EL LIBRO DE LOS CONDENADOS
Charles Fort
Charles Fort
1
Una procesión de condenados.
Por condenados, entiendo a los
excluidos.
Tendremos una procesión de todos
los datos que la Ciencia
ha tenido a bien excluir.
Batallones de malditos, dirigidos
por los descoloridos datos que yo he exhumado, se pondrán en marcha. Unos
lívidos y otros inflamados y algunos podridos.
Algunos de entre ellos son
cadáveres, momias o esqueletos chirriantes y vacilantes, animados por todos
aquellos que fueron condenados vivos. Deambularán gigantes hundidos en su
sueño. Guiñapos y teoremas andarán como Euclides bordeando el espíritu de la
anarquía. Aquí y allá se deslizarán putillas. Algunos son payasos. Otros son
muy respetables. Varios más son asesinos. Horribles pestilencias y
supersticiones desencadenadas, sombras y burlas, caprichos y amabilidades. Lo
necio, lo pedante, lo raro, lo grotesco y lo sincero, lo hipócrita, lo profundo
y lo pueril arrostrarán la puñalada, la risa y las manos muy pacientemente
juntas de la decencia.
La apariencia colectiva se
situará entre la dignidad y la intemperancia, la voz de la tropa adquirirá el
tono de la letanía desafiante, pero el espíritu del conjunto será procesional.
El poder que ha decretado que
todas estas cosas sean condenadas es la Ciencia Dogmática.
Sin embargo, avanzarán.
Las putillas brincarán, los
enanos y los jorobados distraerán la atención, y los payasos romperán con sus
bufonadas el ritmo del conjunto. Sin embargo, el desfile tendrá la
impresionante estabilidad de las cosas que pasan, siguen pasando y no dejan de
pasar.
Por los condenados, yo entiendo. Pues,
a los excluidos.
Pero por los excluidos entiendo
también a todos los que, algún día, excluirán a su vez. Ya que el estado común
y absurdamente denominado existencia es un ritmo de infiernos y de paraísos: ya
que los condenados no seguirán siendo condenados, puesto que la salvación
precede a la perdición. Y nuestros andrajosos malditos serán, un día, ángeles
melifluos que, mucho más tarde aún, volverán al mismo lugar de donde han
venido.
Sostengo que nada puede intentar
ser, excepto si prueba de excluir algo; y que esto que se denomina comúnmente
«ser» es una diferencia entre lo que está incluido y lo que está excluido.
Estimo también que no hay
diferencias positivas, que todas las cosas son como el insecto y el ratón en el
interior de su queso. Insecto y ratón: nada más distinto que estos dos seres.
Permanecen allá una semana o se quedan un mes y, acto seguido, no son más que
transmutaciones de queso. Creo que todos somos insectos y ratones y solamente
diferentes expresiones de un gran queso universal.
O aún que el rojo no es
positivamente distinto del amarillo, sino otro grado de esta vibración de la
cual el propio amarillo es un grado... que el rojo y el amarillo son continuos
o se funden en naranja. De manera que si la Ciencia , sobre la base de la cualidad de rojo o
de blanco, debiera clasificar los fenómenos, incluyendo todas las cosas rojas
como verdaderas y excluyendo todas las amarillas como ilusorias, la demarcación
sería falsa y arbitraria, ya que los objetos naranja, constituyendo una
continuidad, pertenecerían a los dos lados de la frontera propuesta.
Ahora bien, resultará que no se
ha concebido jamás base más razonable de clasificación, de inclusión o de exclusión, que el rojo y el amarillo. La Ciencia , utilizando
diferentes bases, ha incluido o excluido multitud de datos. Pues si el rojo es
un continuo con el amarillo, si toda base de admisión y toda base de exclusión
son un continuo, la Ciencia
ha debido incluir hechos que prolongaban aquellos mismos que ella aceptaba. En
el rojo y el amarillo, que se funden en naranja, querría tipificar todos los
tests, todos los standards, todos los medios de formarse una opinión.
Toda opinión posible sobre un
tema cualquiera es una ilusión basada sobre este sofisma de las diferencias
positivas. La búsqueda de todo entendimiento tiene por objeto un hecho, una
base, una generalización, una ley, una fórmula, una premisa mayor positiva...
pero lo mejor que se ha hecho nunca ha sido desprenderse de las evidencias.
Esta es la cuestión, aunque no
obtuvo resultado. Y, sin embargo. La
Ciencia ha actuado, ordenado, condenado, como si esta
cuestión hubiera obtenido un resultado.
Si no hay diferencias positivas,
no es posible definir nada como positivamente diferente de otra cosa. ¿Qué es
una casa? Una granja es una casa, a condición de vivir en ella. Pero si la
residencia constituye la esencia de una casa más que el estilo de arquitectura,
entonces un nido de pájaro es una casa. La ocupación humana no constituye el
standard de juicio, puesto que los perros tienen su casa, ni la materia, puesto
que los esquimales tienen casas de nieve. Y dos cosas tan positivamente diferentes
como la Casa Blanca
de Washington y la concha de un cangrejo ermitaño se revelan continuas.
Nadie ha podido jamás definir la
electricidad, ya que la electricidad no es nada si se la distingue
positivamente del calor o del magnetismo. Los metafísicos, los teólogos y los
biólogos han intentado definir la vida. Han fracasado porque en el sentido
positivo no hay nada que definir, no hay un solo fenómeno de la vida que no se
manifieste, a cualquier grado que sea, en la química, el magnetismo o los desplazamientos
astronómicos.
Islas de coral blanco en un mar
azul oscuro.
Su apariencia de distinción, su
apariencia de individualidad o la diferencia positiva que las separa, no son
más que las proyecciones del mismo fondo oceánico. La diferencia entre tierra y
mar no es positiva. En toda agua hay un poco de tierra, en toda tierra hay
agua.
De modo que todas las apariencias
son falsas, puesto que forman parte de un mismo espectro. La pata de una mesa
no tiene nada de positivo, no es más que una proyección de algo. Y nadie de
nosotros es una persona, puesto que físicamente somos un continuo con lo que
nos rodea, puesto que psíquicamente no llega hasta nosotros nada más que la
expresión de nuestras relaciones con todo lo que nos rodea.
Mi posición es la siguiente:
todas las cosas que parecen poseer una identidad individual no son más que
islas, proyecciones de un continente submarino, careciendo de contornos reales.
Pero, pese a que no sean más que proyecciones, tienden a liberarse de esta
atracción que les deniega su propia identidad.
Todo lo que intenta establecerse
como real o positivo, sistema absoluto, gobierno, organización, persona,
entidad, individualidad, no puede llegar a ello más que rodeándose de una
frontera, condenando y excluyendo mediante la huida todas las demás «cosas»:
sin lo cual no puede gozar más que una apariencia de existencia. Pero, si actúa
así, actuará falsa y arbitrariamente, fútil y desastrosamente, como el que
quisiera trazar un círculo en el mar, incluyendo algunas olas y declarando positivamente
diferentes a todas las demás olas, continuas con las primeras, o apostando su
vida en la diferencia positiva de los hechos admitidos y los hechos condenados.
La ciencia moderna ha excluido
falsamente, falta de standards positivos. Ha excluido unos fenómenos que, según
sus propios pseudo-standards, tenían tanto derecho a la existencia como los
elegidos.
Estimo que el estado común y
absurdamente denominado «existencia» es una corriente, una onda o un pasaje de
la negatividad a la positividad, y el intermediario entre las dos.
Por positividad entiendo:
armonía, equilibrio, orden, regularidad, estabilidad, consistencia, unidad,
realidad, sistema, gobierno, individualidad, verdad, belleza, justicia,
perfección y exactitud. Todo lo que se denomina progreso, desarrollo o
evolución, es un movimiento o una tentativa de aproximarse a aquel estado para
el cual, o para los aspectos del cual, hay tantos nombres, todos resumidos en
esta única palabra de positividad.
A primera vista puede parecer que
esta síntesis sea inaceptable, que todas estas palabras no sean sinónimas, que
«armonía» puede significar «orden», pero que «independencia» no significa
«verdad», o que «estabilidad» no es «belleza», ni «sistema», ni «justicia».
Sin embargo, hablamos del
«sistema» de los planetas y no de su
«gobierno». Considerando el ejemplo de un gran almacén y su dirección,
nos daremos cuenta de que las palabras son intercambiables. Era de uso común
hablar de equilibrio químico, pero no de equilibrio social: esta falsa
demarcación ha sido franqueada. Todas estas palabras, vamos a verlo, definen el
mismo estado. En términos de ilusiones comunes o de facilidades cotidianas, no
son sinónimos. Pero un gusano de tierra, para un niño, no es un animal. Lo es
para un biólogo.
Por belleza, designaré lo que
parece completo.
Lo incompleto o lo mutilado es
totalmente feo.
Un niño la encontraría fea.
Si un espíritu puro la imagina
completa, se convertirá en hermosa.
Una mano concebida como mano
puede parecer bella.
Abandonada en un campo de batalla
ya no lo es.
Pero todo lo que nos rodea es una
parte de algo, a su vez parte de otra cosa: en este mundo no hay nada hermoso,
sólo las apariencias son intermediarias entre la belleza y la fealdad. Sólo es
completa la universalidad, sólo es hermoso el conjunto: y tender hacia la
belleza es querer dar a lo local el atributo de lo universal.
Por estabilidad, desígnaré lo
indesplazable, lo inalterable, lo sincero. Pero todas las apariencias no son
más que reacción hacia alguna otra cosa. La estabilidad no puede ser tampoco
más que universal. Algunas cosas parecen tener, o tienen, una mayor
aproximación de estabilidad que otras, pero en este mundo no hay más que
diversos grados de intermedio entre la estabilidad y la inestabilidad. Todo hombre,
pues, que trabaja por la estabilidad bajo sus diversos nombres de
«permanencia», de «supervivencia» o de
«duración», tiende a localizar en alguna cosa un estado que sólo es realizable
en lo universal.
Por independencia, entidad e
individualidad, designaré aquello cerca de lo cual no existe nada más. Si no
hubiera más que dos cosas, éstas serían continuas y se afectarían entre sí,
ambas destruirían su independencia, su individualidad respectiva.
Todas estas tentativas de
organización, de sistemas y de lógicas, siguen siendo intermediarias entre el
Orden y el Desorden: fracasan a causa de sus relaciones con las fuerzas
exteriores. Todas tienden a lo completo. Si todos los fenómenos locales
soportan fuerzas exteriores, estas tentativas no se realizarán más que en el
conjunto, ya que sólo el conjunto no soporta fuerzas exteriores.
Y todas estas palabras son sinónimas,
designan el estado que yo denomino positivo.
Toda nuestra existencia tiende al
estado positivo.
Asombrosa paradoja: todas las
cosas intentan convertirse en universales excluyendo a otras.
Por Verdad, designo lo Universal.
Los químicos han buscado lo
verdadero o lo real, y han fracasado siempre a causa de las relaciones
exteriores a la química: nunca ha sido descubierta una ley química sin
excepciones, pues la química es un continuo con la astronomía, y la física, y
la biología. Si el Sol cambiara de posición con respecto a la Tierra y la humanidad
pudiera sobrevivir a ello, nuestras fórmulas químicas no significarían
absolutamente nada: seria el nacimiento de una nueva química.
Buscar la verdad en lo especial,
es buscar lo universal en lo local.
Y los artistas buscan la Armonía , mIentras sus
pigmentos se oxidan, o las cuerdas de sus instrumentos se ajustan
inopinadamente a las fuerzas químicas, térmicas y gravitatorias. En este mundo
no hay más que intermediaridad entre la armonía y la discordancia. Y las
naciones que han combatido con el único fin de adquirir su entidad, su
individualidad, para ser naciones reales y terminantes, no han obtenido nunca
más que su intermediaridad, ya que siempre han existido fuerzas exteriores y
otras naciones animadas del mismo anhelo.
En cuanto a los objetos físicos,
químicos, mineralógicos, astronómicos, no buscan consumar la Verdad , sino que todos
tienden hacia el Equilibrio: no hay un movimiento que no sea dirigido hacia el
Equilibrio y no se aleje de otra aproximación al Equilibrio. Todos los
fenómenos biológicos buscan adaptarse: no hay un solo acto biológico que no sea
un ajuste. Ajuste es sinónimo de Equilibrio, y el Equilibrio está en lo Universal,
de modo que nada exterior puede perturbarlo.
Pero esto que se denomina «ser»
es el movimiento: todo movimiento no es la expresión de un equilibrio, sino de
una puesta en equilibrio o del equilibrio no alcanzado. Y el simple hecho de
ser, en el sentido positivo, se manifiesta en la intermediaridad entre
Equilibrio y Desequilibrio.
De modo que todos los fenómenos,
en nuestro estado intermediario o en nuestro cuasi-estado, representan dicha
tendencia única a organizar, estabilizar, armonizar, individualizar...o a
positivar, es decir, a convertir en real. Después de una apariencia, esto es
expresar el fracaso o la intermediarídad entre el fracaso y el logro final:
cada tentativa, esto es observable, es derrotada por la continuidad o por las
fuerzas exteriores, es decir, por los excluidos, continuos de los incluidos.
Toda nuestra «existencia» es una
tentativa de lo relativo hacia lo absoluto o de lo local hacia lo universal.
Y dicha tentativa, tal como se
manifiesta en la ciencia moderna, es el objeto de mi libro. La ciencia moderna
ha intentado ser real, concluyente, completa y absoluta. Si lo incluido y lo
excluido son un continua, el sistema de apariencias de la Ciencia Moderna no
es más que un cuasi-sistema, obtenido por el mismo proceso arbitrario, gracias
al cual el sistema teológico ha usurpado su ilusión de existencia.
Reuniré en este libro algunos de
los datos que estimo que han sido arbitrariamente excluidos.
Los datos de los condenados.
Me he lanzado a la oscuridad
exterior de las transacciones y procedimientos científicos, una región
ultrarespetable pero cubierta del polvo del desprecio. He descendido hasta el
nivel del periodismo, pero he regresado con las cuasi-almas de los hechos
perdidos.
Avanzarán.
En cuanto a la lógica de mis
razonamientos futuros, hela aquí:
En nuestra moda de apariencias,
no puede haber más que una cuasi-lógica.
Nada ha sido probado jamás...
Porque nada hay que probar.
Y cuando digo que no hay nada que
probar quiero decir que, para todos aquellos que aceptan la Continuidad , o la
fusión de todos los fenómenos con otros fenómenos, sin demarcación posible
entre cada uno de los mismos, no hay mas que una sola cosa, en un sentido
positivo. Y es por tal razón por lo que no hay nada que probar.
No se puede probar, por ejemplo,
que algo sea un animal, porque la animalidad y la vegetalidad no son
positivamente diferentes. Algunas expresiones de vida son tan animales como
vegetales o representan la fusión de la animalidad con la vegetalidad. No hay,
pues, test, criterio ni standard para formarse una opinión. Distintos de los
vegetales, los animales no existen. No hay nada que probarles. No se puede
probar, por ejemplo, que algo sea bueno, ya que no hay nada en nuestra
«existencia» que sea bueno en sentido positivo y que se distinga verdaderamente
del mal. Si es bueno perdonar en tiempos de paz, es malo en tiempos de guerra.
En este mundo, el bien es continuo con el mal.
En lo que me concierne, no hago
más que aceptar. No pudiendo ver las cosas universalmente, me contento con
localizarlas. De modo, pues, que nada ha sido probado jamás, y que las
declaraciones teológicas están también sujetas a precaución, pero han dominado
sobre la mayoría de los espíritus de su tiempo por puros procesos hipnóticos:
que en la época siguiente, las leyes, dogmas, fórmulas y principios de la
ciencia materialista no han sido jamás probados, pero que los espíritus
dirigentes de su reino los han conducido por autosugestión a creer más o menos
firmemente en ellos.
Las tres leyes de Newton, que
intentan acabar con la positividad, desafiar y romper la Continuidad , son tan
reales como todas ias demás tentativas de localización de lo universal. Si todo
cuerpo observable es un continuo, mediata o inmediatamente, con todos los demás
cuerpos, no puede ser influido solamente por su propia inercia, de modo que no
hay medio de saber lo que es el fenómeno de la inercia. Si todas las cosas
reaccionan ante una infinidad de fuerzas, no hay medio de saber cuáles serán
los efectos de una sola fuerza imprimida. Si toda reacción es un continuo con
la acción, no puede ser concebida en su conjunto y no hay medio de concebir lo
que puede igualar, ni a qué puede oponerse.
Las tres leyes de Newton son
actos de fe.
Las inercias y las reacciones son
personajes mitológicos. Pero, en su tiempo de predominio, han suscitado la
creencia, como si hubieran sido probados.
Las enormidades y los absurdos
avanzarán.
Sustituiré la aceptación por la
creencia.
Las células de un embrión cambian
de apariencia en diferentes épocas.
Lo que está firmemente establecido
cambia dificilmente.
El organismo social es
embrionario.
Creer firmemente es retardar todo
desarrollo.
Aceptar temporalmente es
facilitarlo.
Pero:
Aun sustituyendo la aceptación
por la creencia, usaré métodos convencionales, medios por los cuales han sido
formuladas y sostenidas todas las creencias: mis métodos serán los de los
teólogos y de los salvajes y de los sabios y de los niños pequeños. Ya que si
todos los fenómenos son un continuo, no puede haber métodos positivamente
distintos. Por los métodos balbucientes de los cardenales, de los cartománticos
y de los campesinos es como escribiré este libro.
Y si actúa en tanto que expresión
de su tiempo me atrevo a creer que prevalecerá.
Todas las ciencias comienzan por
tentativas de definición. Pero nada ha sido defioido jamás porque nada hay que
definir.
Darwin ha escrito El origen de
las especies sin haberse preocupado nunca de definir lo que era una «especie».
Es imposible definirlo.
Nada ha sido descubierto
finalmente jamás, porque no hay nada final que descubrir.
Algo así como buscar una aguja
que nadie hubiera perdido en un pajar inexistente.
Pero todas las tentativas
científicas encaminadas a descubrir realmente algo allá donde no había nada que
descubrir, son en realidad tentativas de ser algo.
Cualquiera que busque la Verdad no la hallará jamás,
pero hay una ínfima posibilidad de que se convierta él mismo en la Verdad.
Puesto que la ciencia es más que
una búsqueda.
Es una pseudo-construcción, una
cuasi-organización, es una tentativa de evasión con miras a establecer la
armonía, el equilibrio, la estabilidad, la consistencia, la entidad.
Hay una ínfima posibilidad de que
lo consiga.
Vivimos una pseudo-existencia1 en
la que participan todas las apariencias con su irrealidad esencial.
Pero algunas apariencias se
aproximan más que otras al estado positivo.
Concibo todas las «cosas» como
ocupando gradaciones, o escalones en series entre la «positividad» y la
«negatividad», entre la realidad y la irrealidad: algunas apariencias son más
constantes, más justas, más hermosas, más armoniosas, más individuales o más
estables que otras.
Yo no soy un realista. Yo no soy
un idealista. Yo soy un intermediarista. Nada es real, pero nada es tampoco
irreal, y todos los fenómenos son aproximaciones a un lado o a otro entre la
realidad y la irrealidad.
De modo que toda nuestra
cuasi-existencia es un estadio entermedio entre lo real y lo irreal. Algo como
un purgatorio, creo.
Pero en este resumen prematuro,
he omitido precisar que la
Realidad es un aspecto del estado positivo.
Por Realidad designo lo que no se
confunde con cualquier otra cosa, lo que no es parcialmente otra cosa, lo que
no es una reacción a alguna cosa o una imitación de alguna cosa. Un héroe real
es aquel que no es parcialmente cobarde o cuyas acciones y motivos no pueden
confundirse con la cobardía.
Pese a que lo local puede ser
universalizado, no es concebible que lo universal pueda ser localizado, pero
las aproximaciones de un orden elevado pueden ser transferidas de la
intermediaridad a la Realidad ,
al igual que, en un sentido relativo, el mundo industrial se recluta
transfiriendo fuera de lo irreal (o fuera de la imaginación de apariencia
irreal de los inventores) las máquinas que, una vez montadas en las fábricas,
parecen tener más de Realidad de lo que poseían al nivel de lo imaginario.
Si todo progreso tiende hacia la
estabilidad, la organización, la armonia, la consistencia, o la positividad,
todo progreso es una tentativa de concluir lo real. En términos de metafísica
general, estimo, pues, que todo lo que se denomina comúnmente «existencia» y
que yo denomino intermediaridad, es una cuasi-existencia, ni real, ni irreal,
sino expresión de una tentativa encaminada hacia lo real, o hacia la
penetración de una existencia real.
Acepto que la Ciencia , aunque concebida
mayormente en su especificación, aunque considerada generalmente en sus propios
términos locales, como exhumación de viejos huesos de insectos o magmas
repugnantes, expresa de hecho el espíritu que anima toda la intermediaridad. Si
la Ciencia
pudiera excluir todos los datos, salvo los míos propios, asimilables a la
actual cuasi-organización, sería un verdadero sistema, dotado de contornos
positivamente definidos. Sería real.
Pero no parece aproximarse a la
consistencia, a la solvencia, al sistema, a la posibilidad y a la realidad, más
que condenando lo irreconciliable o lo inadmisible.
Todo iría bien.
Todo sería admisible.
Si los condenados quisieran
seguir siendo condenados.
2
En otoño de 1883, y varios años
después, hubo puestas de sol tan vivas que nadie antes había observado algo
semejante. Hubo también lunas azules.
La sola mención de lunas azules
será sin duda suficiente para hacer sonreir a los incrédulos. Sin embargo, en
1883, las lunas azules eran algo tan vulgar como los soles verdes.
Era necesario que la ciencia se
explicara. Las publicaciones como Nature y Knowledge recibieron un diluvio de
cartas. Supongo que, en Alaska y en los Mares del Sur, todos los brujos fueron
sometidos a una prueba parecida. Era preciso encontrar algo.
El 28 de agosto de 1883, el
volcán de Krakatoa, en el estrecho de la Sonda , había hecho explosión. Terrible. El ruido,
se dijo, se propagó a tres mil kilómetros de distancia. Hubo treinta y seis mil
trescientos ochenta muertos. Este detalle me parece demasiado poco científico:
es curioso que no se mencionen tres mil doscientos dieciocho kilómetros y
treinta y seis mil trescientos ochenta y siete víctimas. El volumen de humo
desplazado debió ser visible en los planetas vecinos. Atormentada por nuestra agitación,
nuestras idas y venidas, la
Tierra debió quejarse al planeta Marte, lanzándonos un vasto
y negro juramento.
Todos los libros de texto que
mencionan el hecho anotan sin la menor excepción que los fenómenos atmosféricos
de 1883 fueron registrados por primera vez hacia finales de agosto o primeros
de septiembre. Esto complica las cosas. Se pretendía, en 1883, que estos
fenómenos eran causados por las partículas de polvo volcánico que había
arrojado el Krakatoa.
Sin embargo, los fenómenos se
prolongaron durante siete años, después de una pausa de varios años. Durante
todo este tiempo, ¿qué le había ocurrido al polvo volcánico?
Una cuestión semejante, pensarán
ustedes, debería haber conturbado a los especialistas.
Pero ustedes no han estudiado los
efectos de la hipnosis, no han intentado demostrar a un hipnotizado que una
mesa no es un hipopótamo. Denle mil razones de pensar que un hipopótamo no es
una mesa, y terminarán por convenir que una mesa ya no es tampoco una mesa,
sino que sólo tiene su aspecto. No se puede oponer a un absurdo más que otro
absurdo. Pero la ciencia posee la ventaja de ser la incongruencia establecida.
El Krakatoa: he aquí la
explicación que dieron los sabios. No conozco la de los brujos.
Vean cómo la ciencia tiende, en
su punto de partida, a negar mientras puedan las relaciones exteriores a esta
Tierra. Mi libro, precisamente, es un compendio de datos sobre estas
relaciones. Sostengo que mis datos han sido condenados, no por consideración a
su mérito o su demérito, sino de acuerdo con una tentativa general de
aislamiento de esta Tierra. Una tentativa de positividad. Con su
pseudo-consideración de los fenómenos de 1883, los sabios, en un gran arranque
de positivismo. Han sostenido esta enormidad: la suspensión de polvo volcánico
en el aire durante siete años, después de un intervalo de varios años. Esto
antes que admitir que este polvo podía tener un origen extraterrestre. Es
cierto que estos mismos sabios estaban lejos de haber completado la positividad
con la unanimidad de sus opiniones: ya que mucho antes de 1883, Nordenskiold se
había expresado prolijamente sobre el polvo cósmico, y el profesor Cleveland
Abbe se había levantado, en su tiempo, contra la explicación krakatoniana. Pero
tal es la ortodoxia de la mayoría de sabios.
Mi mayor motivo de indignación
es, en tales circunstancias, que esta absurda explicación interfiere con
algunas de mis enormidades favoritas. Por ejemplo: rehuso admitir que la
atmósfera terestre pueda tener un poder semejante de suspensión. Dare más
adelante numerosos datos sobre objetos que han ascendido en el aire y han
permanecido allí semanas o meses, pero no por la virtud de suspensión de la
atmósfera terrestre. La tortuga de Vicksburg, por ejemplo. Me parecería muy
ridículo sostener que una tortuga de respetable tamaño haya podido permanecer
suspendida durante tres o cuatro meses por encima de la ciudad de Vicksburg, y
esto gracias al único sostén del aire.
Pero volvamos al Krakatoa.
La explicacón oficial está
descrita en el Report of the Krakatoa Comitee of the Royal Society. Se extiende
a lo largo de 492 páginas, con 40 ilustraciones, algunas de ellas
magníficamente realizadas en color. Fue publicado después de cinco años de
eficiente, artística, y autoritaria investigación. Las cifras son impresionantes:
distribución del polvo krakatoniano, velocidad del transporte, proporciones de
la subsistencia, altitud y persistencia, etc.
La desgracia hace que, según el
Annual Register, todos los efectos atmosféricos atribuidos al Krakatoa hayan
sido apercibidos en la
Trinidad antes de la fecha de ia erupción, y que, según
Knowledge, 5-418, se les haya observado en Natal, en Africa del Sur, seis meses
antes.
La inercia y su inhospitalidad.
No se debería. Dar jamás carne
cruda a los bebés; tengo miedo de que la tortuga haya sido un poco indigesta
para esos señores.
Y sin embargo, lo imposible se
convierte en razonable, por poco que sea presentado con cortesía.
El granizo, por ejemplo. Se lee a
veces en los periódicos que han caído piedras de granizo grandes como huevos de
gallina. Uno se sonríe. Sin embargo, yo me comprometo a proporcionar una lista
de cien casos, citados en la
Monthly Weather Review, de tales piedras de granizo. Según
Nature, 1º de noviembre de 1894, se hallaron dos piedras de granizo de un
kilogramo cada una, y el Report of the Smithsonian Institution , menciona dos
de casi tres kilogramos. Finalmente, en Seringapatam, en la India , en el año 1800, cayó
una piedra de granizo...
Tengo miedo, tengo mucho miedo...
se acerca ahora un gran condenado. Tal vez debería abstenerme de mencionar esto
antes de la página trescientos de este volumen, pero esta condenada cosa tenía
el tamaño de un elefante.
Risotada.
Copos de nieve como platos.
