domingo, 18 de febrero de 2018

La caza de brujas en la Europa Moderna


La caza de brujas en la Europa Moderna



1. Introducción


En la Edad Moderna (1450-1750) los juicios por brujería se celebraron en los foros seculares, sobre todo a partir de 1550, fuera de la intervención directa de la iglesia católica y protestante. Al aumento gradual del número de procesos durante el siglo XV le siguió una ligera disminución en los primeros años del XVI, un incremento impresionante a finales del mismo y comienzos del XVII y primeros del XVIII. Esto dice Brian O. Levack en La caza de brujas en la Europa Moderna. El autor distingue entre brujomanía y caza de brujas. El primer término (witch-craze) es el más empleado en el ámbito anglosajón. Se utiliza para señalar el fenómeno por el que las autoridades y comunidades europeas abrigaron miedos tan profundos a los brujos y brujas que en su conducta persecutoria manifestaron a menudo formas delirantes, irracionales o maniáticas. La segunda expresión es preferible a la de brujomanía, pues se utiliza para señalar las cazas de brujas en las que no hay psicosis colectivas, sino una especie de planificación, en la que los cazadores proceden a la identificación de individuos que se supone que practican la bujería.








Son muchos los que han pretendido explicar por qué se produjo la gran caza de brujas europeas. Es difícil imaginar cualquier otro problema histórico sobre el que exista más desacuerdo y confusión. La caza de brujas se ha atribuido a la Reforma, la Contrareforma, la Inquisición, la utilización de la tortura judicial, las guerras de religión, el celo religioso del clero, el nacimiento del Estado moderno, el desarrollo del capitalismo, la extensión del consumo de narcóticos, los cambios en el pensamiento médico, el conflicto social y cultural, el intento de acabar con el paganismo, la necesidad de la clase dirigente de distraer a las masas, la oposición al control de la natalidad, la propagación de la sífilis y el odio a las mujeres.


La caza de brujas se produjo al cuajar las nuevas ideas sobre la brujería –vuelo nocturno, aquelarre, metamorfosis…-, al tiempo que se producían una serie de reformas en el derecho penal como condiciones previas necesarias de la caza de brujas, teniendo el cambio religioso y la tensión social como sus causas más inmediatas.


A partir de los siglos XIII y XIV comienza el proceso de centralización de la Iglesia, después del Cisma de Aviñon. En estos años se empieza a perseguir duramente cualquier posibilidad de desviación de la ortodoxia y nace la Inquisición con esta función originariamente. Es la época de la persecución de las herejías albigense y cátara, es el tiempo en que se produce el aplastamiento de los caballeros templarios. En el IV Concilio de Letrán (que impone la confesión y comunión obligatorias anuales) se refuerza la segregación de los judíos y se obliga a los obispos a perseguir y castigar las herejías dentro de su diócesis, bajo pena de suspensión de sus cargos.


El 1148 en el Concilio de Reims, presidido por el Papa Eugenio III se amenaza con perseguir a todos aquellos que protegieran a los herejes y sus cómplices. En el Concilio de Tours (1163) se sientan las bases de los procedimientos de la Inquisición contra los herejes y sospechosos de ofrecerles protección, a quienes se amenaza con ser excolmulgados, denunciados, perseguidos y castigados. El Papa Lucio III promulga la bula Ad Abolendam (1164) que sentaría las bases de la Inquisición Medieval y, más adelante, sería el embrión de la Santa Inquisición y el Santo Oficio. Esta bula pretendía acabar con la herejía cátara y exigía a los obispos intervenir en la búsqueda de herejes, además de otorgarles poder para juzgarlos y condenarlos. En 1199, en Italia, el Papa Inocencio III promulga la bula Vergentis in senium en la que los herejes y sus protectores eran acusados de cometer crímenes de “lesa majestad Divina”, es decir, crímenes contra el Papa, la fe y la institución que representaba.


El aparato jurídico e intelectual necesario para justificar y castigar la caza fue obra de los juristas y demonólogos (Bodin, Del Río, De Lancre) de los siglos XVI y XVII, para quienes la brujería estaba causada por la agitación del Diablo en el mundo. Según ellos, la bruja iniciada participaba en un culto secreto dentro de la secta diabólica. Era, pues, deber de la Iglesia destruir ese culto y con él todos sus poderes maléficos. Por contra, existían una serie de intelectuales que no creían en la brujería, los llamados racionalistas, para quienes las épocas anteriores estaban marcadas por la superstición, pero el progreso humano fue haciendo desaparecer estas creencias supersticiosas. Un representante de esta tendencia es H. Trevor Roper, quien define la brujería como un síntoma de tensiones religiosas y culturales comparable con la masacre de los judíos en la Alemania nazi. Es decir, el ataque irracional a una minoría desvalida que se utiliza como chivo expiatorio de los males causados por otros, normalmente los poderosos.


También en el siglo XIX y juntamente con esta concepción racionalista nace otra más romántica que utiliza a los principales actores de esta tragedia para definir sus teorías. Jules Michelet propone en 1862 la primera síntesis de este tipo. La bruja, para él, es una revoltosa social que protesta contra el orden inhumano y la condición inferior de la mujer. La caza se convertirá, en el fondo, en un martirio de las mujeres revoltosas e inconformistas con el orden social. Esta tesis, un tanto radical, también es defendida actualmente por historiadores como E. Le Roy Ladurie.






Después de la Primera Guerra Mundial surgió en Inglaterra una verdadera explosión de estudios sobre la brujería, de la que la doctora Margaret Murray es representante singular. Según esta tendencia, la brujería fue en realidad la supervivencia de un culto pagano, el culto a Diana y a un dios cornudo, interpretación que ha recibido muchas críticas, pero que ha tenido éxito en el mundo sajón, donde han renacido los antiguos cultos celtas y han surgido practicantes de la wicca y el paganismo, adoradoras de la naturaleza y de la astrología. Profesan una religión neopagana popularizada en la década de 1950 y a comienzos de 1960 en Inglaterra por Gerald Gardner con sus obras Witchcraft Today (Brujería hoy, 1954) y The Meaning of Witchcraft (El significado de la brujería, 1959). A pesar de que en muchos casos y erróneamente, se refiere a la Wicca como sinónimo de 'brujería,' hay también otras tradiciones de brujería que no se identifican ni comparten orígenes con la Wicca. A estas tradiciones de brujería se les llama brujería tradicional y algunos ejemplos de estas son la brujería Anderson Feri, Clan de Tubal Caín, Cultus Sabbati, entre otros.












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Estas visiones de conjunto adolecen, en primer lugar, de una escasa cimentación del fenómeno en el ámbito político social de la época. Además, sus fuentes proceden únicamente de los procesos contra las brujas, sin estudiar otro tipo de fuentes documentales que sirvan para compararlas con los procesos y que sean representativas de la vida campesina y sus creencias. Como alternativa se ha propuesto un modelo antropológico, en la línea del inglés E. E. Evans-Pritchard, en el que la brujería seria la parte integrante del mundo colectivo que permite explicar lo inexplicable de manera que la mayoría de los campesinos y el pueblo llano puedan entenderlo. Sería su particular filosofía sobre la muerte, el más allá y la presencia de ciertos fenómenos misteriosos. Serían las mujeres las que se convertirían en intermediarias con el más allá. Funcionaría como un mecanismo de válvula de escape de miedos y tensiones como la angustia que produce la muerte.






