miércoles, 10 de septiembre de 2025

Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie europeo de la era moderna.



Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie
europeo de la era moderna.
 
Criminological Analysis of Peter Kürten, the First

European Serial Killer of the Modern Era

Janire Ramila

Universidad Europea, Madrid, España.

Email de correspondencia: nuriajanireramila@universidadeuropea.es

Filiación Institucional (1)

Resumen

El 2 de julio de 1931, el ciudadano alemán Peter Kürten fue guillotinado en la prisión de Colonia tras ser hallado culpable de 9 asesinatos, aunque se sospechó

que pudieron ser bastantes más. El impacto social de sus crímenes y las declaraciones del propio Kürten, una vez detenido, motivaron la elaboración del primer

estudio psicológico y criminológico realmente influyente sobre las motivaciones de un asesino serial en Europa. De hecho, fue en el transcurso de su investigación

policial cuando se acuñó por vez primera este término por la policía alemana, para referirse a aquel que asesinaba de forma secuencial. Se sustituía, así, el

anterior término empleado en este tipo de crímenes: “asesinato de extraños”. Tras su muerte, su cerebro siguió siendo objeto de estudio científico, en un intento

de encontrar posibles anomalías que ayudaran a entender la crueldad de sus crímenes. Todo ello demuestra que Peter Kürten fue un personaje capital en el

estudio psicológico y criminológico del asesino serial moderno europeo y en el desarrollo de las futuras investigaciones policiales semejantes. En este artículo se

analizará la figura de Kúrten desde una perspectiva criminológica, para entender por qué puede catalogarse, con toda la contundencia científica, como el primer

asesino serial europeo de la era moderna.

Palabras Clave

Peter Kürten, asesino serial, sadismo, psicopatía, mente criminal

Abstract

On July 2, 1931, German citizen Peter Kürten was guillotined in Cologne prison after being found guilty of nine murders, although it was suspected that there

may have been many more. The social impact of his crimes and Kürten's own statements after his arrest led to the development of the first truly influential

psychological and criminological study on the motivations of serial killers in Europe. In fact, it was during his police investigation that the German police first

coined this term to refer to those who committed sequential murders. It thus replaced the previous term used for this type of crime: "stranger murder." After his

death, his brain continued to be the subject of scientific study, in an attempt to find possible anomalies that would help understand the cruelty of his crimes. All

of this demonstrates that Peter Kürten was a key figure in the psychological and criminological study of modern European serial killers and in the development

of future similar police investigations. This article will analyze Kúrten's figure from a criminological perspective, to understand why he can be classified, with all

scientific conviction, as the first European serial killer of the modern era.

Keywords

Peter Kürten, serial killer, sadism, psychopathy, criminal mind

Este artículo ha sido realizado dentro de la investigación “Estudio sobre las motivaciones y estresores de la violencia

serial contra la vida de las personas”, con código interno en la Universidad Europea CIPI/19/163.

Fecha de envío: 26/04/2025

Fecha de aceptación: 28/06/2025 Fundación Universitaria Behavior & Law |81

Cómo citar este artículo en formato APA:

Ramila, J. (2025). Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie europeo de la

era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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I. INTRODUCCIÓN

Cuando el ciudadano alemán Peter Kürten fue juzgado por sus crímenes en Colonia, el psiquiatra asesor del abogado

defensor, el doctor Wehner, confesó lo siguiente al tribunal: “Para mí, Kürten es un enigma que no puedo resolver. El

criminal Haarman solo asesinó a hombres, Landrú y Grossman solo mujeres, pero Peter mataba a hombres, mujeres, niños

y animales; mataba todo lo que encontraba” (Divisa, 2021, p. 47-48).

Con estas palabras, el doctor Wehner daba a entender que la sociedad europea ya conocía de antiguo la figura del asesino

serial, aunque hasta entonces no se les llamara así. No en vano, los nombres por él mencionados eran famosos asesinos

seriales de su tiempo. Friedrich Haarman había sido ajusticiado, en 1925, por 24 asesinatos probados, casi todos ellos de

adolescentes; Henri Désiré Landrú tuvo el mismo final ,en 1922, por el asesinato de 11 personas; y Carl Grossman se

suicidó en 1922 mientras esperaba a ser juzgado, sospechoso de decenas de asesinatos.

Y sin olvidar a Jack el Destripador, el asesino que mató a cinco mujeres prostituidas en el Whitechapel de 1888 y cuya

identidad aún es desconocida, pese a los numerosos sospechosos que barajó Scotland Yard en su investigación (Rámila,

2010).

Crímenes, todos ellos, que conmocionaron a la sociedad europea de su tiempo y que incluyeron canibalismo, sadismo y

múltiples violaciones. Sin embargo, la figura de Peter Kürten ocupa un lugar especial en el estudio del asesino serial europeo,

ya que en el desarrollo de sus crímenes y, especialmente, durante el posterior juicio se produjeron una serie de elementos y

circunstancias que convirtieron a este caso en un referente en el campo de la Criminología y de la Psicología aplicada a este

campo.

