viernes, 10 de octubre de 2025
¿Existe una psicología de la muerte?
¿Existe una psicología de la muerte?
Dossier coordinado por la catedrática Marie-Frédérique Bacqué
Traducido y editado por Cadenza Academic Translations
Traductor: Yago Mellado Lopez, Editores: Jaime Velásquez y María Florencia Fernández, Senior Editor: Mark MellorEl acceso a las representaciones de la muerte tiene lugar en función del desarrollo psíquico infantil, pero la conciencia de la muerte propiamente dicha solo llega con la autoconciencia. Hace falta, no obstante, cierta madurez para aceptar la irreversibilidad y la universalidad de la muerte. Los procesos psíquicos regresivos o los acontecimientos traumáticos ponen a menudo en tela de juicio este orden de las cosas y ¿quién no se ha sorprendido de ver cómo hasta el más sabio espera aún el regreso del amigo perdido?
La rica fantasía de la «bella muerte» ante el vacío de sentido de la muerte mediática
La psicología de la muerte no se limita a la psicología de los moribundos, puesto que son pocas las cosas generalizables en las que encuentra su fundamento. Tampoco estudia la experiencia de la muerte, pues no podría ni describirla ni analizarla. No existe una experiencia de la muerte, solo podemos experimentar la muerte del otro. Tampoco puede reducirse la psicología de la muerte a la psicología del duelo. La psicología de la muerte estudia los fantasmas individuales sobre la muerte, en los que se sumirá una persona a la que le han comunicado abruptamente una grave enfermedad, los que visitará un condenado a muerte, los que tratará de dominar un niño que tiene miedo a la oscuridad, etc. De ahí nacerán las actitudes ante la muerte. Estas actitudes varían también según las culturas y las creencias, e influyen en toda una psicopatología que se manifiesta en los delirios melancólicos, las provocaciones suicidas o las pulsiones de muerte. La psicología de la muerte atraviesa pues también las representaciones colectivas de la muerte, las escatologías elaboradas por todas las civilizaciones, que intentan a su vez apaciguar, amenazar, prever, etc. Pero estas muertes plurales, planetarias o cósmicas de antaño parecen eclipsarse ante una muerte posmoderna, biológica, racional y sin profundidad fantasmática. La muerte ha pertenecido durante mucho tiempo al dominio de las fuerzas ocultas. ¿Será acaso esta proyección hacia el exterior del miedo que asediaba al ser humano ancestral el origen del extraordinario desarrollo de su pensamiento? La muerte no es solo estupefacción y bloqueo, sino por el contrario la fuente de la imaginación.
La anticipación de la propia muerte es un sufrimiento, pero también el inicio de la civilización
La muerte plantearía, en última instancia, la cuestión de la distinción entre el Humanimal y las demás especies (el término Humanimal se acuñó para subrayar hasta qué punto el ser humano es un animal singular, a pesar de su acceso a la palabra y su capacidad para crear civilizaciones). La anticipación de la muerte es lo que caracteriza al ser humano, a diferencia de los animales, que solo perciben la ausencia. Pero adoptamos la hipótesis de que el ser humano se distancia de la muerte —límite biológico de la vida en todos los animales— gracias a la mediación del fantasma. El costo psíquico es alto, si lo medimos en términos de angustia o de esfuerzo por controlarla. ¿Es realmente nuestra formidable competencia cognitiva la que nos lleva a anticipar y escapar constantemente de nuestra desaparición? ¿No es una especie de negación la que nos permite, ante cualquier situación de peligro, creer una y otra vez en nuestra supervivencia final? La ambivalencia ante la muerte del prójimo no es más que la persistencia de la ley del más fuerte que nos lleva a constatar: «Si es él, aún no soy yo…».