¿La brujería fue un crimen social o un elemento reprimido de la cultura popular? Es un producto del pueblo, surgido por el defectuoso proceso de cristianización en Europa, rasgo que marcará el cristianismo vivido e interpretado por el pueblo. La mayoría del bajo clero se revela también ignorante y creyente de fenómenos mágicos. Además, la Europa del siglo XVII sufrió epidemias y mortandades, la población estuvo castigada por la muerte; los europeos comprendieron que la vida y la muerte estaban unidas por un débil cordón umbilical. Sin embargo, la pérdida de la vida de los seres humanos, igual que la del ganado, no podía tener una explicación satisfactoria para el campesino, que no hallaba consuelo por sus males. Era necesario echar mano de una interpretación divina o diabólica. Conocían, desde antiguo, la existencia de las curaciones mágicas -el único alivio que encontraba una sociedad constantemente amenazada por las enfermedades- y en donde difícilmente se disponía de médicos, por lo que esta magia curativa tendría un buen recibimiento en las clases populares. Por contra, estaba la magia maléfica, capaz de provocar toda clase de desgracias. Sin embargo, A. Munchembled ha señalado que la diferencia tradicional entre magia negra y magia blanca es sin duda una diferenciación intelectual, una invención llevada a cabo por las élites culturales, distinción de la que nada sabía la cultura popular.


Tampoco se puede omitir que la brujería funcionaba en muchas ocasiones como válvula de escape de tensiones vecinales, venganzas personales, xenofobia, etc. Naturalmente, nos estamos refiriendo a una etapa avanzada de la caza de brujas, cuando parte del pueblo ha sido convencido por la clase dominante que la brujería es de origen diabólico. Son los años en que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres. La élite dominante canaliza los odios y temores campesinos hacia un punto concreto: la bruja. Es una cabeza de turco que puede relajar las tensiones y, de esta manera, ellos se libran de sus responsabilidades por esquilmar la riqueza que corresponde a la mayoría.

Tal y como señalan recientes trabajos, afirma José Luis de la Torre (Mitos y Nuevos Horizontes, Historia 16, 1982), las hogueras de brujas pueden ser consideradas como el intento de los sectores dominantes de suprimir la agudización de la lucha de clases. Es muy posible que la mayoría de la acusadas y condenadas no tuvieran conciencia de atacar a la sociedad establecida, pero los gobernantes y los campesinos acomodados quemaban simbólicamente su miedo a la subversión social generalizada y a la pérdida de sus riquezas, quemando realmente a mujeres inocentes, sin remordimiento ninguno, mientras su bolsillo permaneciese intacto.











La caza de brujas II


Cuando acabó la caza de brujas, el absolutismo había triunfado y las revueltas populares desaparecido, la sociedad campesina había sido reestructurada y la brujería como cabeza de turco ya no tenía razón de ser. Habían surgido los innovadores empresarios agrícolas que contrataban la mano de obra de los campesinos recién esquilmados de sus tierras.


Sin embargo, resulta un tanto paradójico definir el problema dentro de la cultura sabia y elitista, sin tener en cuenta para nada las manifestaciones de las mismas brujas, ya que es una cuestión esencialmente popular. Un ejercicio para comprender un problema de tal magnitud consistiría en seguir el razonamiento de Julio Caro Baroja de diferenciar entre "lo que creen las brujas" que hacen, lo que afirman que realizan durante las noches en sus viajes extáticos, y "lo que se cree de las brujas" por parte de sus enemigos, de los clérigos y jueces. Esto supone, en principio, la obligación de averiguar su origen y definir quienes son las brujas, porque una persona no se puede creer que es una "bruja" si no se tienen nociones de lo que supone el concepto "bruja", e igualmente, no se puede creer en las cosas que hacen las "brujas", sino se diferencia este ser "bruja" de otros seres capaces de realizar actos maléficos o mágicos.


Entonces, ¿Serían las brujas unas mujeres capaces de distinguir mejor que sus inquisidores entre el mundo de la fantasía y el real? O en palabras de Julio Caro Baroja, quien afirma que es muy importante para el hombre “el modo en que se fijan los confines entre la realidad externa y el mundo de las representaciones y de los deseos” (Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1966, p. 85). La caza de brujas empieza con el colapso de ciertos confines entre fantasía y realidad: de la represión de la creencia en los vuelos nocturnos de las brujas y otras creencias semejantes, que según la Iglesia eran creencias de mujeres ignorantes o alucinadas, se pasa a perseguir legalmente a mujeres acusadas de delitos que ya no se consideran fantásticos, sino como reales y ordenados por el demonio, abandonando así la teoría del Canon Episcopi (1) que afirmaba que las creencias de estas mujeres eran cosas totalmente falsas, fantasías instiladas en la mentes de los fieles no por el espíritu divino, sino por el maligno ((Decretum Magisiri Gratiani, ed. de Ae. Friedberg, Leipzig 1922, p. 1030-1031). Para algunos estudiosos, como la filósofa Luisa Murazo (Ir libremente entre sueño y realidad) toda la caza de brujas puede ser considerada como la pérdida catastrófica de un confín entre fantasía y realidad, como un cambio de orden simbólico.


1. Alrededor del 906 Regino de Prüm, por órdenes del Arzobispo de Trier, elabora el Canon Episcopi, un documento eclesiástico que servía básicamente como guía disciplinaria para uso de los obispos. A pesar de que este documento estaba plagado de referencias hacia la brujería y testimoniaba casos de mujeres poseídas por el diablo, se negaba la existencia de las brujas y se las consideraba producto de la imaginación.






Página del Decretum de Burchard von Worms, que recoge gran parte del texto delCanon episcopi (Wikipedia)




Los mismos autores del Malleus Maleficaron trataron de explicar el moderno trastoque que ellos introdujeron en la doctrina del Canon Episcopi. Lo hicieron con un argumento muy simple: las seguidoras del juego de Diana de que se hablaba en el Canon Episcopi eran un caso completamente distinto de las brujas modernas. Pero, claro, esto no es cierto y ellos mintieron descaradamente, pues sabían que las mujeres acusadas de brujería simplemente seguían las creencias de una antigua religión; o tal vez actuaban de “buena fe” porque su mente y su mundo, el de las clases dirigentes, estaban sufriendo un cambio que se tradujo en un catastrófico desorden simbólico en la cabeza de los clérigos, jueces e inquisidores, incapaces de comprender las transgresiones fantaseadas –que no reales– de estas mujeres.