Cayeron en Nashville, en Tennessee, el 24 de enero de 1891. Sonrisas.
En Montana, en invierno de 1887,
cayeron copos de nieve de treinta y ocho centímetros de largo y veinte de espesor.
En la topografía de la
inteligencia, se podría definir el
conocimiento como «la ignorancia rodeada por la risa».
Lluvias negras, lluvias rojas,
caída de mil toneladas de mantequilla.
Nieve negra, nieve rosa, pedrisco
azul, pedrisco con gusto a naranja.
Yesca, seda, carbón.
Hace cien años, sí alguien era lo
suficientemente crédulo como para creer que las piedras caían del cielo, se le
oponía este razonamiento: no hay piedras en el cielo; por tanto, ninguna piedra
puede caer de allí.
Nada más razonable, más
científico o más lógico podía ser sostenido sobre un tema cualquiera. El único
inconveniente es que la premisa mayor era falsa o intermediaria entre lo real y
lo no real.
En 1772, un comité, del que era
miembro Lavoisier, fue designado por la Academia Francesa
para examinar un informe sobre una piedra caída del cielo en Luce, Francia. De
todas las tentativas de positividad, en este aspecto del aislamiento, no
conozco parecer más ardientemente defendido que la del no-parentesco terrestre.
Lavoisier analizó la piedra de Luce. La explicación exclusionista decía, en
aquella época, que ninguna piedra caía del cielo: objetos luminosos parecían
aterrizar y, en su lugar de caída, se recogían piedras ardientes: sólo el rayo
golpeando a una piedra podía calentarla o hacerla fundirse.
La piedra de Luce mostraba signos
de fusión. El análisis de Lavoisier «probó irrefutablemente» que aquella piedra
no había caído, sino que había sido golpeada por un rayo. Oficialmente, las
caídas de piedras fueron condenadas, y la explicación del rayo fue el standard
de la exclusión.
Uno no hubiera pensado nunca que
unas piedras condenadas pudieran clamar justicia sobre una sentencia de
exclusión, pero subjetivamente los aerolitos lo hicieron. Sus manifestaciones, acumulándose en una tromba
de evidencias, bombardearon los muros que se habían elevado en torno suyo.
Puede leerse en la
Monthly Review. «Que el fenómeno que nos concierne parecerá
para muchos indigno de atención. La caída de grandes piedras procedentes del
cielo, sin que aparezcan las razones de su previa ascensión, parece ser algo
maravilloso o sobrenatural. Sin embargo, una larga suma de evidencias aquí
acumuladas confirmará la existencia de semejantes fenómenos, a los cuales
convendría prestar atención.» El autor de esta nota abandona la primera
exclusión, pero la modifica explicando que la víspera de una caída de piedras
en la Toscana ,
el 16 de junio de 1794, el Vesubio había hecho erupción. Es decir, que las
piedras caían en algún otro lugar de la Tierra
bajo la acción de un tornado o de una erupción.
Más de ciento veinte años han
transcurrido desde esta fecha, y no conozco ningún aerolito al cual se le haya
podido atribuir un aceptable origen terrestre. Era preciso levantar una condena
en torno a la caída de piedras, a fin de excluir, a través de una serie de
reservas, toda posibilidad de una fuerza exterior.
Se puede tener toda la ciencia de
Lavoisier y ser incapaz de analizar, o incluso ver, más allá de ias hipnosis y
de las contrahipnosis convencionales de su época.
Nosotros ya no creemos. Nosotros
aceptamos.
Poco a poco, ha sido necesario
abandonar las explicaciones del tornado y del volcán, pero esta hipnosis de
exclusión, esta sentencia de condenación, esta tentativa de positividad, es tan poderosa que aún hoy
en día algunos sabios, como el profesor Lawrence Smith y Sir Robert Ball,
continúan negando los orígenes exteriores, afirmando que nada cae sobre la tierra
a menos que haya sido levantado antes de ella.
Posición virginal.
Los meteoritos, antaño
condenados, son admitidos, pero bajo reserva de una tentativa de exclusión. Se
admite que dos especies de sustancias, y solamente dos, pueden caer del cielo:
las sustancias metálicas y las sustancias pétreas, y que los obetos metálicos
se limitan al hierro y al níquel...
Mantequilla y papel, y lana, y
seda, y resina.
Desde el principio, las vírgenes
de la ciencia han combatido, llorado, gritado, maldecido las relaciones
externas, bajo los mismos pretextos... diciendo que os meteoritos provenían de
la superficie terrestre y de ninguna otra parte.
Progreso significa violación.
Mantequilla y sangre. Carne de
buey, y una piedra cubierta de inscripciones.
3
Estimo, pues, que la Ciencia no tiene más
contactos con el verdadero conocimiento de los que tiene el empuje de una
planta, la organización interna de un gran almacén o el desarrollo de una
nación. Todos ellos son procesos de asimilación, de organización, de sistematización,
todos tienden, por diferentes medios, a alcanzar el estado positivo, es decir,
supongo, el paraíso.
No puede haber una verdadera
ciencia allí donde hay variables indeterminadas, siendo así que todas las
variables son indeterminadas, irregulares. La interpretación precisa de los
sonidos exteriores en la mente de un durmiente que sueña no podría sobrevivir
en una mente soñadora, porque este toque de relativa realidad no pertenecería
ya al sueño, sino al despertar. Asimismo lo invariable, es decir lo real, lo
estable, no es nada en la Intermediaridad. La Ciencia es esta tendencia a
despertar a la realidad: a la regularidad, a la uniformidad. Pero lo regular,
lo uniforme, presupone la ausencia de tenómenos exteriores que puedan
perturbarlo. Por lo universal, entiendo lo real. Y la gigantesca tentativa
latente que expresa la Ciencia
permanece indiferente a la justificacion misma de la Ciencia , la cual ve en el
espíritu vital una tendencia a la regularización.
Las cucarachas, las estrellas,
los magmas químicos, son apenas cuasi-reaies. No hay nada verdadero que
aprender de ellos. Mientras que la sistematización de los pseudo-datos es una
aproximación hacia la realidad, hacia el despertar final.
Supongamos que una mente inmersa
en el sueño, sus centauros y sus canarios se transforman en jirafas; sobre
tales temas se podría basar una verdadera biología, pero si esta misma mente
que sueña intentara sistematizar semejantes apariencias, se aproximaría al
despertar. A condición que el estado de vigilia (una vigilia muy relativa)
procure realmente una mejor coordinación mental.
Al intentar sistematizar, la Ciencia ha ignorado, pues,
del mejor modo posible todos los aspectos de la exterioridad. Así, el conjunto
de los fenómenos de caída se le ha aparecido como tan turbador, tan inoportuno,
tan desagradable como una batería de instrumentos de metal trastornando la
composición relativamente sistemática de un músico, como una mosca aterrizando
sobre la aventurada tentativa de un pintor y mezclando los colores al azar de
sus patas, o como un político interrumpiendo la misa para colocar en ella su
discurso electoral.
Si todas las cosas pertenecen a
una unidad, a un estado intermediario entre lo real y lo no-real, si nada puede
establecerse por sí mismo en entidad, ni «existir» en la intermediaridad, si
los nacidos pueden ser al mismo tiempo los uterinos, entonces no veo diferencia
positiva entre la Ciencia
y la Ciencia
Cristiana , ya que la actitud de la una y de la otra en
presencia de lo inoportuno es la misma: «Esto no existe».
Todo lo que no gusta a lord
Kelvin y a la señora Eddy no existe. Pero yo añadiría esto: en la
intermediaridad no hay tampoco inexistencia absoluta. De modo que un Científico
Cristiano y un dolor de muelas no existen en el sentido último de la palabra,
pero no son tampoco absolutamente inexistentes y. según nuestra terapéutica,
aquel de los dos que se acercara más a la realidad se la llevará.
El secreto de la energía... Este
creo que es otro pensamiento profundo. ¿Quieren ustedes triunfar en algo? Sean
más reales de lo que este algo es.
Quisiera empezar con las
sustancias amarillas que caen sobre la Tierra : desearía que observaran a este respecto
cuál de mis datos tiene mayor aproximación al realismo que poseen los dogmas
que niegan su existencia como productos procedentes de algún lugar exterior a
nuestra Tierra.
Mi posición es puramente
impresionista. No poseo ni tests ni standards positivos. El realismo en arte,
el realismo en ciencia, están pasados de moda. En 1859 era de muy buen tono el
aceptar el darwinismo; en la actualidad los biólogos se devoran e intentan
concebir de un modo distinto. En su tiempo, el darwinismo estaba de moda pero,
por supuesto, no ha probado nada.
Su fundamento: la supervivencia
del más apto. No del más fuerte, ni del más hábil, puesto que por todas partes
sobreviven la debilidad y la estupidez. Así pues, no se puede determinar la
aptitud de otro modo que por la supervivencia. De modo que el darwinismo prueba
en todo y por todo la supervivencia de los supervivientes.
Y pese a que, en resumen, parece
alcanzar en todo a lo irracional, el darwinismo, con su amasijo de suposiciones
y sus tentativas de coherencia, se acerca mucho más a la Organización y a la Consistencia que
todas las rudimentarias especulaciones que lo precedieron.
Otra cosa: Cristóbal Colón no
probó jamás que la Tierra
fuera redonda.
¿La sombra que proyecta sobre la Luna ? Nadie la ha visto nunca
enteramente, ya que la sombra de la
Tierra es mucho más grande que la Luna. Si la periferia de
la sombra fuera curva, y la Luna
convexa, un objeto rectilineo podría muy bien, sobre una superficie convexa,
proyectar una sombra curva.
Todas las otras autocalificadas
como pruebas pueden ser tornadas de la misma manera. Era imposible probar que la Tierra era redonda. Esto no
era por otro lado necesario, y sólo una mayor apariencia de «positividad» de la
que manifestaban sus adversarios lo empujó a intentar la aventura. Era de buen
tono, en 1492, aceptar que más allá de Europa existía, ai Oeste, otro
continente.
En concordancia con el espíritu
de este primer cuarto de siglo, propongo que se admita la exisrencia más allá
de nuestro planeta de otros continentes de donde caen objetos, al igual como
los restos de América derivan hacia Europa.
Para excluir el origen
extraterrestre de las lluvias y nieves amarillas, se ha recurrido al dogma
según el cual estarían coloreadas por el polen de pino. Entre otras
publicaciones, el Symons' Meteorological Magazine es formal sobre este punto, y
disuade de toda otra explicación.
Sin embargo, la Monthly Weather
Review reporta que el 27 de febrero de
1877, en Pechloch, Alemania, cayó una l1uvia amarillo oro cuya materta
colorante se componía de cuatro organismos diferentes, con exclusión total del
polen. Estos organismos tenían respectívamente la forma de una flecha, de un
grano de café, de un cuerno y de un disco.
Tal vez fueran símbolos. Tal vez
fueran, perdóneseme esta ilusión, jeroglíficos objetivos.
En los Anales de Química, hay una
lista de lluvias llamadas sulfurosas. Tengo más de cuarenta fichas de estos
fenómenos meteorológicos, que no voy a utilizar. Admitamos que se trate de
polen. He dicho más arriba que mi método sería el de los teólogos y los sabios,
y estos comienzan siempre por darse aires de liberalidad. No tengo
inconveniente en ceder a la partida una cuarentena de puntos: mi generosidad no
me costará nada, teniendo en cuenta los innumerables datos que poseo aún
en mis cajones.
Examinemos solamente este caso
típico: según informa el American Journal of Science , en una noche de junio,
en el puerto de Pictou, en Nueva Escocia, «en una noche de calma chicha», cayó
a chorros, a bordo de un navío, una sustancia amarilla. El análisis reveló la
presencia de nitrógeno, de amoníaco, y un fuerte olor animal.
Así pues, uno de mis principios
es que, en su homogeneidad, todas las sustancias están muy lejos de ser
positivas. En un sentido puramente elemental, diré que no importa qué puede ser
hallado en no importa dónde. Madera de caoba en las costas de Groenlandia,
cucarachas en la cima del Mont Blanc, ateos en misa, hielo en la India. Por ejemplo, el
análisis químico puede revelar que todos los muertos han sido envenenados con
arsénico: en efecto, no existe estómago que no contenga hierro, plomo, estaño,
oro y arsénico. Lo cual, por supuesto, no tiene la menor importancia puesto
que, por influencia represiva, cierto número de personas debe ser ejecutada por
homicidio cada año; y pese a que los detectives no descubren jamás
absolutamente nada, la ilusión de su éxito basta para hacerlos felices, mediante
lo cual es perfectamente honorable hacer donación de sus vidas a la sociedad.
El químico quc analizó la
sustancia de Pictou sometió una muestra al redactor del Journal, el cual
encontró en ella, por supuesto, trazas de polen. Mi opinión es que efectivamente
había algo de polen en ella: nada hubiera podido atravesar el aire, en junio,
cerca de los bosques de pinos de Nueva Escocia, sin escapar a las nubes de
esporas. Pero el redactor no escribió que esta sustancia «contenía» polen.
Olvidó «el nitrógeno, el amoníaco y el fuerte olor animal», declarando
únicamente que la sustancia era polen. En nombre de mis cuarenta prendas de
liberalidad (o de pseudoliberaridad, ya que uno no puede ser realmente liberal)
quiero suponer que el químico en cuestión no detectó un solo olor animal si era
guardián de zoo. Pero la continuación será más difícil de pasar por alto: las
caídas desde el cielo de materia animal.
Sugiero que nos pongamos por un
momento en el lugar de los peces de las grandes profundidades.
Si los peces de las grandes
profundidades quisieran llevar la cuenta de las caídas de materia animal
procedente de la superficie. ¿Cómo lo harían? ¿Intentarían tan sólo hacerlo?
Si planteo la cuestión es porque
resulta muy tentador el definir al hombre como un pez de las grandes
profundidades.
El 14 de febrero de 1870, cayó en
Génova, Italia, según el señor Boccardo, director del Instituto Genovés, y el
profesor Castellani, una sustancia amarilla. El examen microscópico reveló, sin
embargo, numerosos glóbulos de azul de cobalto, y también corpúsculos color
perla que se parecían al almidón.
M. Bouis habla de una sustancía variando del rojo al
amarillo. Caída en cantidades enormes y sucesivamente el 30 de abril, el 1º de
mayo y el 2 de mayo en Francia y en España: esta sustancia, que se carboniza
desprendiendo un olor a materia animal quemada, no era polen: sumergida en
alcohol, produjo un residuo de materia resinosa. De ella cayeron centenares de
miles de toneladas.
«Un olor a materia animal quemada».
Una batalla aérea en pleno
espacio Interplanetario hace centenares de años, un efecto del tiempo dando a
restos diversos un aspecto uniforme...
Todo lo cual resulta absurdo
porque no estamos dispuestos a aceptar que, durante tres días, una prodigiosa
cantidad de materia animal haya caído del cielo en Francia y en España. M.
Bouis declara que dicha sustancia no era polen, y la enormidad de su caída
parece darle la razón. Pero la materia resinosa sugiere el polen. Así que es el
momento de hablar de una caída abundante de materia resinosa, enteramente
divorciada.de toda sugestión de polen.
En Gerace, Calabria, el 14 de
marzo de 1813 cayó un polvo amarillo que
fue recogido por el signore Simenini, profesor de química en Nápoles. Tenía un
gusto terroso, insípido, y fue descrito como «untuoso». Calentada, esta materia
se volvió parda, negra, después roja. De acuerdo con los Annals of Philosophy,
uno de sus componentes era una sustancia amarillo verdosa que, desecada, se
convirtió en resinosa.
Pero esta caída fue acompañada de
ruidos ensordecedores en el cielo y de un chaparrón de piedras. Estos
fenómenos, ¿son asociables a una dulce y apacible llovizna de polen?
Lluvias y nieves negras, lluvias
de tinta copos de nieve negros como el
azabache.
Cayeron en Irlanda, en mayo de
18409a, sobre un distrito de 80.000 hectáreas , acompañadas de un olor fétido
y desagradable. La lluvia de Castlecommon, Irlanda, el 30 de abril de 1887,
«densa, negra lluvia» Amer. Met. Jour.9b. Una intensa lluvia negra en Irlanda,
los 8 y 9 de octubre de 1907, «dejando en la atmósfera una horrible
pestilencia»10. La explicación ortodoxa, aparecida en Nature, 2 de marzo de
1908, hace intervenir nubes de lluvia venidas de los grandes centros
industriales de Gales del Sur, atravesando el canal irlandés.
En la Continuidad , no se
pueden distinguir los fenómenos en su punto de unión, así que es preciso
buscarlos en sus extremidades. Es imposible distinquir, en algunos infusorios,
entre lo vegetal y lo animal, pero en su lado práctico puede hacerse aun la
distinción entre un hipopótamo y una violeta. Nadie, salvo quizá Barnum o
Bailey, enviaría un ramo de hipopótamos a su prometida.
Así pues, alejémonos de los
grandes centros industriales.
Lluvia negra en Suiza el 20 de
enero de 1911. Suiza se siente incómoda. Su explicación11 es convencional: en
ciertas condiciones atmosféricas, la nieve puede tomar una apariencia engañosa
y ennegrecerse.
De acuerdo. Puede decirse que en
una noche muy oscura la nieve puede parecer negra. Pero vayamos aún más lejos:
un «chaparrón de tinta» cae en el Cabo de Buena Esperanza, lo cual resulta poco
verosímil. La Nature 12a,
da su explicación: humo de volcán, esto es de lo que se trata.
No nos ocuparemos de las lluvias
negras sin pasar revista a sus fenómenos concomitantes. Un corresponsal de Knowledge12b,
informa de una lluvia negra en el valle de Clyde, el 1º de marzo de 1884; otra
lluvia negra cayó dos días después, según el corresponsal, otra lluvia negra
había caído el 20 de marzo de 1828 y otra el 22. Según Nature12c, una lluvia
hegra cayó en Marlsford, Inglaterra, el 4 de setiembre de 1873; veinticuatro
horas más tarde otra lluvia negra cayó en el mismo lugar.
Según el reverendo James Rust
(Scottish Showers), una lluvia negra cayó en Slains, Escocia, el 14 de enero,
otra en Carluke, a 250
kilómetros de Slains, el 1º de mayo, y otras dos en
Slains el 20 de mayo de 1862 y el 28 de octubre de 186313. En el mismo momento,
grandes cantidades de una sustancia tan pronto denominada «piedra pómez» como
«escoria» fueron arrojadas por el mar sobre las costas de Escocia. El informe
de un químico identificó esta sustancia, no como un producto volcánico, sino
como escoria de fundición. Todo ello, dijo Mr. Rust, en tan gran cantidad, ¡que
el producto hubiera podido representar el rendimiento global de todas las
fundiciones del mundo!
Si se tratara de escoria, sería
preciso aceptar el hecho de que un producto artificial había caído del cielo en
cantidades enormes. Y si ustedes no creen que semejantes fenómenos son
condenados por la Ciencia ,
lean los fracasos sufridos por Mr. Rust al intentar hacer examinar el dossier
por las autoridades científicas. Añadamos que varias de entre las lluvias de
Slains no correspondían a ninguna actividad volcánica terrestre. El destino de
toda explicación es el de no cerrar una puerta más que para abrir otra mucho
mayor.
Pienso en una isla cercana a un
trayecto comercial transoceánico. Podría recibir varias veces al año el
detritus provinentes de las naves de pasaje.
Otras concomitancias de lluvias
negras14: «Una especie de estruendo como el que producen los vagones de
ferrocarril» se elevó en el cielo durante una hora, el 16 de julio de 1850, en
Bulwick Rectory, Northampton, Inglaterra. El 19, cayó una lluvia negra. En
Nature15 un corresponsal señala una oscuridad intensa, el 26 de abril de 1884,
que engulle Preston, en Inglaterra: en la página 32, otro corresponsal señala
que, el mismo día, una lluvia negra se abate sobre Crowle, cerca de Worcester,
y vuelve a caer el 3 de mayo. Otra cae el 28 de abril cerca de la iglesia de Setton,
tan espesa que a la mañana siguiente las orillas están aún ennegrecidas. En los
cuatro casos, según los corresponsales de Nature, se habían señalado temblores
de tierra en Inglaterra en el mismo momento.
Una lluvia negra cae, el 9 de
noviembre de 1819, en Canadá: se atribuye la precipitación a la humareda de un
incendio forestal al sur del río Ohio. Pero esta lluvia16 fue acompañacia de
sacudidas sísmicas que, según el Edimburgh Philosophical Journal17, siguieron a
una intensa oscuridad.
La ortodoxia de todas las lluvias
rojas exige que el siroco arrastre hasta Europa las arenas del Sahara.
Se han producido numerosas caídas
de materia roja, sobre todo en las regiones volcánicas de Europa, y
generalmente bajo forma de lluvia. En muchas ocasiones, dichas sustancias han
sido «absolutamente identificadas» como arena sahariana. Ahondando en el tema,
he encontrado seguridad sobre seguridad, tan positivas que no hubiera buscado
nada más si no hubiese sido intermediario. Muestras de lluvia tomadas en Génova
han sido comparadas con arena recogida en pleno Sahara. Los autores han
coincidido, con una «unanimidad absoluta»: el mismo color, idénticas particulas
de cuarzo, igual proporción de diatomeas. El análisis químico no aportó una
sola discrepancia.
Pensamiento intermediarista: a
condición de las exclusiones apropiadas, según el método científico y el método
teológico, puede identificarse no importa qué, con no importa qué otra cosa,
puesto que cualquier cosa no es más que una expresión diferente de una unidad subyacente.
¡Qué satisfacción para el
espíritu la expresión «absolutamente identificado»! El absoluto o su ilusión:
la búsqueda universal. Si una sustancia caída en Europa es identificada por los
químicos como arena de los desiertos africanos, elevada en el aire por
torbellinos, he aquí lo que aliviará de sus irritaciones a todos los espíritus
enclaustrados, sumergidos en el concepto de un mundo mullido, aislado,
minúsculo, libre de todo contacto con la maldad cósmica, a salvo de todo
artificio estelar, indiferente a los vagabundeos e invasiones interplanetarias.
Lo malo es que el análisis químico, pese a su apariencia definitiva y oficial,
ya no es más absoluto que la identificación hecha por un chiquillo o la
descripción de un imbécil.
Retiro el insulto: prefiero que
la aproximación sea ligeramente más elevada.
Pero, de todos modos, se basa en
la ilusión, ya que no hay exactitud, homogeneidad ni estabilidad; no hay más
que diferentes estados entre estos tres valores y la inexactitud, la
heterogeneidad y la inestabilidad. Además, no hay elementos químicos. Ramsay,
entre otros, lo ha probado plenamente. Los elementos químicos no son más que
otro fracaso en la búsqueda de lo positivo, en tanto que éste es exacto,
homogéneo y estable.
En los días 12 y 13 de noviembre
de 1902 se sitúa la más importante caída de materia en la historia de
Australia. El 14 de noviembre «llovió barro» en Tasmania. El fenómeno se
atribuyó a los torbellinos australianos pero18, hubo también una bruma que
llegó hasta Hong-Kong y las Filipinas. Quizá tal fenómeno no tuviera relación
con la aún más formidable caída de febrero de 1903 en Europa. Durante varios
días, el sur de Inglaterra fue un verdadero albañal. Si desean conocer la
opinión de un químico, aunque sea tan sólo su mera opinión, consulten el
informe de la Sociedad
Real de Química. El 2 de abril de 1903, Mr. E. G. Clayton
describió en dicho informe una sustancia caída del cielo y recogida por él
mismo. La explicación del Sahara prevalece sobre todo para el sur de Europa.
Más lejos, los convencionalistas se sienten a disgusto. Bajo demanda, el editor
de la Monthly Weather
Review19a declara, hablando de una lluvia roja caída en 1890 sobra las costas
de Terranova: «Sería sorprendente que se tratara de polvo sahariano». El señor
Clayton afirma de su muestra: «Es, simple y llanamente, polvo de las carreteras
de Wessex levantado por el viento». Esta opinión es típica de toda opinión
científica, teológica o femenina. Está a la medida de lo que no toma en cuenta.
Es más caritativo pensar que Mr. Clayton desconocia la extensión de la caída:
el 19, recubría una superficie equivalente a las islas Canarias.
Pienso, por mi parte, que en 1903
atravesamos los restos de un mundo pulverizado, dejado como recuerdo de una
antigua disputa interplanetaria y llevando después su inquina, a través del
espacio, como una querella roja.
Pensar es concebir
incompletamente, ya que todo pensamiento no tiene lazos de unión más que con lo
local. Por supuesto, nosotros, los metafísicos, gustamos de ir adelante y
pensamos en lo impensable. Los químicos, por su parte19b, se limitan a analizar
la sustancia y encuentran un 23,49 por ciento de agua y un 9,8 por ciento de
materia orgánica. Estas fracciones son bien convincentes, de modo que la
«identifican» con la arena sahariana. Si se descontara de nosotros todo lo que
no es arena, podríamos, ustedes y yo, ser identificados también con la arena
sahariana. Sin mencionar el hecho de que la mayor parte del desierto sahariano
no es rojo, sino que es descrito como de una «deslumbrante blancura».
La enormidad de los hechos. El 27
de febrero, la caída prosiguió en Bélgica, en Holanda, en Alemania y en
Austria20. Un buque la señaló en pleno océano Atlántico, entre Southampton y
las Barbados. Sólo en Inglaterra, se calculó que cayeron 10.000.000 de
toneladas de materia. En Australia, hubo una lluvia de barro de cinco toneladas
por hectárea21. Cayó también en Suiza22 y en Rusia23.
Con un desprecio total por todos
los detalles accesorios, y utilizando el método científico-teológico, la sustancia
de febrero de 1903 podría ser identificada con cualquier cosa: con la arena
sahariana, con azúcar en polvo, con el polvo del bisabuelo de cualquiera de
nosotros. Vean diversas muestras analizadas por los químicos24 (24): «parecida
al polvo de ladrillos», dijo uno; «pelo marrón claro», dijo otro; después:
«color chocolate, sedoso al tacto y ligeramente iridescente», «gris»,
«herrumbre», «gotas de lluvia rojiza y arena gris», «sucio», «muy rojo»,
«marrón-rojo con un matiz de rosa»,
«color de arcilla amarilla».
Mi posicion no positlva es la
siguiente: algunas lluvias se hallan teñidas por la arena del Sahara, otras lo
son por arenas de otras fuentes terrestres, otras aun por arenas de otro mundo
o de regiones aéreas demasiado amorfas e indefinidas para que puedan ser
calificadas de «mundos» o de «planetas». Ningún supuesto torbellino puede dar
cuenta de los centenares de toneladas de materia caídas en Australia, en los
océanos Pacifico y Atlántico y en Europa, de 1902 a 1903. Un torbellino
de este volumen hubiera superado muy rápidamente la simple suposición.
En la Edad Media , había
lluvias rojas que eran denominadas «lluvias de sangre». Aterrorizaban a las gentes,
agitaban poblaciones hasta el punto que la Ciencia resolvió, en sus relacionies
sociológicas, apartar el flujo. Aseguró que las «lluvias de sangre» no
existían, que no eran más que agua teñida de arena sahariana. Esta prostitución
positivista (por prostitución, entiendo utilitarismo) estaba muy justificada en
el plan único de la sociología. Pero nos hallamos en el siglo XX y los
soporíferos del pasado ya no nos son necesarios. Si cayeran lluvias de sangre
sobre la ciudad de Nueva York, los negocios ni siquiera se interrumpirían.
