domingo, 12 de febrero de 2023

Un mito eterno: esclavo de vírgenes El unicornio fue un rinoceronte trasmutado en criatura maravillosa y utilizado como propaganda religiosa y política









Un mito eterno: esclavo de vírgenes
El unicornio fue un rinoceronte trasmutado en criatura maravillosa y utilizado como propaganda religiosa y política


Es tan irreal como fascinante. El unicornio es uno de los mitos más longevos de la Historia. Es icono de castidad, espiritualidad, amor, sexo, paraísos perdidos y sueños. Lo imaginamos huidizo, indómito y libre. Lo representamos sin tregua. Llevamos haciéndolo dos mil años. Aparece en relatos vedas, chinos, japoneses y griegos. Protagoniza tapices medievales. Asoma en cuadros renacentistas. Los surrealistas recrean su inconsistencia. Los artistas contemporáneos lo incorporan en performances. Federico García Lorca lo compara «con fantásticos merlines y el Ecce Homo», «con Durandarte encantado y Orlando furioso». Y Julio Cortázar se pregunta: «¿Tengo la culpa yo, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?»


Griegos, romanos y macedonios lo creían real. Así lo describe el físico Ctesias en el siglo V adC.: «Hay en India ciertos asnos salvajes que son tan grandes como caballos o acaso más; sus cabezas son rojo-oscuras y sus ojos azul-oscuros. Tienen un cuerno en la frente de casi medio metro de largo». Quinientos años después, Plinio el Viejo también admite su existencia. Ambos describen una mezcla del rinoceronte blanco que se ve en las campañas de India y el narval de los mares del Norte al que llaman unicornio marino. Los vikingos venden su cuerno al peso y a precio de oro; los hay de tres metros y diez kilos.



Si el unicornio era venerado; su cuerno, más. En el siglo XVI lo llaman alicornio para evitar la cacofonía. Se usa como copa, por creer que detecta y neutraliza venenos. Isabel I de Inglaterra paga por una 10.000 libras. Resulta ideal para los banquetes reales. Eso le da pedigrí. Lo prueban los seis cuernos de unicornio y varios de rinoceronte que deja en herencia Felipe II. Así consta en el listado de bienes mobiliarios del monarca publicados por la Real Academia de Historia en 1956: «Es mi voluntad que también se conserven y anden juntos con las suçession destos Reynos seys cuernos de unicornio que assi mismo están en ladicha guardajoyas para que tampoco se pueda enagenar ni empeñar». No es el único rey que los tiene. En el palacio Rosenborg de Copenhague está el trono de cuerno de narval y oro que Federico III de Dinamarca se construye entre 1662 y 1671.


«Marfil maldito»


Le seguimos llamando unicornio marino. Pero sabemos que el 'Monodon monoceros' golpea y aturde con su colmillo a los peces que come; y probablemente también sea su arma contra los enemigos y otros machos rivales de su especie. En el monasterio Strahov de Praga y en el museo Cluny de París hay cuernos de narval. Pablo Neruda los adora, compra uno pequeño en 1957. Lo llama «marfil maldito», por la forma cruel en que el cetáceo es capturado. Hasta se identifica con él: «Pero lo que yo perseguí con mayor constancia fue la huella, o más bien el cuerpo del narval. Por ser tan desconocido para mis amigos el gigantesco unicornio marino de los mares del Norte, llegué a sentirme exclusivo correo de los narvales, y a creerme narval yo mismo…»

Lo imaginamos libre, huidizo e indómito. Lo representamos sin tregua. Llevamos haciéndolo dos mil años



En la Antigüedad se confunde al 'rhinoceros' (rinoceronte) con el 'monoceros' (unicornio), aclara Laura Rodríguez Peinado, profesora de la Universidad Complutense de Madrid. En el Medievo el mito adquiere personalidad y fisonomía propias gracias al cristianismo, que lo convierte en «símbolo de pureza y virginidad, así como de la encarnación del Cristo en el seno de María». En esa época es habitual que monarcas y nobles disuelvan el cuerno en las bebidas, seguros de lograr salud, juventud y potencia.