Muchas personas que adoran el raciocinio y la ciencia tienen dificultades para comprender la profunda y sincera creencia en la brujería y en la magia que perduró en Europa durante siglos. Las plantas eran su único remedio contra los males y estas se las proporcionaba la madre naturaleza. El consumo de alucinógenos no sería tan frecuente como propagaban los inquisidores, pero lo cierto es que habían mujeres y hombres que conocían las propiedades de los alcaloides de las plantas y con ellos experimentaban sus viajes estáticos al más allá, como habían hechos miles de generaciones de sus antepasados que les habían transmitido sus conocimientos. Cuando viajaban al país de los muertos en busca de sus bendiciones y para obtener sus favores, los brujos y brujas –como los antiguos chamanes- creían que hacían el bien a su sociedad; nunca pensaron que pudiesen hacer nada diabólico ni pecaminoso. Sus vecinos les pedían que trajesen noticias del más allá, de cómo se encontraban sus familiares muertos recientemente.


Los brujos y las brujas se sentían útiles con su papel de intermediarios entre el mundo real y el mundo divino. Ellos no leían libros clásicos intentando comprender las ideas de Aristoteles o de Platón, nada sabían de la metafísica, ni del procedimiento científico. En cambio, las personas pertenecientes a la élite social si que lo hacían y se mostraban escépticas respecto a las creencias campesinas, a las que vilipendiaban sin intentar comprenderlas Hoy en día, más desconcertante que lo expuesto resulta el darnos cuenta de que el auge de la caza de brujas se produjo en los siglos XVI y XVII, cuando ya se sabía que el sol estaba en el centro del universo y los artistas del Renacimiento dibujaban los músculos de cuerpos desnudos en el mismo Vaticano.


Muchos fueron los científicos de aquella época que sabían las alucinaciones que producían las plantas tóxicas, pero no se tomaron interés en explicar al resto de la sociedad que los vuelos nocturnos sobre escobas y las transformaciones animales eran meras alucinaciones producidas por los alcaloides, que los brujos y brujas experimentaban vívidamente, de manera que al despertar de su sueño lo narraban como si realmente hubiera ocurrido. ¿Por qué la propias “brujas” no explicaron el origen de sus delirios? Se pregunta la farmacóloga alemana Angelika Börsch-Haubold (Science in School). La respuesta es que casi ninguna de las mujeres y hombres que fueron acusados, torturados y quemados habían experimentado alucinaciones producidas por plantas tóxicas –o por ninguna otra causa–, pues desconocían su existencia. Sin embargo, fueron asesinadas unas 60000 víctimas en Europa, la mayoría hombres y mujeres que desconocían las prácticas extáticas, gente aldeana que fueron víctimas de las acusaciones desalmadas de niñas enfermas, delaciones de vecinos rencorosos, prácticas inmorales de unos inquisidores y jueces que obtenían confesiones falsas con la tortura… Si yo fuese creyente, afirmaría que el mismo Diablo tuvo algo que ver en este asunto.


Las clases dominantes querían terminar con las antiguas supersticiones, ellos representaban una cultura progresista frente a la fascinante cultura de las clases populares, destinada a desaparecer. Las mujeres practicantes de la antigua religión eran conscientes de ser portadoras de una cultura precristiana que había sobrevivido a nivel popular. Ellas testimonian una mediación que actuaba entre esta cultura y la cristiana dominante, eran mediadoras en el terreno fantástico entre este mundo y el de las hadas, entre un mundo invisible del que venían regalos y cosas buenas para los humanos. La caza de brujas marcó un giro de nuestra civilización que se hizo más intolerante ante las manifestaciones de la fantasía, una intolerancia que puede ser considerada el resultado negativo de fenómenos como el nacimiento de la economía capitalista, de la física matemática y del Estado de derecho: lo que se llama el progreso de la modernidad.






Compendium Maleficarum di F.M.Guazzo, 1608, Milano


Las clases dirigentes, los clérigos modernos, no pudieron consentir que las mujeres se presentaran con una capacidad superior para realizar esta mediación entre el mundo real y el más allá. En la doctrina expresada en el Canon Episcopi los religiosos se sentían fuertes y ellos creían en Dios como guardián del sentido de la realidad y Satanás como el maligno que lo hacía perder. Pero en la época de la caza de brujas Dios había perdido su primacía simbólica y su lugar, antes de tomarlo la cultura científica y el ordenamiento estatal, lo ocuparon los jueces y los teóricos de la caza de brujas, como Jean Bodín (("Ir libremente entre sueño y realidad", Luisa Muraro. Traducción de María-Milagros Rivera Garretas. Publicado en: Acta histórica et archaeologica medievalia, nº19. Departamento de historia medieval, paleografía y diplomática. Instituto de historia de la cultura medieval. Universidad de Barcelona, 1998, pp.355-372. Ouróboros)



Las brujas y sus mitos




2. Los mitos sobre la brujería


Las brujas eran mujeres viejas, que vivían al margen de la sociedad en un entorno rural, despreciadas por sus vecinos, vivían aisladas y tenían conocimiento de medicina natural, como las curanderas. Estas mujeres no gozaban del amor de un hombre que les hiciese compañía, ni del cariño de unos hijos o de una familia, por lo que posiblemente se refugiaran en el consumo de drogas, buscando consuelo en los paraísos artificiales que la flora europea les podía suministrar, como las solanáceas, entre las cuales destaca la belladona, el beleño y el estramonio, sin olvidar la mandrágora en la parte mediterránea. Estos alucinógenos les proporcionaban visiones extrañas, lo que actualmente llamaríamos "malos viajes", visiones sombrías, pero que eran los únicos consuelos que tenían estas pobres mujeres de pueblo en la edad madura o en la vejez, mujeres que habían sufrido fracasos en la vida como madres, amores frustrados o vergonzosos que les dejaban un complejo de culpabilidad, de deshonor, contra el que se rebelaban recurriendo a poderes ilegítimos: el demonio de los cristianos.





Bien, no recuerdo de quien es el razonamiento arriba mencionado, aunque a mí, particularmente, me parece misógino. No me atrevería a decir si es de Julio Caro Baroja o de Michelet, pero es falso y machista, como veremos más adelante. Los procesos de brujería tienen claramente un componente sexual. Si miramos el índice del manual de demonología más difundido (Malleus) nos encontraremos:


Cuestión VIII: ¿Pueden los diablos impedir la impotencia genital?; cuestión IX: ¿Pueden ilusionar las brujas hasta el punto de hacer creer que el miembro viril ha sido separado del cuerpo?; capítulo VI: acerca del modo como las brujas suelen impedir la capacidad genital; capítulo VII: acerca del modo como suelen hurtar a los hombres el miembro viril, etc. Baste esto como botón de muestra.