He partido de las lluvias de
arena. Y en mi herejía o en mi progreso, en mi regreso a las supersticiones
modificadas del pasado, creo mantenerme muy por encima del concepto de la
«lluvia de sangre». Solamente tengo la tímida intención de manifestar que
ciertas lluvias rojas sugerían firmemente la sangre o la materia animal
pulverizada.
Desechos de desastres
interplanetarios. Batallas aéreas. Provisiones alimenticias de los supercargos
naufragados en el tráfico espacial.
Hubo, el 6 de marzo de 1888, en
la región mediterránea, una lluvia de sustancia roja que expandió, al ser
quemada, un fuerte y persistente olor animal25. Pero, heterogeneidad sin fin o
desechos de cargamentos celestes, hubo lluvias rojas que no estaban coloreadas
ni por la arena, ni por la materia animal. El 2 de noviembre de 1819, una
semana antes del temblor de tierra y la lluvia negra del Canadá, cayó una
lluvia roja en Blankenberge, Holanda: dos químicos de Brujas concentraron
ciento cuarenta partes en cuatro onzas «sin obtener precipitado alguno». Otros
reactivos provocaron precipitados, pero no de arena. Concluyeron que contenía
clorhidrato de cobalto, lo cual resulta muy vago26.
Acompañada de un polvo llamado meteórico, una «sustancia
extraña», compuesta de almagre, carbonato de calcio y materia orgánica cayó del
9 al 11 de marzo de 187227. El 14 de marzo de 1873, una granizada naranja en
Toscana28. Una lluvia lavanda el 19 de diciembre de 1903 en Oudon, Francia29a.
Según el profesor Swedoff, el 14 de junio de 1880, en Rusia, granizo rojo,
después granizo azul, después granizo gris La Nature 29b. El 17 de abril de 1886. En una pequeña
ciudad de Venezuela, granizo a veces rojo, a veces azul, a veces blanquecino
Nature29c. El 13 de diciembre de 1887, en Conchinchina, una sustancia parecida
a sangre coagulada30. En 1812, en Ulm, una materia roja, espesa y muy
viscosa31.
Pero, sobre todo, hay un detalle
que llama la atención, y que aparecerá sin cesar en el curso de nuestras
investigaciones, un factor de especulación tan revolucionario que será preciso
reforzarlo continuamente antes de aceptarlo. El 28 de diciembre de 186032, a las siete de la
mañana, en el noroeste de la ciudad de Siena, una lluvia roja cayó durante dos
horas, desde las siete de la mañana. Una segunda tormenta se abatió a las once,
otra tres días mas tarde, una última a la mañana siguiente. Pero cada tormenta
cayó exactamente sobre el mismo barrio de la ciudad.
4
El 13 de agosto de 1819, en
Amherst, en Massachussets, un objeto misterioso, recubierto de una pelusilla
como la que se encuentra en las fábricas de paños, se abatió sobre el suelo.
Más tarde fue examinado y descrito por el profesor Graves, antiguo catedrático
del colegio de Dartmouth. Separada la pelusa, apareció una sustancia pulposa de
color amarillento que, desprendiendo un olor muy nauseabundo, se volvió rojo
vivo por el simple contacto del aire (1).
El profesor Dewey, comunicando el
informe Graves, cuenta en el American Journal of Science (2), que el 13 de
agosto, al sonido de una explosión, una
viva luz se extendió sobre la ciudad de
Amberst, iluminando uno de los muros de la habitación donde se hallaba él mismo
en compañía de su familia. A la mañana siguiente, en el patio delantero del
profesor Dewey, en el mismo emplazamiento de donde pareció provenir la extraña
luz, se descubrió una sustancia «distinta a todas aquellas que los testigos
declaraban conocer». Era un objeto en forma de tazón, que medía quince
centímetros de diámetro por tres de espesor, recubierto de «una fina pelusilla»
amarillenta que tenía la consistencia de la espuma de jabón y esparcía «un olor
fuerte, casi sofocante». Expuesto al aire durante algunos minutos, perdió su
color, se volvió rojo sangre, absorbió rápidamente la humedad del aire y se
licuó. El Journal da algunas de las reacciones químicas.
Esto me recuerda otra alma
perdida: una caída de peces muertos y disecados de la especie chalwa, de un
palmo de longitud, en los alrededores de Allahabad, en la India (3). Habían
permanecido tanto tiempo fuera del agua que no podían haber sido recogidos de
un estanque por una tromba, pese a que se les identificó como pertenecientes a
una especie local. Me inclino a creer, por mi parte, que no eran peces, sino
objetos en forma de peces, de la misma sustancia que cayó sobre Amherst. Se
dice que resultaron incomibles puesto que, «colocados en la sartén, se
convirtieron en un charco de sangre» (4a).
En el American Journal of Science
(4 b), el objeto de Amherts cayó bajo la inevitable daga de la condenación. El
profesor Edward Hitchcok se instaló en el país. Años más tarde, un objeto totalmente parecido al
primero se abatió «casi en el mismo lugar». Invitado por el profesor Graves a
examinarlo, Hitchcok descubrió el mismo tamaño, la misma consistencia, las
mismas reacciones químicas, y lo reconoció instantáneamente: era un hongo
gelatinoso.
No solamente identificó su
especie exacta, sino que anunció que otros hongos semejantes aparecerían dentro
de 24 horas. Aparecieron dos de ellos aquella misma tarde.
Hemos llegado con ello a la más
vieja de todas las convenciones exclusionistas: el nostoc. Cada vez que se
señala una caída de sustancia gelatinosa, se la identifica como nostoc. Una
especie de hongo o alga cuyo rival es la «freza de ranas o de peces» Combinadas
entre sí, estas dos explicaciones forman una excelente mezcla. Cada vez que
faltan pruebas sobre la caída efectiva de materias gelatinosas, se asegura en
primer lugar que el nostoc se encuentra allá. Cada vez que los testimonios
confirman la caída, se acude a los torbellinos diseminadores de freza.
Yo no puedo decir: todos los
mirlos son negros, porque un día vi de blancos. No puedo decir tampoco: el
nostoc es invariablemente de color verde, porque al menos un sabio ha descrito
un nostoc de color rojo sangre. Pero me gustaría poner de relieve que la mayor
parte de las caidas de sustancias gelatinosas son descritas como blancas o
grises, y que el nostoc es definido como verde en el Diccionario de Webster,
«azul-verde» en la
New International Encyclopedia, «verde claro u oliva» en
Science Gossip (4 c), o «verdoso» en Notes and Queries (4 d). Si se señalan
pájaros blancos, parece razonable no tomarlos por mirlos, incluso si hay mirlos
blancos. Si caen sustancias ge1atinosas blancas o grises, puede apostarse a que
el nostoc no se halla implicado en ello, y si caen fuera de estación, no hay
lugar para invocar a la freza.
«El fenómeno de Kentucky». En su
tiempo, produjo un grandioso efecto. De ordinario, datos como estos son
silenciados precipitadamente: recuerden ustedes las lluvias negras de Slains.
Pero el 3 de marzo de 1876, numerosos periodistas fueron atraidos a Bath
Country. Kentucky, por un notable acontecimiento: trozos de una sustancia que
parecía carne de vaca cayeron del cielo sobre Olympian Spríngs. «En un cielo
completamente puro», copos de cinco a diez centímetros cuadrados cayeron en
denso chaparrón sobre el suelo y los árboles, pero limitándose a una banda de
terreno de cien metros de largo sobre cincuenta de ancho (5).
Anoten cuidadosamente esta
formación en copos: indica una presión muy significativa, de la que volveremos
a hablar.
Compadezco sinceramente a los
exclusionistas. Les era ya bastante difícil combatir la idea de simples
polvaredas extraterrestres, sin tener que manejar un fenómeno tan sensacional
como una caída de carne de vaca. Uno de los copos. se afirma, tenia las
dimensiones de un sobre. La sustancia de Kentucky fue examinada por Leopold
Brandeis. «Hemos encontrado finalmente una explicación verosímil del fenómeno»,
escribió (6). La maravilla de Kentucky no fue más que nostoc. Dicho de otro
modo. No se había producido caída. La sustancia pegada al suelo se había
mezclado con el agua de lluvia y, con su aumento de volumen, había llamado la
atencion de observadores no científicos, los cuales la creyeron caída del
cielo.
¿De qué lluvia se trata?, me
pregunto yo.
Se dijo también de la sustancia
que estaba «desecada». Este es un detalle muy importante. Pero admiremos el
alivio de la honradez ultrajada, muy a lo Salvation Army, de un sabio de
tercera categoría, blandiendo en el Supplement una explicación del apéndice
vermiforme o del coxis que hubiera podido muy bien ser aceptada por el propio
Moisés. La sustancia fue definida por Mr. Brandeis como nostoc «de color
carne».
Pero el profesor Lawrence Smith,
de Kentucky, uno de los exclusionistas más determinados, analizando la misma
materia, fue de una opinión completamente distinta. «Se trata de freza desecada
de un reptil cualquiera, sin duda de rana» (7 a). Desecada, ya que, sin duda,
este fue el estado en que llegó a sus manos.
En cuanto al doctor A. Mead
Edwards, presidente de la Asociación Científica de Newark, si inclinó, en
el Scientific American Supplement ante la sugestión de Mr. Brandeis, pero
mencionando que el doctor Hamilton, habiendo
analizado el espécimen, lo reconoció como un fragmento de tejido
pulmonar. Así, dice el doctor Edwards, esta sustancia fue magníficamente
definida como nostoc, «siendo también tejido pulmonar». Él mismo identificó
varias otras muestras como trozos de cartílago y fibra muscular. Con lo cual su
explicación no puede ser más extravagante: una bandada de pájaros atiborrados
de comida, invisible en la claridad del cielo, había debido vomitar.
El profesor Fassig registra la
sustancia, en su «Bibliografía», como freza de pez. McAtee en la Monthly Weater
Review (7 b), lo anota como un material gelatinoso, supuestamente calificado
como freza desecada de peces o de batracios.
Nada es positivo ante la unidad,
ante la homogeneidad. Si el mundo entero se uniera contra ustedes, su combinación
sería irreal, intermediaria entre la unidad y la falta de unidad. Toda
resistencia está en sí misma dividida en varias partes que se resisten
mutuamente. Y la más simple estrategia no es la de combatir a un enemigo, sino
la de forzar a sus filas a combatirse entre sí. He aquí que pasamos de las
sustancias cárnicas a las sustancias gelatinosas, de las que tenemos abundancia
de informes. Estos datos son obscenos a los ojos de la Ciencia , pero veremos que la Ciencia no ha sido
siempre, lejos de aquí, tan hipócrita. Chladni no lo era, y Greg tampoco.
Acepto, por mi parte, que del
cielo han caído sustancias gelatinosas.
¿Es gelatinoso el cielo entero?
¿Son los meteoros los que le
arrancan y desprenden sus fragmentos?
Dichos fragmentos, ¿nos son
arrojados por las tempestades?
El parpadeo de las estrellas, ¿es
debido a la simple penetración de la luz a través de una masa temblona?
Pienso, por mi parte, que seria
absurdo pretender que todo el cielo es gelatinoso. Es más verosímil suponer que
tan sólo algunas regiones del cielo sean gelatinosas. Humboldt (8) afirma que
todos nuestros datos a este respecto «deben ser clasificados entre las fábulas
ilusorias de la mitología». Pero su autoridad se matiza por algo de
redundancia.
No quiero agarrarme a los
argumentos convencionales de la «subida y la bajada» o de la «presencia
anterior», so pena de invadir la jurisdicción de mi ejemplo final, el cual
implica el estacionamiento prolongado, por encima de una ciudad inglesa, de una
sustancia misteriosa: freza, nostoc o algo como un nexo larvario. Si esta
sustancia ha planeado por el aire durante varios días, soy, como Moisés, el
mayor cronista de las inconveniencias. ¿A menos que esta historia no haya sido
contada, también ella, por Moisés? En fin, daré tantos ejemplos de sustancias
gelatinosas caídas al mismo tiempo que meteoritos, que será preciso admitir una
conexión cualquiera entre estos dos fenómenos. Hay en el cielo vastos campos
gelatinosos, que los meteoritos atraviesan vaciándolos de su sustancia.
En 1836, M . Vallot (9). Miembro
de la Academia
de Ciencias, presentó a sus colegas fragmentos de una sustancia gelatinosa
caída, se nos dice, del cielo, y de la cual reclamó un análisis. Tal incidente
no tuvo la más mínima continuación.
Vilna, Lituania, el 4 de abril de
1846 (10), cayeron, en plena tormenta, grandes masas de una sustancia gris e
inodora, a la vez resinosa y gelatinosa que, al quemarse, desprendió un olor
dulzón. Sumergida en el agua durante veinticuatro horas, se hinchó, pero
continuó siendo gelatinosa.
Una sustancia análoga había
caído, en 1841 y en 1846, en Asia Menor.
En Notes and Queries (11) se lee
que, en agosto de 1894,
miles de medusas, grandes como un chelín, fueron
señaladas por encima de Bath, en Inglaterra. No creo que se tratara realmente
de medusas, sino más bien, esta vez, de freza de ranas, empujada por un
torbellino, ya que en el mismo momento cayeron sobre Wigan, en Inglaterra, una
lluvia de pequeñas ranillas.
El 24 de junio de 1911, en Eton
Bucks (12), Inglaterra, el suelo fue recubierto de pedazos de gelatina grandes
como guisantes, después de una fuerte tormenta. Esta vez ya no se habló de
nostoc, sino de numerosos huevos de «algunas especies de chironomus, de los
cuales salieron larvas».
Las medusas de Bath, 23 años
antes, quizá no fueran otra cosa...
El 22 de abril de 1871 (13 a ), una tormenta de gotas
viscosas cayó sobre la estación de Bath, «algunas de las cuales se
transformaron en crisálidas de dos centímetros de largo». Infusorios, se dijo
en Zoologist (13b).
El fenómeno (14) fue
analizado por el reverendo L. Jenyns, de
Bath, que describio gusanos minúsculos encerrados en los envoltorios
transparentes, pero de los cuales no explicó su sorprendente segregación.
Puesto que el misterio sigue siendo siempre el mismo: ¿Cómo fueron reunidos
estos huevos? Un torbellino no es segregativo. El reverendo Jenyns imagina una
charca inmensa, llena hasta el borde de estas masas esféricas, secándose de
golpe y concentrándolo todo, que más tarde un torbellino se encargará de
recoger.
Pero, unos días más tarde, otros
de estos objetos cayeron en el mismo lugar.
Los torbellinos dan raramente
prueba de tanta precisión, esto cae por su propio peso.
Pero no cae por su propio peso el
que tales objetos hayan podido estacionarse varios días por encima de la ciudad
de Bath.
Lluvias negras en Slains.
Lluvias rojas en Siena.
R. P. Greg, uno de los
catalogadores mas notables de fenómenos meteóricos, reporta caídas de
sustancias viscosas en 1652, 1686, 1718, 1796, 1811, 1819, 1844 (15). Da datos
más antiguos, pero yo tambien practico la exclusión. En el Report of the
British Association (16), señala incluso el paso de un meteoro muy cerca del
suelo entre Barsdorf y Friburgo. en Alemania. Al día siguiente se encontró
sobre la nieve una masa enorme de gelatina. No era ni la estación de la freza,
ni la del nostoc. «Curioso, si es exacto», como dice él. Pero relata, sin
modificarla, la caída de un meteoro en Gotha, Alemania, el 6 de setiembre de
1835, «dejando en el suelo una gran masa de gelatina» y aterrizando apenas a un
metro de un observador. En otro artículo del Report (17), según una carta de
Greg al profesor Baden Powell, el 8 de octubre de 1844 por la noche, cerca de
Coblenza, uno de sus amigos alemanes vio caer al suelo un cuerpo luminoso cerca
de él y de otra persona. A la mañana siguiente, encontraron en aquel lugar una
masa gelatinosa de color gris.
Según Chladini (18), una masa
viscosa cayó con un meteorito luminoso entre Siena y Poma, en mayo de 1652;
otra, después de la caída de una bola de fuego en Lusatia en marzo de 1796; una
sustancia gelatinosa, después de la explosión de un meteorito, cerca de
Heidelberg, en julio de 1811. En el artículo citado en la nota (19), se
describe la sustancia de Lusatia como poseyendo «el color y el olor del barniz
negro desecado». En el American Journal of Science (20) se dice que una materia
gelatinosa surgió con un globo de fuego sobre la isla de Lethy, en la India , en 1718.
En la misma revista (21), en
varias observaciones sobre los meteoros de noviembre de 1833, se mencionan
caídas de sustancias gelatinosas: «Bloques de gelatina blanca», parecida a
clara de huevo coagulada, fueron hallados en el suelo en Pahway, New Jersey. A.
H. Garland, de Nelson Country, Virginia, encontró una sustancia gelatinosa que
tenía la circunferencia de una pieza de 25 centavos. Una mujer de West Point
encontró una masa grande como una taza de té y parecida al almidón hervido.
Parece increíble que un sabio
haya tenido la osadía o la incredulidad de aceptar estas almas perdidas. El
profesor Olmstead, que las ha recogido, ha escrito. «el hecho de que las
deposiciones hayan sido uniformemente descritas como formadas por sustancias
gelatinosas constituye una prosuncion en favor del supuesto origen a ellas
atribuido».
Las publicaciones científicas de
la época han consagrado la más viva atención a las anotaciones del profesor
Olmstead acerca de los meteoritos de noviembre. Pero ni una sola menciona el
pasaje sobre las materias gelatinosas.
(1) (Annual Register, 1821-687. Vease
también Edinburgh Philosophical Journal, 5-295). En los Anales oe Química, 1821-67, M . Arago confirma el
incidente y cita, otros cuatro casos de objetos o sustancias parecidas caídas
del cielo, dos de las cuales citaré entre mis datos de materias gelatinosas y
viscosas, y dos que omitiré en vista de sus lejanas fechas. El 17 de marzo de
1669, en Châtillon sur Seine, cayó una sustancia rojiza «espesa, viscosa y
pútrida», citada en los registros de la Academia Francesa.
(2) American journal of Science 1-2-335.
(3) (London Times, 19 de abril de 1836)
(4 a ) (Para otros detalles,
vease el Journal of the Asiatic Society of Bengal, 1834-367, donde el incidente
esta fechado el 16 o 17 de mayo de 1834, segun el Journal.)
(4 b)
American Journal of Science, 1-25-362
(4 c)
Science Gossip, 10-114
(4 d)
Notes and Queries, 1-11-229.
(5) Los primeros informes fueron
publicados en el Scientific American, 34-197, y el New York Times del 10 de
marzo de 1876
(6)
(Scientific American Supplement, 2-426)
(7 a) (New York Times, 12 de
marzo de 1876)
(7 b)
Monthty Weather Review, mayo de 1918
(8) (Cosmos, 1119)
(9) Comptes rendus, 3-554.
(10)
Comptes rendus, 23-542.
(11)
Notes and Queries, 8-6-190
(12) Nature, 87-10
(13 a ) London Times, 24 de
abril de 1871.
(13 b)
Zoologist, 2-6-2686.
(14)
Trans. Ent. Soc. of London, 1871, proc. XXII.
(15)
(Phil Mag., 4-8-463)
(16)
Report of the Brifish Association, 1860-63.
(17)
Report of the British Association, 1855-94
(18)
(Annals of Philosophy, n. s. 12-94.)
(19)
Edinburgh Philosophical Journal, 1-234
(20)
American Journal of Science, 1-26-133
(21)
American Journal of Science, 1-26-396.
5
No me aventuraré a menudo en
ejercicios cronológicos. Un positivista de espíritu muy matemático,
imaginándose que dos y dos hacen cuatro en un estado intermediario, mientras
que, aceptando la continuidad, no debería admitir jamás que se pueda partir de
dos, escrutará mis datos en busca de periodicidades. Me parece bastante
evidente que las matemáticas, una ciencia de lo regular. Sean el atributo de lo
Universal, así que no me siento tentado a buscarlas en lo local. Hay, sin
embárgo, en el sistema solar, «tomado en su conjunto», una aproximación
considerable a la regularidad: se localiza tan de cerca a las matemáticas, que
los eclipses, por ejemplo, pueden ser predichos con una cierta exactitud, pese
a que yo posea algunas notas suficientes como para deshinchar la vanidad de un
astrónomo, si tal milagro fuera aún posible. Un astrónomo está mal pagado, no
es conocido por la multitud y está consagrado a la soledad. Se alimenta de su
propia inflación. Deshinchen a un oso: se vuelve incapaz de invernar. Nuestro
sistema solar es como todos los fenómenos que pueden «tomarse en su conjunto».
Los asuntos de un barrio están determinados por los de la ciudad. Los de la
ciudad por los de su provincia, la provincia por el Estado, el Estado por la
nación, la nación por la situación internacional, el conjunto de las naciones
por las condiciones del clima, las condiciones del clima por las evoluciones
solares. Lo cual hace imposible el descubrimiento de los fenómenos enteros en
los límites de un barrio. Este es, a mi modo de ver, el espíritu de la religión
cósmica. Objetivamente, el Estado no es realizable en un barrio de una ciudad.
Pero si un positivista llegara a creer firmemente que lo ha realizado, sería
una realización subjetiva de lo que es objetivamente irrealizable. Me guardaría
mucho de trazar una línea divisoria posible entre lo objetivo y lo subjetivo:
todos los fenómenos, cosas o personas son subjetivos en el interior de un todo
y, de hecho, los pensamientos de lo que se denomina comúnmente «personas» son
subjetivos. Todo ocurre como si lo intermediario tendiera hacia la Regularidad de los
astrónomos, a fin de convencerse a sí mismo, en segunda expresión, de que el
fracaso es un éxito.
Yo he clasificado, catalogado
todos los datos de este volumen (sin hablar de mi sistema de ficheros), y
ciertas proximidades, puestas de esta forma en evidencia, ma han ofrecido sus
revelaciones: este método no se queda atrás con respecto a los de los teólogos
y de los sabios, peor aún, a los de los estadísticos.
Por ejemplo, por el método
estadístico, yo podría «probar» que una lluvia negra ha caído «regularmente»
cada seis meses en algún lugar de la Tierra. Tendría suficiente, para ello, con
incluir en dichas estadísticas a las lluvias rojas y las lluvias amarillas
pero, convencionaimente, aislar las partículas negras en cada una de las
mismas, despreciando el resto. Y si, de vez en cuando, una lluvia negra se
adelantara una semana o se retrasara un mes, incluiría este paso en falso en la
cuenta de la «aceleración» o del «retardo». ¿No se utiliza acaso dicho
procedimiento en la evaluación de la oeriodicidad de los cometas? Si las
lluvias negras o rojas o amarillas, dotadas de partículas negras, no se
manifiestan en el tiempo requerido, no habría leído a Darwin para nada: «los
informes» serían «incompletos». Finalmente, todas las lluvias negras que no
sirvieran para mi demostración serían grises u marrones, o les encontraría
periodicidades muy diferentes.
Pese a todo, no he podido menos
que notar, por ejemplo, el año 1819. En el año 1883 he notado treinta y un
acontecimientos extraordinarios: si es indispensable el escribir libros,
alguien debería escribir uno sobre los fenómenos de dicho año. El año 1849 es
un año notable para las caídas extrañas, tan alejadas unas de otras, que toda
explicación local parece irrisoria: hubo no solamente la lluvia negra de
Irlanda, en el mes de mayo, sino una lluvia roja en el País de Gales y otra en
Sicilia. Se halla anotado también (1) que el 18 ó 20 de abril de 1849 los
campesinos hallaron en el monte Ararat una sustancia no nativa, probablemente
caída del cielo, esparcida por una superficie de dieciséis kilómetros
cuadrados.
Hemos abordado ya el tema de la Ciencia , de su tentativa de
positividad y de sus resistencias. Resulta harto evldente que la ciencia
teórica del siglo XIX no era más que una relación de reacción contra los dogmas
de la teología, sin más relaciones con la verdad que las que tiene una ola
cuando se aleja de la orilla. Cuando una vendedora de almacén extrae de su boca
una tira de chicle de un kilómetro de largo, realiza una prueba tan científica
como otros que añaden varios centenares de millones de años a la edad de la Tierra.
No hay «cosas», hay solamente
informes o expresiones de informes. Pero todos los informes tienden a
destruirse entre sí o a inclinarse hacia tendencias más eminentes. Aquí hay
también un aspecto positivista de dicha reacción, la cual no es en sí misma más
que una relación. Consiste en intentar asimilar todos los fenómenos bajo la
explicación materialista o en formular un sistema final y global sobre una base
material. Si esta tentativa fuera concluida, tendería a la realidad, pero no
podría ser fragmentada más que despreciando, por ejemplo, los fenómenos
psíquicos. Si la ciencia la cediera eventualmente al psíquico, no sería tampoco
más legítimo explicar lo inmaterial en términos de lo material, que lo material
en términos de lo inmaterial. Estoy persuadido de que lo material y lo
inmaterial no forman más que una sola cosa, fusionándose en un pensamiento
continuo de la acción física: todo esto no puede ser explicado, porque el
proceso de explicación quiere que se interprete cualquier cosa en términos de
otra cosa que se ha tomado por base. Pero en la continuidad, no hay nada que
sea más fundamental que otra cosa, a menos que pensemos, que una ilusión
cimentada, sea más real que su pseudofundación.
En 1829 (2), Persia vio caer una
sustancia que nadie conocía. Los persas no tenían la menor noción de lo que
era, pero comprobaron que las ovejas podían comerla y así lo hacían.
Resolvieron molerla en harina, e hicieron con ella un pan del oue se dijo que
era comestible, aunque insípido.
Había en este hecho una
oportunidad que la Ciencia
no podía despreciar. El maná celeste estaba al fin situado sobre una base
razonable, asimilada y reconciliada con el nuevo sistema, más vigoroso y más
real que el antiguo sistema. Se admitió que el maná había podido caer en
tiempos muy antiguos, puesto que caía aún. Pero se le denegó toda influencia
tutelar: no se trataba más que de un liquen procedente de las estepas del Asia
Menor. En el American Almanac (3) se dice que esta sustancia, «desconocida para
los habitantes de la región», fue «inmediatamente reconocida» por los sabios.
«El análisis químico la identificó con un liquen».
Era la época en que el análisis
químico era un dios. Sus adeptos han tenido después tiempo para volver a su
idolatría, pero, en aquel tiempo, ésta se expresaba dogmáticamente. En este
caso, me parece que la ignorancia de los habitantes, por contraste con el saber
local de los científicos extranjeros, ha sido un poco exagerada. Dentro del
rayo, útilmente cubierto por una tromba, hay siempre algo comestible, y los
indígenas lo saben muy bien. Poseo notas de otras caídas, en Persia y en
Turquia, de sustancias comestibles. Todas ellas fueron tituladas dogmáticamente
«maná», y el «maná» está reputado, dogmáticamente, como una especie de liquen
venido de las estepas del Asia Menor. Mi posición es la siguiente: esta
explicación sirve perfectamente para explicar las caídas de sustancias
comestibles en otras partes del mundo. Renueva la vetusta tentativa de explicar
lo general en términos de lo local. Si las sustancias comestibles caen en el
Canadá o en la India ,
no están formadas por liquen del Asia Menor. Finalmente, las caídas de Persia y
de Turquía no eran tampoco todas de idéntica sustancia; en un caso muy preciso,
las partículas fueron identificadas como «granos».
