieron casarse en secreto. Para evitar los largos tramites burocráticos de la época, Maria Antonia falsificó los documentos exigidos por la vicaria. Mientras el novio soñaba, ella calculaba la invasión de sus bienes y exigía recibo de su dote. El día 10 de Marzo firmaron las escrituras dotales, se casaron en Madrid en la parroquia de los cómicos.

El 15 de Abril, Maria Antonia reapareció en el teatro, mas bella y mas suntuosa que nunca. Su matrimonio había durado escasamente un mes. Nadie sabe quien abandonó a quien ni el motivo que originó tan repentina separación, pero para Maria Antonia el matrimonio no podía ser una cadena perpetua. Agustín Sauminque no podía encontrar en Maria Antonia la esposa sumisa, austera y tradicional que necesitaba un hombre como el.

En 1785, Maria Antonia, La Caramba, tenía treinta y cuatro años. En aquella época a esa edad ya no se era muy joven. Pero los muchos años que la tonadillera gozaba del favor del público le habían concedido suficiente prestigio para seguir siendo la reina de la tonadilla. Su fuerte atractivo, su extraña ligereza, su gracia y pasión la mantenían en el pedestal que justamente conquistara a su llegada a la Corte.

Días más tarde de haber finalizado la temporada teatral de 1785 va a dar su habitual paseo por el Prado. Sale de su casa y de repente, descargan un furioso aguacero. Los peatones se dispersan y corren a guarecerse. La Caramba se cobija en el convento de capuchinos de San Francisco, del Prado.

La Caramba entró en la iglesia del convento. En el púlpito, un religioso preparaba a sus feligreses para la semana de Pasión. Algunas beatas la miraban con insolencia. Se veía que le molestaba su presencia. ¡Que escándalo entrar en un santo lugar con aquellas provocativas ropas!.






El sermón terminó y los rezos se fueron extinguiendo. Maria Antonia tardó en salir. El temporal había pasado. La atmósfera era fresca y olorosa. En el cielo aparecían jirones azules. Ella misma era otra. Con paso resuelto se dirigió a su casa.

Maria Antonia vivía con su madre, Maria Manuela Fernández, esta, cuando oyó decir a su hija “nunca más volveré al teatro”, temió por su salud. ¿Qué había ocurrido?.

Aquel día murió la Caramba, la tonadillera más hermosa de la corte, la novia de todos, la mujer que compartía su vida con el teatro, los toros y el Prado. Y nació la beata Maria Antonia, como muy pronto la llamó todo Madrid.

La gran metamorfosis psicológica de la tonadillera fue asombrosa.


Durante algún tiempo es la comidilla de Madrid, nadie cree en esta conversión. Algunos van a las iglesias buscando el rostro de la Caramba, pero no la hallan ya que su rostro está irreconocible. Su bien dibujada figura está amorfa bajo un disfraz de negro y burdo sayal. Pasan los meses y María Antonia vive entregada a la más increíble austeridad. Sale de una iglesia para entrar en otra.

La mujer intenta huir de si misma, convirtiéndose en su propio fantasma. Se ha desprendido de todos sus lujos y comodidades. Comienza a odiar su propia carne, tanto como a su pasado.



Algunos apasionados de la tonadillera esperan una ruidosa vuelta a la escena, pero no vuelve.

Y, poco a poco, la Caramba se va convirtiendo en sombra. Las frecuentes mortificaciones a que Maria Antonia se somete debilitan su cuerpo hasta el desfallecimiento. Muy pronto su salud empieza a debilitarse y cae gravemente enferma. En mayo de 1787, hace testamento. Declara su matrimonio con Agustín Saumique y nombra como albacea y testamentaria a su madre.



El 10 de junio de 1787, muere Maria Antonia Vallejo Fernández. Tenía treinta y seis años. A esta temprana edad, era una mujer decrépita, acabada. Fue enterrada según su deseo en la iglesia de San Sebastián, de donde era feligresa.
El eco popular de la Caramba resonó durante varias generaciones vivamente. Muchos años después se la recordaba en tonadillas, romances y canciones de ciegos, los denominados pliegos de cordel.



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