La visión de Fausto (1878) de Luis Ricardo Falero


Este aspecto sexual, además, suele estar ligado a la decrepitud de la vieja bruja que introduce en las bacanales amorosas a las adolescentes jóvenes. ¿Las brujas eran mujeres que practicaban ritos de fertilidad, como los de Año Nuevo, en que se animaba a parejas de adolescentes a copular encima de la tierra arada para fertilizarla? ¿Eran mujeres que conservaban conocimientos de una antigua religión que se extendía por toda Europa? La Iglesia y los intelectuales de los siglos pasados hicieron de ellas unas mujeres extrañas, una especie de histéricas que exigían la atención de los demás para paliar su soledad, que pedían ayuda a gritos -como hacen los heroinómanos que, para impresionar o llamar la atención de su familia o de la sociedad, se dejan colgada la jeringa – buscando la comprensión de las personas que las rodeaban.


Esta descripción le fue otorgada a la bruja rural, perdurando durante siglos en la cultura europea, sobre todo en los cuentos y en las imágenes de los ilustradores, como los recopilados por los Hermanos Grimm, en donde es el personaje malvado arquetípico. Las brujas de cuento más famosas son: la madrastra de Blancanieves, que intenta asesinar a ésta con una manzana envenenada; la bruja de La Sirenita (el relato de Hans Christian Andersen), que realiza un pacto por el cual le dota de unas piernas a cambio de su voz; la bruja malvada de La bella durmiente, capaz de convertirse en dragón; La bruja de la casita de chocolate de Hansel y Gretel; La Baba Yaga del folclore ruso, reflejada en el relato homónimo de Aleksandr Nikolaievich Afanasiev, una vieja bruja que habita en una casa mágica que es capaz de caminar sobre patas de ave…






Walt Disney. Blanca Nieves y los siete enanitos






La Bella Durmiente. Alexander Zick (1890)








Arthur Rackham (1867-1939). Hansel y Gretel


Cuando Julio Caro Baroja critica a Margaret Murray por sus estudios sobre el origen de la brujería y su afirmación de que surgió de los ritos de épocas prehistóricas, vemos que el vasco no está demasiado acertado. El antropólogo vasco cree firmemente en la brujería como un fenómeno de origen medieval que afectó a mujeres ignorantes, criadas en un ambiente rural, basado en el temor al demonio propagado por el catolicismo. En realidad, el proceso de la caza de brujas se produjo cuando estaba surgiendo el capitalismo, en sociedades en las que estaba arraigado el comercio y se desarrollaba la industria. Sin embargo, sus orígenes se remontan a una antigua religión de épocas prehistóricas.






Representación del dios Cernunnos en el caldero de Gundestrup (siglo II a. C.)


Por eso, la mayoría de los procesados y los castigados fueron mujeres, la mayor parte del mundo rural, siendo la brujería urbana un fenómeno de menor importancia. En cuanto a las penas impuestas podemos decir que la acusación de brujería no implicaba automáticamente la condena a la hoguera o a cualquier otro tipo de muerte violenta. Las condenas a muerte oscilan, según los casos, aproximadamente entre el 40 y el 50 por 100 de los acusados (21 por 100 en Génova, 49 por 100 en el norte de Francia, sólo en Vaud se llega, entre 1537 y 1630, al 90 por 100).


Muchas veces se consideraba la brujería como un delito hereditario, esto es, como si se tratara de una raza, por lo que es fácil que se acusara de este delito a niños y adolescentes.


El uso de la tortura se presenta generalizada, provocando la delación de los presuntos cómplices y parientes, cuando el verdugo amenazaba a la víctima con el dolor. Ante el temor, acusaron a sus parientes, amigos, conocidos, enemigos, etc. Una simple persecución aislada, a través de este método, podía muy bien transformarse en una epidemia. 



Las brujas y sus mitos II



El estereotipo de bruja se ha pintado como una mujer vieja que habitualmente vive aislada, generalmente miserable y probablemente con algún defecto físico o alguna frustración personal (neurótica, histérica, etc.). Por medio del pacto con el diablo (firmado en algunas ocasiones con la propia sangre), el brujo renuncia de manera implícita o explícita a su religión a cambio de favores sexuales y dinero.






Magdalena Duer, una bruja catalana en 1611, en realidad una adolescente de 13 o 14 años, fue llevada a una reunión de brujas por una tal Serradella, que la persuadió que fuese con ella y con aquellos Cavalleros (tres) que serían ricos y la enseñarían a bruxar y que los Cavalleros trayan cuernos en las cabezas y que la SerradelIa la hizo desnudar y la untó y que también ella estaba desnuda y andava a cavallo en un lobo negro y peludo... y que por dos veces antes de aquella noche la dicha Serradella le havía dicho lo mesmo diciéndole que sería rica y que no havía de nombrar el nombre de Jesucristo nihavía de creer en Dios ni en la Virgen ni en la Iglesia... (AHN, sec. Inquisición. Lib. 732, págs 120-122). Acto seguido empezaba el sabbat, en el que se organizaba una gran fiesta y la bruja en cuestión tenía normalmente relaciones sexuales con el diablo. En 1607, Margarita Denyssa, una procesada por la Inquisición, nos lo describe así diciendo:


Que dos noches havía ydo a una montaña por perssuasion de una cuñada suya adonde hallaron hombres y mujeres y el mal spiritu que baylava con todos y también havía tenido parte carnal con todos y la mesma noche se havfan vuelto a sus lugares... y que el demonio havfa tenido parte carnal con ella metiéndole un poco del miembro viril y hechadole porquería frfa y aquélla le havía besado en la parte trasera (Ibídem, págs. 341-343).






Grabado de Marten de Vos, San Miguel venciendo al diablo 1584






Imagen del diablo de la edición de 1674 del Paraíso perdiot de Milton. Impresas por Hendrik Eland.






El matrimonio de conveniencia (1959) Hendrik Goltzius. Quien oficia el enlace es Satanás.






El demonio. Boris Vallejo


Se creía también que las brujas tenían una marca hecha por el diablo. Este era uno de los puntos importantes para la identificación de una bruja y su imposición era, con frecuencia, el rito final en las ceremonias de admisión. Había dos clases de marcas: una de tipo natural y la otra hecha de una manera artificial. Se decía de ambas que eran insensibles al dolor y que no sangraban al ser pinchadas.






Drag me to Hell (2009) de Sam Raimi






Otra imagen utilizada frecuentemente en la red para representar una bruja malvada


Otro fenómeno que podríamos considerar como una marca era la tetilla o pezón, que a veces aparecía en diversos lugares del cuerpo y se decía de ella que secretaba leche y que con ella se amamantaba a los demonios familiares, tanto humanos como animales. En realidad, la polimastia, o mamas suplementarias, y la politelia, o pezones suplementarios, son registrados constantemente por los médicos modernos.


Con toda esta mitología de la marca diabólica no nos extraña que existieran auténticos especialistas en detectar brujas. Es el caso de Lorenzo Carnell, que en 1619 recorre Cataluña reconociendo brujas.