La mayor dificultad consiste en
explicar la segregación de estos chaparrones.
Pero los peces de las grandes
profundidades presencian también, en algunas ocasiones, las caídas de
sustancias comestibles: sacos de cereales o barriles de azúcar, cajas que han
sido elevadas del fondo de los océanos por corrientes o torbellinos marinos
para ser depositadas un poco más lejos.
Tal vez me dirán: jamás han caído
cereales en sacos. ¿Pero no estaba el objeto de Amherst recubierto «de una
pelusilla como la que se encuentra en las fábricas de paños»? Los barriles de
trigo perdidos en pleno mar no se hundirían, pero podrían entrechocar y
reventarse. Los restos de la madera flotaría, pero el trigo, saturado,
terminaría por hundirse. Si no hay, en el espacio, un tráfico muy semejante al
de nuestros océanos, no soy el pez de las grandes profundidades que creo ser.
No tengo otra sugestión acerca de los sacos y los barriles, pero pienso que los
sacos y los barriles que los naufragios han podido entregar al océano no serán
nunca, al alcanzar las grandes profundidades, reconocibles como tales sacos o
barriles. Si registramos, pues, caídas de materia fibrosa como habiendo sido
tela, madera o papel, seremos a la vez convincentes y grotescos.
En 1686 (4), unos obreros
extraían el agua de un estanque, a unos trece kilómetros de Memel, después de
una nevada. Se dieron cuenta, súbitamente, de que el suelo llano que rodeaba el
estanque estaba cubierto de una masa negruzca y escamosa. Un vecino declaró
«que la había visto caer en grandes copos al mismo tiempo que la nieve». Algunos
de tales copos eran tan grandes como el cobertor de una mesa. «La masa estaba
húmeda y tenla un olor desagradable, el olor terminó por desaparecer». «Se la
podía rasgar en tiras, como de papel».
La explicación clásica: primero
arriba, luego abajo.
¿Pero cuál es la naturaleza de lo
que transportó el inevitable torbellino? Mi posicón intermediarista me sugiere,
por supuesto, que, incluso si fuera la sustancia más extraña de entre todas las
concebibles, salida del mundo más extraordinario de todos, debería haber en
tierra una sustancia similar o algo distinta de la primera, al menos
subjetivamente. Ya que todo lo que se encuentra en Nueva York no es más que
otro grado, un aspecto o una combinación de lo que se puede encontrar en una
aldea del Africa Central. La novela es un desafío a la divulgación: escriba
usted algo que crea nuevo, y alguien le señalará que ya los griegos lo habían
escrito mucho antes que usted. La
Existencia es Apetito: el roer constante del ser. Resulta
cómico que los sabios, sumisos al Sistema Científico, intentaran, con los
principios de este sistema, asimilar la sustancia de Memel a un producto
terrestre familiar. En la reunión de la Real Academia
Irlandesa, se dio importancia al hecho de la existencia de cierta sustancia
relativamente rara, que se forma algunas voces en los suelos pantanosos, y que
se parece a un fieltro verde. Pero, una vez rota, la sustancia de los pantanos
forma copos y se desgarra en fibras.
Se puede identificar un elefante
con un girasol, ya que ambos tienen largos apéndices. No se puede distinguir un
camello de un cacahuete, si sólo se consideran sus jorobas.
La gran desgracia de esta obra es
que hará de nosotros una pandilla de cínicos: seremos incapaces de
maravillarnos ante nada. Sabíamos, al principio, que la Ciencia y la imbecilidad
eran un continuo, pero tan numerosas expresiones de sus puntos de contacto
terminan por asombrar. Pensamos que el récord del profesor Hitchcock, al
identificar el fenómeno de Amherst con un hongo, era un notable ejemplo de
sainete científico, pero ahora tenemos ante nosotros a un sorprendente reparto:
no solamente los irlandeses, sino los Irlandeses Reales.
Los Irlandeses Reales han
excluido la «negrura» para incluir la «fibrosidad». De modo que la sustancia no
era más que «papel de los pantanos, elevado por los aires por la borrasca y
después vuelto a arrojar al suelo».
Segundo acto: según M. Ehrenberg,
el papel meteórico reveló consistir parcialmente en materia vegetal,
principalmente en coníferas.
Tercer acto: reunión de los
Irlandeses Reales: sillas, mesas e Irlandeses. Se exhiben copos de este papel
de los pantanos. Se componen principalmente de coníferas.
Era una doble inclusión, el
método favorito de los lógicos. Ya que ningún lógico se contentara con
identificar un cacahuete con un camello, bajo el pretexto de que ambos
presentan jorobas. Exigiría una concordancia accesoria: su capacidad común, por
ejemplo, de vivir largo tiempo sin agua.
No está extremadamente fuera de
razón, al nivel de los patrones de medida del sainete libre que son objeto de
este volumen, creer que una sustancia verde pueda ser arrancada del suelo por
un torbellino y volver a caer más allá bajo el aspecto de una sustancia negra.
Poro los irlandeses Reales excluyen otro elemento, que les era, sin embargo,
tan accesible como a mí mismo: según Chladni, no se trataba de un minúsculo
depósito local, observado por una persona anónima al borde de un estanque
cualquiera, sino de una caída gigantesca cubriendo grandes extensiones de
cielo. Todo el papel de los pantanos del mundo hubiera bastado apenas para
esto. En el mismo momento. Esta sustancia caía «en grandes cantidades» en
Noruega y en Pomerania. «Una especie de papel quemado cayó sobre Noruega y
sobre otras partes del Norte europeo el 31 de enero de 1686.» (5). Una tromba
de tan enorme distribución podía especializarse difícilmente en esta rara
sustancia que se denomina «papel de los pantanos». Hubiera habido también caída
de barreras, caida de techos y caída de ramas de árboles. En ninguna parte se
ha señalado una tromba en Europa septentrional durante el mes de enero de 1686.
Pasó el tiempo, pero la
determinación convencional de exclusión que se ejerce sobre todas las caidas,
salvo aquellas de sustancias terrestres o de meteoritos, se afirmó. Se terminó
por describir la sustancia de enero de 1686 como «una masa de hojas negras que
recordaban el papel quemado, pero más sólido, más aglomerado, más quebradizo»
(6). No se mencionará más el «papel», ni las «coníferas», y se despreciará la
composición vegetal, sin la cual es muy fácil identificar una pulpa encorvada
como un anzuelo.
Los meteoritos se hallan
generalmente recubiertos de una costra negra, más o menos escamosa. Así, la
sustancia de 1686 fue definida como «escamosa», y la sustancla se convirtió al
mismo tiempo en una masa mineral gracias a la «identificación» del sabio von
Grotthus. Lo que prueba, una vez más, que nada tiene identidad individual, que
no importa qué puede ser identificado con no importa qué otra cosa.
Pero el conflicto no se detuvo
allí. Berzelius, examinando a su vez la sustancia, no encontró en la misma
ningún rastro de níquel. Como el níquel era entonces el patrón de medida
«positivo» de las materias meteóricas, von Grotthus anuló su precedente
«identificación» (7).
Esta igualación de las eminencias
me permite dar mi opinión, que de otro modo se hubiera visto sometida a la
total invisibilidad: es una lástima que no se hayan buscado rastros de
escritura (o de jeroglíf: cos) en estas hojas de papel.
Si hay pocas sustancias que hayan
caído al suelo y si la superficie terrestre abunda en sustancias arrancables
por una tromba, dos caídas de papel parecerían notables. Un articulista señala,
en la Edinburgh
Review (8 a ),
que en Carolath, Silesia, en 1839, cayeron sesenta metros cuadrados de fieltro,
con los cuales se podrían haber confeccionado vestidos. El dios del Examen
Microscópico decidió que se componía esencialmente de coníferas. Finalmente,
otro artículo (8 b) señala que, el 16 de marzo de 1846, en la época de la caída
de sustancia comestible en Asia Menor, un polvo aceitunado se abatió sobre
Shanghai. Se descubrió al microscopio que se trataba de una masa de pelos
negros y blancos, estos últimos más densos. Se creyó que se trataba de fibras
minerales, pero, en la combustión, desprendieron «el olor y el humo amoniacales
de los pelos y las plumas carbonizados». Otros exámenes revelaron que dichas
fibras, caídas en forma de una nube de un millón de hectáreas, mezcladas con
arena y álcali, estaban formadas principalmente de coníferas.
Observen el enfasis, la
disparatada obstinación, aunque valerosa, de los científicos, condenados a ver
subvertidos todos sus descubrimientos, obsesionados por la ilusión del final y
viendo surgir nuevas verdades, a medida que se crean nuevos y más potentes
telescopios y microscopios, métodos de investigación cada vez más precisos y
más refinados. El nuevo elemento que destrona al antiguo será destronado a su
vez y reconocido como mitológico. Si los fantasmas escalan, se contentarán con
escalas fantasmas.
M. Lainé, cónsul de Francia en
Pernambuco (9), señalaba, a principios de octubre de 1821, un chubasco de seda,
en tan vastas cantidades, que un cargamento entero perdido entre Marte y
Júpiter, flotando en el espacio durante siglos y desintegrándose, apenas
hubiera bastado. Fueron expedidas por M. Lainé muestras a la metrópoli, que
mostraron, según los Annales de Chimie (10), algún parecido con los filamentos
sedosos que el viento impulsa hacia París en ciertas épocas del año. Se
menciona por otro lado, en Annals of Philosophy (11 a ), que fibras de seda azul
cayeron en Naumberg el 23 de marzo de 1665. En enormes cantidades, declara
Chlandni en Annales de Chimie (11 b), que sitúa frente a dicha fecha un gran
punto de interrogación.
Una de las grandes ventajas de la Intermediaridad es
que, en la unidad de la causalidad, no puede haber confusión de metáforas. Todo
lo que es aceptable de una cosa lo es también de otra. Siendo así que se puede
muy bien decir, hablando de una cosa: es sólida como una roca y alza el vuelo
con majestad. Los irlandeses poseen un grado excepcional de ironía y, por tal
razón, se les ridiculiza tan a gusto por su agudeza de percepción. No sé aún si
lo que hago es un libro o una procesión, o incluso un museo, cuya sala más
vasta será la de los Horrores, pero hay algo horrible en el relato de este
corresponsal del Scientific American (12), que contemplando la caída de una
sustancia sedosa durante una aurora boreal, atribuía la una a la otra. Desde
Darwin, la explicacion clásica de las caídas de seda se limita a las telas de
araña. En 1832, a
bordo del Beagle, en la embocadura del Río de la Plata , pero a cien
kilómetros de tierra, Darwin vio un gran número de arañas cruzar los aires como
si fueran minúsculos aeronautas, pegados a sus filamentos que se denominan, a
veces, «hilos de la virgen», y que el viento empujaba a buena velocidad.
Es difícil afirmar que tales
sustancias sedosas no fueran telas de araña. Creo que hay sustancias sedosas de
origen exterior e hilos de araña terrestre. Muy a menudo es totalmente
imposible distinguir entre unas y otras. Por supuesto, la noción de sustancias
sedosas hace correr el riesgo de llevarnos a las sustancias textiles, y queda
por probar el que materias fabricadas hayan podido caer del cielo.
En All the Year Round (13), se
describe el siguiente hecho: el 21 de setiembre de 1741, en Inglaterra, en el
espacio triangular incluido entre los pueblos de Bradly, Selborne y Alresfort,
se desplomaron «telas de araña» bajo la forma de «copos o jirones de tres por
quince centímetros», relativamente pesados, que cayeron «a toda velocidad» y en
gran cantidad, puesto que el lado más pequeño del triangulo mide doce
kilómetros. En un artículo aparecido en otro lugar (14), se añade que el
chaparron se produjo en dos tiempos, con un intervalo de varias horas (este
dato nos es familiar), y que la segunda caída duró desde las nueve de la mañana
hasta el anochecer.
He aquí de nuevo la hipnosis de
lo clasico, esto que se denomina inteligencia no es más que una expresión de
desequilibrio. Desde el momento en que se acoplan ciertas conexiones mentales,
la inteligencia cesa. ¿Y no comienza la inteligencia con una confesion de
ignorancia? Desde el momento en que se decidió que las sustancias eran telas de
araña, todo era ya asunto de una conexión mental. Pero siento miedo de
manifestar aquí algo semelante a inteligencia. No habiendo ninguna conexión
sobre el tema, no habiendo aún nada decidido en lo absoluto, me siento, libre
de toda rutina mental, en estado de señalar lo que sigue:
Esta sustancia, caída en tan
enormes cantidades, atrajo, desde el instante de su caída, una atención casi
general. La hubiera atraído igual si, en vez de descender, hubiera ascendido.
Pero no hubo un solo testigo, en Inglaterra o en otra parte, que hubiera visto,
en setiembre de 1741, ascender toneladas de telas de araña. Finalmente, aun
suponiendo que el lugar de origen pudiera ser muy lejano, aunque terrestre,
nada explica la precisión, casi increíble, de la caída, localizada durante
horas en un espacio triangular, prolongándose después durante todo un día, tras
una larga pausa.
La explicación clásica olvida
otros elementos. La ausencia de arañas, la viscosidad de la sustancia: unos
perros que la olfatearon se vieron abozalados por esta glutinosidad.
¿Admitiremos que, en los espacios infinitos, flotan vastas regiones viscosas o
gelatinosas, impregnando todo lo que las atraviesa? La confusión que reina en
las descripciones de la sustancia de Asia Menor, en los años 1841 y 1846
(presentada por unos como gelatinosa y por otros como formada de cereales)
podría ser disipada si se pensara en cereales atravesando una región
gelatinosa El papel de Memel podía haber
sufrido la misma suerte, si se tiene en cuenta que Ehrenberg lo encontró
mezclado con una materia gelatinosa que llamó (15) «nostoc».
«Hilos de araña» (16) caídos en
octubre de 1881 en Milwaukee, Wisconsin, y después en Groen Bay, Vesburge, Fort
Howard, Sheboygan y Ozaukee. De ellos se ha escrito que eran «muy blancos y de
fuerte textura». «Lo más curioso», escribe el cronista, «es que no se señala en
ningún caso la presencia de arañas». De donde surge nuestra tentativa de
separar un posible producto exterior de su
amalgama terrestre, y después nuestra alegría de prospectar cara al descubrimiento.
El 21 de noviembre de 1898, numerosos bloques de sustancia, muy parecida a la
tela de araña. cayeron en Montgomery, Alabama, en hilos y jirones de hasta diez
centímetros cuadrados (17). Según el
observador, no se trataba de tela de araña, sino más bien de una especie de
amianto fosforescente.
En Montussan, en la Gironda (18), el 16 de
octubre de 1883, un observador vio surgir una espesa nube, formada por una
sustancia algodonosa que cayó al suelo en bloques gruesos como el puño. M.
Tissandier, que informa de este testimonio, añade que dicha sustancia blanca y
fibrosa parecía haber ardido.
En marzo de 1832 (19), una
sustancia amarilla y combustible caía en Kourianof, Rusia, sobre ciento
cuarenta a ciento cincuenta mil hectáreas y con diez centímetros de espesor. Se
tendía a identificar esta materia amarilla y resinosa como polen de pino, pero
al romperla se le encontró la resistencia del algodon y sumergiéndola en el
agua, la de la resina. Una resina de cobr ambarino elástica como el caucho y
que olía como esencia de cera.
Vuelvo a mi idea de los
cargamentos de alimentos.
Chaparrones de mantequilla o de
grasa, «oliendo muy fuerte», señalados en los condados de Limerick y de
Tipperary, en Irlanda, por Robert Vans, de Kilkenhy. Carta consecutiva del
obispo de Cloyne sobre «un extraño fenómeno», observado en Munster y Leinster:
en el que una sustancia «blanda, viscosa y amarillo oscura», que los campesinos
tomaron por mantequilla, cayó en la primavera del mismo año. El ganado se
alimentó con indiferencia de estos copos grandes como un dedo, que desprendían
un fuerte olor, y a los que Su Excelencia dio el mote de «el rocío maloliente».
La «mantequilla» señalada por Robert Vans fue considerada como poseedora de
grandes virtudes medicinales, «siendo envasada en tarros por los campesinos»
(20) Sin embargo. a excepción de una
mención hecha por Chladni y algunas alusiones en diversos catálogos, estos dos
fenómenos sufrieron el más total ostracismo. Fueron literalmente excomulgados,
sepultados vivos.
Si dicha sustancia cayó con
intermitencias en dos provincias irlandesas, y en ninguna otra parte más allá,
vemos precisarse, aún mejor que antes,. la sensación de que, por encima de
nuestras cabezas, existe una región estacionaria, dentro de la que las fuerzas
gravitatorias y meteorológicas terrestres son relativamente inertes, que recibe
exteriormente productos análogos a los nuestros. Estoy seguro de que, en 1685,
ei Señor Vans y el obispo de Cloyne dieron una descripción tan exacta del
fenómeno como los testigos de 1885. Pero, como su testimonio se remonta a un
período más antiguo, no lo aceptaremos más que después de haberle añadido datos
más recientes.
Una sustancia transparente, blanda, amarillenta y oliendo
como aceite rancio cayó el 11 de abril de 1832, es decir, un mes después de la
sustancia de Kourianof: en el American Journal of Science (21). Mr. Herman, uno
de los químicos que la examinó, la denominó «aceite celeste». Una sustancia
untuosa caía en Rotterdam el mismo año (22), y una materia aceitosa de color
rojizo en Génova en febrero de 1841 (23).
Pero la mayor parte de nuestras
dificultades deberían ser resueltas por los super-geógrafos del futuro, creo.
Cualquiera que descubra América deberá dejar a otro el descubrir Long Island.
Si han naufragado supernaves en sus idas y venidas entre Marte, Júpiter y
Venus, la cuestión de su carburante se plantea con tanta intensidad como la de
sus cargamentos. Uno esperaría ver caer lluvias de carbón, pero han podido ser
concebidos desde hace siglos motores de combustibles líquidos, sobre moldes más
avanzados. De todos modos, dejo a mis discípulos la tarea de determinar si
tales sustancias oleosas eran alimentos o carburante. Me contentaré pues con
mencionar una granizada de trementina señalada a mitades de abril de 1871 en el
Mississipi (24), una granizada con gusto a naranja caída cerca de NImes, en
Francia, el 1 de junio de 1842, y que se identificó como ácido nítrico (25),
las cenizas de 1755 en Irlanda (26), y una granizada en Elizabeth, New Jersey,
el 9 ce junio de 1874, que el profesor Leeds, del Instituto Stevens, identificó
como carbonato sódico (27).
Me alejo algo de la línea de mi
plan, pero será muy importante dejar aparecer de nuevo más adelante el número
de caídas extraordinarias que fueron asociadas al granizo. Si estas sustancias
tienen su origen en un lugar cualquiera por encima de la superricie terrestre,
¿será el mismo el origen del granizo?
En cuanto a las cantidades de
sustancias vegetales, demasiado vastas para sugerir cargamentos perdidos,
recordemos que en Perpignan, el 1º de mayo de 1883, y en varios puntos de la
costa mediterránea, cayó, según el Intellectual Observer (28), una mezcla de
arena fina y de «harina roja», y que en Siena, Italia, en mayo de 1830, cayó
una materia vegetal roja (29). Alguien debería registrar todos los fenómenos de
caída localizados en Siena: son incalculables. Finalmente, el 16 de febrero de
1901, en Pawpaw, Michigan, la Monthly Weather Review (30), cita que, durante un
día de calma chicha en que se vio inmovilizarse incluso a los molinos de
viento, cayó un polvo amarronado de materia vegetal.
Sabor rancio, podredumbre y
descomposición: una nota que hallamos sin cesar. En un sentido positivo, queda
bien entendido que nada significa nada concreto, puesto que cada significación
es continua a todas las demás. Las evidencias de culpabilidad son, por ejemplo,
también evidencias completamente convincentes de inocencia. Pero me parece que
esta condición sugiere un estacionamiento prolongado en el espacio. Un horrible
desastre en tiempos de Julio César. Sus vestigios no alcanzarían la Tierra más que en los
tiempos del obispo de Cloyne. Queda por determinar la cuestión de la
descomposición bacteriana. Desconozco por completo si las bacterias son aptas
para sobrevivir en lo que se denomina espacio...
Chemical News: Donde el doctor A.
T. Machattie, F.G.S. (31), escribe que en London, Ontario, el 24 de febrero de
1868, en medio de una violenta tormenta, cayó una subtancia de color oscuro, en
cantidad estimada en quinientas toneladas y sobre una extensión de unos cien por
veinte kilómetros. Fue examinada al microscopio por el doctor Machattie, quien
estableció que se trataba de sustancia vegetal «en avanzado estado de
descomposición». La sustancia fue examinada también por el doctor James Adams,
de Glasgow, que expresó su opinión de que se trataba de restos de cereales. El
doctor Machattie señaló que el suelo de aquella región del Canadá había
permanecido helado por varios meses antes de la caída, lo cual hacía suponer
que el origen de la sustancia fuera remoto. El doctor Machattie creía que su
origen se hallaba en el sur. «No obstante -dijo-, todo esto es mera conjetura.»
Amer. Journal of Science: El 24
de marzo de 1840, durante una violenta tempestad, cayó una respetable cantidad
de cereales en Raikit, en la India. La caída fue
informada por el Coronel Sykes, de la Asociación Británica.
Los nativos se mostraron muy excitados, ya que se trataba de un cereal
desconocido para ellos. Usualmente, tales hechos y sus pruebas son llevadas
inmediatamente a un científico, que suele conocer las cosas mucho mejor que los
nativos. Sin embargo, en esta ocasión no ocurrió así: «El cereal fue sometido a
algunos botanicos que no lo reconocieron inmediatamente, sino que nombraron
varias especies, distintas de unos a otros.»
(1)
(Timb's Year Book, 1850-241)
(2)
(Timb's Year Book, 1848-235)
(3)
American Almanac, 1833-71
(4) Proc.
Roy Irish Acad., 1-379.
(5)
(Kirkwood: Meteoric Astronomy, p. 66.)
(6)
(Annals of Philosophy, 16-68)
(7)
(Annals and Mag. of Nat. Hist., 1-3-185.)
(8 a ) Edinburgh Review, 87-194.
(8 b)
Jour. Asiatic. Soc. of Bengal, 1847 - pt. 1-193.
(9)
Annual Register, 1821-681
(10)
Annales de Chimie, 2-15-427
(11 a ) Annals of Philosophy, n.
s. 12-93.
(11 b) Annales de Chimie,
2-31-264.
(12)
Scientific American, 1859-178
(13) All
the Year Round, 8-254.
(14)
Wernerian Nat. Hist. Soc. Trans., 5-386
(15)
(Annals and Mag. of Nat. Hist., 1-3-185)
(16)
Scientific American, 45-337.
(17)
(Monthly Weather Review, 25-566, citando el Montgomery (Ala) Advertiser.)
(18) La Nature , 1883-342.
(19)
Annual Register, 1832-447
(20)
(Philosophical Transactions, 19-224)
(21) American Journal of Science,
1-28-361, se halla enteramente citado el análisis químico.
(22)
(Edinburgh New Philosophical Journal. 13-368)
(23)
(Comptes rendus, 13-215)
(24)
(Scientific American, 24-323.)
(25)
(Jour. de Pharmacie, 1845-273.)
(26)
(Sci. Amer. 5-168)
(27)
(Sci. Amer. 30-262)
(28)
Intellectual Observer, 3-468.
(29)
(Arago: Oeuvres, 12-468)
(30)
Monthly Weather Review, 29-465.
(31) (Fellow of the Geological
Society: Miembro académico de la Sociedad Geológica. )
6
Plomo, plata, diamantes, vidrio.
Parecen malditos pero no lo son,
porque hoy en día se les acepta, por poco que formen parte de estas masas
metálicas o pétreas que la
Ciencia reconoce bajo el nombre de meteoritos. La resistencia
se ejerce en adelante sobre las sustancias menos bien incorporadas.
Entre tantos datos malditos, la
yesca me parece enormemente condenable. En el Report of the British Association
(1), se hace mención de una sustancia marrón achocolatada caída al mismo tiempo
que unos meteoritos. No se cita ningún detalle y el hecho no es mencionado en
ninguna otra parte. Pero en esta publicación inglesa la palabra original
«punk» no es utilizada. La sustancia es
denomInada «amadou». Supongo que, si el acontecimiento hubiera sido registrado
en una publicación francesa, no se hubiera hablado de «amadou» sino de «punk».
La unidad de la totalidad: obras
científicas y registros sociales. Un Goldstein que no entraría bajo su nombre
de Goldstein entra bajo el de Jackson.
Las caídas de azufre han parecido
siempre sospechosas a la ortodoxia moderna, sin duda a causa de su asociación
con las supersticiones o los inicios de la ortodoxia precedente: historias de
demonios, exhalaciones sulfurosas. Los reaccionarios científicos que,
sañudamente, han combatido todo lo que les precedían, por simple odio de toda
procedencia, y los prudentes centíficos que, en un acceso de puro
exclusionismo, han puesto una mano esquelética sobre sus pálidos ojos, negaron
a dúo las caídas de azufre. Poseo numerosas notas sobre el olor sulfuroso de
los meteoritos, otras aún sobre la fosforescencia de los objetos exteriores. Un
dia pasaré revista a todas las añejas historias de demonios aparecidos
sulfurosamente en la tierra, con el fin de demostrar que, en varias ocasiones,
hemos tenido visitantes de otro mundo, y que el signo del origen externo se
halla en la sulfurosidad. Un día racionalizaré toda la demonología. Pero por el
momento me hallo demasiado avanzado para poder permitirme el retroceder.
Para un relato circunstanciado,
lean la historia de esa masa de azufre incandescente, grande como el puño de un
hombre, que cayó el 30 de enero de 1868 en Pulstuk, en Polonia, en una
carretera en donde los campesinos la tuvieron que pisotear para apagarla, según
el Report British Association (2).
El poder de los exclusionistas se
mantiene a través de su posición de sistemáticos, tanto modernos como arcaicos.
Las caídas de arenisca y de caliza revuelven a los teólogos y a los sabios, ya
que sugieren otros mundos en los cuales evolucionan aparentemente unos procesos
geológicos. Pero la caliza fosilífera es el menos apreciado de todos.
Un bloque de caliza caída cerca
de Middleburg, en Florida, fue exhibido en la exposición subtropical de
Jacksonville. El cronista (3 a )
razonó como sigue: no hay caliza en el cielo; luego la caliza no cayó del
cielo. No se puede concebir un mejor razonamiento, ya que una premisa mayor
final, universal, exacta, incluiría a todas las cosas y no dejaría ya materia
para el razonamiento: de manera que todo razonamiento debe basarse en «alguna
cosa» no universal, en un fantasma intermediario entre las dos finalidades de
la nada y de la totalidad, entre la negatividad y la positividad.
Citado en La Nature : Bolas de caliza
recogidas en Pel-et-Der, en el Aube, el 6 de junio de 1890, fueron
identIficadas como caliza de Château-Landon. Pero habían caído en plena
granizada y en el mes de junio; difícilmente se puede considerar la granizada
originaria de Château-Landon.