Lugar especial al que también contribuyó, sin duda alguna, la película M, el vampiro de Düsserdolf (Lang, 1931), en cuyo

argumento se relataban los crímenes de Kürten a través del actor Peter Lorre y se mencionaban algunos de los dilemas

psicológicos que salieron a colación durante el juicio. Para entender la importancia capital de este filme, basta observar que

sirvió de inspiración para otras grandes obras maestras como La noche del cazador (Laughton, 1955) o El cebo (Vajda, 1958).

Sin embargo, aunque con argumentos que también giraban sobre asesinos en serie de niños, ninguna de ambas películas

tuvo un aura tan mediática como la de M, el vampiro de Düsserdolf, estrenada solo dos meses antes de que Kürten fuese

guillotinado, en la mañana del 2 de julio de 1931.

Hoy, muchos de esos dilemas que surgieron durante el juicio están ya resueltos, y así se irán desgranando a lo largo de la

presente investigación, lo que ayudará a entender mejor por qué Peter Kürten es una figura capital en el estudio del asesino

serial moderno.

II. LOS CRÍMENES DE PETER KÜRTEN

A. Primeros años

Peter Kürten nació en Mülheim –Colonia–, el 26 de mayo de 1883. Fue el tercero de trece hermanos, dentro de una familia

sumamente pobre. Su padre, trabajador en una fundición de moldes, fue un hombre muy violento que violaba a su mujer

y a sus hijas delante del resto de la familia, incluido el propio Peter (Sadurní, 2023), motivo por el que fue recluido durante

3 años en prisión.

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era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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En 1978, los agentes del FBI Robert Ressler y John Douglas consiguieron que el Departamento de Justicia de los Estados

Unidos financiara el Proyecto de Investigación de la Personalidad Criminal, un estudio pionero que pretendía conocer las

motivaciones y comportamientos de criminales especialmente peligrosos y muy poco estudiados, como los asesinos en

serie.

La única condición que se les impuso fue la de contar con la participación de “universidades y hospitales de primera clase”

(Ressler, 2005, p. 76). Para ello, invitaron al estudio a la doctora Ann Burgess, profesora de Enfermería de Salud Mental

Psiquiátrica en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Pensilvania, entre otros puestos académicos. Gracias a ella,

el estudio tuvo un enfoque netamente científico.

En cinco años, el equipo logró entrevistar a 36 criminales encerrados en prisión y evaluar los informes de 118 víctimas. Sus

conclusiones se publicaron, en 1988, en el libro Sexual Homicide: Patterns and Motives (Ressler, Burgess y Douglas, 1995) y,

entre ellas, estuvo la de que todos los entrevistados procedían de ambientes disfuncionales en su infancia, con padres

abusadores, negligentes o directamente alcohólicos y violentos. Entornos familiares carentes de afecto y de cariño hacia los

hijos y con una presencia paterna ausente., tal y como señaló el propio Ressler:

“La mitad de nuestros sujetos tenía algún pariente cercano con una enfermedad mental. La mitad tenía padres con

antecedentes criminales. Casi el 70% de los casos tenían un historial familiar de consumo abusivo de alcohol o drogas.

Todos los asesinos –todos– habían padecido maltrato psicológico grave en la infancia y todos acabaron siendo lo que los

psiquiatras denominan adultos sexualmente anómalos, es decir, incapaces de mantener una relación madura y consentida

con otra persona adulta”. (Ressler, 2005, p. 116)

Por lo tanto, la infancia de Kürten no fue una excepción, sino la norma dentro del mundo de los asesinos seriales. Lo que

sí fue excepcional, aunque quizá no tanto en su época, es que, sin ser aún un adolescente, abandonara el hogar familiar para

caer directamente en la delincuencia como forma de supervivencia.

Algunas informaciones afirman que sus primeros asesinatos los cometió con 9 años (Garrido, 2023), pero no existe ningún

documento oficial que lo acredite. En concreto, se señala que, jugando con dos compañeros de colegio, arrojó a uno de

ellos al río para que se ahogase y cuando el otro se lanzó al agua para socorrerle, Kürten lo mantuvo bajo la balsa hasta que

ambos murieron ahogados (Divisa, 2021).

Lo que sí está acreditado es que, en julio de 1913, intentó violar a una mujer prostituida, pero ésta se defendió y Kürten fue

condenado a prisión por esta agresión y varios hurtos en comercios.

Aún no era conocido, pero años después confesaría haber asesinado, el 25 de mayo de ese 1913, a la niña de 13 años

Christine Klein mientras dormía en la vivienda superior a la tienda elegida para robar. Según su confesión la degolló, lo que

le produjo un gran placer.

Tal confesión la realizaría al profesor Karl Berg tras su detención final, el 24 de mayo de 1930. Berg era un afamado

psicólogo alemán de su época y Kürten no tuvo reparos en responder a todo lo que éste le preguntaba. De este modo le

narró el asesinato de la niña Christine Klein:

“Entré en una casa de la Wolfstrasse y subí a la primera planta. Abrí diferentes puertas y no encontré nada que mereciese

la pena robar; pero vi, en una cama, a una niña de unos diez años durmiendo, cubierta con un grueso edredón. Tenía una

pequeña navaja, sujeté la cabeza de la niña y le corté el cuello. Oí la sangre salir a chorros y como goteaba en la alfombra

junto a la cama. Salía formando un arco, directo a mi mano. Todo no duró más de tres minutos. Después cerré de nuevo

la puerta y volví a mi casa en Düsseldorf”. (Divisa, 2021, p. 40-41).