Otro mito de la brujería es el supuesto ungüento que utilizaban las brujas para transportarse a la ceremonia onírica del sabbat o aquelarre. Tenía ingredientes como la cicuta en pequeñas proporciones (un veneno), raíz de acónito (contiene alrededor de 0,4 por 100 de alcaloide y 1/15 de gramo puede ser letal), que provoca disfunciones cardíacas, y la belladona (utilizada como veneno también en la antigüedad, 14 gramos producen la muerte), que en dosis moderadas tiene un efecto de excitación y delirio. La sensación de vuelo que estas drogas pudieran provocar en el individuo ha sido discutida –por Anna Armengol, por ejemplo- pero parece ser que la arritmia suscitada por el acónito, unida a la sensación de delirio de la belladona, tienen como consecuencia ese estado de caída al vacío asimilable al vuelo.






Anna Armengol de la Universidad Autónoma de Barcelona, incluye en la definición de la Brujería cuatro conceptos fundamentales: el pacto con el diablo, el aquelarre, los vuelos y, por último, las metamorfosis. Es lo que llama el concepto acumulativo de brujería. Podremos ver sus opiniones en el apartado dedicado a la Brujería en la Península Ibérica.


La cultura medieval, como la cultura en general, es un elemento del orden psicológico, influenciada por la mentalidad, además de por el orden social. La conducta de todo grupo humano responde a su mentalidad, a la idea que se forman los humanos sobre ellos mismos en relación con la naturaleza. Sus acciones responden a actos conscientes y no maquinales, nuestra selección obedece a creencias morales que nos han inculcado por la educación. O así, al menos, nos gusta creerlo a los hombres, que desechamos la posibilidad de haber obrado maquinalmente: nuestra conducta siempre tendrá una explicación o una justificación ética y moral.


Nuestros actos se basan en fórmulas simplificadas (clisés, slogans, etc.) fabricados por la ideología dominante y después sometidos a un proceso de vulgarización visible en la imitación que hacemos de los comportamientos de los personajes ejemplares, santos o héroes oficiales de nuestra propia civilización. En general, el modelo más elevado que ilustra una ideología es el de los hombres que por ella se han sacrificado. La forma de transmitir esta cultura se basa en la literatura: ella nos muestra cómo los diversos grupos se han imaginado a sí mismos, o cómo han sido pintados y animados por sus vecinos; nos muestra la concepción que las sociedades tienen de sus arquetipos; la literatura radica en la educación, en especial de las clases dirigentes, que consiste en enseñar a identificarse con determinados modelos o arquetipos.


Así pues, tanto las "brujas", como sus verdugos los "inquisidores", debían estar al tanto de los arquetipos que su cultura literaria propagaba por doquier, siendo la bruja uno de los personajes más despreciables según los prototipos. ¿Entonces, porqué querrían ser brujas, seres repudiados por la mentalidad dominante y execrables en las narraciones literarias? ¿O tal vez, ellas no se reconocían como brujas y se creían intermediarias con el mundo espiritual o, quizás, sacerdotisas de alguna divinidad antigua? Ellos tenían que poner fin a los desbarajustes y a los "actos maléficos" que realizaban las brujas dirigidas por el demonio. Teólogos como Montague Summers creían firmemente en los males que ocasionaban las brujas, por lo tanto, eran igual estúpidos como las brujas que se creían capaces de ocasionar el mal a sus semejantes mediante burdos hechizos. Así la clase dominante europea creyó firmemente en que los acusados de brujería eran gente impía, infernal y abominable, argumentos que adormecían su mentalidad hasta el punto de quemar vivas a personas en una hoguera en mitad de un pueblo, creyendo que con ello eran justos y se hacían dignos de Dios.






Montagne Summers y The Geography of Witchcraft

En esta triste historia encontramos unos jueces que, con ejemplaridad, no se apartaban ni un ápice de las opiniones difundidas por la mentalidad de su época: son el perfecto arquetipo de su cultura medieval, queman a una mujer sin el más mínimo remordimiento, porque creen que queman al demonio. Y por otro lado, podemos tener a unas perfectas histéricas que se creen agentes del demonio, viejas mujeres sin amor, solas y tratadas peor que a un perro. En esta historia los testigos también tienen su papel. En la mayoría de los casos son niños, sobre todo del sexo femenino, que han sido utilizados por sus padres o familiares para realizar el daño a otras familias o comunidades vecinas. El médico neurólogo francés E. Dupréacuñó la palabra "mitomanía" para aludir a la tendencia patológica, casi siempre voluntaria y consciente, a la mentira y a la creación de fábulas imaginarias. El mitómano, aunque mienta deliberadamente, llega al fin a creer la mentira que ha dicho. Esta clase de embusteros se dan con máxima frecuencia entre niños y débiles mentales. Los padres o familiares arreglan y preparan una historia que contaran al niño hasta que la aprenda de memoria, adornándola con relatos obscenos. Ya tenemos el material combustible: unas niñas aleccionadas por sus padres en narraciones de desgarrada obscenidad, jueces cegados por la mentalidad de la época y viejas frustradas... el resultado una hoguera.


Continuemos con la visión de la bruja como una vieja solterona, propia de la historiografía decimonónica. Después de la labor de los juristas y el clero, la tradición oral y, por supuesto la escrita, popularizó la existencia de las brujas y sus hechizos, envileciendo sus actos mágicos con los conceptos más delirantes que su mente podía fabricar. A los historiadores clásicos les cuesta mucho admitir que físicamente existieran personas que se disfrazaran con máscaras, cornamentas y ropajes estrafalarios para parecer misteriosos o querer demostrar que se comunicaban con un plano distinto al cotidiano, un plano superior y espiritual. Sin embargo, en todos los rincones de Europa los había, quedando constancia de ello en los disfraces de nuestros carnavales. Los brujos y brujas afirmaban que viajaban al más allá, pero no lo hacían volando físicamente con su cuerpo, sino con su mente alucinada. La aparición de la magia y la querencia del hombre de intervenir en los asuntos de los muertos estarían ligadas a los orígenes de la humanidad, hará unos 200.000 años, en el sur de África. Por eso, me parece tan interesante la distinción que hace Julio Caro Baroja entre lo que las "brujas" creían que hacían, entre los poderes que creían poseer y lo que creían los afectados que les ocasionaban las brujas. Estoy seguro que estaban más "majaretas" los creyentes en las brujas que los practicantes de las antiguas religiones, vilipendiadas por la Iglesia. En realidad, todo era pura patraña, pues las brujas no tenían ningún poder y de sus acciones no podía derivarse daño alguno al prójimo. El perjuicio se produce a los demás cuando se les suministra veneno, se les dispara una flecha o se les clava un puñal en el corazón, pero nunca las creencias espirituales.


No obstante, para nada podemos despreciar el poder de la mente, como lo demuestran las enfermedades mentales que padecen muchas personas. Para Julio Caro Baroja muchas brujas no eran más que personas con una gran impotencia, personas contrariadas en sus afectos y en sus amores, con gran manía persecutoria, que desarrollaron lo que se llamaría una enfermedad histérica. La brujería del entorno rural sería una forma de locura contagiosa y colectiva. Hace años el médico Richet no vaciló en establecer una comparación entre las enfermas que estudiaba Charcot en la Salpetrière, aquejadas de "histerismo", y las endemoniadas de tiempos pasados.






