sábado, 12 de agosto de 2017

Las visiones de Ezkioga, el ‘Lourdes vasco’ 85 años después




HISTORIAS DE LOS VASCOS
Las visiones de Ezkioga, el ‘Lourdes vasco’ 85 años después


En el contexto político y social de la Segunda República, las supuestas visiones de la Virgen por parte de numerosas personas convirtieron a la pequeña localidad guipuzcoana de Ezkioga en centro de atención durante varios años

UN REPORTAJE DE IGOR BARRENETXEA MARAÑÓN






EL advenimiento de la Segunda República se produjo el 14 de abril de 1931, con su proclamación en Eibar. Se ponía fin al periodo de la Restauración borbónica, y el desprestigio de la dictadura de Primo de Rivera trajo consigo que en la mayoría de las grandes ciudades peninsulares ganase la coalición republicana-socialista. En Euskadi, en cambio, lo haría el PNV que muy pronto iba a promover el impulso de un Estatuto de autonomía. Sin embargo, los vientos de cambio que tanto se anhelaban en la sociedad se vieron rápidamente afectados por un aspecto muy sensible y controvertido que no iban a saber tratar debidamente las fuerzas republicanas: la susceptibilidad de las creencias religiosas.

La República vino con un proyecto reformador. Se empeñó en intentar modernizar al ejército, la educación, las relaciones laborales, la economía (a través de una ambiciosa reforma agraria) y establecer unas nuevas relaciones de Iglesia-Estado. Sería en este punto donde el laicismo republicano no encontraría buen acomodo yendo a contrapelo de una sociedad cuya base religiosa era muy fuerte. La sociedad vasca, en concreto, era preeminentemente católica.



Así describe este contexto el historiador Santiago de Pablo. Durante “la Segunda República, la política laicista de la mayor parte de los gobiernos no afectó seriamente a la religiosidad vasca, pujante y sincera, aunque sí se hicieron perceptibles algunos indicios de indiferencia o frialdad ante la religión, más en los hombres que en las mujeres”. De hecho, en 1931, el PNV elaboraría el Estatuto de Estella donde ponía un acento muy importante en las relaciones con el Vaticano. Pero esto era incompatible con la Constitución republicana, aprobada el 9 de diciembre de ese mismo año, y habría que esperar hasta el inicio de la Guerra Civil española, en 1936, cuando se aprobaría un Estatuto de mínimos.

Pero en este primer verano de 1931 sucedió algo importante. A unos niños se les apareció la Virgen en una colina, en la localidad guipuzcoana de Ezkioga. Rápidamente la prensa se hizo eco de la noticia y empezaron a correr todo tipo de rumores sobre los mensajes que, supuestamente, expresaba la Virgen a estos niños. El diario republicano El Liberal, por ejemplo, el 20 de julio revelaba: Unos dicen que han visto a la Virgen con el Estatuto de Estella debajo del brazo; otros afirman que lo que tiene la Virgen debajo del brazo son los fueros, sin espada. Lo cierto es que el laicismo republicano afectaba con angustia a buena parte de la sociedad. Sin embargo, y por desgracia, la violencia iba a marcar una vez más el desarrollo de la historia cuando, un mes más tarde de la instauración republicana, se produjeron ataques anticlericales, entre los días 11 al 13 de mayo, quemando iglesias y conventos en Madrid, Málaga, Sevilla, Córdoba, Cádiz, Alicante o Valencia, ante la incapacidad de las autoridades republicanas para actuar a tiempo e impedirlos. El efecto traumático para los creyentes fue inmediato. Se sintieron indefensos.

En Euskadi, la situación fue muy diferente, ya que no se vio afectada directamente por estos brotes de violencia. Si bien, sí influiría, y en tal clima de tensión e inquietud social, el 29 de junio tuvo lugar la primera de las apariciones.

Ezkioga era, entonces, una pequeña localidad del Goierri (aún lo sigue siendo) de poco más de quinientos habitantes, vascoparlante y católica. Los dos primeros videntes fueron dos hermanos, Andrés y Antonia Bereziartua, a quienes, en su recorrido habitual para ir a recoger leche, se les apareció la Virgen. Dijeron que “llevaba un velo blanco poblado de estrellas y su cara era muy triste”. Sin embargo, a partir de ahí, a medida que el fenómeno se fue extendiendo y cobró mayor importancia en la prensa de la época, fueron apareciendo cientos de visionarios de otras localidades vascas.

EL ‘LOURDES VASCO’ El clero de Zumarraga fue el que se encargó de dirigir las liturgias a medida que acudían más y más peregrinos. Oraban o cantaban himnos como Egizu zuk Maria (Ruega por nosotros María) o Agur, Jesusen ama (Adiós madre de Jesús), aguardando a que la Virgen se manifestara a través de sus expresiones faciales o señales divinas más que con mensajes concretos, aunque fueron estos los que más repercusión tuvieron por el contexto político en el que se estaban produciendo, llegando su eco hasta las mismas Cortes.

En esos meses de máximo entusiasmo popular, hasta el 26 de diciembre de 1931, cuando la Iglesia prohibió los actos, miles de personas acudían a la colina de las apariciones. Se estima que en ese año peregrinaron hasta Ezkioga un millón. Se consideró el lugar como el Lourdes vasco.