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Del asesinato fue acusado el padre de la víctima, ya que Kürten había dejado en la escena –sin que se sepa si se le cayó

accidentalmente o no– un pañuelo con sus iniciales que, curiosamente, coincidían con las del padre (Sadurní, 2023).

Regresando a 1913, en el mes de julio estranguló a la joven de 17 años Gertrud Franken mientras dormía, también al entrar

a robar a su domicilio, pero la víctima sobrevivió. La agresión fue denunciada a la policía, aunque sin la descripción del

agresor poco más se pudo hacer.

Cuando cometió el asesinato de la niña Christine Klein, Peter Kürten tenía 30 años, lo que coindice con los estudios que

sitúan entre los 20 y los 40 la edad en la comisión del primer asesinato por los asesinos seriales masculinos. Así lo señala,

por ejemplo, Hickey en su obra Serial Murderers and Their Victims (2006, p. 137), concretando que la media de edad en el

primer asesinato es de 27,5 años. O Miller (2014, p. 4), identificando para ese momento criminal la franja de edad de los 20

a los 40 años.

¿Sería posible, por lo tanto, que Kürten hubiera cometido ese doble asesinato al que se refieren algunas informaciones a los

9 años? Sí, según el Radford/FGGU Annual Report on Serial Killer Statistics: 2020, donde se dice que, tras analizar a 4.887

asesinos seriales de diversos países, la edad media de comisión del primer asesinato fue de 28 años, pero encontrándose

que algún sujeto de la muestra lo cometió a los 6 años (Aadmodt et al, 2020, p. 42).

B. Tras la I Guerra Mundial

A su salida de prisión, en 1921, Kürten se trasladó a Altenburgo, donde comenzó a trabajar en una fábrica de la que llegó

a ser sindicalista. En 1923 se casó con Auguste Scharf, “que había matado a un novio por haberla abandonado” (López,

2003, p. 121) y en 1925 la pareja recaló en Düsseldorf.

Los informes dan aquí un salto hasta 1929, coincidentes en señalar que, en el mes de febrero, Kürten cometió tres ataques

al menos. El primero, en la persona de Apollonia Kühn, una mujer de 50 años que sobrevivió a múltiples heridas causadas

por unas tijeras. Y, el segundo, el de la niña de 9 años Rosa Ohliger, a la que mató empleando también unas tijeras, para

quemar luego el cuerpo. El tercer ataque también acabaría en muerte. La víctima fue Rodolf Scheer, un mecánico de 50

años muerto por múltiples puñaladas en la espalda a la salida de un bar.

Para entonces, la policía ya era conocedora de que había alguien asesinando personas, aunque aún faltaría unos meses para

que Kürten se convirtiera en el asesino serial que conocemos hoy.

De hecho, este término fue acuñado por vez primera durante esa investigación. Hasta este momento, no había un término

preciso para este tipo de criminales, aunque ya se ha apuntado que se conocían casos semejantes. Sería Ernst August

Ferdinand Gennat, jefe de la policía de Berlín, quien utilizara la expresión serienmörder para referirse a los crímenes de Kürten

(Vronsky, 2020, p. 27).

También en esta época es cuando Kürten comenzó a mandar cartas a la policía relatando algunos de sus crímenes, señalando

el lugar donde podían encontrar algún cadáver o retándoles a detenerle.

Sin duda, Kürten no fue el primer asesino serial en hacer algo semejante. Ya en 1888 Scotland Yard había recibido varias

misivas atribuidas a Jack el Destripador. Precisamente, el apodo le llegó por la firma que aparecía en una de ellas, conocida

como “Dear Boss”, por ser este su encabezado. Sin embargo, las dos cartas que se presume fueron enviadas por ese asesino

han sido puestas en cuestión casi desde el mismo momento de su recepción (Evans y Skinner, 2003).

Muchos años después habría otros asesinos que siguieran la senda de Kürten, como Zodiac, Theodore John Kaczynski o

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Dennis Rader; siempre, buscando un afán de notoriedad a través de mensajes cifrados o crípticos, que apuntalaban en sus

autores una sensación grandiosa de autovalía. Pero no solo notoriedad. Un aspecto importante en todos estos criminales, y

en otros de semejantes características, es la necesidad de reafirmar una personalidad caracterizada por la baja autoestima, lo

que los lleva a vivir en cierta soledad autoimpuesta y a no saber afrontar con normalidad los embates cotidianos de la vida

(Ressler, 2005, Douglas y Olshaker, 2021). En ese punto, el crimen se convierte para ellos en el escape de unas vidas

anodinas, porque es en el crimen donde se sienten poderosos, hasta el punto de retar a la policía a que les atrape.