Augustine, mujer con histeria, según Charcot.


En las histéricas se encuentran también signos de los que se daban en las brujas, por ejemplo, la insensibilidad de ciertas partes del cuerpo. Posteriormente, A. Marie subrayó de modo adecuado la relación que existe entre la aparición de brujos y embrujados, de demonios y endemoniados, de espíritus y poseídos, atribuyendo la causa a la ansiedad y congoja producidos por largos períodos de sufrimientos morales o físicos. En nuestro tiempo se han estudiado los casos de mujeres de sociedades urbanas poseídas por una gran sensación de angustia, al parecer surgida por la presencia de una persona que puede producirles una sensación voluptuosa: el "sucubato".






Subcubato, según Boris Vallejo


El concepto de brujería



3. El concepto de brujería


Hemos visto como Anna Armengol, de la Universidad Autónoma de Barcelona, define la Brujería utilizando lo que llama el concepto acumulativo de brujería que se basa en la formación progresiva, en el tiempo, de los conceptos fundamentales que la definirán: el pacto con el diablo, el aquelarre, los vuelos, y por último, las metamorfosis. Esta teoría concuerda con la definición de Brian P. Levak quien tambien enumera cuatro aspectos fundamentales para definir el concepto de Brujería.


1. El pacto con el diablo suministró la base de la definición legal del delito de brujería; la idea se difundió en Europa a partir del siglo IX y tuvo su máximo auge en el siglo XVII. En resumen, se supone que la parte humana del pacto establecía un acuerdo similar a un contrato legal según el cual el diablo proporcionaba salud u otra forma de poder terrenal a cambio de servicios y la potestad sobre el alma después de la muerte.






Grafica de el "Compendium Maleficarum" mostrando la ejecucion del Osculum Infame.


En los siglos XII y XIII se tuvo la creencia de la existencia de una magia que, utilizanado el conjuro,, podía controlar a los demonios. Esta magia se conocía como necromancia, término que significa "evocación de los espíritus de los muertos". Los teólogos eclesiásticos consiguieron la condena de este nuevo tipo de magia argumentando que los demonios no proporcionaban servicios sin exigir nada a cambio. Así, el mago se convirtió en hereje, ya que negaba a Dios, y un apóstata, porque renunciaba a su fe cristiana cuando accedía a adorar o servir al diablo.


Todo este proceso iba unido a la enorme difusión de los temas diabólicos, tema que se inicia a partir de finales del siglo XIV. La Divina Comedia, en los años posteriores a la peste negra, describiendo los suplicios del infierno, es un ejemplo. Esta expansión diabólica encuentra dos medios de comunicación que sirven para extremar su difusión: el teatro y la imprenta. En las representaciones teatrales salen, frecuentemente, personajes disfrazados de diablos. Entre los primeros incunables de Alemania y Francia aparece una historia de Satán escrita por Jacobus de Teramo, titulada Das Buch Belial (1473).








Imágenes de Jacobus de Teramo Das Buch Belial (1473)




No olvidemos tampoco que el Martillo de las brujas (Malleus Malleficarum), aparece en esta época: entre ediciones y reediciones se calcula que los ejemplares editados en Alemania de libros relacionados con la demonología o el demonio fueron aproximadamente unos 231.600 en la segunda mitad del XVI (J. Delumeau, La peur en Occident. París, Fayard, 1978, Pág. 314.). En el mismo sentido tenemos en 1581 el Fausto de Marlowe, en 1606 el Macbeth de Shakespeare y en 1633 las Novelas Ejemplares de Cervantes, obras que tocan directa o indirectamente el tema. De esta forma, cuando en el siglo XVII comienza la caza encontramos montada una superestructura ideológica creada sobre esta cuestión.


2. El aquelarre es una invención del catolicismo que podemos describir como la inversión de las pautas morales de la sociedad o, mejor, una parodia de la misa. El concepto de aquelarre nace durante las predicaciones que realizaron los monjes contra los herejes en los siglos XI y XII, de sus invenciones retóricas y de la imagen sobre los herejes que fabricaron los escritores patrísticos, así como de la convicción que tenían las autoridades rurales de que los herejes se reunían en secreto para practicar su doctrina y sus ritos (esta acusación nace del fracaso de su busca) y, finalmente, del contenido doctrinal de la herejía misma.






Con estos elementos se construyó un estereotipo del hereje como adorador secreto y nocturno del diablo y sexualmente promiscuo. Según Mikel Azurmendi (“La invención de la brujería como akelarre”, Bitarte. Revista cuatrimestral de humanidades 4, 1995, p.15-37.) la palabra aquelarre no sería una palabra procedente del euskera, sino una construcción culta emanada del lenguaje jurídico, tesis corroborada por Henningsen (“El invento de la palabra aquelarre”, en VV. AA., Historia y humanismo. Estudios en honor del profesor Dr. D. Valentín Vázquez de Prada, vol. I, Pamplona, 2000, p. 351-359), quienes señalan como probable “inventor” de la palabra, al inquisidor Juan del Valle Albarado. Esto contradice la teoría mantenida hasta ahora -defendida entre otros por Julio Caro Baroja- que afirma que en la descripción que hace el inquisidor Avellaneda en 1525 de las juntas y acciones de las brujas vascas, aparece la adoración al macho cabrío, llamado aquí "akerra" y las juntas, por lo tanto, serían akelarres, aunque reconoce que todavía no se usaba la palabra. Caro Baroja creía que la palabra es de origen vasco y que significaba el "prado del macho cabrío".


Juntamente con el boom demoníaco que arranca en el siglo XIV, podemos constatar entre 1330 y 1340 la aparición por primera vez del sabbat en los procesos inquisitoriales de la zona de Carcasonne y Toulouse. Es el caso de dos mujeres que confiesan, como Catalina, que allí adoraba al macho cabrío y se daba a él, así como a todos los presentes en aquella fiesta infame. Se comían en ella cadáveres de niños recién nacidos, quitados a sus nodrizas durante la noche; se bebían toda clase de licores desagradables y la sal faltaba en todos los alimentos.


La otra acusada, Ana María Georgel, cocía en las calderas, sobre un fuego maldito, hierbas envenenadas, sustancias extraídas bien de los animales, bien de cuerpos humanos, que, por una profanación horrible, iba a levantar del reposo de la tierra santa de los cementerios para servirse de ellos en los encantamientos; merodeaba durante la noche alrededor de las horcas patibularias, sea para quitar jirones a las vestiduras de los ahorcados, sea para robar la cuerda que los colgaba, o para apoderarse de sus cabellos, uñas o grasa (J. Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1979 -1° ed. 1961-, págs. 115-118).






«Brujas asando un niño», xilografía del libro de Francesco Maria Guazzo, Compendium maleficarum, Milan: Apud Haeredes August Tradati, 1626.