Por el contrario en Science
Gossip (3b), una gruesa bola de caliza, «lisa, roída y arenosa», fue encontrada
en Inglaterra en 1887, encastada en el tronco de una haya. Caída visiblemente
en plena incandescencia, había penetrado fuertemente en la madera, por otro
lado ennegrecida y calcinada. Nunca, que yo sepa, ha caído nada incandescente
de un torbellino.
Las caídas de sal son corrientes,
pero los escritores científicos las eluden porque sólo el agua, y no las
materias solubles, se suponen evaporables. Sin embargo, Dalton y algunos más
han hablado de caídas de agua salada, que ellos atribuían a torbellinos venidos
del mar. La sugestión es razonable, digamos casi razonable, cuando ocurre en
las proximidades del mar, pero, ¿qué decir de las caídas de sal en la alta
montaña? El 20 de agosto de 1870 cayeron en Suiza cristales de sal durante una
granizada. La explicación ortodoxa es un simple crimen: se deberían fichar las
huellas digitales del responsable. Estos bloques de sal, descritos por el
American Journal of Science (4) como «cristales imperfectamente cúbicos»,
¡habrían venido de Africa sobrevolando el Mediterráneo! (5).
He aquí la hipnosis de lo
convencional, cuando es presentada adecuadamente. Una aserción de esta clase,
breve y flexible, se lee con una curiosidad mezclada con asombro, después se
olvida. Se tiene como la impresión de vivir una leccion de geografía: en el
mapa, el Mediterráneo mide de ocho a diez centímetros, y Suiza no está
demasiado lejos de él.
Otro dato: el extraordinario año
de 1883.
Según una traducción de un
periódico turco, publicada por el London Times (6), cayeron en Scutari, en
Turquía, el 2 de diciembre, copos o partículas de una sustancia blanca como
nieve, «pero de sabor salado y soluble en el agua».
Miscelánea: «Una materia negra y
capilar», el 6 de noviembre de 1857 en Charleston, Carolina del Sur (7).
«Pequeños bloques quebradizos y vesiculares, grandes como guisantes o
avellanas», en Lobau, el 18 de enero de 1835 (8). «Una esoecie de salitre
cristalizado, de sabor azucarado, caído en plena tormenta» en Peshawar, India,
en Junio de 1893 (9).
Supongo que los peces de las
grandes profundidades han recibido también cenizas en la nariz. Y por poco
subyacente que sea su territorio a las lineas marítimas Cunard o White Star,
tienen todas las posibilidades para seguir recibiéndolas. Aunque no concibo una
encuesta de este género en los dominios de los peces de las grandes
profundidades.
Cuando el reverendo James Rust
recibió en la nariz la seguridad de que las escorias de Slains eran escorias de
fundición, fue en vano que intentara entrelazar una encuesta. Y cuando se
señaló desde Chicago que, el 9 de abril de 1879, había caido escorias de hierro
del cielo, el profesor Bastian declaró en una forma «absolutamente taxativa»
(10) que este producto de fundición «no había abandonado sin duda jamás el
suelo». «Un examen químico de los especímenes --añadió-, muestra que no poseen
ninguna de ías características propias de los verdaderos meteoritos.»
Aún y siempre la universal
ilusión, la esperanza y el desespero de la tentativa positivista, imaginándose
que pueden existir criterios reales o características distintas de algo, sea lo
que sea. Si alguien pudiera probar, y no suponer, como el profesor Bastian, que
acaba de definir las verdaderas características de lo que sea, o localizar, o
lo que sea, la realidad, realizaría el descubrimiento por el cual trabaja todo
el cosmos. Sería transportado, como lo fue Elías, al Positivo Absoluto.
Más tarde veremos «el verdadero
test de las materias meteóricas», que se tomaba antiguamente por un absoluto,
disiparse entre nubes. El profesor Bastian explica mecánicamente, en términos
del reflejo usual a todos los informes de sustancias malvenidas, que, cerca de
la escoria de hierro, unos hilos telegráficos habían sido golpeados por el
rayo, y que las partículas de hilo fundido hablan caído cerca de las escorias,
haciendo creer en una caída. Pero, ¿no cayeron acaso, si hay que creer al New
York Times del 14 de abril de 1870, dos buenos quintales de esta sustancia?
En Darmstadt, el 7 de lunio de
1846, Greg informa de una caída de «escorias de hierro ordinarias» (11).
En 1885, se encontró una gran
piedra en el interior de un árbol, en Battersea Fields (12).
A veces se encuentran balas de
cañón incrustadas en los árboles. Esto no provoca ninguna discusión: parece
extravagante que alguien quiera agujerear el tronco de un árbol para ocultar en
él una bala de cañón. Lo mismo ocurre con la piedra de Battersea. ¿Qué se
podría decir de la misma sino que cayó a toda velocidad y que se incrustó en el
interior de un árbol? Sin embargo, la discusión fue considerable. Porque en el
pie del árbol, como desprendidas de la piedra, se encontraron fragmentos de
escorias férricas.
Y guardo en reserva nueve casos
completamente idénticos.
Cenizas, escorias de hierro y
carbonilla. Ustedes no creerán jamás, y yo tampoco, que hayan podido provenir
de enormes superhornos aéreos. Así pues, examinemos soluciones más aceptables.
Para las cenizas, la dificultad es considerable, visto el gran número de caídas
de cenizas cuyo origen (volcanes o incendios de bosques) es puramente
terrestre.
Supongo que uno de mis grandes
intentos es probar que, en la cuasi-existencia, no hay nada que no sea absurdo
-o intermediario entre la absurdidad absoluta y la verosimilitud final-, que
todo lo que es nuevo es aparentemente absurdo, que se convierte, ante el orden
establecido, en el absurdo disfrazado. Y que, finalmente, transcurrido un
tiempo, vuelve al absurdo. Todo progreso avanza de lo escandaloso a lo
académico o a lo santificado, después vuelve a lo escandaloso, modificado
siempre por una tendencia a acercarse más y más a la verosimilitud. A veces la
inspiración me falla, pero creo que en el presente estamos acostumbrados a la
unidad de la totalidad, y que los métodos de la ciencia para mantener el
dominio de su sistema son tan insoportables como las tentativas de los
condenados para volver a introducirse en ella. En el Annual Record of Science
(13), se dice que el profesor Daubrée atribuyó la caída de las cenizas de las
Azores al incendio de Chicago...
No hay elección entre los
salvados y los condenados. La ausencia de cola hendida no es más que aparente
entre los ángeles. Y aunque sea de mal gusto golpear a un ángel por debajo de
la cintura, el ultraje de Daubrée fue rápidamente revelado: el redactor del
Annual Record, volviendo a la carga en 1876, consideró como «ridículo el
sostener que las cenizas de Chicago hayan podido caer en las Azores.» Un
periódico de Kimberley (citado por Nature, 10 de enero de 1884) anunciaba que,
a finales de noviembre de 1883, un chaparrón de materia cenicienta cayó sobre
Queenstown, en Africa del Sur, bajo la forma de bolas minúsculas, blandas y
pulposas, pero susceptibles, una vez secadas, de convertirse en polvo al menor
contacto. Sería usualmente absurdo atribuir esta sustancia al Krakatoa y, sin
embargo, la lluvia fue acompañada por fuertes detonaciones.
Pero no quiero pasar revista a
todas mis notas sobre las caídas de cenizas. Si las cenizas planearan por
encima de los peces de las grandes profundidades, los barcos de vapor no serían
por ello responsables.
Cenizas, escorias de hierro,
escorias o carbonilla, son materias ambiguas. Pero las caídas de carbón parecen
ser la obra del gran sacerdote de los condenados. «Análoga al choque en todos
sus puntos» (14 a )
tal es la sustancia que se precipitó el 24 de abril de 1887 en el departamento
del Orne, en Francia. Y cerca de Allport, en Inglaterra, en 1827, «una especie
de carbón de madera», expandiendo una viva luz, se abatió con gran ruido en un
campo, si hay que creer el informe del doctor Angus Smith aparecido en las Lit.
And Phil. Soc. Of Mancester Memoirs (14 b), enteramente basado, como la casi
totalidad de los Principios de Lyell y del Origen de las especies de Darwin,
sobre testimonios orales. Esta materia anormalmente pesada, como si contuviera
hierro, estaba «mezclada con una pizca de azufre». Se aleja totalmente, dice el
profesor Baden-Powell, de las materias meteóricas corrientes.
Y Greg, aun calificándola de
«sustancia dudosa» en su catálogo (14 c), la asimila de un modo definitivo
partículas de azufre y piritas de hierro incrustadas en carbón de madera,
mientras que el doctor Smith le atribuye un contenido en carbón de un 43'59 %.
Pero la noción de caída de carbón permanece inseparable de los datos de
sustancias resinosas y bituminosas.
Sustancias resinosas en Kaba,
Hungría, el 15 de abril de 1887 (15), y en Neuhaus, Bohemia, el 17 de diciembre
de 1824 (16). En Luchon, el 28 de julio de 1885, una sustancia negruzca,
quebradiza y carbonosa cae durante una tormenta. Quemada, desprende un olor a
resina (17). En Génova, una sustancia resinosa, caída del 17 al 19 de febrero
de 1841, es definida por Arago como bituminosa y arenosa (18). Caída en julio
de 1681, cerca del Cabo Cod, sobre el puente de un navío inglés, el Albemarle,
de una materia «ardiente y bituminosa» (19). Lockyer (20) señala que una
sustancia caída en el Cabo de Buena Esperanza el 13 de octubre de 1838, a razón de dos metros
cúbicos, era blanda, desmenuzable con un cuchillo, y «dejó, después del examen,
un residuo de olor bituminoso». La misma consistencia fue descrita por otro
lado (21) como «pareciéndose más que cualquier otra cosa a un pedazo de
antracita».
Sir Robert Ball, un exclusionista
de la vieja escuela (combate aún los meteoritos) ha citado numerosas caídas de
sustancias carbonáceas, pero las asoció invariablemente a la eterna noción del
torbellino. De la misma escuela es el profesor Lawrence Smith: su psicotropismo
consiste en combatir todo informe sobre las caídas de materias carbonosas,
afirmando que el depósito de esta materia sobre diversos objetos es debido al
único impacto con la tierra. Su positivismo desprecia simplemente el hecho
establecido por Berthelot, Berzelius, Cloez, Wohler y muchos más, según el cual
estas masas no se hallan solamente recubiertas de materias carbonosas sino que
son enteramente carbonosas o impregnadas de carbón. Uno se podría sorprender de
verle mantener una actitud tan determinada, dogmática y ciega, pero el solo
hecho de pensar, ¿no consiste acaso en excluir e incluir?
Según M. Daubrée, la sustancia
caída en la
República Argentina , en la provincia de Entre Ríos, el 30 de
junio de 1880, recordaba «ciertas formas de lignito» (22). Una materia caída en
Grazac, Francia, el 10 de agosto de 1885, desprendía en la combustión un olor
bituminoso (23). El doctor Walter Flight (24 a ) enumeró también la sustancia de Alais,
Francia, el 15 de marzo de 1806, examinada por Berzelius, las de Cranbourne.
Australia, en 1861, Montauban, Francia, el 14 de mayo de 1864 (veinte masas,
algunas de ellas grandes como una mano humana, de una sustancia «parecida a un
descolorido lignito terroso»), de
Goalpara, India, en 1867 (cerca dei 8%
de hidrocarburo), de Ornans, Francia, el 11 de julio de 1868, con un componente
orgánico combustible. de Hessle, Suecia, el 1º de enero de 1860.
Las reticencias y embozos, las
retiradas disimuladas bajo palabras como «parecía» o «análogo a»: si algo
escapara a su origen o a lo que le rodea, se convertiría en real, ya no se
mezclaría distintamente con el resto. Es por eso por lo que toda tentativa de
originalidad, todo ensayo de invención superando las moditicaciones de lo ya
visto, es un acto positivista. Cualquiera que concibiera un atrapamoscas
positivamente distinto a todos los demás, galoparía hacia la gloria, hacia el
Positivo Absoluto, dejando tras de sí tal estela incandescente que, durante una
época, se le vería ascender en el cielo en un carro de fuego, mientras que en
otra se le vería golpeado por el rayo.
Reúno notas sobre las personas
supuestamente golpeadas por el rayo. Creo que tan plenas aproximaciones hacia
el positivismo han sido obtenidas por traslación instantánea y abandono de los
residuos de negatividad, recordando los efectos de un golpe de un rayo. Un día
contaré la historia del Marie Céleste dentro de las «reglas del arte», como
diría el Scientific American Supplement.
Entre los positivistas, en el
camino de la
Transición Abrupta , estimo que Manet era muy notable, pero
que su aproximacion fue rebasada por su intensa relatividad hacia el público.
Resulta tan poco positivo ridiculizar, insultar y desafiar como rebajarse y
halagar. Por supuesto, Manet comenzó por mantener una continuidad con Courbet y
los suyos, incluso cor sufrir su influencia, pero, sin el espíritu de abrupta
diferencia que es el del positivismo, se opuso al dictado según el cual sombras
y luces debían fundirse suavemente y prepararse una vía mutua. Igualmente, un
biólogo como De Vries representa el positivismo o la ruptura de la Continuidad ,
intentando concebir la evolución por la mutación y aislando el dogma de las
gradaciones y variaciones infinitas. Un Copérnico concibe el heliocentrismo. La
continuidad le embroma. No se le autoriza a romper abruptamente con el pasado.
Se le permite publicar su obra, pero tan sólo como «hipótesis interesante».
Nuestro sistema solar entero es
el resultado de un ensayo intentado por los planetas para prescindir del nexo
parental y buscar una existencia individual, de un fracaso que les hizo
evolucionar en órbitas casi regulares, expresiones de sus relaciones entre sí
mismos y con el sol. Su redención casi les ha incorporado a una aproximación
superior del sistema. La intermediaridad en su aspecto mineralógico del
positivismo: el Hierro intenta prescindir del Azufre y del Oxígeno, para
convertirse en el Hierro real y homogéneo; fracasa en la medida en que el
hierro elemental no existe más que en los libros de química. La intermediaridad,
en su aspecto biológico del positivismo, está constituida por cosas
fantásticas, grotescas, desenfrenadas, monstruosas, que ha concebido en su
esfuerzo frenético para romper con los tipos precedentes. Creando la jirafa, no
ha hecho apenas más que caricaturizar un antílope: todas las cosas no rompen
una relación más que creando otra. Todas las cosas no rompen su cordón
umbilical más que para apretujar un seno.
De modo que la lucha de los
exclusionistas por mantener lo tradicional o para impedir toda transición
abrupta con lo cuasi-establecido llega hasta el hecho de que, más de un siglo
después de la inclusión de los meteoritos, no se ha realizado ninguna otra
inclusión notable, a excepción de la del polvo cósmico, de la cual Nordenskiold
ha presentado unos datos más reales que los de la oposición. De modo que
Proctor ha combatido y ridiculizado a sir W. H. Thomson por haber concebido la
llegada a la Tierra
de organismos incluidos en los meteoritos: «Es una pura farsa», escribió en
Knowledge (24 b). Pero o bien todo es farsa, o bien todo se sitúa entre la
farsa y la tragedia.
Nuestra existencia no es más que
una pura expresión. Momus nos imagina para divertir a los dioses: a veces
consigue darnos algo parecido a la vida, al igual que los personajes de una
novela consiguen a veces proseguir sus evoluciones exteriormente al novelista.
Momus nos imagina, con nuestras artes, nuestras ciencias y nuestras religiones,
nos narra y nos pinta como para remedar la existencia real de los dioses.
Ya que, ahora que se multiplican
los datos sobre las caídas de carbón, después, de que la Ciencia ha definido el
carbón como un fósil, ¿cómo, en una existencia real, estable, en un estado de
inteligencia real, en una forma de pensamiento que no se diferencie imparcialmente
de la imbecilidad, se ha podido suscitar tal escándalo, cuando el doctor Hahn
anunció que había encontrado fósiles en los meteoritos?
Los datos son irrefutables: la
sustancia que descendió el 15 de abril de 1857 sobre Kaba, en Hungría, contenía
una materia orgánica «análoga a las ceras fósiles» (25). El doctor Hahn
fotografió y describió (26) corales, esponjas, conchas de crinoideos, todos
microscópicos, afirmando haberlos encontrado en el interior de los meteoritos.
Cualquiera que teorice sobre otros mundos y sus condiciones de existencia,
parecidas o no a las nuestras, no desencadenará las iras públicas, si presenta
sus datos como puramente ficticios o los califica de «interesantes hipótesis».
Pero el doctor Hahn describió y fotografió los fósiles, que atribuyó a
meteoritos específicos. Su libro figura en la Biblioteca Municipal
de Nueva York. En las reproducciones que lo ilustran, cada trazo, cada estria
de las minúsculas conchas, está claramente marcado. Se perciben incluso los
pivotes sobre los cuales giraban los bivalvos.
«El doctor Hahn», escribió el
profesor Lawrence Smith, «es un iluminado. Ha dejado correr su imaginación»
(27). Instinto conservador de la Continuidad. Puesto que el doctor Weinland, al
examinar los especímenes de Hahn, los identificó corno fósiles y no como
cristales de esteatita, tal como había sugerido el profesor Smith, que nunca
los vio.
Y después de la publicación de
los descubrimientos de Weinland, el silencio.
(1)
Report of the British Association, 1878-576.
(2)
Report British Association, 1874-272.
(3 a ) (Science, 9 de marzo de
1888.)
(3 b)
Science Gossip, 1887-140.
(4)
American journal of Science, 3-3-239
(5) (An.
Rec. Sci., 1872)
(6) London Times del 25 de
diciembre de 1883.
(7)
(Amer. Jour. Sci. 2-31-459.)
(8)
(Rept. Brit. Assoc. 1860-85)
(9)
(Nature, 13 julio 1893)
(10)
Amer. Jour. Sci., 3-18-78
(11)
(Rept. Brit. Assoc., 1867-416)
(12)
(Philosophical Magazine, 4-10-381)
(13)
Annual Record of Science, 1875-241
(14 a ) (Nature, 36-119.)
(14 b)
Manchescer Memoirs, 2-9-146
(14 c)
Rept. Brit. Assoc. 1860-73
(15)
(Rept. Brit. Assoc., 1860-94)
(16)
(Rept. Brit. Assoc., l860-70)
(17)
(Comptes rendus, 103-837)
(18)
(Oeuvres, 12-469)
(19)
(Edin. New. Phil. Jour., 26-86)
(20) (The
Meteoric Hypothesis, p. 24)
(21)
(Sci. Amer., 35-120)
(22)
(Comptes rendus, 96-1764)
(23)
(Comptes rendus, 104-1771)
(24 a ) (Electric Magazine,
4-17-425)
(24 6)
Knowledge, 1-302
(25)
(Philosophical Magazine, 4-17-425)
(26)
(Popular Science, 20-83)
(27) (Knowledge, 1-258)
7
Seres vivos han caído sobre la Tierra.
Para mantener el sistema, se pone
de relieve usualmente que sapos y ranas, por ejemplo, no han caído nunca del
cielo, sino que «se encontraban ya en el suelo en primer lugar», o bien que «un
torbellino los levantó de algún lugar. Para dejarlos caer de nuevo más allá».
Si se encuentra en Europa un lugar donde los batracios abunden especialmente,
la explicación científica se las arreglará para que todas las ranas caídas del
cielo en el continente europeo provengan en línea directa de este gran centro de
ránidos.
Para empezar, me gustaría
subrayar una extraña anomalía que, según parece, soy el primero en percibir,
sea porque aún soy un primitivo, sea porque soy inteligente o tal vez estoy mal
ajustado: no ha habido nunca un solo informe describiendo una caída de
renacuajos.
Un observador (1) afirma que los
sapos o ranas, pretendidamente caídos del cielo, debieron caer de los árboles.
Pero un número asombroso de
pequeños sapos de uno a dos meses de edad han sido vistos cayendo de una enorme
y espesa nube en agosto de 1804, cerca de Toulouse, según una carta del
profesor Pontus a M. Arago (2)
Ranillas en pleno corazón
londinense, el 30 de julio de 1838, después de una violenta tormenta (3) un
amasijo de sapos descubiertos en pleno desierto, después de un prolongado
chaparrón (4 a ).
¿Se hallaban ya en el suelo en primer lugar?
No niego positivamente, nótenlo
bien, la explicación convencional del «ascenso y del descenso posterior». Creo,
por el contrario, que tales episodios se han producido. En el London Times del
4 de julio de 1883 hay el relato de un chaparrón de ramitas, de hojas y de
pequeños sapos, al término de una tormenta sobre las laderas de los Apeninos. Tales
despojos me parecen típicamente asociados a una tromba. Mientras que otros
casos me parecen asociados a ¿diría una migración?
Aún y siempre, en estos anales de
los condenados, surge el dato de la segregación. Una tromba es concebida
generalmente como un estado de caos o de semicaos. «Un pequeño estanque que se
encontraba al paso de una nube se halló vaciado de su contenido por una
poderosa acción: el agua transportada por encima de los campos vecinos, con una
gran cantidad de barro orgánico que fue esparcido por el suelo sobre ciento
cincuenta hectáreas». Tales son las circunstancias de un verdadero torbellino.
Pero la imaginación exclusionista rehusa considerar el barro, los desechos del
fondo del estanque o los nenúfares: se concentra en los torbellinos
recolectores de ranas. En todos los casos de caídas de batracios atribuidos a
trombas, la tromba no ha sido jamás identificada o localizada. Sin embargo, un
estanque que eche a volar puede ser tan interesante como una lluvia de ranas.
¿Adónde van las trombas, de qué están hechas? Me parece que cualquiera que
hubiera perdido un estanque debería de manifestarlo. Sé que una caída de ranas,
cerca de Birmingham, Inglaterra el 30 de junio de 1892, fue rápidamente
atribuida por el Symons' (4 b), a una tromba maléfica, pero no se menciona que
un estanque haya contribuido a la misma. Un solo detalle llama mi atención: las
ranas eran de color blanco.
Tengo miedo de que sea necesario
remitir nuestra civilización a nuevos mundos, donde las ranas blancas tendrán
derecho a vivir. En muchas ocasiones nos han caído de alguna parte cosas
desconocidas. Pero pónganse en guardia: si han caído seres vivos (pese a todo
lo que sabemos sobre la velocidad de aceleración de los cuerpos en caída) y se
han propagado, entonces lo exótico se hace aborigen, y de los lugares más
extraños debemos esperar lo familiar. Si han venido hasta aquí granizadas de
ranas vivas, todos los seres vivos han podido venir ancestralmente del más
allá.
Después de uno de los peores
huracanes de toda la historia de Irlanda, se han hallado peces a «más de quince
metros del borde de un lago» (5
a ). Caída de peces en París: se dijo que habían sido
arrastrados tierra adentro por un intenso vendaval (5 b). La fecha no es
facilitada, pero algunos aún recuerdan haberlo visto.
La más célebre caída de peces
ocurrió, sin embargo, en Mountain Ash, en el valle de Abedare, Glamorganshire,
el 11 de febrero de 1859. Se localizó en la propiedad de un tal Mr. Nixon. Al
hablar de ella, la revista Zoologist (6) dijo: «Continuamente recibimos relatos
similares de caídas de ranas y peces». Pero, en todos los volúmenes de Zoologist,
sólo he hallado dos relatos de tales caídas. El doctor Gray, del British
Museum, erizándose de exclusionismo, concluyó con una farsa: «Uno de los
empleados de Mr. Nixon debió arrojar un cubo de agua sobre uno de sus
camaradas, sin darse cuenta de que contenía algunos peces.» Pero otro
corresponsal, ante esta versión, declaró haber obtenido la misma especie de
peces a distancias considerables de este «cubo travieso». De hecho, los mismos
peces, si se juzga por otros testimonios (7), cayeron en varias tandas. Algunos
de entre ellos, aún vivos, fueron enviados al jardín zoológico del Regent's
Park, donde se los identificó como gobios y espinochas.
Sea como sea, la hipótesis de una
tromba está abocada al fracaso por dos detalles. El primero es que la caída,
lejos de presentar la dispersión requerida, tuvo lugar sobre una estrecha banda
de ochenta metros de largo por doce de ancho. La segunda, increíble, pero sobre
la cual afluyen los testimonios, es que, diez minutos después de la primera
caída, ¡se producía una segunda en el mismo lugar! Incluso si una tromba
pudiera permanecer axialmente en el mismo lugar, se descargaría siempre
tangencialmente. En la carta de Aaron Roberts, cura párroco de St. Peters,
Carmathon, al London Times (8), éste precisa que los peces tenían hasta ocho
centímetros de largo. Algunas personas, creyendo que se trataba de peces de
mar, los colocaron en agua salada, donde sufrieron una muerte instantánea.
Otros peces, colocados en agua dulce fría, se comportaron de maravilla en la
pecera.
Otra Versión (9): «Los techos de
algunas casas estaban recubiertos de ellos.». La evidencia de una caída de
peces es concluyente. Según el Report of the British Association (10), detalló
que se trataba de Gasterosteus leirus.
Gasterosteus es el nombre científico
de la espinocha.
De ahí el sentido de total ruina
impartido por esta explicación: alguien ha bautizado a uno de sus amigos con un
cubo de agua dulce en el cual nadaban millares de peces de ocho centímetros de
largo, algunos de los cuales cubrieron el techo de las casas y otros
permanecieron en el aire durante diez minutos. Prefiero todavía mi versión, más
contrastada: el fondo de un estanque supergeográfico cedió bruscamente.
Lo que es extraordinario es el
hecho de que estos animales vivos caen sin herirse. Se ha hablado de la hierba
tierna, pero sir James Emerson Tennat, en su Historia de Ceilán, ¡habla de
peces caídos intactos sobre la arena! En esta región de inercia que podemos
concebir, en esta zona que es a la gravitación terrestre lo que la zona neutra
de un animal es a la atracción magnética, acepto de buen grado que haya
extensiones de agua, espacios vacíos, fondos de estanques no rodeados de
tierra, enormes gotas de agua flotando en el espacio, diluvios de agua y caídas
de peces. Pero también zonas donde los peces se sequen y se pudran, antes de
volver a caer por efectos de un alud atmosférico.
En Rajkote. en la India , el 25 de julio de
1850, «el suelo estaba recubierto de peces». Algunos de los cuales fueron
encontrados en la parte más alta de las pilas de heno (11). De otra caída
ocurrida a cuarenta kilómetros de Calcuta, el 20 de setiembre de 1839, y
algunos de cuyos peces. Colocados en tanques de agua, sobrevivieron (A Popular
Treatise, p. 414), un testigo declara: «El hecho más extraordinario fue que los
peces no cayeron mezclados, sino en línea recta, sobre una extensión de menos
de un decímetro y medio de ancho» (12) Siempre en la India , en Feridpoor (13), el
19 de febrero de 1830, «algunos peces eran completamente frescos, otros estaban
mutilados y en plena putrefacción.» Recordemos que, en las montañas de la India , el clima está muy
lejos de ser tórrido y no constituye una explicación válida. Recordemos
también, para los partidarios de la segregación en trombas, los objetos
ligeros: algunos de estos peces pesaban dos veces más que los otros...