También, al igual que en el caso de Jack el Destripador, la jefatura de la policía alemana recibió innumerables llamadas y

mensajes con miles de pistas y nombres de sospechosos que, lejos de ayudar, entorpecieron la investigación. Basta recordar

la famosa frase pronunciada por Frederick Abberline, recordando su tiempo al frente de la investigación de Jack el

Destripador: “¡Teorías! ¡Estábamos confundidos por las teorías! ¡Había tantas!” (Rámila, 2010, p. 199).

Para hacerse una idea de la envergadura de la investigación, la policía alemana recabó 900.000 nombres de posibles autores,

de los que 12.000 sufrieron una estrecha vigilancia (Divisa, 2021, p. 43).

Y todo ello sabiendo los escasos medios en investigación criminal con los que contaban las jefaturas de policía de esa época,

apenas un sistema de fichas para el registro y control de los delincuentes, una incipiente dactiloscopia y mucho, mucho

trabajo de calle.

En agosto de ese 1929 aparecieron los cuerpos sin vida de María Hahn, a la que estranguló y clavó unas tijeras en el pecho

y la cabeza; y los de las hermanastras Gertrude Hamacher y Louse Lenze, de 5 y 14 años respectivamente, a las que engatusó

para que le acompañaran a una zona solitaria donde acabó estrangulándolas y degollándolas.

La furia asesina continuó durante los meses siguientes, en los que Kürten comenzó a utilizar un martillo para matar a

algunas de sus víctimas.

Por supuesto, no todos los ataques terminaron en muerte, muchas víctimas resultaron heridas, pero fue su incapacidad para

dar una descripción detallada del agresor lo que impedía una vez tras otra centrar la investigación en Kürten.

Sin embargo, todo cambió el 14 de mayo de 1930. En la estación de tren de Düsseldorf, zona de venteo del criminal, Kürten

se fijó en una joven llamada María Büdleick, a la que, como en tantas veces anteriores, se insinuó para mantener relaciones

sexuales en un cuarto que tenía alquilado. Intentaba aprovechar la necesidad de Büdleick, quien había llegado a la ciudad

buscando trabajo como sirvienta.

Entonces, con la excusa de acompañarla a un hotel por él recomendado, la llevó a un bosque cercano donde la violó y

estranguló. La fortuna quiso que la mujer no muriese, por lo que acudió a la policía a denunciar los hechos, ahora sí, con

una dirección concreta del agresor.

Pero antes de ser detenido, Kürten confesó sus crímenes a su mujer para que ésta le delatara y cobrara así la recompensa

que se ofrecía por su captura, lo que debe entenderse desde la teatralidad y la manipulación tan característica de los

psicópatas y con lo ya comentado de su necesidad por la notoriedad como forma de aumentar su baja autoestima.

C. La confesión

Cuando Kürten compareció ante la policía no tardó en desgranar todos los delitos cometidos, incluyendo asesinatos. Estos

últimos ni se aproximaban al número que los agentes le achacaban en un comienzo, debido a la disparidad de víctimas,

lugares y métodos de matar que había empleado el asesino. Más allá de los asesinatos, Kürten también relató haber realizado

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incendios, agresiones sexuales, maltrato animal, robos…

Pero la gran sorpresa llegaría durante sus conversaciones con el profesor Karl Berg, quien escribiría Der Sadist (1938) el

primer libro que profundizaba científicamente en la mente de un asesino serial, tras evaluarlo a través de entrevistas de

primera mano.

Durante esas sesiones, Kürten reconoció su afición por el dolor ajeno, por la sangre y la muerte, llegando a decir lo siguiente:

“Nunca sentí remordimiento, nunca llegué a pensar que lo que hacía estaba mal, aunque la sociedad lo condene. Mi sangre

y la de mis víctimas pesará sobre las cabezas de mis torturadores. Debe haber un Ser Supremo que creó la primera chispa

de la que surgió la vida. Ese Ser Supremo juzgará que mis actos han sido buenos, ya que he vengado la injusticia. Los

castigos que he sufrido han destruido todos mis sentimientos como ser humano. Por esa razón no tenía piedad con mis

víctimas”. (Divisa, 2021, p. 40).

Como señalaría el profesor Berg, Kürten dio muestras de una privilegiada memoria, pero selectiva en aquello que le

interesaba.

Finalmente, el jurado le condenó a muerte por 9 asesinatos probados y otros siete en grado de tentativa, lo que le convirtió

oficialmente en un asesino serial, al cumplir con el actual criterio del FBI de “muerte intencionada e ilegal de dos o más

víctimas por parte de este o de los mismos delincuentes en eventos separados y por cualquier motivo, incluyendo ira,

emoción, ventaja económica y búsqueda de notoriedad” (Vronsky, 2020, p. 42).

Sin embargo, hay que señalar que este criterio adoptado por el FBI no es seguido por todo el mundo académico, habiendo

multitud de propuestas, como la esgrimida por Borrás (2002), para quien habría que excluir de esta categoría a “los asesinos

a sueldo” y también a “quienes actúan por alguna descompensación psíquica aguda” y a “los asesinos circunstanciales” (p.