Canibalismo en Ein Erschröckenliche doch Warhaftige grausame Hungers nott Und Pestilenzische klag so im Landt Reissen und Littau fürgangen im 1573 Jar (Munich: Adam Berg 1573).




3. El viaje o vuelo de las brujas se explica por la utilización de unturas que contenían alucinógenos entre sus ingredientes, los cuales provocaban en las brujas la sensación de estar recorriendo grandes distancias y hasta la fantasía de su presencia en el aquelarre. Los experimentos realizados en el siglo XX con los ingredientes enumerados en las recetas para estos ungüentos han demostrado que contenían atropinas y otros tóxicos que, en contacto con la piel, pueden producir una gran euforia, fantasías y sueños vividos. Sin embargo, Anna Armengol dice que se ha comprobado que las recetas antiguas para unturas voladoras contienen sólo elementos inertes. Los ungüentos de las brujas habrían de considerarse un elemento más de un folklore ingenuo o de la teoría demonológica y no como sustancias psicotrópicas eficaces, dice Armengol.






Goya. El vuelo de las brujas







4. Y por último, sobre la metamorfosis diremos que es un concepto que no apareció con frecuencia en los juicios como para considerarla integrante del concepto acumulativo de brujería. Jean Bodin fue uno de los pocos que la aceptaron, pero sus ideas fueron rechazadas por Pierre Le Loyer y Martín del Río entre otros, que definían la metamorfosis como el producto de la ilusión demoníaca. Pero en algunas zonas de Europa se juzgaron y sentenciaron como brujas a varios lobos.


En el Formicarius de Nider se nombra al hechicero Scavius quien supuestamente escapó de sus enemigos en múltiples ocasiones al metamorfosearse en un ratón. Antes de su muerte, Scavius fue responsable del tutelaje de Stedelen en la brujería. Este brujo fue acusado en Suiza por Meter von Greyerz, juez del Simmental, de haber practicado la brujería entre 1397 y 1406. Stedelen de Boltigen fue torturado y confesó que había usado la magia negra para destruir las cosechas. Hizo un pacto con el diablo y realizó una parodia de la misa, sacrificando un gallo negro en una encrucijada, colocando un lagarto debajo de la entrada de una iglesia de la zona. El juez lo acusó de poder transformarse en ratón, de fabricar granizo y tormentas de truenos, de convertir a la gente y a los anímales en estériles, de hacer enloquecer a los caballos. El juez creyó en la existencia de un culto satánico cuyos practicantes se comían a los niños en las iglesias por la noche, por eso ordenó la muerte de Stedelen que fue quemado en una estaca.







Grabado realizado por Lucas Cranach el Viejo en 1512, donde se muestra a un hombre lobo.


Dice Julio Caro Baroja (El ballet del inquisidor y la bruja) que el magistrado de Burdeos Pierre De Lancre a comienzos del siglo XVII achicharró una buena porción de brujas y brujos en el dulce país vecino al suyo, el país del Labourd. Este magistrado publicó en 1612 un grueso tomo recogiendo sus experiencias como tal incinerador. El libro (Tableau de l'inconstance des mauvais anges et demons, 1612) lleva de lema una prescripción del Éxodo, capítulo veintidós, versículo dieciocho, que en la versión española de Cipriano de Valera, se traduce así: «A la hechicera no dejarás que viva». ElÉxodo es un libro compuesto de partes muy distintas entre sí, que abarca la historia de los israelitas en la época de los grandes movimientos. Sea la que sea la fecha en que se compiló y fijó su texto, resulta claro que de él arrancará todo lo que puede decirse de la hechicera o la bruja ante el inquisidor o el juez laico en los países cristianos. La ley rotunda, breve, queda ampliada en el Deuteronomio (XVIII, 11-12). De esta manera, en el mundo cristiano, las leyes represivas arrancan del «Éxodo» y llegan a los códigos de Teodosio y Justiniano, para pasar luego a otras colecciones.




La magia y la brujería


4. La magia y la brujería


"La creencia en la Mágia, el pensamiento mágico, es para muchos autores, como A. L. Kroeber en ´Anthropology', un índice cultural, es decir, cuanto más se admita la realidad objetiva de los hechos mágicos, más retrasado se considera que está un pueblo, una sociedad" (Julio Caro Baroja en Las Brujas y su mundo).


Yo diría que más vivas mantienen las tradiciones culturas prehistóricas. Rompamos una lanza a favor de las creencias irracionales y en contra de una racionalidad que surge del desconocimiento y el desprecio del fenómeno que estudia. Los pueblos celtas y germanos, las sociedades que habitaron las estepas y climas fríos, habitaban un medio hostil. Eran gente que llegó a Eurasia procedente de África, pongamos que hace unos 70.000 años. En un principio colonizaron las mejores regiones climáticas, mientras que las tribus que no pudieron optar a estos territorios se desplazaron hacia el interior del continente europeo. En las tierras favorables climáticamente, surgió la agricultura y los poblados, comenzando una civilización urbana que creó la escritura, la navegación y el intercambio comercial en las riberas del Mediterráneo. La revolución intelectual griega apeló a la razón y comenzó a despreciar los cultos comunitarios paleolíticos como algo primitivo y del pasado.






Chamanes siberianos


Por otro lado, los hombres que habían quedado aislados en el interior del continente europeo continuaron con sus creencias primitivas y sus ritos mágicos, los cuales impregnan durante largo tiempo la mente de estos pueblos. Estos hombres creían en la magia, mediante la cual pretendían conseguir poderes extraordinarios con la voluntad de dominar o controlar la naturaleza, a través del principio de simpatía o repulsión de unos objetos respecto a otros. El origen de la magia se remonta, según J. Frazer, a la supervivencia de los antiguos rituales paganos y, según M. Murray, se centraba esencialmente en el culto a la fertilidad. Al principio no se diferenciaba entre magia, ciencia y religión. A partir del siglo XIII la magia se fue alejando de la religión y la ciencia con la progresiva divergencia entre la cultura sabia y la cultura popular.










El historiador observa que en los ritos de las brujas existe una absoluta identidad en la configuración mental de los diferentes practicantes de épocas distintas, una especie de base común para las “creencias” brujeriles, la cual se ha fijado en la psique de los europeos de épocas y sociedad diferentes. Estas creencias no surgen solamente de la transmisión cultural, sino de las sensaciones y emociones que han sufrido los hombres al contemplar la inmensa bóveda celeste de las estepas, el cielo azul, el sol, la luna, la noche… Al principio, la humanidad se sentía fascinada por los ciclos lunares, convirtiendo a la Luna en la representación material de la Diosa Madre, la que adoraban los pueblos agricultores.