En este punto de nuestra
exposición. no sé si un caballo y un granero nos ayudarán a salir a flote, pero
si nunca algo se ha elevado de la superficie de la Tierra y no ha vuelto a
descender, estas dos cosas parecen haberlo logrado por completo: en un tornado
en Wisconsin, el 23 de mayo de 1878, «un granero y un caballo fueron
levantados, y de ellos no se volvió a hallar ni rastro ni migaja» (14). Este
incidente sería tema de café si nuestras digestiones no llevaran una ponderada
progresión, hecho que anoto de pasada. Así, no hay nada de extraño o de
inadmisible en el hecho de que una tortuga haya podido sobrevolar durante más
de seis meses una población del Mississipi:
El 11 de mayo de 1894 (15) cayó
en Vicksburg, en el Mississipi, un fragmento de alabastro. A quince kilómetros
más allá, en Bovina, caía una tortuga. Todo ello durante una granizada.
El acontecimiento fue ampliamente
difundido: por ejemplo, en Nature (16) y jamás discutido. «Aparentemente», dijo
un comentarista, «unos torbellinos locales levantaron pesados objetos de la
superficie del suelo y los transportaron hasta las alturas de las nubes». De
todas las inverosimilitudes de esta explicación, tal vez les dé qué pensar la
forma en que un torbellino, actuando sobre un Estado del Sur durante el mes de
mayo, haya podido escoger escrupulosamente una tortuga y un pedazo de
alabastro, restituyéndolos después bajo una capa espesa de hielo, como fue el
caso. Señalemos que el animal pudo ser arrancado verosímilmente del suelo cerca
de Vicksburg, ya que las tortugas están muy extendidas en los Estados del Sur.
Tan sólo existe el hecho de que el único huracán que se señaló en la región se
remontaba a varios meses antes del 11 de mayo de 1894.
Los objetos levantados por los
huracanes permanecen en ellos, a veces, durante mucho tiempo, pero también
pueden ser arrancados por las tormentas locales. La tortuga y el trozo de
alabastro pudieron tener orígenes muy distintos, venir tal vez de mundos diferentes.
Pudieron entrar en una zona de suspensión situada por encima de esta Tierra,
flotar uno cerca del otro durante mucho tiempo, caer finalmente con el granizo:
las piedras de granizo son en sí mismas fenómenos de suspensión de larga
duración.
De nuevo la desagradable noción
de larga duración, incluso de putrefacción.
Pienso en una región suspendida
por encima de la superficie terrestre, donde la gravitación ya no opera y que
no está regida por el cuadrado de la distancia, al igual que el magnetismo es
despreciable a muy corta distancia de un imán. Pienso que todo lo que ha sido
arrancado de la superficie terrestre ha permanecido prisionero de esta region
hasta su liberación por la tormenta.
Un Supermar de los Sargazos.
Restos, detritus, viejos
cargamentos de los naufragios interplanetarios, objetos arrojados por las
convulsiones de planetas vecinos a lo que se denomina espacio, reliquias del
tiempo de los Alejandros, de los Césares y de los Napoleones de Marte, de
Júpiter y de Neptuno. Objetos levantados por nuestros ciclones. Graneros y
caballos, elefantes, moscas y dodos, pterodáctilos y moas. Hojas de árboles
recientes o de la Era
Carbonífera , todo ello tendiendo a desintegrarse en barros o
en polvos homogéneos, rojos, negros o amarillos, tesoros para paleontólogos y
arqueólogos. Acumulaciones de siglos, huracanes de Egipto. De Grecia o de
Asiria, peces secos, peces duros, algunos frescos, otros podridos.
Pero también la omnipresencia de
lo heterogeneo: peces vivos, peces de agua dulce y océanos de agua salada...
En cuanto a la Ley de la Gravitación , he aquí
lo que pienso sobre ella:
La ortodoxia admite la
correlación y la equivalencia de las fuerzas.
Todas las demás presentan
fenómenos de repulsión y de inercia, independientes de la distancia, tanto como
de atracción.
Pero la gravitación newtoniana
sólo admite la atracción.
Así, no es valida más que para un
tercero.
Diré mejor: ustedes tienen los
datos, hechos con lo que a ustedes les plazca. En mi revolución intermediaria
contra lo homogéneo o lo positivo, en mi convicción de que lo suficiente no
puede mermar lo universal, después de lo cual nada es suficiente, mi idea de un
Supermar de los Sargazos, pese a que ponga de acuerdo, entre otras, las caídas
de peces de fuente estacionaria, no puede satisfacer a dos anomalías: ninguna
caída de renacuajos, ninguna caída de ranas adultas. No ha habido jamás, según
mis informes, otra cosa que ranas de varios meses de edad.
Y sin embargo, los renacuajos
caerían más fácilmente del cielo que sus hermanas mayores, si las trombas
fueran la causa de ello.
Caerían aún más fácilmente del
Supermar de los Sargazos, si es que existe.
Pero antes de expresarme sobre la
caída de formas inacabadas, larvarias, de existencia, y sobre la necesidad de
concebir un factor independiente de lo estacionario, de la suspensión o de la
estancación, quisiera concluir con algunos datos análogos a los de los peces:
El 8 de julio de 1886, en plena
tormentar cayeron caracoles cerca de Redruth, en Cornualles (17). Cayeron
también en Bristol, sobre ciento cincuenta áreas se observó, en este segundo
caso, «el curioso aspecto azul-cielo del sol en el momento de la caída» (18).
El 9 de agosto de 1892, una nube amarilla apareció por encima de Paderborn, en
Alemania. De ella cayó una lluvia torrencial, conteniendo centenares de
mejillones (19). Grandes cantidades de lagartos cayeron en las aceras de
Montreal, Canadá, el 28 de diciembre de 1857 (20).
En cuanto a la caída de insectos
alados, se piensa, naturalmente, en enjambres migratorios: de todos modos, en
el caso de las hormigas, hay algunas anomalías: caída en Cambridge, Inglaterra,
durante el verano de 1874, de hormigas «sin alas» (21): en Nancy, Francia, el
21 de julio de 1887, enorme caída de hormigas, «la mayor parte de ellas
privadas de alas» (22). Caída de enormes y desconocidas hormigas, del tamaño de
avispas, en Manitoba, en junio de 1895 (23 a ).
Mi opinión: formas larvarias, sin
alas, cayendo en tan gran número, sugieren una migración de un género especial
procedente de algún lugar exterior a nuestra Tierra, ocurrida durante un
periodo de hibernación de las larvas en las latitudes nórdicas.
¿Y qué decir de los «gusanos de
nieve»? En Proc. Acad. Nat. Sci. Of Philadelphia (23 b), se describen gusanos
amarillos y negros hallados en los glaciares de Alaska, donde no hay forma
alguna de vida a escala de los insectos y no existe ninguna base de vegetación,
salvo los organismos microscópicos. Caídas de gusanos negros en Bramford Speke,
Devonshire (24) en Christiania, Noruega, durante el invierno de 1876 (25) donde
no podían salir del suelo que, en aquella epoca, estaba helado; insectos negros
en 1827, durante una nevada en Pakroff, Rusia (26); caída, en una nevada, de
multitud de pequeños insectos negros en Orenburg, Rusia, el 14 de diciembre de
1830 (27); un gran número de gusanos en
medio de una tormenta de nieve en Sangerfield, New York, el 18 de noviembre de
1850 (28).
Grandes gusanos en Utica, en el
estado de Nueva York. Según el Scientific American (29), fueron enviados al
Departamento de Agricultura de Washington, en donde se los separó en dos
especies diferentes: larvas de lombrices y de escarabajos. Larvas de escarabajo
en Mortagne, Francia, en mayo de 1858, inanimadas por el frío (30). Flammarion,
en The Atmosphere, p. 414, habla de una lluvia de larvas en la Alta Saboya , el 30 de
junio de 1869, durante una tempestad de nieve: «No podían haber hecho eclosión
en la región, en donde, los días precedentes, la temperatura había sido
extremadamente baja». En enero de 1890, caída en Suiza de un número tan enorme
de larvas que verdaderas nubes de pájaros fueron atraídos hacia el lugar (31).
Unas eran negras, otras amarillas y tres veces más grandes. Lo cual excluye la
selección por gravedad específica, propia de todos los torbellinos.
Todas ellas venían, sin duda. De
Génesistrina. Es algo que hay que tomarlo o dejarlo, y me gusta ser acosado por
esta teoría.
Génesistrina.
La idea es: podría hallarse en
alguna parte por encima de nosotros un lugar de origen de la vida, en relación
a esta Tierra. Dejemos a los investigadores de las supergeografías el cuidado
de determinar si se trata de un planeta, de la Luna o de una vasta región amorfa sobrevolando la Tierra , o aun de una isla
del Supermar de los Sargazos. Los primeros organismos unicelulares nos han
podido llegar de Génesistrina, el hombre o los seres antropomórficos han podido
venir a la Tierra
antes que las amibas: puede haber habido, en Génesistrina, una evolución en la Tierra ha podido ser, como
la evolucion del Japón moderno, dirigida por influencia externa. La evolución
terrestre, en su conjunto ha podido ser un proceso de población por inmigración
o bombardeo. Omito aquí algunas de mis notas sobre restos de hombres o de
animales enquistados, recubiertos de arcilla o de piedra y presentando el
aspecto de proyectiles: es preferible considerar este fenomeno como un tropismo
o un geotropismo probablemente atávico o vestigial de un fenomeno que continúa
despues de la terminación de toda necesidad. Hubo un tiempo en que toda suerte
de cosas nos vinieron de Génesistrina: actualmente, tan sólo algunas especies
de larvas y otros animales u objetos experimenta, a largos intervalos, la
inspiración.
Pienso en Génesistrina en
términos de mecánica biologica. No reo
que ciertas personas coleccionen en alguna parte los escarabajos de finales de
enero o las ranas de agosto y de junio para bombardear con ellos la Tierra , o que otros
capturen en el otoño, en las regiones del norte, pájaros para volver a
soltarlos hacia el sur Pero concibo un geotropismo atávico o vestigial de
Génesistrina: un millón de larvas empiezan a arrastrarse, un millón de pequeñas
ranillas a saltar, sin saber más que nosotros cuando nos vamos de mala gana al
trabajo por la mañana o cuando corremos hacia nuestro domicilio llegada la
noche.
Diría, por mi parte, que
Génesistrína es una región del Supermar de los Sargazos, y que algunas regiones
de este Supermar poseen cierta periodicidad de susceptibilidades hacia la
atracción terrestre.
(1) (Leisure Hours, 3-779.)
(2) Carta del profesor Pontus a
M. Arago. (Comptes rendus, 3-54.) Otras
caídas de ranas: Notes and Queries, 8-6- 104 y 8-6-190...
(3)
(Notes and Queries, 8-7-437.)
(4 a ) (Notes and Queries,
8-8-493.)
(4 b)
Symons' Meteorological Magazine, 32-106.
(5 a ) (Annals and Mag. of Nat.
Hist., 1-3-185.)
(5 b)
Living Age, 52-186.
(6)
(Zoologist, 2-677.)
(7)
(Annual Register, 1859-14.)
(8) Carta de Mr. Aaron Roberts,
cura párroco de St. Peters, Carmathon, al London Times del 2 de marzo de 1859.
(9) (Carta del vicario Griffith
al London Times del 10 de marzo de 1859.)
(10)
Report of the British Assocation, 1859-158.
(11) (All
the Year Round, 8-255.)
(12)
(Living Age, 52-186.)
(13)
(Amer. Jour. Sci., 1-32-199.)
(14)
(Monthly Weather Review, mayo de 1878.)
(15)
Monthly Weather Review, mayo de 1894.
(16)
Nature, 1894, p. 430; y Jour. Roy. Met. Soc., 20-273...
(17)
(Science Gossip, 1886-238.)
(18)
(Philosophical Magazine, 58-310.)
(19) (Nature, 47-278, según Das
Wetter, diciembre 1892.
(20)
(Notes and Queries, 8-6-104.)
(21) (Scientific
American, 30-193.)
(22)
(Nature, 36-349.)
(23 a ) Scientific American
72-385.
(23 b)
Proc. Acad. Nat. Sci. of Philadelphia, 1899-125.
(24) (London Times, 14 de abril
de 1837)
(25)
(Timbs' Year Book, 1877-26.)
(26)
(Scientific American, 30-193)
(27)
American Journal Scientific, 1-22-375.
(28) Scientific American, 6-96.
(29) Scientific American de 7 de
marzo de 1891
(30) (Annales de la Société Entomologique
de France, 1858.)
(31) (L'Astronomie, 1890-313.)
8
Admito pues que, durante
tempestades y huracanes, los más condenados entre todos os excluidos, los
excomulgados y leprosos del conocimiento, nos lleguen desde lo alto del
Supermar de los Sargazos o, al menos, de lo que yo denomino así por comodidad y
que no sabría aún ser aceptado por casi nadie.
Ya que es durante tempestades y
huracanes cuando los objetos nos caen del cielo, al igual que otros surgen de
las profundidades del océano. Sé bien que la ortodoxia deniega a las
tempestades todo efecto real sobre las profundidades marinas, pero toda opinión,
¿no es acaso juego de la ignorancia o desprecio de las contradicciones? Según
el Symons' Meteorological Magazine (1), a lo largo de las costas de Nueva
Zelanda, en regiones que no están sujetas a la acción de los volcanes
submarinos, las tempestades depositan regularmente peces de las grandes
profundidades.
«No hay la menor relación entre
las caídas de piedras o de metales y las perturbaciones atmosféricas.»
(Symons).
La ortodoxia quiere que un
objeto, al penetrar en la atmósfera terrestre a una velocidad planetaria,
escape virtualmente a la acción de las tempestades: es tanto como pensar en una
bala de fusil que fuera desviada de su trayectoria por la brisa de un abanico.
La desgracia quiere que el razonamiento ortodoxo esté, como siempre, dominado por
los espectros: tenemos montones de condenados, aún tendremos más, objetos
celestes desprovistos de toda velocidad independiente. Hay tantos meteoros y
meteoritos, que seria extraordinario no encontrarles un solo punto de
coincidencia. Y el profesor Baden-Powell cataloga tal cantidad de los mismos
(2) que será preciso tomarlos en consideración.
Veamos entre otros las famosas
caídas de piedras ocurridas en Siena, Italia, en 1797, «en el transcurso de una
violenta tormenta». Veamos, catalogada por Greg, «la bola de fuego del 2 de
setiembre de 1786, que sobrevoló Inglaterra, en el transcurso de un huracán,
durante cerca de cuarenta minutos», es decir, ochocientas veces la duración que
la ortodoxia concede a los pasos de meteoritos. Veamos la «bola de fuego verde»
caída en plena tempestad, siempre en Inglaterra: el 14 de octubre de 1877. Y
descrita en Nature y London Times (3).
Tantos casos, en suma, que
algunos se revolverán ante la llamada a la coincidencia y aceptarán la
existencia de una conexión de tipo causal. Si es demasiado ditícil concebir
masas metálicas desviadas de su trayectoria por ráfagas de la tempestad,
mientras se mueven a grandes velocidades, pienso en objetos desplazándose a muy
escasa velocidad o casi totalmente desprovistos de ella, planeando a
kilóriietros de altura y desviados por la tempestad, cayendo en un chorro de
luz.
Pero es tan grande la resistencia
en este nivel, que me veo obligado a citar otro gran manojo de condenados: un
aeroito, observado en plena tempestad en St.Leonards-on-sea, Inglaterra, el 17
de setiembre de 1885, no deja ningún rastro (4); un meteorito el 1º de marzo de
1886, descrito en la
Monthly Weather Review (5); otro a lo largo. de la costa de
Grecia, en mitad de una tormenta, el 19 de novembre de 1899 (6); un tercero en
Lachine, cerca de Quebec, el 7 de Julio de 1883 (7), un meteorito en una tromba
en Suecia, el 24 de setiembre de 1883 (8).
Tras ló cual la Ciencia decretá en Science
Gossip (9), que no puede establecerse ninguna relación entre los meteoritos y
ias tormentas, salvo por parte de los campesinos incultos.
Lo cual no impide a algunos
campesinos de mi misma clase el haber revelado el testimonio de un sabio, el
doctor Buist, en el Report of the British Assoc. (10): éste, aún repugnándole
mucho el relacionar estos diversos fenómenos, registra durante cinco meses, el
año 1851, en la India ,
tres caídas de aerolitos durante el curso de varias tormentas.
Nos encaminamos hacia las
«piedras del rayo».
Es aquí donde se confirma, muy
particularmente, la noción intermediarista de la existencia. No hay nada
fundamental, no hay nada final que pueda tener lugar dentro de un standard
positivo de juicio. Los campesinos han creído siempre en los meteoritos. La Ciencia ha excluido los
meteoritos. Los campesinos creen en las «piedras del rayo». La Ciencia excluye las
«piedras del rayo». Es inútil poner de relieve que los campesinos recorren el
campo, mientras que los sabios se enclaustran en sus laboratorios y salas de
conferencias. Y no quiero decir con ello que los campesinos sean familiares
míos, ya que entonces la multitud de sus desprecios se levantaría para
confundirme.
Diría más bien que nuestra
«existencia» es una especie de puente, situando mi ccmparación en un plano
estático. Imaginemos el puente de Brooklyn, sobre el cual multitudes de
insectos buscan una ley fundamental y alcanzan una plataforma de apariencia
firme y final. Pero la plataforma está cimentada en un conjunto de soportes, y
dichos soportes de aspecto definitivo se basan en superestructuras. De modo que
no hay nada que sea final en todo el puente, ya que el puente mismo, lejos de
ser un elemento de finalidad, no es más que un punto de relación entre Brooklyn
y Manhattan. Sí nuestra «existencia» es un punto de relación entre lo Positivo
Absoluto y lo Negativo Absoluto, la cuestión de una finalidad está abocada al
fracaso. Todo elemento de la existencia es relativo, puesto que el «todo» no es
más que una relación.
Mi pseudo-base, en la actitud de la Aceptación , es la
siguiente: si las células de un embrión se hallan en el estado de reptil y
ciertas células se sienten incitadas a cambiar de apariencia, y si se halla
además, en el esquema del conjunto, que el estadio siguiente sea el de
mamífero, las células de mamífero serán sostenidas contra la resistencia, contra
la inercia de todas las demás, y tendrán razón para hacerlo, antes de ceder a
su vez a las representantes del estadio siguiente de la evolución. Si nos
hallamos en la víspera de una nueva etapa, en la que será rechazado el
Exclusivismo, es completamente estúpido tratarnos de campesinos.
Puede encuadrarse, pues, dentro
de un espíritu de bucólica tosquedad el que yo presente una nueva obra de
sentido común, llamada algún día a ponerse en la fila de lo trivial:
Objetos manufacturados de piedra
y de metal han caído del cielo.
Han sido arrancados por
perturbaciones atmosféricas de una región de inercia total en relación con la
atracción terrestre.
La «piedra del rayo» es,
generalmente un «hermoso fragmento de piedra verde en forma de cuña», escribe
un especialista en el Cornhill Magazine (11). Lo cual es falso: Ya que se trata
de aproximadamente no importa qué fragmento de mineral, muy hábilmente
trabajado: y es aquí donde llamo muy especialmente la atención de mis lectores.
La condena convencional exige que los útiles de piedra sean descubiertos en el
suelo, después de la caída de un rayo, lo que conducirá a los palurdos de muy
escaso nivel mental a creerlos caídos del cielo.
Este libro es una mezcla de
Ciencia y de mala ficción. Y toda ficción es mala, mezquina o rudimentana,
desde el momento en que se apoya demasiado en la coincidencia. Ni siquiera la
coincidencia triunfa en el escritor individual, sino en la dispersión del tema.
El especialista del Cornhill Magazine, por ejemplo, habla de las supersticiones
incultas, pero no cita caso sobre caso. Mi método, por el contrario, será el de
la acumulación.
El rayo puede muy bien golpear el
suelo cerca de un guijarro en forma de cuña, y hacerlo varias veces. Pero que
reproduzca esta pequeña proeza en China, después en Escocia, después en
Inglaterra, después en Africa Central, que las coincidencias de Java y de
América del Sur se unan a las de Francia, es suficiente para que registremos
una ligera tendencia a la impaciencia.
Fue en la isla de Jamaica donde
cayeron masas de jade bruto «durante las lluvias» (12). Más adelante entraremos
de nuevo en la localización de las materias específicas. «No se encuentra por
ningún lado, en Jamaica, semejante material.» (13).
Puede que sea el efecto de mi
tendencia natural a la exclusión, puede que sea la actitud de un campesino
salvaje que rehúsa ser asimilado a los demás campesinos y a los demás salvajes,
pero yo no me dejo impresionar por la opinión de los aborígenes. Si la palabra
de un lord Kelvin tiene menos peso, en la balanza científica, que la de un
Sitting-Bull, a menos que confirme la opinión convencional, creo que es debido
quizás a que los salvajes se comportan mal en la mesa. Sea lo que sea, todo mi
snobismo en la materia desaparece ante la opinión ampliamente difundida de los
salvajes y de los campesinos. Y la noción de las «piedras del rayo» está tan
difundida como la geografía.
Los nativos de China, Japón y
Birmania, si hay que creer a Blinkenberg (14), quien, por su parte no cree en
absoluto en ello, piensan que los objetos de piedra esculpidos caen del cielo,
bajo el pretexto de que creen haberlos visto caer. Lo que nosotros llamamos
meteorito es denominado «piedra del rayo» en Moravia, en Holanda, en Bélgica,
en Francia, en Cambodia, en Sumatra y en Siberia, «piedra de tormenta» en
Lausitz, «flecha del cielo» en Eslavonia, «hacha del trueno» en Inglaterra y en
Escocia, «piedra del rayo», en España y en Portugal, «hacha del cielo» en
Grecia, «estallido de rayo» en Brasil y «diente del trueno» en Amboine. Se cree
en las piedras del rayo tan plenamente como en los fantasmas y las brujas, y
sólo los supersticiosos niegan hoy en día a los fantasmas y a las brujas.
Tyler (15) cita una lista de
referencias sobre las creencias de los indios de América del Norte y de los
indios de Amérca del Sur, los cuales creen que del cielo caen «hachas de
piedra» (16). Si ustedes se revuelven, a su vez, contra este amontonamiento de
coincidencias, o encuentran algo indigesta mi interpretación, les recomiendo la
explicación de un tal Tallius, formulada en 1649: «Los naturalistas piensan que
son engendradas en el cielo por la exhalación fulgurante conglobada en una nube
por el humor circunfuso.»
El artículo del Cornhill Magazine
no intentaba, por supuesto, más que ridiculizar la noción de caída de objetos
manufacturados. Pero un comentarista de este artículo, en el American journal
of Science (17), se sorprende, pese a todo, «de que un hombre dotado de una
facultad media de razonamiento se moleste en refutar las piedras del rayo». Soy
demasiado de su opinión. «Es apenas necesario -prosigue el autor-, sugerir al
lector inteligente el que las piedras del rayo pertenecen a la mitología.»
Protesto de que se haga mal uso de una palabra. Admito que soy inteligente a
este respecto solamente si la inteligencia supone la búsqueda del
desequilibrio, y si toda otra facultad de entendimiento es un reflejo mecánico.
Blinkenberg cita numerosos casos
en que la superstición de las «piedras del rayo» no hace estragos más que en
los medios de mentalidad abisal. En Malaca, en Sumatra, en Java, los indigenas
cuentan frecuentemente el descubrimiento de hachas de piedra, bajo un árbol
golpeado por el rayo. Coincidencia, afirma Blinkenberg. En lo que respecta a su
luminosidad, mi muy lamentable opinión es que todo cuerpo que atraviese la
atmósfera terresrre no tiene necesidad de estar incandescente para caer con
gran estallido de luz, parecido a un rayo. Detalle muy importante sobre el cual
me reservo el volverlo a tratar.
En Prusia, dos hachas de piedra
fueron descubiertas en troncos de árboles, una de ellas bajo la corteza (18).
Un objeto de piedra pulida en forma de hacha fue encontrado en un árbol
golpeado por un rayo (19). Una vaca fue muerta, se cree, por un rayo en la isla
de Sark, cerca de Guernesey. Cavando la tierra en el mismo lugar, el
propietario de la vaca desenterró una pequeña hacha de jade. Según Blinkenberg,
llegó rápidamente a la conclusión de que era este objeto el que, cayendo
luminosamente, había matado a su animal. Un granjero descubrió después de una
fuerte tormenta una hacha de sílex cerca de un poste indicador, el cual había
sido hendido por algo (20). No se sabe por qué caminos «llegó» hasta esa
conclusión, pero creyó que el objeto de sílex había caído durante la tormenta.
Es imposible establecer la
diferencia positiva entre la ortodoxia y la herejía. Es preciso que se
confundan y se reúnan en algun lugar. En casi todos los trabajos dedicados a
los meteoritos, se menciona el olor extraño, sulfuroso, de todo lo que cae del
cielo. Sir John Evans declara con una facultad extraordinaria de razonamiento
(21): «dicho objeto de sílex es, seguramente, la causa del rayo, puesto que una
vez partido desprende un olor característico». He aquí pues, lo que cierra la
discusión. Si se prueba que un sólo objeto de piedra trabajada ha podido caer
del cielo, parece inutil acumular los ejemplos. Pero ya he sostenido que nada
resolvía nada, que las disputas de la antigua Grecia no habían encontrado
solución al término de varios miles de años, puesto que, en un sentido positivo,
no había nada que probar ni que resolver. Mi objeto es ser más real que mis
adversarios. La vastedad es un aspecto de lo Universal. Seré vasto. El hombre
obeso, según mi opinión, está más cerca de los dioses que el hombre flaco.
Coman, beban y acérquense a lo Positivo Absoluto. Desconfíen de la negatividad,
es decir de la indigestión.
La inmensa mayoría de «piedras
del rayo» son descritas como «hachas», no obstante, Meunier (22), describe una
«piedra del rayo» caída en Ghardia, Argelia, y que tuvo en su poder: tenía
forma de pera, y «difería totalmente» de los meteoritos clásicos de formas
angulares. Había caído en el curso de una tormenta, detalle que provoca
inmediatamente en los meteorólogos un empalidecimiento y un discreto
fruncimiento de cejas.
Paso rápidamente sobre la «piedra
del rayo» caída en Londres en abril de 1816 y que pesaba ocho libras (23);
sobre la de Cardiff el 2 de setiembre de 1916, coincidente con un solo
relámpago (24 a );
sobre la de St. Albans, Inglaterra (24 b), aceptada por el Museo de St. Albans
y de la que el Museo Británico dijo que no era de «verdadera materia
meteorítica», y sobre la de Tysnas, en Noruega, caída el 17 de mayo de 1884 y
«parecida a una cuarta parte de un gran queso Stilton» (25).
Sostengo que numerosos objetos y
distintas sustancias han sido arrancadas por perturbaciones atmósféricas a lo
que yo llamo para mayor facilidad el Supermar de los Sargazos. Pero mí interés
va muy especialmente a los objetos de apariencia fabricada.
Lo cual nos lleva a una experiencia
extremadamente rara.
Vamos a leer el informe
establecido alrededor de algunas circunstancias extrañas para un hombre de
ciencia. No es que este hombre de ciencia haya dirigido realmente un vestigio
de encuesta, sino que los fenómenos de los que se ocupará ostentan una posición
más próxima a la encuesta que al abandono total. Recordemos al profesor
Hitchcock, quien no tuvo más que golpear a Amherst con sus conocimientos
botánicos para que dos hongos brotaran en la noche, y al buen doctor Gray
haciendo salir millares de peces de un único cubo de agua. Pero, el 2 de julio
de 1866, un periódico londinense señaló, durante la tormenta del 30 de junio,
la caída de un objeto en Notting Hill (26), lo cual decidió a Mr. G. T. Symons,
del Symons' Meteorological Magazine, a intervenir con espíritu de total
justicia e imparcialidad.