42-44). O la señalada por Skrapec (2011, p. 157), calificando de asesino serial el “asesinato sin componente político o

profesional, de tres o más personas, a lo largo de un periodo de tiempo, por la(s) misma(s) persona(s)”.

Como no es intención de este artículo ahondar en la definición, se mantendrá la vertida por el FBI por ser muy sencilla en

sus planteamientos y de aplicación al caso presente.

El 2 de julio de 1931, Kürten fue guillotinado en el patio de la prisión de Klingelputz, en Colonia, y diversas informaciones

apuntan a que su última frase, aunque con algunas variaciones, fue esta: “Después de que me corten la cabeza, ¿podré

escuchar, aunque sea por un momento, el sonido de mi propia sangre brotando del cuello cortado? Ese sería el placer

definitivo” (Divisa, 2021, p. 40).

Tras conocer el juicio y su confesión, el caso de Peter Kürten provocó un gran interés entre la comunidad psiquiátrica

alemana, conocedora ya de la existencia de la psicopatía y del sadismo sexual. De hecho, se solicitó a la Justicia poder

analizar su cerebro, a lo que ésta no opuso resistencia. Pero, sin el instrumental adecuado, no se encontró anomalía cerebral

alguna, por lo que su cabeza embalsamada terminó recalando en Estados Unidos, para ser exhibida en la colección del

museo Ripley´s de Wisconsin Dells, dentro de una urna de cristal.

III. LA PERSONALIDAD DE PETER KÜRTEN

Para entender el comportamiento, los procesos mentales y la motivación criminal de Peter Kürten es imprescindible atender

a los siguientes elementos presentes en su personalidad:

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A. La psicopatía

Una de las primeras cuestiones que salieron a relucir durante el juicio era si Kürten padecía alguna enfermedad mental que

alterara su sentido de la realidad y, por ende, su capacidad de obrar.

En 1930 ya se conocía el término psicopatía y, de hecho, existía un acalorado debate sobre cómo debían ser

conceptualizadas estas personas desde un punto de vista clínico, ya que estaba claro que no se trataba de dementes ni de

deficientes mentales, pero sí personas que “carecían del equilibrio en los instintos fundamentales, las emociones y los

sentimientos que es común a la humanidad” (Bourke, 2009, p. 340).

Este concepto de psicopatía llegaba muy influenciada por los estudios realizados en el siglo XIX por el médico James

Cowles Prichard, quien habló de la “demencia moral” o “locura moral”, entendida por él como una “perversión mórbida

de los sentimientos naturales, afectos, inclinaciones, temperamento, hábitos, disposiciones morales e impulsos naturales,

sin ningún desorden o defecto notable del intelecto o facultades de conocimiento y razonamiento; y, particularmente, sin

ninguna locura, ilusión o alucinación” (Koeneke, 2021, p. 49).

Así, varios años antes de que el psiquiatra Hervey Cleckley publicara, en 1941, su célebre libro The Mask of Sanity -auténtica

obra fundacional de la concepción moderna de la psicopatía-, la Psiquiatría ya tenía claro que el psicópata era alguien sin

conciencia ni remordimientos, un ser egoísta que mostraba “una cruel indiferencia hacia los derechos y sentimientos de los

demás, y una ausencia de afecto acompañada por una falta de reflexión previa o prudencia, junto con una permanente

incapacidad para apreciar la importancia de la realidad y el valor de los derechos y las convenciones de la comunidad”

(Bourke, 2009, p. 341).

Hasta la década de 1930, el término se aplicó a los criminales habituales, pero, a partir de ese año, la psicopatía quedó muy

unida al término “sexual”, quedando en el imaginario popular la expresión psicópata sexual como la única válida.

Esta asociación vino motivada, en gran parte, por las noticias que aparecían en los medios de comunicación sobre crímenes

sexuales, especialmente cometidos en niños y que desembocaban en un posterior asesinato, dentro de comunidades locales

hasta entonces ciertamente idílicas. “Probablemente no exista hoy en día ningún criminal que constituya un mayor peligro

para el público estadounidense que el psicópata sexual”, decía el UCLA Intramural Law Review (Leon, 1952).

Sin duda, los crímenes cometidos por Peter Kürten ayudaron a afianzar esta idea. Al igual que este caso también ejemplificó

la lucha existente en esos tiempos por dirimir si la psicopatía estaba causada por lesiones cerebrales o, como pensaba la

mayoría de los psiquiatras de entonces, por traumas sufridos en la primera infancia y por una educación sexual distorsionada.

Hay que recordar que, como se ha comentado, Kürten había sufrido maltrato durante su infancia, así como una educación

sexual totalmente distorsionada, producto de esos abusos y de la violencia ejercida por su padre. Además, el que su cerebro

fuera sometido a análisis para solventar la diatriba presentada pone de manifiesto que este caso fue un paradigma en el

estudio de la psicopatía criminal.

