martes, 18 de agosto de 2015

La tumba del esclavo en la parroquia de Santa Ana en Triana Sevilla



La tumba del esclavo en la parroquia de Santa Ana en Triana Sevilla

“Esta figura y sepultura es de Íñigo Lopes, esclavo, en el año del Señor 1503”, reza la inscripción del sepulcro cuya lápida, compuesta por 32 azulejos, fue creada por el gran Francisco Niculoso, quien introdujo grandes adelantos en la cerámica de Triana. Pero, ¿quién fue Íñigo Lopez?; ¿qué hizo para que un esclavo mereciera tan honrosa sepultura? Para entenderlo primero hay que contar cómo se llegó a conocer su historia.

Corría el año 1842 cuando un invierno crudísimo azotó Triana. Vivía entonces en el barrio un tal Castro, alfarero, que tras superar unas fiebres malignas acudió a Santa Ana para dar gracias a la Patrona. Se encontraba rezando en el altar de las Ánimas cuando, como si de la nada hubiera salido, un anciano apareció ante él y, señalando con el dedo enérgicamente el frontal del altar de Santa Cecilia, le dijo: “Ahí está enterrado el esclavo asesinado por el ‘Marqués de…'”. Apenas un segundo apartó Castro la mirada del anciano, pero cuando volvió a intentar posarla sobre él ya no estaba.

Preso del pavor, se hizo creer a sí mismo que era víctima de sus alucinaciones hasta que, varios días después y de nuevo mientras rezaba ante el altar de las Ánimas, notó que le zaradeaban el hombro. Ahí estaba de nuevo el anciano, con el rostro fiero: “¡Castro, Castro! Ahí está el esclavo asesinado; debes comunicárselo al Señor Cura… ¡Ahí está!”. Como un rayo, el alfarero se lo comunicó a los curas de la iglesia de Santa Ana, obteniendo por respuesta sólo la incredulidad y las burlas que, al poco, se extendieron por el barrio, llevándose el ánimo de Castro -al cual tomaron por loco hasta que falleció poco después-.

Tres años pasaron en los que las apariciones cayeron en el olvido, hasta que unas reformas en el altar de Santa Cecilia obligaron a retirarlo, descubriéndose entonces el sepulcro del ‘Negro’. El alfarero Castro volvió a las mentes de los vecinos de golpe y los rumores sobre la muerte del esclavo se dispararon, hasta tal punto que el cabildo de Santa Ana se vio obligado a reunirse de urgencia para analizar unos escritos llegados desde México que, decían, desvelaban quién fue Íñigo Lopes. A pesar de la curiosidad de los vecinos, el proceso se llevó con el más absoluto secretismo… Salvo por el entonces sacristán de Santa Anaque, aprovechándose de un descuido, tuvo acceso a los papeles y descubrió la verdadera historia del ‘Negro’, posteriormente bautizado como Íñigo Lopes.

Situó el escrito al sacristán en el 16 de noviembre de 1493, momento en el que las naves españolas comandadas por Colón avistaron la isla caribeña de Borinquén. En su afán conquistador, los españoles no tardaron en encontrar un poblado habitado por indígenas que se sometió a lo que entendían eran dioses. Tras varios días entre ellos, Colón dispuso su marcha y pidió como tributo a algún joven que le sirviera de palafreno en su vuelta. Lejos de negarse, el jefe de la tribu le ofreció a su propio hijo, al cual Colón mandó hacia España bajo tutela de un franciscano que lo integró en un sevillano convento de San Francisco. Allí, el ‘Negro’ aprendió a seguir el camino de Dios, a amarlo y respetarlo, como un fraile más permaneció en el convento durante 8 años. Durante éstos, fue bautizado por su padrino y benefactor al mismo tiempo de la orden franciscana, el ‘Marqués de…’ , llamándolo Íñigo Lopes.



El indio converso ya era uno más cuando Colón llegó de su viaje para reclamarlo, hasta tal punto que el almirante decidió que el borinqueño sería desde ese momento un fraile más. Sin embargo su padrino tenía unos planes muy diferentes… Poco a poco, el Marqués se fue convirtiendo en un inseparable de Íñigo Lopes hasta que un día pidió “cumplir con su deber de padrino” y lo arrancó del convento para ponerlo a su servicio. Íñigo no tardó en adaptarse al nuevo cambio, en el hogar de su señor disponía de todo cuanto podía desear, y precisamente el deseo de tenerlo todo por parte del Marqués fue lo que acabó con él. Una mañana, Íñigo se estaba bañando desnudo en un estanque cuando el ‘Marqués de…’ le asaltó y le pidió, más bien obligó, a que le dejara yacer junto a él. Escandalizado, más aún por la educación de castidad que había recibido, el borinqueño se negó y su señor, poco acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, apagó sus deseos a golpes con Íñigo, acabando en un instante con su vida.

Así lo cuenta la leyenda. El ‘Negro’ murió victima del deseo no concedido a un Marqués cuyo nombre no se recoge en los escritos por, dicen, respeto a quienes ahora ostentan el título. Bien por remordimientos del asesino o por el recuerdo de un amor imposible, los huesos de Íñigo Lopes, el esclavo, acabaron en la trianera Parroquia de Santa Ana, donde se conoce que reposan desde que un tal Castro, un alfarero tomado por loco, lo advirtiera…

E. Antolín



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