jueves, 1 de marzo de 2018

El monje fantasma de San Onofre


El monje fantasma de San Onofre

También llamada de las Ánimas, la Capilla de San Onofre comienza a construirse en el siglo XVI. Formaba parte de un enorme complejo monástico que ocupaba el espacio de la actual Plaza Nueva. Se trata del Convento de San Francisco, fundado en el siglo XIII. Su conjunto de convento, hospital e iglesia lo convertían en el convento más grande de Sevilla, traspasando los límites de la plaza. Es derribado a mediados del siglo XIX como resultado de la desamortización de Mendizábal. Tras este derribo queda un solar baldío, al que se denomina Plaza Nueva, quedando el nombre de Plaza de San Francisco como recuerdo de ese antiguo convento. De ese desaparecido convento sólo se conservan dos elementos: la puerta de entrada, que es el actual arquillo del Ayuntamiento, y la Capilla de San Onofre.



Pues bien, en esta capilla se desarrolla uno de los sucesos paranormales más antiguos de nuestra historia. Un caballero llamado Juan de Torres, tras haber llevado una vida de disipación y pecado, quiso enmendarse, y entró de lego en el convento de San Francisco. Entregado a la penitencia, tras hacer los oficios más humildes del convento, dedicaba sus escasos ratos libres a irse a la iglesia a rezar, y aun a veces a media noche, abandonaba su celda, y se iba al templo, donde se entregaba a la meditación.

Una de estas noches, precisamente la del 1 de noviembre de 1600, conmemoración de los Fieles Difuntos, encontrándose el lego en la capilla de San Onofre, oyó que alguien entraba y vio con sorpresa que un fraile de su misma orden se acercaba al altar, pasaba a la sacristía y volvía a salir al poco rato, revestido de alba y casulla como para oficiar la misa. El fraile depositó el cáliz, se situó ante el altar, miró hacia los bancos, dio un gran suspiro, y recogiendo el cáliz, sin haber dicho la misa, se volvió a la sacristía de la que salió al poco, ya sin revestir, y cruzando la iglesia desapareció. El lego quedó sorprendido al observar tan extraño comportamiento del fraile, que se revestía y después no decía la misa. A la noche siguiente, y una tercera más, se volvió a repetir el mismo extraño hecho. Llegó el fraile, se revistió, se acercó al altar y después se retiró sin oficiar.

El lego, comprendiendo que algún misterio se ocultaba tras este suceso, lo comunicó al prior del convento, el cual le dijo: Si vuelve a ocurrir lo mismo, acérquese al fraile y ofrézcase a ayudarle en la misa. En efecto, una noche más, el fraile apareció junto al altar con el cáliz en la mano y revestido con los ornamentos. Entonces el lego, saliendo de la oscuridad del rincón donde solía estar haciendo sus oraciones, se acercó al fraile y le dijo: ¿Quiere su paternidad que le ayude a la misa? El fraile no contestó, pero inició entre dientes con voz casi ininteligible las primeras palabras del Santo Sacrificio: sólo que en la primera secuencia, en vez de decir leatificat juventutem mea su voz se hizo más clara, para articular estas terribles palabras: leatificat mortem mea.

El lego comprendió entonces que estaba ante un espíritu pero, como había sido caballero y hombre de armas, no sintió miedo y siguió respondiendo al oficiante. Por fin terminó de decir la misa, y cubriendo el cáliz lo puso en la mesita de la sacristía donde se despojó de la casulla y ornamentos, y volviéndose al lego le dijo: Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo soy un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que satisficiera mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar decirla, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo. Y tras estas palabras el fraile desapareció para siempre.

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