Este dilema sobre los orígenes de la psicopatía no ha sido aún resuelto, faltando la existencia de una teoría integral que

explique su origen y los cauces biológicos y sociales que nos permitan entenderla en todo su alcance (Pozueco, 2010). Y es

que, tal y como señala Garrido (2005, p. 60) “sería bastante correcto decir que no sabemos lo que causa la psicopatía.

Pensamos que hay ciertos factores biológicos y sociales que son muy importantes, pero, hasta la fecha, se tratan de hipótesis

que parecen muy plausibles en algunos casos concretos, pero solo sugerentes como explicación o teoría general”.

Sin embargo, la ausencia de esta teoría general no invalida la existencia del constructo, por lo que la psicopatía debe

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entenderse como un elemento indispensable para entender el comportamiento de Peter Kürten.

Y es que, como quedó demostrado en el juicio, éste no tenía en modo alguno alteradas sus capacidades mentales de

entendimiento y raciocinio, sabiendo distinguir perfectamente entre el bien y el mal. De hecho, podría entenderse que esta

valoración psiquiátrica era ya casi un trámite judicial en la época, porque hacía muchos años que se sabía que no era necesario

ser un demente para matar y violar a personas de forma repetida.

Ahí está, como ejemplo, el juicio en España a Manuel Blanco Romasanta, autor de 13 asesinatos en la España de comienzos

del siglo XIX. Según su abogado, Jacinto Paz, Romasanta era un enfermo mental que creía ser un hombre lobo, lo que ya

demostraba su estado mental alterado. Pero sus tesis no fueron estimadas y Romasanta fue condenado, el 6 de abril de

1853, a morir por garrote vil (Berbell y Ortega, 2003, p. 85).

Así y a falta de un examen más profundo y calmado, algunos de los ítems presentes en la escala PCL.R (Psychopathy Check

List Revised), diseñada por Robert Hare en la década de 1980 para facilitar el diagnóstico de la psicopatía, y que podrían

aplicarse a Peter Kürten para entender su perfil psicopático, serían la falta de empatía -por su incapacidad de compartir la

situación emocional de sus semejantes-, la ausencia de remordimientos y de sentimientos de culpa -por el nulo efecto que

ocasionaba en él los resultados dañinos de sus acciones-, su afecto superficial -con muestras de amor o de cariño falsas y

teatrales-, el uso continuo de la mentira y del engaño para alcanzar sus fines -atrayendo a sus víctimas a través de ardides y

mentiras-, el encanto superficial y la locuacidad -sabiéndose ser simpático y atento para lograr la confianza de sus víctimaso

la tendencia al aburrimiento -con trabajos esporádicos de los que se aburría fácilmente y abandonaba con rapidez y su

búsqueda de la estimulación a través del crimen- y su versatilidad criminal -perpetrando diferentes tipos delictivos como

asesinatos, agresiones sexuales, lesiones, maltrato animal o incendios-.

Se necesitaría un artículo entero solo para desgranar y aplicar cada una de estas características al caso presente, pero basta

señalar que la combinación de todos estos factores convirtieron a Peter Kürten en una persona peligrosa, como lo calificaría

sin duda Cleckley (2023), ya que, para él, la psicopatía era un trastorno grave, aún más peligroso que la psicosis, al convertir

a quien la padece en una persona antisocial, depredadora de los de su misma especie, pero bajo una apariencia externa de

normalidad que le facilita acercarse a sus víctimas y engañarlas sin que estas puedan conocer sus verdaderas intenciones en

un primer instante.

B. El sadismo

El sadismo sexual se caracteriza por “la excitación infligiendo humillación y/o dolor a la pareja sexual” (Izquierdo, 2025).

Hasta hace relativamente poco tiempo, se le entendía como una simple parafilia, descrita como “impulsos sexuales, intensos

y recurrentes, fantasías o comportamientos que implican objetos, actividades o situaciones poco habituales” (Cáceres, 2010,

p. 13).

Pero el Diagnostic and Statiscal Manual of Mental Disorders, en su versión V.TR (DSM V.TR), cambió esa clasificación a

trastorno parafílico, entendiendo a estos como “una parafilia que causa malestar o deterioro en el individuo o una parafilia

cuya satisfacción conlleva un perjuicio personal o riesgo de daño a terceros” (American Psychiatric Association, 2014, p.

685).

En el caso del sadismo sexual, tal inclusión se debe a que es una parafilia relativamente frecuente “en relación con otros

trastornos parafílicos y algunos de ellos dan lugar a acciones para su satisfacción que, debido a la nocividad o posibles daños

a terceros, son tipificados como delitos criminales” (p. 685).

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Fecha de aceptación: 28/06/2025 Fundación Universitaria Behavior & Law |88

Cómo citar este artículo en formato APA:

Ramila, J. (2025). Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie europeo de la

era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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Volumen 11. Número 1.

De hecho, los estudios demuestran que el sadismo sexual posee una importante prevalencia en los asesinos seriales con

móvil sexual (Dietz et al., 1990; Hill et al., 2006), seguramente por compartir rasgos comunes con la psicopatía (De Lasala,

2014; Porter et al., 2000). Así lo señala David J. Cooke (2011, p. 183), afirmando que esta correlación se entiende porque

“en ambos casos hay una predisposición a la violencia en general, así como una predisposición a la instrumental en

particular”.