Sin embargo, los pueblos nómadas de las estepas, ganaderos y guerreros, se sentían más fascinados por la contemplación de la bóveda celeste, llena de estrellas luminosas. El pobre cazador de las estepas comparaba su inmensidad con su insignificancia, e inmediatamente le venía a la cabeza que allí residía un ser superior, un dios de los truenos y relámpagos, un ser masculino al que llamaban “nuestro Padre”. Los pueblos de los desiertos y las estepas se regían por sistemas patriarcales, al contrario que los adoradores de la Diosa Madre. Para los nómadas, el siguiente ser en importancia era el Sol, dios creador de vida, y en una posición inferior estaban la Tierra, la Luna y la Noche, es decir, los representantes de los principios femeninos.

En las sociedades primitivas, la agricultura y la recolección era un trabajo que realizaban las mujeres. Los hombres salían a cazar y las mujeres recolectaban plantas, raíces e insectos, aprendiendo a lo largo del tiempo que plantas eran buenas para comer y cuales producían trastornos al comerlas. De la observación de los fenómenos naturales, del clima, las estaciones y del crecimiento de las plantas, las mujeres aprendieron a cultivar los alimentos, a la vez que engendraban hijos y se erigían en las encargadas de ayudar a parir a los animales. Esta sabiduría le dio una preeminencia social a la mujer, y la sociedad fue gobernada por un matriarcado, lo que despertó un recelo inconsciente en el hombre al ver aumentar la autosubsistencia de la mujer. A Julio Caro Baroja esta afirmación le parece una generalización excesiva y no digiere lo de la pervivencia de un culto prehistórico, ni la existencia de dioses cornudos, tesis que defendía Margaret Murray y Pennethorne Hughes, para quienes la mujer gozó de gran libertad sexual durante la celebración de estos cultos de fertilidad.






a. Pervivencias de la magia primitiva


El primer significado que daban los europeos a la brujería era el de una práctica de la magia nociva, negra o maligna. Creían en la magia simpática y estaban convencidos de que se podía asesinar una persona clavando agujas en un muñeco realizado a imitación de la víctima, estaban convencidos de que había personas que provocaban granizadas sobre las cosechas, la impotencia de un recién casado...


Así pues, la brujería tendría algo que ver con las primitivas creencias mágicas y en la afirmación en los maleficia(maleficios). Además, aquí podemos encontrar el mayor parecido entre la brujería europea y la práctica actual de la brujería en sociedades primitivas no europeas o en culturas modernas como el vudú.






La primera característica de los maleficia consiste en ser actos mágicos, más que religiosos. La segunda es que son actos nocivos, más que benéficos. En la práctica de la religión los hombres se limitan a suplicar a los espíritus o deidades de quienes esperan o confían que provoquen los resultados deseados. Si la petición fracasa es porque dios no se ha dignado a satisfacer su demanda. Otra de las características de la religión es que se trata de una actividad comunitaria y organizada, al contrario que la magia. La religión se sirve de las artes de la persuasión, tratando a los seres superiores con un sentimiento referencial. Muchas religiones han evolucionado progresivamente a partir de la magia, mientras que otras han degenerado en magia. Los efectos de la actividad religiosa son muy a menudo beneficios empíricos y profanos, exactamente iguales a los de la magia, lo que provoca la confusión entre religión y magia. En la magia, los dioses no intervendrían y los objetivos serían inmediatos, profanos y empíricos, mientras que la religión tendría un carácter organizado, público, suplicatorio y teológico: sus objetivos no serían empíricos ni mundanos, buscando la inmortalidad, en el más allá. También existiría una magia que tendría carácter público, como la practicada en Roma y supondría la intervención de dioses y otros espíritus; pero también existen diferentes formas de religión que presentarían características mágicas, con actividades en las que el ser humano domina o manipula fuerzas misteriosas y sobrenaturales. Las actividades en las que se suplica y se deja el poder en manos del espíritu o la divinidad serían fundamentalmente religiosas.


La segunda característica esencial de los maleficia es que por definición son nocivos. Existe una magia blanca cuyo propósito es generar algún beneficio para uno mismo o para otro. Se trata de una magia productiva que quiere estimular el crecimiento de las cosechas o ayudar a las mujeres a engendrar hijos. También es curativa, pues pretende sanar las dolencias de las personas. Los actos de magia amorosa caen a menudo dentro de la llamada magia gris, pues las ganancias amorosas de uno pueden muy bien significar pérdidas para otros.


También existen los llamados hechizos, como la destrucción de la imagen de una persona para ocasionarle una enfermedad o la muerte, la pronunciación de maleficios y la utilización de brebajes. La hechicería se puede distinguir del maleficium por dos principales razones. La primera es que el hechizo puede ser tanto benéfico como nocivo. La segunda consiste en que algunos actos maleficios no suponen la utilización de ninguna técnica, sustancia o parafernalias particulares para producir sus efectos, como el aojamiento o “mal de ojo”, que supone una actitud interna del brujo o la bruja, destinada a desear la muerte de una persona. Estos actos son esencialmente maleficia, y no constituyen actos de hechicería.






Imagen: Ulrich Molitor. De lamiis et phitonicis mulieribus. [Cologne, Cornelis de Zierikzee, ca1500]; quarto. Grabado en el que dos brujas paradas alrededor de un caldero producen una tormenta.


También existe la alta magia, que es un acto complejo y teórico que requiere cierto grado de educación. Tenemos como ejemplo la alquimia, que pretende la transmutación de metales base en metales preciosos. La adivinación, que utiliza diversos conocimientos secretos, como la astrología que estudia la posición de las estrellas y la necromancia que se sirve de los espíritus de los muertos, son los métodos de adivinación más conocidos, sin olvidar la escapulomancia (adivinación por el examen de los omóplatos de los animales), la dactilomancia, mediante anillos y la oneiroscopia o interpretación de los sueños.


La magia baja se difunde por transmisión oral. Adopta la forma de encantamiento y ensalmos sencillos. Casi todos los maleficia atribuidos a las brujas en la Edad Moderna entran dentro de esta categoría. La mayoría de brujos y brujas procedía de los estratos bajos de la sociedad. La mayor parte de la alta magia es magia blanca, mientras que la magia baja utilizaba los hechizos y maleficios con la pretensión de ocasionar daños a los demás.


El desarrollo de la creencia en las brujas en la Europa medieval resultó notablemente influido por un tipo particular de magia erudita o semierudita: el arte ceremonial de evocar a los demonios. La práctica del maleficium como un poder obtenido por el pacto de una bruja con el demonio fue creación de los demonólogos, conocedores de esta magia erudita. Así en la definición de brujería intervendría el maleficium y el pacto con el diablo. La brujería era demonismo, adoración del diablo. La bruja adquiría sus poderes con un pacto con el diablo. La supuesta vinculación entre magia y demonismo data desde el siglo IV, fecha en la que se creía que los magos, al igual que otros herejes, rendían culto al diablo como dios suyo, en concurridas asambleas nocturnas a las que solían acudir volando. En estos aquelarres o sabbats, rendían homenaje al diablo, practicaban la glotonería, realizaban bailes impúdicos, practicaban infanticidios y canibalismo infantil... es decir, todos los actos que representaban una inversión de las normas morales de la sociedad.



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