Es multicultural. En China lo llaman Ch'i lin. Tiene cuerpo de antílope, cola de buey y cuerno de tres metros. Le atribuyen inspirar al emperador Fu Hsi los ocho trigramas básicos de la caligrafía china y profetizar la llegada de Confucio. Su homólogo japonés, Kirin o Sin-you, señala al culpable en los juicios ensartándole con el cuerno. Temible es también el que se nombra en 'Barlaam y Josafat', relato hagiográfico medieval basado en textos vedas sobre Buda: «Un hombre vio venir una gran bestia que llaman unicornio que lo seguía por tomarlo, y el hombre comenzó a huir por que no lo matase».



De París a Nueva York


Al 'unus cornu', su nombre en latín, le adjudican cualidades siempre portentosas y nunca demostradas. Lo refleja el bestiario 'Physiologus', anónimo moralizante del siglo II. No se conserva el texto original en griego, pero sí traducciones latinas. La Iglesia las aprovecha para dotar a la criatura de misticismo e incorporarla a la iconografía cristiana, como hace con muchos mitos y celebraciones paganas.


El animal también se utiliza como metáfora del amor. Se aprecia en los tapices de 'La caza del unicornio', la joya de Los Cloisters de Nueva York. Son siete, fabricados en los Países Bajos entre 1495 y 1505 para el matrimonio de Ana de Bretaña con Luis XII de Francia. Pertenecieron a la familia francesa La Rochefoucauld durante siglos; John D. Rockefeller los compra en 1922 y los dona al Met en 1937. Muestran la persecución, captura y confinamiento del animal; esta última tela aparece en el filme 'Harry Potter y la piedra filosofal'. En uno de los cinco claustros del complejo, el Trie, se cultivan las especies vegetales que aparecen en las composiciones. Hay más de cien. Entre ellas las plantas tintóreas rubia, isatis y gualda, que proporcionaban el rojo, azul y amarillo a los tintoreros.



Hechizo y embelso


«Nunca animal mítico alguno fue tan familiar y tan esquivo, tan misterioso, tan famoso, tan duradero, como el unicornio», escribe el historiador de la ciencia Willy Ley. «El unicornio ha conservado mucho de su hechizo y su embeleso, aunque ya nadie crea en su existencia real». ¿Por qué alcanza tanta fama y la mantiene veinte siglos? Él ofrece tres razones. Se le hizo originario de «una tierra de por sí fantástica, la India»; era un ser sin parangón en el mundo y «raro aún en su propia tierra»; y tenía un cuerno preciado y protector. La mítica criatura nace por un error de transcripción, sostiene el divulgador científico. Lo explica en 'El pez pulmonado, el dodó y el unicornio' (1941). En la llamada 'Biblia de los Setenta', la más antigua traducción del hebreo al griego, se traduce el término 'reem' (re'em en hebreo) por 'monokeros'. Pero, según muestran los relieves de las puertas de Ishtar, se trata en realidad de un uro que, representado de costado, parece tener un solo cuerno. Luego todo va rodado. La Vulgata lo convierte automáticamente en 'unicornus'; la Biblia Francesa, en 'licorne'; y Martín Lutero, en un 'Eibhorn' (con un único cuerno). Para Ley, la descripción que Ctesias deja en el siglo V adC. no tiene base. Admite que nombra al unicornio en el libro que escribe sobre India. Pero nunca estuvo allí y por tanto lo hizo de oídas, sobre otros escritos y rumores, alega. «Es bastante fácil de advertir que su descripción del asno salvaje se basa en la del rinoceronte indio mezclada con rasgos de algún otro animal. Sin discutir excesivamente, puede afirmarse que 'hay mucho de rinoceronte' en él». El «nada bello» 'rhinocero' no podía ser el fascinante unicornio, ironiza el escritor. Nadie estaba dispuesto a aceptarlo. Tenían que ser «tan diferentes como el día y la noche». En su opinión, es la mitología cristiana la que «lentamente pero con seguridad» reescribe la leyenda. Como el animal no podía ser capturado, la Iglesia hizo una pirueta: lo derrotaría una virgen. «El unicornio colocaría el cuerno en su regazo, perdiendo su poder y fiereza hasta quedarse dormido». La religión lo convierte en «un esclavo de las vírgenes» y el mito despega imparable. De nada sirve que los escépticos renacentistas cuestionen las virtudes medicinales del codiciado cuerno, que hasta se vende en las boticas. Y a nadie importa el fiasco de Marco Polo al descubrir que unicornio y rinoceronte eran uno: «Es una bestia de presencia horrible y de ningún modo como las que recordamos y mentamos en nuestros países, esto es, una bestia que pudiera observarse en el regazo de una doncella. En verdad os aseguro que es completamente lo opuesto de lo que decimos de ella».