Entre los actos más comunes del sádico sexual se encuentran trasladar a las víctimas a lugares donde pueda torturarlas sin

miedo a ser descubiertos, no permitir que esas víctimas se desmayen para continuar torturándolas, desarrollar maltrato

animal o mostrar fantasías muy complejas y elaboradas con gran presencia de violencia (Hazelwood et al., 1992). Y es que,

como afirma Stone (1998, p. 351), el fin último del sádico sexual es “la subyugación total y la destrucción lenta y dolorosa

de otros seres humanos”.

En el caso de Peter Kürten, éste desplegó una gran variedad de actos violentos que buscaban someter a sus víctimas e

infringirles un dolor con el que disfrutar sexualmente. Como afirma Garrido (2023, p. 227), “lo fundamental para Kürten

no era matar, sino satisfacer su sexualidad perversa, es decir, sádica, que sobre todo consistía en ver sangrar a sus víctimas

y disfrutar del poder de infligir las heridas que provocaban esa sangre”.

Hay que comprender que la excitación del sádico no llega por los actos de tortura o de violencia que comete, sino por el

sufrimiento que estos provocan en sus víctimas. En este sentido, el matar a sus víctimas también puede interpretarse como

asesinatos sexualizados, es decir, homicidios que forman parte de sus fantasías de dominación.

La diferencia de Kürten, respecto a otros asesinos, es que sus crímenes no estaban especialmente elaborados. Sus fantasías

sádicas podían serlo, pero a la hora de matar, Kürten se dejaba llevar muchas veces por la impulsividad del momento y por

las oportunidades que se le presentaban y no tanto por una premeditación muy elaborada. Aunque eso no elimina que, en

otras ocasiones, existiera un plan más o menos bien elaborado, como demuestra el hecho de buscar a posibles víctimas a la

estación de tren.

Kürten sería lo que el FBI denominó en su momento un asesino mixto (Douglas, Burgess, Burgess y Ressler, 2013).

Así, el que no se le atrapara antes se debió más a los escasos medios de investigación policial de la época que a su pulcritud

a la hora de no dejar rastros en las escenas del crimen.

En 1970, Brittain publicó un estudio muy relevante sobre el asesino sádico, en el que identificaba sus características

presenciales. A continuación, se recogen las características mencionadas por Brittain y que podrían aplicarse a Peter Kürten.

Tabla 1 . Características del asesino sádico en Peter Kürten

Características mencionadas por Brittain

1 Son mayormente hombres, de menos de 35 años e inteligentes.

2 Suelen ser personas muy solitarias y con casi ningún amigo íntimo.

3 Son personas inseguras, lo que les impide relacionarse en sociedad.

4 En sus crímenes suelen sentirse como seres superiores.

5 No suele presentar adicciones ni a alcohol ni a drogas.

6 Suelen ser egocéntricos, narcisistas y vanidosos y se creen más listos que la policía.

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Ramila, J. (2025). Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie europeo de la

era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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Volumen 11. Número 1.

7 Les gusta seguir el desarrollo de sus crímenes en los medios de comunicación.

8 Poseen fantasías muy ricas y elaboradas, con escenas de violencia, y que les ocupa gran parte del día.

9 No sienten empatía hacia sus víctimas ni conexión emocional.

10 No poseen remordimientos por los males ocasionados.

11 Tras cometer sus crímenes regresan a sus actividades cotidianas sin mayor problema.

12 Es habitual que hablen de luchas interiores que intentan afrontar para no seguir matando.

13 No buscan ayuda profesional para controlar sus fantasías por considerar no tener problemas.

14 Es habitual que compartan varias parafilias previas al asesinato.

15 Experimentan un gran gusto por la crueldad antes y durante sus crímenes.

16 Sus padres suelen ser autoritarios y sus madres abnegadas.

17 El método más común de matar es la asfixia, para sentir más control sobre sus víctimas.

18 Tras el crimen manifiestan alivio, pero también no haber alcanzado el placer que deseaban obtener.

19 Otros actos sádicos muy comunes son cortes en el cuerpo de la víctima, mutilaciones, mordeduras…

20 Durante el juicio suelen ser indiferentes a lo que se juzga y en prisión se muestran como presos modélicos.

C. La pulsión de matar

De las características presentadas, las número 12 y 18 están relacionadas con un aspecto muy debatido dentro de los asesinos

seriales, como es la pulsión de matar y que la película M, el vampiro de Düsseldorf lo trató cuando el actor Peter Lorre decía

aquello de “¡Yo quiero impedirlo, pero no puedo evitarlo!”. Y es que mucho se ha debatido si el asesino serial puede o no

dejar de matar voluntariamente.

Según el DSM V.TR, la pulsión se define como la presencia de “conductas repetitivas o actos mentales que un individuo

se siente impulsado a realizar en respuesta a una obsesión o de acuerdo con reglas que deben aplicarse rígidamente”

(American Psychiatric Association, 2014, p. 235).