Muy pronto, las autoridades civiles y religiosas de Ezkioga acordaron conformar una comisión informal para recoger los testimonios de los visionarios y verificar que eran veraces. Su número fue muy amplio ya que había visionarios procedentes de Tolosa y Pasaia y de caseríos de Azpeitia, Gabiria, Ataun, Bergara, Beizama y Ormaiztegi, así como de Ormaiztegi, Zumarraga, Urretxu, Legazpi y Albiztur. Las mujeres solteras jóvenes o los niños fueron los que cobraron mayor interés al valorar su inocencia, ingenuidad y su presunta falta de malicia, aunque eran los hombres, una minoría, los que adquirían mayor confianza en sus visiones. Sin embargo, es en los niños donde William A. Christian, en la mejor monografía sobre el caso (Las visiones de Ezkioga, 1997), pone el acento a la hora de explicar el porqué de los sucesos.

Para eso hay que pensar en cómo se vivía en aquella época, en los juegos propios de los niños, donde estos jugaban a iglesias cuando otros lo hacían a médicos, maestros o a casas… que unido a los temores, recelos o tensiones generados por el ambiente social de las leyes laicas acabaron por prender de forma fulgurante en los propios adultos.

Uno de los más conocidos, Patxi, de Ataun, pidió, en noviembre de 1931, encontrarse con los diputados vascos católicos Jesús María Leizaola, Marcelino Oreja y José Antonio Aguirre, para comunicarles un mensaje de la Virgen. Pero ninguno de ellos se lo tomó en serio. Este visionario precisamente acabaría en el sanatorio de Mondragón.

En general, sus mensajes fueron muy diversos y respondían a lo que sabían que los creyentes necesitaban escuchar. Iban desde temas personales a cuestiones de actualidad o sobre el Juicio Final. Pero no todo lo que decían parecía ser creíble por lo que tuvieron que demostrar que eran auténticos visionarios. Para ello, durante su trance, en el que se comunicaban con la Virgen, debían afrontar una prueba de fuego (se les podía quemar la mano con una vela para demostrarlo o se les pinchaba). Y a pesar de que muchos de ellos (no todos) superaban los tormentos que se les infligían, eso no significaba tampoco que no estuvieran exentos de sospechas. Los creyentes que acudieron a la campa de las apariciones confiaban en que sucediera un milagro, en otras palabras, un hecho que confirmara que las visiones eran reales, portando con ello un mensaje divino. Sin embargo, este nunca llegaría y para julio de 1931 empezó a cundir el desencanto entre los fieles. Como indica Christian, “la amenaza de la república secular puso en acción esta energía devocional acumulada en la gente del norte”.

Pero, mayormente, la negativa del obispado de Vitoria a reconocer las visiones de Ezkioga hizo que el fenómeno se apagara. Enviaría al padre Laburu, cineasta aficionado y un conocido predicador, para que impartiera varias conferencias que explicaran que el fenómeno no era sobrenatural. Incluso, presentó un documental en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián los días 21 y 28 de junio del año 1932. Pero, a pesar de todo, algunos visionarios no desistieron en mantener viva la llama del fenómeno. De ahí que promovieran, en mayo de 1932, la construcción de un santuario. Esto permitió una cierta recuperación del interés por las visiones pero no con la fuerza que tuvo unos meses atrás. Finalmente, en 1934, la diócesis de Vitoria prohibió que se acudiera al lugar y, a partir de ese instante, se convirtió en un hecho residual.

DE PELÍCULA Estos curiosos acontecimientos iba a ser recreados, setenta años más tarde, por Manuel Gutiérrez Aragón en Visionarios(2001), una película que, en palabras del director cántabro, pretendía convertirse en un alegato contra los fanatismos. Lamentablemente, no consiguió que su mensaje fuese demasiado claro a este respecto. No solo comete muchas licencias cinematográficas que se alejan de la historia verídica sino que la recreación de la sociedad vasca de los años 30 es poco creíble. Aunque parte de elementos interesantes, como el impacto de las políticas laicistas durante la Segunda República, su narración está desarrollada con torpeza. El punto más llamativo resulta ser cuando cae asesinado por vecinos anónimos de la localidad el personaje del maestro por secundar las leyes republicanas y ser además un maketo, como se calificaba despectivamente a quienes no eran vascos. De ahí que algunas interpretaciones que se hicieron del filme tras su estreno vinculaban, equívocamente, este crimen con el origen de ETA y la violencia en Euskadi. Pero lejos estaba de ser cierto, el verdadero maestro (Epifanio Romero) no fue asesinado. En cambio, sí se vio obligado a exiliarse para no ser represaliado por el franquismo. De hecho, tanto el historiador Christian como la hija del mencionado maestro, Amalia Romero, enviaron sendas cartas al director advirtiendo del grave error cometido. Christian explicaba: “Su asesinato por los vecinos de Ezkioga es una ofensa grave al pueblo y un motivo de inquietud para la familia. Es una de tantas ligerezas de una película que se presenta como histórica y ficcionaliza personas identificables”.

Cierto es que las visiones nacieron en un contexto propicio para su rápida y fácil propagación, pero en modo alguno fue el fenómeno religioso en exclusiva el desencadenante de la Guerra Civil, como parece ser la tesis final de Gutiérrez Aragón. Y aunque recordar ciertos hechos del pasado nos ayudan a comprender la necesidad que existe en las sociedades del presente, a la hora de enfrentarnos a los radicalismos, hemos de comprender bien tanto su naturaleza como su historia, y cuidar de no distorsionarlos.

Así, las visiones de Ezkioga nos recuerdan no solo un suceso insólito ocurrido en Euskadi sino un contexto en el que la sociedad vivió las tensiones propias de un cambio de mentalidades que el franquismo pretendió, después, aniquilar violentamente. En la actualidad, los desafíos pueden ser en apariencia muy distintos pero se asemejan. En este sentido, la sociedad vasca se enfrenta cada día con éxito contra la intolerancia apelando a los valores de la democracia y al reconocimiento de sus tradiciones.

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