Otros seis tapices de 'La dama y el unicornio' son el tesoro del Museo Cluny de París. Se tejen en Flandes hacia 1490. No se sabe con certeza quién los encarga, pero los escudos de armas que aparecen insistentemente en ellos son de la familia francesa Le Viste. Prosper Merimée los descubre en 1841 en el castillo de Boussac. George Sand inspira en ellos su novela 'Jeanne' (1844). Aunque habla de ocho colgaduras, son seis las que Edmond Du Sommerard traslada al Museo Cluny en 1882. Cinco simbolizan los sentidos humanos; la sexta, el corazón con esta leyenda: 'Mon seul désir' (mi único deseo). Sobre fondo bermellón, florido y con animales, una joven toca un órgano portátil, come, huele, se mira en el espejo. Para unos, es Margarita de York y otros apuntan a María Tudor. La escoltan un unicornio y el león que alude a la villa de Lyon comandataria del trabajo, simboliza fuerza en la heráldica y representa a Cristo. Durante años se añade al 'Unicornio de Durango' (México) o 'Fuente de la gracia', de la Pinacoteca Virreinal, como séptima pieza de la colección. Pero se descarta al datarse como obra del siglo XIX.


Cobijo imaginativo


El arte es el gran valedor del legendario animal. Los creadores lo perpetuan y reinventan. El Bosco lo incluye en su inagotable 'Jardín de las delicias' (1490-1500) montado por una figura desnuda. Rafael lo pinta con Magdalena Strozzi en 1506. Para unos la modelo es Giulia Farnese, la amante del papa Alejandro VI apodada 'la novia de Cristo'; otros se decantan por Laura Orsini, posible hija del pontífice. La criatura también aparece en 'La reconvención a Adán', de Francesco Bassano (1570); 'Las cuatro partes del mundo', de Jan Van Kessel 'el viejo' (1660); y 'Orfeo y los animales' de Alessandro Varotari Padovanino (siglo XVII).


Dalí utiliza y transforma al animal a su antojo. Lo pinta de azul en 'El unicornio feliz' (1977), lo convierte en 'La licorne' (1983) y lo maneja como símbolo fálico en 'Joven virgen sodomizada por su propia castidad' (1954). Habla así sobre ello: «El cuerno del rinoceronte es en realidad el cuerno del legendario unicornio, símbolo de la castidad. La joven dama puede escoger si apoyarse en él o jugar moralmente con él, tal como se hacía en la época del amor cortesano».


El unicornio no tiene cabida en la ciencia, pero sí en la imaginación. Geraldin Blake lo pinta con una princesa de falda verde en 1978; Anthony Southcombe, junto a una niña ante un parque en 1980. Tres mujeres desnudas lo alimentan en un cuadro de Nikolay Botkovsky de 2008. Michael Parkes dibuja uno ciego y otro negro. Alexander Sigov lo acompaña de un perro y Damien Hirst lo inserta en 'El sueño del niño' (2008). Eduardo Arroyo lo esculpe en el Arco de la Cárcel de León, y le exigen su retirada. Y Andrey Remnev lo rodea de perros voladores.


Lejos de agotarse, el mito da una vuelta de tuerca. Paleoantropólogos de la Universidad Estatal de Tomsk (Rusia) han descubierto este año, en Kazajistán, un fósil de 'Elasmotherium sibiricum', especie de rinoceronte siberiano del tamaño de un elefante y con un cuerno frontal que pudo medir dos metros. Según el análisis de radiocarbono de la Universidad de la Reina de Belfast, son los restos de un animal de hace unos 29.000 años, con lo que habría convivido con el 'Homo sapiens'. A principios del siglo XX se encontraron restos óseos semejantes en la misma zona. Los científicos descartaron entonces cualquier relación con la leyenda del unicornio.

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