El sentir mayoritario en la academia es que esta pulsión de matar es un rasgo primordial del asesino serial, íntimamente

relacionado con su necesidad de convertir las fantasías sexuales en realidad (Sobral y Garrido, 2008). Sin embargo, esto no

quiere decir que el asesino serial no sea capaz de controlar esa pulsión (Garrido, 2007; Leyton, 2005), ya que tienden a elegir

el lugar y el momento de cometer sus crímenes y lo contrario sería pensar que el asesino serial matará siempre que sienta

tal pulsión, sin importarle el lugar, la víctima o el momento en el que esta surja.

Peter Kürten cumplía esta máxima, según se vislumbra de sus propias declaraciones, en las que se constata que algunos de

sus crímenes se cometieron aprovechando otras circunstancias, como encontrarse con víctimas dormidas cuando iba a

robar en sus domicilios, o que, en otras ocasiones, abortó algunos crímenes por no darse las condiciones que él consideraba

idóneas para cometerlos.

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era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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IV. CONCLUSIONES

Peter Kürten fue un asesino serial, según la definición más extendida entre la academia, ya que mató a más de dos personas,

en su caso, por una motivación sexual auspiciada por las fantasías que poblaban su mente y que decidió convertir en realidad.

En este sentido, Kürten no difiere en casi nada del proceso de conversión de otros tantos asesinos seriales. Nació en el

seno de una familia bajo la figura de un padre autoritario y de una madre sumisa, convirtiéndose en un niño solitario y de

carácter difícil desde muy temprana edad. El resultado fue un niño inadaptado socialmente.

Como refugio a esa soledad se adentró cada vez más en unas fantasías pobladas de violencia, que quiso convertir en realidad

en un momento dado.

Aunque no sepamos el motivo exacto, ese paso de la fantasía al acto vendría dado seguramente por un factor estresante

que le llevara a tomar, por fin, tal decisión. Como señala Ressler:

“Muchos de los estresores previos al crimen que, al parecer precipitan los asesinatos, son los mismos que afectan a muchas

personas todos los días: la pérdida de un empleo, una ruptura sentimental o problemas económicos. Las personas normales,

sin embargo, saben afrontar estos problemas y lo hacen con la ayuda de un conjunto de recursos aprendidos durante el

desarrollo normal de su personalidad. En los asesinos potenciales, sin embargo, estos patrones son defectuosos, lo mismo

que los mecanismos mentales para afrontar los sucesos estresantes”. (2005, p. 138).

En los asesinos seriales este paso al asesinato suele darse en edades bastante tempranas y normalmente precedido por un

largo historial de conductas antisociales, entre las que suelen encontrarse maltrato animal, peleas, robos, incendios…

La fantasía y el crimen se convierten así en su refugio ante los embates de la vida y como respuesta a un sentimiento

creciente de agravio social. Y no solo eso, también le sirven para elevar su baja autoestima, porque, viendo que no ha sido

apresado, el criminal “enriquece sus fantasías con detalles del primer asesinato y empieza a construir nuevos crímenes” (p.

140).

En el caso de Kürten, la característica principal de estos crímenes fue la motivación sádica, que no puede entenderse sin

comprender su elevado grado de psicopatía.

Como todo sádico sexual, su fin último era la subyugación completa de la víctima, su destrucción total, donde el asesinato

ocupaba un lugar primordial.

Sin embargo, Kürten sí era capaz de discernir entre el bien y el mal y de actuar conforme a ese conocimiento, lo que le

separa de los enfermos mentales, que ostentan serios problemas en tal capacidad intelectual y volitiva.

Y pese a no diferenciarse en todos estos aspectos a tantos otros asesinos seriales, lo que sí hizo especial a Peter Kürten fue,

en primer lugar, que durante la investigación de sus crímenes se utilizara, por vez primera, el término asesino serial.

En segundo lugar, la gran notoriedad que en su momento alcanzaron sus crímenes en la prensa local e internacional, a la

que ayudó el estreno, en 1931, de la película M, el vampiro de Düssedldorf.

En tercer lugar, el interés científico que despertaron sus crímenes. No solo por su abundancia y frecuencia, también por el

alto nivel de sadismo demostrado en ellos y que llevó a la publicación del primer estudio psiquiátrico dedicado íntegramente

a comprender una mental criminal: el libro Der Sadist (Berg, 1938).

Tanto fue ese interés, que su cerebro fue extraído y analizado tras la ejecución de Kürten, en un afán de encontrar posibles

anomalías que ayudaran a explicar los orígenes biológicos y/o físicos, no solo del sadismo, también de la psicopatía, término

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Ramila, J. (2025). Análisis criminológico de Peter Kürten, el primer asesino en serie europeo de la

era moderna. Behavior & Law Journal, 11(1), 80-91. DOI: 10.47442/blj.2025.129

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que se encontraba entonces en boga y que se asociaba mayormente a los agresores sexuales como él.

Por todo ello, Peter Kürten puede calificarse como el primer asesino serial europeo de la era moderna.

V. REFERENCIAS

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