Y lo que resulta aún más increíble, estas observaciones, que anteceden incluso al lenguaje articulado, dieron lugar a toda una serie de creencias y finalmente a un sistema causal religioso. Pero incluso antes de introducir ese «algo» que llamamos muerte en el habla, ¿cómo concibieron los precursores de los neandertales y los sapiens la muerte? Para dar respuesta sería precisa una paleotanatología. Nuestros primos y hermanos, los chimpancés y los gorilas establecen la analogía entre la muerte y el sueño, pero, en el fondo, tener más representaciones de la muerte parecería inútil a estas especies. Del mismo modo, hizo falta mucho tiempo para que los homínidos fueran capaces de abstraer la realidad, antes de intercambiar sonidos que no fueran meras evocaciones directas de los objetos nombrados.
El cuerpo desacralizado de la época moderna
El no-lugar de la muerte estuvo así ocupado, desde hace tiempo, por una abundancia de imágenes que respondían a la necesidad colectiva de domesticar la muerte, sobre todo la muerte colectiva. De El Bosco a Picasso, la muerte, que no se puede pensar subjetivamente, ha participado en la creación de nuestras sociedades, nuestros logros artísticos o nuestro recurso a la religión.
Cuando miramos las representaciones actuales de la muerte, lo que vemos son fotos o videos de una muerte cruda y sin relieve. Cadáveres plastinados, reverso poco envidiable de quienes están hoy activos, ante los que el malestar es evidente: un cadáver que juega al tenis, un cadáver que se mira en el espejo del tocador. Exposición de éxito que daría la vuelta al mundo. La curiosidad filosófica de quienes son afines al laboratorio de anatomía poca relevancia tiene aquí. El cuerpo es una mera curiosidad mecánica: así funciona cuando tragas, digieres, trabajas o juegas. La desacralización comenzó, sin saberlo, con la «Lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp» y termina en los genocidios o en los tristes restos de las víctimas de atentados terroristas. Si no se humaniza al muerto, no es más que un despojo. El espanto que se experimenta ante un muerto muestra claramente su cambio de estatus. Un cadáver es, ante todo, una persona en otro estado de la materia, pero el soplo vital que ha perdido lo hace extraño para el mundo de los vivos. Este soplo —el alma, en la mayor parte de las civilizaciones— no es percibido como si fuera de una esencia diferente a la vida en un primer momento. El ciclo biológico que se impone y nos lleva a alejarnos del cuerpo provoca, a su vez, un cambio psíquico. Encontrar un lugar estable para el muerto es la cuestión que seguramente preocupaba a nuestros ancestros nómadas. ¿Cómo preservar algo del pariente fallecido? Los primeros talismanes fueron probablemente fabricados en su honor, para transportar consigo algo de sus restos, y se les otorgaría rápidamente poderes secretos, lo que dio nacimiento a las primeras medicinas.
La muerte está vinculada a la memoria. Como la muerte, la memoria se basa en una ausencia
La criatura humana es capaz de imaginar rápidamente el objeto escondido bajo la manta, pero ¿cómo va a creer que su padre se «marchó en un cohete»? Pretextando su inocencia, a veces se les cuentan estas mentiras piadosas a los niños y, sin embargo, estos mismos niños observan insectos o flores muertos. ¿Será pues imposible que yo muera? ¿Qué tipo de sociedad es esta en la que no osamos hablar de la muerte a los niños por miedo a revelarles la espantosa verdad de su propia mortalidad? La muerte no puede ser, ciertamente, objeto de un discurso estereotipado, porque la muerte implica emocionalmente al que habla de ella. No habrá una educación sobre la muerte, como sí hemos tenido, en la secundaria, el lamentable precedente de la educación sexual, basada en la visión de los sistemas reproductores masculino y femenino y los anticonceptivos como correlato regulador. La aceptación de la muerte se adquiere con la experiencia. Podríamos decir que es una práctica —al igual que el análisis— que no se aprende, sino que se vive. Pero afirmar que no existe un «pasado» de la muerte sería ignorar los traumas. Hay visiones, sentimientos traumáticos de la muerte, cuando una persona se ha visto a sí misma muerta, cuando creía que había pasado al otro lado. Ante la amenaza de la muerte, el recuerdo no funciona como memoria: es mera repetición. La muerte ya no es ausencia, pues se sumerge en lo real. La muerte ya no constituye la falta hacia la que nos encaminamos lentamente, pues nos invade. Esta muerte nos conduce a la psicopatología de la muerte, la que vincula la psicología y la psiquiatría de la muerte.