Se trataba, dijo, de un pedazo de
carbón. Un vecino del observador había mandado traerle la víspera cierta
provisión de carbón, y Mr. Symons, con la sobrenatural sabiduría del extranjero
en suelo extraño, identificó el carbón de la pretendida caída con el muy
prosaico cargamento de la víspera. Los vecinos, incapaces de establecer tan
simple distinción, habían comprado muy caro pedazos de este extraño objeto
caído del cielo, dijeron.
Pero la credulidad del pueblo no
tiene limites La desgracia quiso que la eficacia se transformara en exceso. Con
una superabundancia de detalles verosímiles, Mr. Symons introdujo en su pequeña
comedia un nuevo personaje: un aprendiz de químico, que quería gastar una
broma, había preparado una cápsula de explosivo y «proyectado la masa ardiente
sobre acera en lo más fuerte de la tormenta, creando con todos sus detalles un
relampago artificial». Incluso Shakespeare, con su falta de tramoya, renunció a
la cooperación del rey Lear para concluir Hamlet.
No sé si. a mi vez, peco por
exceso de detalle, pero me ha parecido descubrir que esta tormenta del 30 de
junio de 1866 no era como las demás. El London Times del 2 de julio menciona
que «durante toda la tormenta el cielo permaneció claro en muchos lugares,
mientras continuaban cayendo lluvia y granizo». Lo que podría significar algo
como punto de partida para atacar la posibilidad de un origen extraterrestre de
algunas de tales granizadas, teniendo en cuenta la ausencia de nubes.
Mr. Symons leyó en seguida en el
Kilburn Times del 7 de julio de 1877 el relato de una caída de tizones, gruesos
como avellanas, de los cuales quedó literalmente sembrada una calle, puesto que
se recogieron unos dos sacos llenos. Supo poco después que, en la misma calle,
había un cuartelillo de bomberos. Veo ya a Mr. Symons corriendo y resoplando
por las calles de Nothing Hill, revisando todos los sótanos en busca de huellas
frescas de carbón en alguno de ellos, llamando a las puertas, exasperando al
barrio, deteniendo a los transeúntes y siguiendo, paso a paso, la pista del
aprendiz de químico. No hay pues nada de sorprendente en que hiciera irrupción
en el cuartelillo de bomberos declarando mas o menos esto: «Se me ha comunicado
que se produjo una caída de cenizas en esta calle, diez minutos después de las
cuatro de la tarde del 5 de julio. ¿Quieren consultar sus archivos y decirme
dónde se encontraba su coche a las cuatro y diez de dicho día?». Inmediatamente
después de lo cual tuvo que contentanse con escribir: «Es probable que los
bomberos limpiaran aquel día su bomba de incendios».
El 20 de junio de 1880 se señala
que una «piedra del rayo» cayó en una chimenea del número 180 de la calle
Oakley, en Chelsea. Mr. Symons describió el objeto como «una aglomeración de
ladrillo, hollín, carbón y cenizas». A su modo de ver, el rayo cayó en la
chimenea, haciendo fundirse algunos ladrillos. Ciertamente, encuentra digno de
ser notado el que el rayo no hubiera dispersado el contenido de la parrilla del
hogar, la cual, en apariencia, no fue sacudida más que por la caída de un
cuerpo pesado. Si hay que admitir que la escalada de una chimennea es una
experiencia demasiado rigurosa para un hombre verosímilmente grueso, digno y
sujeto a la expansión, deberemos acomodarnos a su argumento final: «Supongo que
nagie sugerirá -concluye- que se fabrican ladrillos en la atmósfera.»
Declaración positivista y a la
medida de sus deseos. Lo absurdo es siempre interpretable en términos de lo
«razonable», luego debe serle continúo. Masas arcillosas, como las que a menudo
han caído del cielo después de sufrir el asombroso calor que engendra la
velocidad, podrían muy bien haberse cocido y formar ladrillos. Creo que Symons
quedó completamente agotado en su campo de batalla de Notting Hill Que esto
sirva de lección a los fanáticos de la eficacia.
En el London Times (27) se
informa que un objeto redondo y metálico fue hallado el 17 de agosto de 1887 en
un jardín de Brixton, «después de una violenta tormenta». Fue analizado por un
químico, J. James Morgan, de Ebben Vale, que no logró identificarlo como
verdadera materia meteorítica. Fuera o no fuera un producto de fabricación, el
objeto fue descrito como sigue: una esfera elipsoide aplanada en los polos, de
cinco centímetros de espesor en su mayor diámetro. Calificándola de
«fragmento», Symons le retiró, sin embargo, todo carácter de simetría,
prestándole una naturaleza amorfa y alejándola así del dato siguiente:
descubrimiento en un montón de estiércol de una bola de metal después de una
tormenta, en Sussex. Esta vez, mister Symons razonó que una bola de metal
hundida en una masa de estiércol bien puede atraer al rayo y persuadir de su
caída a una inteligencia de nivel inculto. Lo cual supondría que, de todos
modos, los campesinos conocen tan mal sus propios montones de heno como el
señor Symons su mesa de trabajo.
En Casterton, Westmoreland, un
hombre, su mujer y sus tres hijas vieron caer del cielo una piedra durante una
tormenta, matar a una oveja y enterrarse profundamente en el suelo. Después de
haber cavado, desenterraron una bola de piedra que fue exhibida en la Real Sociedad de
Meteorología bajo la mención de «bloque de gres». C. Carus-Wilson la describe
(28) como una esfera de cuarcita ferruginosa de un peso de algo más de cinco
kilogramos, que poseía no sólo un elemento de simrtría, sino también un
elemento de estructura, puesto que había una cáscara exterior seporada del
núcleo central, sin duda debido al desigual enfriamiento de la masa.
Encuanto a W. B. Tripp, de la Real Sociedad de
Meteorología, señala el caso (29) de un granjero que, durante una tormenta, vio
su campo labrado ante él por un objeto luminoso., Desenterró un hacha de
bronce. Estimo que una expedición al Polo Norte hubiera sido menos urgente que
una delegacion científica perdiendo un verano en estudiar los hechos en el
lugar del incidente.
Estos diversos fenómenos son
comentados así por la revista Nature: «Son de caracter divertido, lo cual
prueba su orígen terrestre y no celeste».
Por cuál razon el carácter celeste
no puede ser tan divertido como el carácter terrestre es algo que supera mis
facultades de razonamiento. Y si hay algo de divertido en las esferas y las
hachas de piedra, Arquímedes y Euclides fueron sin duda humoristas. No estoy
seguro de haber sido tan indulgente con Mr. Symons como lo merecía su muy
evidente hazaña científica. Quizá haya empleado algún prejuicio subconsciente a
su respecto, clasificándolo, por esta misma causa, al lado de San Agustín,
Darwin, San Jerónimo y Lyell. En cuanto a las «piedras del rayo», creo que
debió de estudiarlas con el mismo espíritu de encuesta usado por la Academia de Ciencias de
París en relación a los Meteoritos o con el mismo del Comité del Krakatoa, del
cual un comentarista afirma en Knowledge (30) que se reunió, no para descubrir
la causa de las perturbaciones atmosféricas de 1883, sino para hacer
responsable de ello únicamente al Krakatoa. La cita siguiente lo pone de
relieve suficientemente; «he emprendido mi estudio sobre las «piedras del rayo»
-declara Symons-, con la íntima convicción de que había en alguna parte un
punto débil y que las «piedras del rayo» no existían en absoluto.»
Symons no menciona una «piedra
del rayo» caída en Hampshire, en setiembre de 1852 (31), en forma de «un ancho
nódulo de pirita o de bisulfuro de hierro», ni la piedra de dos kilogramos de
peso, grande como una pelota de criquet, caída en la primera semana de
setiembre de 1852 en el jardín de Mr. George E. Bailey, químico de Andover,
Hants (32), ni la bola de cuarzo de Westmoreland, ya citada, la cual, una vez
abierta y separada de su núcleo, se convertiría en una esfera hueca. Es cierto
que el cuarzo ha soportado el «dedo prohibitivo de la ciencia». Un monje que
leyera a Darwin a ocultas, no pecaría más que el sabio que admitiera que el
cuarzo, exceptuado por el proceso de la «ascensión y descenso», haya podido
caer del cielo. Pero, oh Continuidad, el cuarzo no ha sido excomulgado entre
los componentes de un meteorito bautizado: el de Santa Catalina de México. Es
sin duda la distracción más epicúrea que pueda permítirse un teólogo. Fassig
cita una bola de cuarzo encontrada en una piedra de granizo (33); y hay, en el
Museo de Antigüedades de Leyden, un disco de cuarzo, de seis y medio por cinco
centímetros, caído en una plantación en las Indias Occidentales después de una
explosión meteórica (34).
Y los ladrillos.
Tengo la impresión de lanzarme a
un nuevo vicio muy particularmente recomendado a los aficionados a los pecados
inéditos. Al comenzar, algunos de mis datos eran tan aterradores o bien tan
ridículos que se les detestaba o se les despreciaba apenas leído. Ahora ya hay
lugar para la piedad, de modo que creo poder dedicarme a los ladrillos.
La idea de la arcilla cocida era
sensata, pero le faltaba distinción. Y pienso en los buques de cemento que
empiezan a construirse: cuando naufraguen y les lleguen sus restos disgregados,
los peces de las grandes profundidades tendrán una nueva materia para
despreciar.
En Richland, Carolina del Sur,
cayó un objeto gris amarillento, parecido a un fragmento de ladrillo (35).
Trozos de ladrillo cayeron en Padua, en plena granizada, en 1834 (36). El
redactor ofrecía una explicación que daba nacimiento a un nuevo consenso:
dichos fragmentos de ladrillo se hablan desprendido de los tejados por la fuerza
del granizo. Pero las sonrisas se cuajarán si se menciona que un dos por ciento
de dichas piedras de granizo contenían un polvo gris. El padre Sechi explica
también (37) que una «piedra del rayo» caída en Supino, Italia, en setiembre de
1875, se había desprendido de un techo.
Cuando una «piedra del rayo» no
cae en forma llameante ni se incrusta en el tronco de un árbol, es fácil para
los humoristas sostener que algunos rústicos, desenterrando bajo la lluvia un
hacha prehistórica, hayan creído que descendió del cielo. De hecho, rústicos
muy simples descubren cada día numerosos objetos prehistóricos: arados,
cerámica, cuchillos y mazas. Y ningún campesino, al encontrar un trozo de
cerámica bajo la lluvia, señalará la caída de un ánfora.
Creo. por mi parte, que numerosos
objeros de piedra en forma de hacha, atestiguando cierto trabajo mecánico o
manual, han caído efectivamente del cielo, y que se les denomina «hachas» tan
sólo para desacreditarlos ante los observadores ya que cuanto más familiar es
un término más riesgo corre el objeto que designa de ser incongruente, desde el
instante mismo en que es asociado a lo vasto, a lo lejano. A lo sorprendente o
a lo desconocido. En Notes and Queries (38) un observador, hablando de una
«piedra del rayo» señalada en Jamaica, la describe como un objeto cuneiforme y
no como un hacha: «No presenta ninguna marca y no parece haber sido fijada a un
mango». escribe. Sobre diez «piedras del rayo» que figuran en el libro de
Blinkenberg, nueve no muestran signo alguno de haber sido fijadas a un mango
eventual, y la décima está perforada. Un informe del doctor C. Leemans,
director del Museo de Antigüedades de Leyden, referente a objetos caídos en el
Japón, los señala como «cuñas». Y en un artículo del Archeological Journal (39)
sobre las «piedras del rayo» de Java, los objetos son llamados «cuñas» y no
«hachas».
Pienso que los hombres de
ciencia, puesto que va de acuerdo con su intención el resistir a las
tentaciones de prolijidad y de pedantería, adoptan a su vez la solución más simple.
Lo cual nos sitúa entre una confusión peor a la que reina en las caídas de
mantequilla, de tinta, de sangre, de papel, de yesca y de seda.
Los sabios del siglo XIX son tan
melenudos que me siento partidario de un Sitting Bull cuando pienso en sus cabelleras.
Una vez eliminadas todas las explicaciones de todas las creencias, voy a
exponerles mi opinión personal sobre esta confusión: cualquier cabellera es
suceptible, en la unidad de la totalidad, de hacerse descabellar a su vez, pero
es descortés para el enemigo el llevar una peluca.
Las esferas y las piedras
triangulares pueden significar un bombardeo de la Tierra , tentativas de
comunicación o visitantes antiguos: exploradores lunares llevando consigo, a
titulo de curiosidad, utiles prehistóricos antiguos, naufragando después y
dejando todo su cargamento suspendido durante siglos en el Supermar de los
Sargazos, hasta su liberación accidental motivada por una tempestad o por un
huracán. Pese a que, por prepotencia descriptiva, rehúso admitir que las «piedras
del rayo» sean hachas prehistóricas.
Como tentativa de comunicación
con la tierra, por medio de objetos cuneiformes especialmente adaptados a la
penetración de vastas regiones gelatinosas que rodean la Tierra , citaré el informe
de los Proc. Roy. Irish Acad. (40), de una caída de piedra triangular cerca de
Cashel, Tipperary, el 2 de agosto de 1865. La piedra es calificada como
«piramidal», y el doctor Haugton declara lo siguiente: «Un aspecto singular de
esta piedra es que los bordes redondeados de la pirámide se hallan estriados en
su costra negra por medio de una serie de lineas tan perfectas que parece como
si hubieran sido trazadas con regla.» Hay dos o tres casos, anteriores a éste,
de estratificación aparente en los meteoritos, aunque tal fenómeno sea negado
categóricamente por los fieles.
Sospecho otra cosa, y ustedes van
a saltar. Será, sin embargo, juzgado tan
razonablemente como todo lo demás. Si alguien quisiera estudiar la piedra de
Cashel, como Champollion estudió y analizó la piedra de Rosetta, encontraría
inevitablemente la significación de estas líneas extrañas. Pero no hay nada más
sutil ni más esotérico que estos caracteres grabados en una piedra, entre todas
las tentativas de comunicación. Me gustaría señalar la caída de una «piedra del
rayo» en alguna parte del New Hampshire, después entrar en contacto con todas
las personas que vinieran a examinar esta piedra, descubrir sus afiliaciones y
mantenerios bajo vigilancia. Daspués señalaría otra caída, en Estocolmo por
ejemplo. Los visitantes del New Hampshire: ¿serían los mismos que los de
Estocolmo? Tal vez, sin pertenecer a una afiliación antropológica, lapidaria o
metereológica, ¿estarían inscritos en las filas de una sociedad secreta? De
tres formas de objetos simétricos que han caído del cielo, me parece que el
disco es el más sorprendente. Y he aquí un aristócrata de los condenados.
El 20 de junio de 1887 (41), en
el curso de una «violenta tormenta», cayó del cielo una piedra en Tarbes,
Francia. M. Sudre, profesor de la Escuela Normal de Tarbes, la describió a la Academia Francesa
como de trece milímetros de diámetro, cinco milímetros de espesor, dos gramos
de peso y recubierta de hielo. El objeto parecía haber sido cortado y modelado
por medios casi humanos.«Se trata de un disco de piedra muy regular.
Seguramente ha sido trabajado», escribió M. Sudre.
Este objeto cayó solo, en
ausencia de toda tromba, y puede que ningún acontecimiento, en el transcurso
del siglo XIX, lo haya superado en importancia. Fue citado en La Nature , 1887, y en L'Année
Scientifique, 1887. Es citado en uno de los números de verano de Nature, 1887.
Fassing habla de ello en el Annuaire de Soc. Met., 1887.
Despues no se habló más de ello.
Pero, por encima de toda explicacion, proporcionada por mí, por la Academia de Ciencias o la Salvation Army , la
caída de una piedra trabajada provinente del cielo, en Tarbes, Francia, el 20
de junio de 1887, permanece.
(1)
Symons' Meteorological Magazine, 47-180.
(2)
(Rept. Brit. Assoc., 1850, 1854 y 1860)
(3) Nature, 25 octubre 1877,
London Times, 15 octubre 1877, y en Nature, 17-10 por otro corresponsal, W. F.
Denning
(4)
(Annual Register, 1885.)
(5)
Monthly Weather Review de marzo de 1886.
(6)
(Nature, 61-111.)
(7)
(Monthly Weather Review, julio de 1883.)
(8)
(Nature, 29-15.)
(9) Science
Gossip, n. s. 6-65
(10)
Report of the Brithis Ass. 1852, p. 229
(11)
Cornhill Magazine, 50-517
(12)
(Journal Inst. Jamaica, 2-4)
(13)
(Notes and Queries, 2-8-24)
(14)
(Thunder Weapons, p. 100.)
(15)
(Primitive culture, 2-237)
(16)
(Jour. Ameri. Folk Lore, 17-203)
(17)
American Journal of Science, 1-21-235
(18)
(Blinkenberg: Thunder Weapons, p.100)
(19)
(Thunder Weapons, p. 71.)
(20)
(Reliquary, 1867-208.)
(21)
(Stone implements, p. 57.)
(22) La Nature , 1892-381.
(23)
(Timbs' Year Book, 1877, 246.)
(24 a ) (London Times, 28
setiembre 1916)
(24 b) La Nature , 80-34.
(25)
(Nature, 30-300.)
(2o)
(Jour. Roy. Met. Soc. 14-207)
(27) London Times de 1º de
febrero de 1888
(28)
(Knowledge, 9 octubre 1885.)
(29)
(Amer. Met. Jour., 4-589.)
(30)
Knowledge, 5-418.
(31)
(Proc. Roy. Soc. Edin., 3-3147)
(32)
(London Times 16 setiembre 1852.)
(33)
(Bibliography, part 2-355)
(34)
(Notes and Queries, 2-8-92)
(35)
(American Journal of Science, 2-34 298)
(36)
(Edin. New. Phil. Jour., 19-87.)
(31)
(Monthly Noticies of the Royal Astronomical Society, 337-365.)
(38)
Notes and Queries, 2-892.
(39)
Archeological Journal 11-118.
(40)
Proc. Roy. Irish Acad. 9-337.
(41)
Comptes rendus, 1887, 162.
9
Mi pseudo-conclusión personal es:
hemos sido condenados por gigantes hundidos en el sueño y por grandes
principios científicos o abstracciones incapaces de realizarse: cuántas
putillas nos han hecho partícipes de sus caprichos, cuántos payasos, armados de
cubos de agua, y desempeñando el papel de sacar millares de enormes peces de
los mismos, nos han maldecido por haberles faltado al respeto, ya que, incluso
para el menor de los payasos, la bufonería subyacente responde a un deseo de
ser tomado en serio. Cuántos pálidos ignorantes, sentando cátedra desde sus
microscopios, en los que no pueden distinguir el nostoc de la carne o la freza
de pez de la freza de ranas, nos han impuesto sus solemnidades sin brillo.
Hemos sido condenados por cadáveres, esqueletos y momias que se sobresaltan y
titubean con una pseudovida tomada a las conveniencias.
Todo no es más que hipnosis. Los
malditos son aquellos que admiten el ser malditos. Si estuviéramos más próximos
a lo real, seríamos razones traducidas delante de un jurado de fantasmas.
De todos los meteoritos
que se hallan en los museos, hay pocos que se hayan visto caer. Si uno no puede
dar cuenta de ciertos especímenes más que juzgándolos caídos del cielo, tal
base de admisión se da por suficiente. Como si, en el nimbo de incertidumbre
que rodea a todas las cosas, pudiera haber algo de lo que no se pudiera dar
cuenta más que de una sola manera. El sabio y el teórico razonan bien de este
modo: si uno no puede dar cuenta de algo
más que de una sola manera, es exactamente de esta manera que hay que dar
cuenta. Pienso por mi parte que la lógica, la ciencia, el arte y la religión no
son, en la corriente de nuestra «existencia» más que premoniciones de un
despertar que ha de venir, como la conciencia nebulosa de la realidad exterior
en la mente de una persona que duerme. Todo fárrago de material que responda al
tipo de la «verdadera materia meteorítica» es automáticamente admitido en los
museos. Puede parecer completamente increíble que los conservadores modernos se
hallen aún bajo el impacto de semejante ilusión. Pero supongo que la fecha que
figura en la primera página de un diario no es una prueba suficiente de nuestro
modernismo. Por ejemplo, leyendo el catálogo de Fletcher, me entero de que
algunos de los meteoritos más conocidos fueron encontrados sondeando un
terreno, «construyendo una carretera», o «puestos al descubierto por un arado».
Un pescador extrajo al borde del lago Okeechobee un objeto que se había
enganchado a su red. Ningún meteorito había sido señalado en los parajes, pero
encontrarán el objeto en el Museo Nacional de los Estados Unidos.
Si aceptamos aunque sea un solo
dato de «falsa materia meteorítica», digamos un caso de sustancia carbonácea
-puesto que la palabra «carbón» es impronunciable en estos medios-, veremos
que, en esta inclusión-exclusión, como dentro de cualquier otro medio de formarse
una opinión, la falsa inclusión y la falsa exclusión han sido regularmente
practicadas por los conservadores de museos.
Hay algo patético, un sentimiento
de tristeza cósmica, en esta búsqueda universal de un standard, en la
convicción de que la inspiración o el análisis puedan descubrir algo más, y en
la adhesión obstinada a dicha pobre ilusión mucho tiempo después de que haya
cesado de existir. El único propósito de aspecto concluyente o sustancial en el
que uno pudiera basarse es producto de la ignorancia, de la deshonestidad o de
la fatiga. Todas las ciencias dan marcha atrás hasta el agotamiento total del
procedimiento. Después de lo cual vuelven hacia adelante, se convierten en
dogmáticas y eligen por bases posiciones que no eran más que puntos de agotamiento.
Es así como la química ha dividido y subdividido hasta llegar a los átomos,
inmediatamente después de lo cual, en la inseguridad esencial a todas las
pseudo-construcciones. Montó un sistema que, para toda persona lo bastante
obsesionada por sus propias hipnosis como para quedar libre de las hipnosis de
la química, parece algún tipo de anemia intelectual, construida sobre
debilidades infinitesimales.
En Science (1), E. D. Hovey, del
Museo Americano de Historia Natural, cree que en muchas ocasiones le han
enviado bloques de caliza fosilífera o de escorias de hierro, acompañados de
relatos circunstanciales de testigos oculares de su caída. Pero todos los
excluye por no ser de verdadera sustancia meteorítica, atribuyéndolos a las
sempiternas coincidencias. La lista de estos bloques, explica, podría
extenderse hasta el infinito (perspectiva fascinante en grado sumo)... pero «la
cosa no merece la pena».
Me gustaría saber cuáles son las
cosas extrañas, condenadas, excomulgadas, que se remiten a las direcciones de
los museos por personas lo bastante seguras del testimonio de sus ojos como
para afrontar el ridículo, acondicionar los paquetes, hacer cola en las
oficinas de Correos y escribir cartas certificadas. Propongo que, sobre la
puerta de cada museo donde entran tantos de estos objetos, se grabe en letras
llameantes: «Abandonad toda Esperanza».
En Comptes rendus (2), M. Daubrée
cuenta una historia muy semejante sobre los objetos condenados que se expiden
regularmente a los museos franceses, acompañados de detallados testimonios.
Menciona muy especialmente el carbón y la escoria de hierro. Todos son
excluidos, cadáveres anónimos en los depósitos de cadáveres anónimos de la Ciencia.
Creo que la caída del
exclusionismo será el fenómeno determinante del siglo XX. Pero me encuentro
coartado en mi expresión, por la unidad de la apariencia, a los mismos métodos
mediante los cuales la ortodoxia ha establecido y mantenido su contrasentido
blando y meloso. Al menos, aunque inspirado por esta esencia sutil e imponderable
que envuelve al siglo XX, no tengo la ilusión de ofrecer a mis lectores un solo
hecho positivo, ni de ser menos crédulo o supersticioso que cualquier salvaje
lógico, conservador o rústico.
Una explicación totalmente
ortodoxa, en cuyos términos expondría ciertas herejías, quiere que, si todo
objeto hallado dentro del carbón no ha podido penetrar más que cayendo en él,
ha debido efectivamente caer en él.
Así, es el Manchester Lit. And
Phil. Soc. Mens (3), puede sostenerse que algunas piedras redondeadas
encontradas en una mina de carbón sean «aerolitos fósiles» caídos del cielo
muchos siglos antes, cuando el carbón era quebradizo y sobre los cuales debió
de cerrarse, puesto que no se encontró en él la menor huella de penetración. Se
ha encontrado en una mina de Escocia un instrumento de hierro dentro de un
bloque de carbón «a dos metros diez centímetros por debajo de la superficie»
(4). Y si se acepta el hecho de que este objeto de hierro es de una factura muy
superior a los medios y a la habilidad de los hombres primitivos que vivían en
Escocia en el momento en que el carbón estaba en formación, ya que «el
instrumento tenía un aire moderno», mi expresión está mucho más próxima de lo
real que la de los sabios, que suponen a alguien de nuestro tiempo hundiendo su
instrumento en el carbón. No veo, en efecto, por qué razón tuvo que abandonar
nadie su útil en una materia tan fácilmente accesible. Y de todos modos el
bloque de carbón no presentaba la menor huella de penetración, puesto que el
instrumento no fue descubierto más que después de romper la masa.
Otra alternativa posible: ei
objeto pudo no caer del cielo ni ser fabricado en la época de la formación del
carbón por los nativos de Escocia, sino ser abandonado por algún visitante
extraterrestre.
Como contrapartida a mi supuesto
interés en establecer que no hay nada que pueda ser probado que no apoye mis
teorías, anotaré aún lo que sigue, en un enfoque inédito de justicia y de
imparcialidad:
Según Notes and Queries (5), se
ha encontrado hundido en el yeso a una profundidad de dos metros, cerca de
Bredenstone, en Inglaterra, un antiguo sello de cobre, del tamaño de un
penique, representando a un monje arrodillado ante una Virgen con el Niño y
llevando la mención: «St. Jordanis Monachi Spaldingie», detalle que me parece a
la vez muy deseable y muy indeseable.
Hay también un dato muy
apolillado en el Scientific American
(6), que voy a condenar, puesto que. en la unidad de la totalidad, todos los
condenados deben condenarse a su vez. El 1º de junio de 1851, una potente
explosión cerca de Dorchester, Massachussets, puso al descubierto una jarra
incrustada en la roca. Era una extraña jarra,en forma de campana, de una
materia indefinible, adornada con motivos florales incrustados en plata. «La
obra de un artesano genial», dijo el informe. El redactor del Scientific
American expuso la opinión de que la jarra había sido esculpida por Tubal Cain,
el primer habitante de Dorchester. Temo que dicha tesis encierre cierta dosis
de arbitrariedad.
Un bloque de metal (7) encontrado
dentro de una masa de carbón, en Austria, alrededor de 1855, se halla expuesta
en el Museo de Salzburgo.
Según el London Times (9): En una
cantera de piedra cerca de la
Tweed , a unos cuatrocientos metros por debajo de Rutherford
Mills, unos obreros descubrieron un hilo de oro incrustado en la roca, a tres
metros de profundidad. Hermoso detalle, algo apolillado, pero más bien
condenable.