Psicopatología de la muerte
¿Qué dificultades psíquicas existen en torno a la muerte? ¿Qué patologías mentales emergen con la aproximación de la muerte? Conocemos la angustia de la muerte, sabemos perfectamente que el pensamiento de que vamos a morir puede ser objeto de todos los temores, pero que, al mismo tiempo, con la misma facilidad se liquida en un instante en cuanto nos vemos arrastrados por la vorágine de nuestras actividades. Sin embargo, todos hemos visto a pacientes aterrorizados ante la muerte o con un bloqueo total en lo afectivo y en el pensamiento. Hemos conocido a grandes religiosos angustiados porque estaban a punto de morir y a niños pequeños que tranquilizaban a sus padres al verlos deshechos en lágrimas. La proximidad de la muerte es un momento decisivo, pero también produce sorprendentes cambios de actitud. Aunque los psicólogos y psicoanalistas se ven a veces llamados a compartir estos momentos, no necesitan encubrir ninguna desvergüenza social, sino que se limitan a recoger —o no—, las palabras verdaderas en lugar de sus destinatarios que, a menudo, no podrían acogerlas. ¿Qué lugar le corresponde al psicoanalista o al psicólogo? ¿Se trata de un último impulso transferencial o se convierte en el último representante de la libertad psíquica? Nadie lo sabe, pero la ética psicoanalítica permite que el paciente exprese todo, sin que el analista intente tranquilizar de manera precipitada a quien se da cuenta de que nada puede cambiar su rumbo.
Existe una psiquiatría de la muerte, que siempre se ha ocupado de la atención a pacientes en los que el delirio o algunos rasgos hipocondríacos o melancólicos tienen como motivo principal la muerte, por no hablar de los pacientes suicidas u obsesivos. El psicoanálisis también nos permite captar esta extraña desinvestidura de sí mismo, seguida del deseo de poner fin al sufrimiento o escapar a la humillación suicidándose. Pero ¿se busca realmente la muerte o es más bien la «nada»? Que cesen los estímulos obscenos, dejar de pensar, dejar de contar el tiempo, sentarse y fundirse in situ: estos son los no-deseos del melancólico. No-deseos, porque ni siquiera se pueden comunicar. Se pierden en un pensamiento recurrente, que no cesa, semejante a la no-vida de estos muertos en potencia.
Subjetividad de la muerte, comunidad de los interrogantes
Finalmente, la psicología de la muerte cuestiona tanto la subjetividad como los fenómenos de grupo ante la muerte. Plantea las cuestiones más existenciales, las más íntimas, las que conmueven al individuo cuando se enfrenta a la muerte de los demás o a su propia muerte en la crudeza del trauma o en los primeros momentos de la agonía. La psicología de la muerte también se basa en las representaciones colectivas de la muerte que, aunque sociales, circulan filtradas en mayor o en menor medida por las barreras defensivas del sujeto. Por último, la psicología de la muerte es también la psicología de la muerte del sujeto en el ser humano, cuestión muy actual que surge con la pérdida de la capacidad de pensarse como sujeto en las dictaduras políticas, en los sistemas burocráticos centrados en el productivismo, o cuando un individuo pierde la razón, la memoria o el juicio, o simplemente porque es viejo, negro o diferente. Se trata una vez más de la muerte. Esta psicología nos interesa porque se basa en el campo de las pérdidas y las separaciones humanas, renuncias todas ellas necesarias mientras que el bebé, omnipotente cuando salió de su madre, solo existía gracias al vigor fantasmático de su madre. Lamentablemente, el aparato psíquico materno no era más que un préstamo transitorio y ahora debe enfrentarse al mundo y encontrarse con la angustia de muerte, la fobia a la muerte, el deseo de morir y de que alguien muera, el miedo a la separación, los temores milenaristas, la nostalgia en la depresión, el enigma del duelo, morir y envejecer. Aquí es donde emerge el campo de la psicología de la muerte, campo que es, a todas luces, inmenso.
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