Cuando Hiram de Witt (10), de
Springfield, Massachussets, regresa de California, trae consigo un fragmento de
cuarzo aurífero grande como un puño de hombre. Al dejarlo caer, lo rompe en dos
y encuentra en su interior un clavo de metal ligeramente oxidado «absolutamente
recto y dotado de una cabeza perfecta».
En California, hace algunos
siglos, en el momento en que se formaba el cuarzo aurífero: un
super-carpintero, a millones de kilómetros en el espacio, deja caer un clavo.
Para cualquiera que no sea
intermediarista, le parecerá curioso que este dato periodístico, condenado, de
baja extracción, pueda coincidir con una maldición dictada únicamente por el
olvido, y apoyada por lo que se denomina «las más altas autoridades
científicas»: Sir David Brewster comunica (11) que, en la cantera de Kingoodie,
al norte de Inglaterra, fue hallado un clavo en un bloque de piedra de tres
metros de espesor. Se trabajaba en esta cantera desde hacía veinte años,
pasando de una a otra capa de roca sólida, y el clavo se hallaba a caballo
entre dos capas distintas, aunque encerrado en un solo y único bloque. He aquí
un buen condenado: uno creería en un brahmán visto por un anabaptista.
En cuanto a la multiplicidad de
tales datos, atestigua tanto contra la ortodoxia como contra mi propia
expresión, según la cual la inclusión en el cuarzo o el gres sería una prueba
de antigüedad. No les queda, pues, a los ortodoxos y a los heréticos reunidos
más que argüir su origen puramente periodístico.
Según el Carson Appeal (12), en
una mina de cristales de cuarzo que no habrían podido formarse más que durante
los quince últimos años, al derribar un molino y excavar a partir de sus
cimientos, se habría descubierto, en un bloque de gres endurecído después de
doce años, un fragmento de madera «atravesado por un clavo».
Y terminaré con un brahmán,
enterrado en el corazón mismo de la decencia puesto que figura en el Museo
Británico.
En 1853 (13), después de la
reunion de la
Asociacion Británica , sir David Brewster anunció solemnemente
que debía someter a sus colegas «un objeto de una naturaleza tan increíble que
solo la mas solida evidencia podia dar a aquella declaracion una apariencia de
probabilidad»: se acababa de encontrar una lente de cristal en la cámara del
tesoro de Nínive.
En muchos templos y tesoros de
las civilizaciones antiguas se conservaban religiosamente todos los objetos
caídos del cielo o los meteoritos. Carpenter, que en The Microscope and its
Revelations, nos da dos reproducciones de ella, juzga imposible que los
Antiguos hubieran podido fabricar una lente óptica. Quiere ver en ella un ornamento.
Pero Brewster insiste en que se trata de «una verdadera lente óptica».
A millones de kilómetros en el
espacio, alguien despliega un telescopio y la lente se desprende.
Es innegable en este caso tan
preciso que, en las ruinas de una antiquísima civilización, se ha encontrado un
objeto maldito, que no puede ser aceptablemente un producto de las antiguas
civilizaciones aborígenes de esta Tierra.
(1)
Science, n. s. 31-298
(2)
Comptes rendus, 91-197.
(3)
Manchester Lit. And Phil. Soc. Mens., 2-9-306.
(4) (Proc.
Soc. of Antiq. of Scotland, 1-1-121.)
(5) Notes
and Queries, 11-1-408.
(6)
Scientific American, 7-298
(7)
Nature, 35-36.
(8 a ) Comptes rendus, 103-702.
(8 b)
Science Gossip, 1887-58.
(9) London Times del 22 de junio
de 1884.
(10)
London Times, 24 diciembre 1851.
(11)
(Rept. Brit. Assoc., 1845-51)
(12)
(Prop. Sci. News, 1884-41.)
(13)
Annals of Scientific Discovery, 1853-71.
10
Los primeros exploradores
confundían la Florida
con Terranova. Y la confusión era aún mayor antes, puesto que todos los primeros
exploradores no creían que existiera hacia el oriente más que una sola y única
tierra: las Indias. No creo que tantos objetos nos lleguen de un solo mundo
exterior, como me figuraba al principio de mi empresa. Puesto que todo
entendimiento comienza por la ilusión de la homogeneidad. Spencer lo ha probado
suficientemente: vemos la homogeneidad en todas las cosas distantes o que nos
son poco familiares. La progresión de lo relativamente homogéneo a lo
relativamente heterogéneo es típico de la filosofia spenceriana, aunque Spencer
lo haya tomado de von Baer, el cual a su vez lo tomó de la precedente
especulación evolucionista. Pienso, por mi parte, que todo reacciona
anticipadamente a lo homogéneo. Intentando localizar la homogeneidad, la cual
es un aspecto de lo Universal como un aspecto de la positividad, pero creo que
la infinita frustración de toda tentativa de positividad se manifiesta con la
heterogeneidad infinita. De modo que todas las cosas tienen ocasión de infentar
localizar la homogeneidad, terminando con una heterogeneidad tan grande que
equivale a la dispersión infinita y a la indiscernibilidad.
Todo concepto es, pues, una
pequeña tentativa de positividad. La cual debe ceder, más pronto o más tarde, a
los compromisos. A las modificaciones, a la nulificación, y fundirse en lo
indiscernible A menos que de una a otra época, en la historia universal, surja
un superdogmatismo que, durante un intervalo infinitesimal. Pueda oponerse a la
heterogeneidad, a la modificación, a la duda o a «la voz de la razón», en cuyo
caso es transferido rápidamente a la gloria o al Positivo Absoluto.
Es curioso que Spencer no haya
reconocido jamás que «la homogeneidad», «la integración» y «la exactitud»
definieran un mismo estado, este mismo estado que yo denomino positividad. Fue
un gran error por su parte, a mi modo de ver, el considerar la homogeneidad
como un valor negativo.
He comenzado por concebir otro
mundo en el que objetos y sustancias caían a la Tierra , un mundo que tuvo o
puede tener aún un interés muy tutelar por las cosas terrestres. Después, he
modificado esta concepción hasta la de otro mundo que hubiera intentado, desde
hacía siglos, comunicar con una secta, tal vez una sociedad secreta, o algunos
habitantes muy esotéricos de esta Tierra.
Como he afirmado antes, soy
inteligente y así contrasto fuertemente con los ortodoxos. No siento el
aristocrático desdén de un conservador neoyorkino o de un brujo esquimal. Y
debo esforzarme en concebir una multitud de mundos, unos de proporciones
lunares, otros aún más vastos, regiones aéreas enormes y amorfas a las cuales
los términos de «mundos» y de «planetas» parecen inaplicables. Y construcciones
artificiales que denomino «superconstrucciones», de las cuales una me parece,
al primer punto de vista, tan importante como el puente de Brooklyn.
Finalmente, varios objetos en forma de rueda y cubriendo fácilmente algunos
centenares de hectáreas.
Estoy persuadido de que,
recorriendo este libro, ustedes han debido sentirse tentados, al ver la
expresión de mis demenciales teorías, a expresar su indignación, su empacho en
estos términos: si esto fuera así, los astrónomos se hubieran percatado desde
hace mucho tiempo de estos otros mundos, de estas regiones amorfas, de estas
vastas construcciones geométricas. Pero ustedes se habrán contenido muy
cortesmente, esperando aprender mas cosas.
Además, toda tentativa de
interrupción no haría más que poner freno a lo insaciable. En la puntuación
cósmica no existe el punto final. La ilusión del punto final reside en la
visión incompleta de las columnas y de las semicolumnas.
Tal noción de sabiduría
astronómica no debe detenernos en ningun caso. Ya que mi prolongada experiencia
de la supresión y de la diferencia me da a pensar, incluso antes de entrar en
la tema, que los astrónomos han visto estos mundos, que los meteorólogos, que
los sabios, que los observadores especializados los han apercibido en multitud
de ocasiones. Pero que el Sistema ha excluido todos los datos.
En cuanto a la Ley de la Gravitación , en cuanto
a las fórmulas de los astrónomos, recuerden que no han cambiado desde Laplace.
Y Laplace conocía aproximadamente treinta cuerpos en todo el sistema solar,
mientras que actualmente conocemos más de seiscientos. De modo que entre los
centenares de cuerpos que nos son desconocidos hay ciertamente un modesto lugar
para los míos. ¿Qué son los descubrimientos de la geología y de la biología
para un teólogo? Se las arreglan como si en el mundo no existieran en absoluto.
Si la Ley de la Gravitación pudiera
ser enunciada como un propósito real, podría oponer una resistencia real. Pero
no dice nada, salvo que la qravitación es la gravitación. De acuerdo: para un
intermediarista nada puede ser definido salvo en términos de sí mismo, pero los
ortodoxos, en lo que me parece ser una premonición innata, no fundada sobre una
experiencia de la realidad, reconocen por su parte que la definición de una
cosa en términos de sí misma no es una verdadera definición. Se dice que la
gravitación significa la atracción de todas las cosas proporcionalmente a su
masa e inversamente al cuadrado de su distancia. La masa significaría la
interatracción que une puntualmente las partículas finales, si es que existen.
Y hasta el descubrimiento de estas partículas finales, un solo término
sobrevive de esta expresión: masa igual a atracción. Pero la distancia no es
más que una extensión de la masa, a menos que admitamos el vacío absoluto entre
los planetas, posición fácilmente refutable por una multitud de datos. Y sin
embargo, no existe medio de expresar que la gravitación sea otra cosa distinta
a la atracción. De modo que uno no puede resistir a este fantasma de
definición: la gravitación es la gravitación de todas las gravitaciones
proporcionalmente a la gravitación e inversamente al cuadrado de la
gravitación. No puede decirse nada mejor sobre este terna de la
cuasi-existencia, pero de todos modos podría haber en esto mayores
aproximaciones a la verosimilitud.
Es cierto que los doctores Grays
y los profesores Hitchcocks han alterado nuestra confianza en relación a lo indiscernible.
En cuanto a la perfección de este Sistema, en cuanto a la infalibilidad de su
matemática -suponiendo que pueda existir una verdadera matemática en un mundo
aparente en el que dos veces dos no hacen cuatro-, nos dejan anonadados sin
cesar con su triunfo, desde el descubrimiento de Neptuno.
Tengo en este momento miedo de
reincidir: presentándome por primera vez humildemente, admitiendo mi
pertenencia a la cohorte de los condenados, no puedo contener un fruncimiento
de cejas, aunque tan sólo sea un cuarto de segundo, cuando oigo hablar del
«triunfal descubrimiento de Neptuno», este «logro monumental de la astronoma
teórica», como lo titulan los libros de texto. Los libros de texto omiten un
solo detalle: el que la órbita de Neptuno coincide tan poco con los cálculos de
Adams y de Leverrier que Leverrier no reconoció en él al planeta de sus
cálculos. Después, se consideró prudente guardar silencio. Y los libros de
texto omiten también este detalle: que en 1846 cualquiera que sabía hacer la
diferencia entre un seno y un coseno senaba y cosenaba en búsqueda de un
planeta más allá de Urano. Dos de entre ellos adivinaron exactamente. Algunos
juzgaron severo el verbo «adivinar», pese a que Leverrier rechaza a Neptuno,
pero según el profesor Peirce, de Harvard, los cálculos de Adams y de Leverrier
hubieran podido aplicarse igualmente a posiciones distantes en varios grados de
la de Neptuno. El profesor Peirce, de hecho, ha demostrado rigurosamente que el
descubrimiento de Neptuno fue un «feliz accidente» (1).
O los cometas: otra nebulosa
resistencia a mis nociones. Como con los eclipses, de algunos de los cuales
poseo notas de que no se produjeron a la hora fijada, sino tal vez con
diferencias de sólo algunos segundos. Incluso poseo entre ellos un alma perdida,
huida entre los registros ultrarrespetables de la Real Sociedad
Astronómica, sobre un eclipse que no se produjo, delicioso instrumento de
perdición del que no dejaré de servirme muy fogosamente a su hora.
En toda la historia de la
astronomía, se recuerda que cada cometa se ha presentado rigurosamente a su
hora. Pese a que no haya nada más obtuso que una predicción sobre la
periodicidad de las recogidas del correo, este hecho indiscutido fue objeto de
una publicidad considerable. Los cartománticos no se crean una clientela por
medios demasiado distintos. Se despreciaron o bien se explicaron las
irregularidades de algunos cometas: el cometa de Encke, por ejemplo, que
disminuye cada vez más su velocidad, fue explicado por los astrónomos. Pueden
estar completamente seguros de que lo explicaron: establecieron, formularon,
«probaron», por qué este cometa llevaba un retraso cada vez mayor sobre su
horario... hasta el día en que el condenado empezó a volver cada vez más
aprisa.
Y el cometa de Halley.
Si, en una existencia real, un
astrónomo se equivocara de longitud, lo enviaría al purgatorio hasta que
reconociese su error.
Halley fue enviado hasta el Cabo
de Buena Esperanza para determinar la longitud de su cometa. Se equivocó en
varios grados e infligio al noble promontorio romano de Africa una afrenta
capaz de romper el orgullo del más orgulloso de los cafres.
Se nos habla eternamente del
cometa de Halley. Quizá regrese. ¿Pero que ocurrió con los Leónidos? Por los
mismos mEtodos de adivinación se había predicho el paso de los Leónidos, pero,
en noviembre de 1898, los Leónidos se hicieron de rogar. El fenómeno fue
explicado: habían sido desviados de su marcha, pero regresarían en noviembre de
1899. En noviembre de 1899, en noviembre de 1900, los Leónidos no
aparecieron...
La exactitud astronómica: todo el
mundo sería un adivino de categoría si no se registraran más que los datos
exactos.
En cuanto al cometa de Halley, en
1910, todo el mundo pretende haberlo visto, está dispuesto a perjurar con tal
de no ser acusado de desinteresarse de los grandes acontecimientos.
Consideren esto: no hay un solo
momento en el que un cometa no atraviese el cielo. No hay virtualmente ningún
año en el que no sean descubiertos varios cometas, por abundantes que sean.
Pulgas luminosas en un vasto perro negro. La gente no llega a imaginarse hasta
qué punto está el sistema solar repleto de pulgas.
Si un cometa no tiene la órbita que
habían calculado los astrónomos, es que ha sufrido una perturbación. Si otro
cometa, como el de Halley, llega retrasado, aunque sea de un año, ha sufrido
una perturbación, pero cuando un cometa lleva un año de retraso no reclamamos
ninguna explicación. Los astrónomos no abusan de nosotros, nos recompensan. Ya
que los sacerdotes no actúan en relación suficiente con la Perfección , la Infalibilidad o el
Positivo Absoluto, los astrónomos ocupan su puesto con sus fantasmas de datos,
pero con una mayor aproximación de sustancialidad de la que tenían las
atenuaciones de sus predecesores. Los astrónomos nos son necesarios, ya que sin
ellos todos sus errores, todos sus tanteos, todas sus evasiones no serían
tolerados: ellos no se arriesgan nunca, qué diablos, a equivocarse
desastrosamente.
Supongamos que el cometa de
Halley no hubiera reaparecido. A principios de 1910, un cometa, mucho más
importante que la anémica luminosidad de Halley, apareció en el cielo. Brillaba
tan intensamente que se lo podía ver en pleno día. Los astrónomos se hubieran
sentido salvados. Si este otro cometa no hubiera seguido la órbta decretada, se
le hubiera inventado una perturbación. Si ustedes fueran al borde del mar y
predijeran el descubrimiento en la playa de un cierto tipo de guijarro, no se
arriesgarían a ridiculizarse mucho puesto que otro guijarro podría, en todo
caso, sacarles de apuros. Y la débil cosa apercibida en el cielo en 1910 estaba
tan poco de acuerdo con las sensacionales descripciones divulgadas por
anticipado por los astrónomos como un pálido guijarro a una roca de color rojo
vivo.
Yo predigo, por ejemplo, que el
miércoles próximo un musculoso chino en traje de etiqueta atravesará Broadway
por la calle 42, a
las nueve de la noche. En lugar de esto, un japonés tuberculoso, en uniforme de
marino, atraviesa Broadway al mediodía por la calle 35. A este respecto, un
japonés es un chino que ha sufrido una perturbación, y un vestido vale lo que
otro.
Recuerdo aún las terroríficas
predicciones, hechas por unos astrónomos tan honrados como crédulos,
hipnotizándose a sí mismos para creer mejor en la hipnosis, de lo que debía
ocurrir el año 1909. Toda vida humana sería aniquilada del planeta, y hubo a
raíz de ello un aluvión de testamentos. La cuasi-existencia, que es de esencia Hiberniana,
no se opone a los testamentos. Pero los menos alocados de entre nosotros
esperaban, al menos, unos fuegos artificiales.
Seamos justos: en Nueva York,
hubo una luz en el cielo. Casi tan terrorífica como el chisporroteo de una
cerilla sobre un fondo negro a dos kilómetros de distancia. Y se me dijo que
una ligera nebulosidad, que no vi por mí mismo, ¡oh, falta de atención!,
apareció varios días más tarde. Tomen ustedes un grupo de imbéciles y levanten
el dedo hacia el cielo: muy pronto parecerán una jauría de perros pachones
hipnotizados por una perdiz. El resultado: todo el mundo jura por sus grandes
dioses haber visto, con sus propios ojos, el cometa de Halley. Un espectáculo
grandioso, amigos.
Sobre todo no vayan a creer que
yo quiero desacreditar a los astrónomos para vengarme de su oposición. En el
infierno de los anabaptistas, yo sería de casta brahmán. Pero casi todos los
condenados de mi procesión son reclutados entre las observaciones de astrónomos
profesionales. Es el Sistema quien suprime a los astrónomos. Compadezco a estos
desgraciados en su cautividad, escrutando el cielo desde lo alto de la torre
que los aprisiona.
Como he dicho, no creo ya en un
solo mundo exterior. Soy como el salvaje en su isla perdida, que no pensaría en
un solo continente, sino en un complejo de continentes, en una multitud de
ciudades, de fábricas y de medios de comunicación.
Todos los demás salvajes, viendo
pasar algunos barcos a lo largo de su isla, con una apariencia de periodicidad,
tenderían a expresar su positivismo universal, a creer que estos barcos
constituyen un todo. Pero él, al ser algo retrasado y poco imaginativo,
permanecería insensible a los ideales de la comunidad, no se ocuparía
piadosamente, como los demás, en posternarse a los píes de impresionantes
pedazos de madera. Consagraría su tiempo a deshonestas especulaciones, dejando
a sus compatriotas que se dedicaran a su caza de brujos.
Pero sus amigos, conociendo
instintivamente el calendario de las líneas marítimas, saben exactamente en qué
momento pasarán o se eclipsarán mutuamente los barcos. Redoblarán las
explicaciones. Es suficiente leer un solo libro sobre los salvajes para conocer
su seguridad de explicación. Explicarán que todo este mecanismo reposa en la
mutua atracción de los barcos, deducida de la caída de un mono desde lo alto de
su palmera, o aún que los demonios empujan a los navíos. Se levantará una
tempestad, arrojará sobre la isla los restos de un naufragio, que serán
despreciados. No se puede pensar en dos cosas a la vez.
Me hallo en el mismo estado de
espíritu que el salvaje que encontrara un día en una playa los restos de un
piano de cola, una pañería de la
India y un abrigo de pieles de Rusia. Toda la Ciencia consiste en
aproximaciones cada vez más amplias, en concebir las Indias en los términos de
un islote del Pacífico y Rusia en los términos de esta explicación de las
Indias. El idealista superior sería un positivista que intentara localizar lo
universal de acuerdo con el diseño cósmico. El superdogmatismo sería el salvaje
que sostuviera sin la menor sombra de duda que un piano de cola es un tronco de
palmera en el que un tiburón había dejado la huella de sus dientes. Y temo
mucho por el alma del doctor Gray, debido a que haya consagrado toda su
existencia al único principio de los miles de peces cayendo de un único cubo de
agua.
Por tal motivo, si la salvación
es deseable, me esfuerzo en concebir el mundo como ancho pero amorfo,
indefinido y heterogéneo. Si considero a otro mundo comunicándose en el mayor
secreto con algunos habitantes muy esotéricos de nuestra Tierra, me será
necesario considerar también otros mundos intentando comunicar con todos los
habitantes de nuestra Tierra, después vastas estructuras costeándonos a
kilómetros de distancia, sin el menor deseo de ponerse en contacto con
nosotros, como buques de cabotaje cruzando de isla en isla sin hacer su
elección. Después creo que tengo también datos sobre una vasta construcción,
que ha llegado numerosas veces a hacernos una visita subrepticia, hundiéndose
en el océano y permaneciendo sumergida, después volviendo a partir hacia lo
desconocido. ¿Cómo explicaría un esquimal a un navío venido a aprovisionarse de
carbón (que abunda en las playas árticas, pero cuya existencia desconocen los
nativos) y volviendo a partir sin intentar la menor tentativa diplomática?
Resultará difícil a mucha gente
admitir que nosotros podamos no ser interesantes.
Admito que se nos ha esquivado,
probablemente por razones morales. Pero la noción de los visitantes
extraterrestres en China, durante lo que nosotros llamamos el período
histórico, no será más que moderadamente absurda cuando la abordemos.
Admito que varios de estos otros
mundos puedan poseer condiciones de vida análogas a las del nuestro, pero creo
que algunos son tan diferentes que sus emisarios no podrían vivir entre
nosotros sin medios artificiales de adaptación. ¿Cómo podrían respirar nuestro
aire atenuado los visitantes venidos de una atmósfera gelatinosa?
Quizá con máscaras. Como aquellas
que se han encontrado en los antiguos depósitos. Algunas eran de piedra, y son
atribuidas a un atavio ceremonial de las poblaciones salvajes. Pero la máscara
encontrada en 1879 en Sullivan Country, Missouri... (2)
...¡Era de hierro y plata!
(1) (Proc. Amer. Acad. Sc., 1-65.
Para referencias, vease también Evolution of Worlds, de Lowell.)
(2) (American Antiquarian,
3-336.)
11
He aquí, sin duda, uno de los
datos más malditos de toda nuestra saturnal de condenados.
Ya que resulta vano querer abolir
una excomunión cualquiera, suponiendo que nos condenamos por nosotros mismos, y
que los condenados son aquellos que admiten su propia condenación. La inercia y
la hipnosis triunfan sobre nosotros. Lo verificamos, pero admitimos nuestra
pertenencia a la cohorte de los condenados. De hecho, solamente siendo más reales
podremos barrer los cuasi-obstáculos que nos hacen frente.
En el Scientific American (1),
Charles E. Holder escribe: «Hace varios años, una extraña piedra, parecida en
gran manera a un meteorito. cayó en el valle de Yaqui, México, y ¡a sensacional
historia corrió de un lado a otro del país: una piedra llevando inscripcioneS
humanas había caído a la tierra». La observación más sorprendente en estas
circunstancias es que Mr. Holder afirma la caída de la piedra. Quiso decir. sin
duda, que había caído por dislocación desde lo alto de una montaña al fondo de
un valle. Pero veremos que la piedra llevaba marcas tan singulares que es
inverosímil suponer la ignorancia de los nativos si se hubiera hallado en sus
montañas.
La piedra fue señalada por el
mayor Frederick Burnham, de la
Armada británica. Inmediatamente, Mr. Holder lo acompañó al
lugar con objeto de descifrar, dentro de lo posible, las inscripciones. Holder
declaró reconocer en ellas símbolos mayas familiares. Uno de los
pseudo-principios intermediaristas es que toda manera de demostrar algo sirve
igualmente para demostrar otra cosa. Por el método de Holder, yo podría
demostrar que soy maya... suponiendo que me lo proponga. Uno de los caracteres
que figuran en la piedra es un círculo, inscrito en el interior de otro
círculo: Mr. Holder descubrió el mismo carácter en un manuscrito maya. Hay dos
seis: el seis figura en el mismo manuscrito. Hay una doble espiral, puntos y
varias líneas. Holder selecciona lo que le conviene y elimina el resto. A mi
vez, quiero también eliminar el círculo inscrito y la doble espiral. Hay un
buen número de seis en el presente libro, una gran cantidad de puntos, entre
otros sobre las «i», y suficientes líneas como para hacer de mí un maya
auténtico. Si el lector sospecha que estoy burlándome de un valioso experto
arqueólogo, hará bien en leer el texto de Holder: «He sometido todas mis
fotografías -declara- al Field Museum, al Instituto Smithsoniano y a varios
museos. Ante mi gran sorpresa, me han respondido que las inscripciones les
parecían totalmente inidentificables.»
Un tal Charles C. Jones encontró,
en Georgia, dos cruces de plata preciosamente adornadas, pero poco
convencionales, puesto que cada brazo tenía la misma longitud (2). Mr. Jones,
buen positivista, descubrió que el explorador De Soto había hecho un alto en el
lugar «preciso» donde fueron descubiertas las cruces. Pero el espíritu de
negatividad que anima a todos los hechos «precisos» se manifestaba en una
inscripción, hecha sobre una de las dos cruces y desprovista de todo
significado español o simplemente terrestre: IYNKICIDU, descifra Jones, que
cree ver en ello un nombre, y que piensa, sin duda, en los antiguos incas de
los tiempos de la conquista. Pero, examinando por mí mismo la inscripción, he
comprobado que las letras identificadas como C y D están grabadas al revés, y
que la letra llamada K está al revés y cabeza abajo.
Es difícil concebir que las
inmensas y complejas minas de cobre del Lago Superior hayan sido obra de los
nativos de América. Pese a la excepcional extensión de estas excavaciones,
nunca se ha encontrado en la región un solo signo de habitación permanente: ni
una cabaña, ni un esqueleto, ni un solo hueso. Además, los indios no poseen la
menor tradicción minera (3). Creo más bien que hemos tenido visitantes,
llegados a buscar nuestro cobre, por ejemplo. Y hay otras reliquias de su paso.
En julio de 1871 (4), Mr. Jacob
Moffit, de Chillicothe, Illinois, envió a las autoridades científicas de su
tiempo la fotografía de una pieza de moneda que había desenterrado a una
profundidad de treinta y seis metros. Si se juzga por los standards científicos
convencionales, tal profundidad parece extraordinaria. Los paleontólogos, los
geólogos y los arqueólogos se juzgan razonables en cada uno de sus debates
sobre la antigüedad de una sepultura. Pero la muerte no es más que un falso
standard, un temblor de tierra puede enterrar a treinta y seis metros de la
superficie una pieza contemporánea.
Según un observador, la pieza es
de un espesor muy uniforme, y no es producto de un martillo primitivo: «Huele a
taller». Pero, de creer al profesor Leslie, es un amuleto astrológico. «Lleva
la marca de Piscis y Leo.» Con la misma pizca de buena voluntad, se puede
encontrar la marca de su tatarabuelo, la de los cruzados o la de los mayas, en
todo lo que sale de Chillicothe o de una subasta pública. Todo lo que se parece
a un gato o a un pez rojo recuerda al León o a Piscis. Añadiré además que, por
virtud de algunas distorsiones o supresiones, no hay nada que no se pueda
parecer a un gato o a un pez rojo.
Temo perder aquí algo de mi
paciencia. Ser condenado por Gigantes adormecidos, interesantes putillas y
estimables payasos, no hiere en nada mi poca vanidad. Pero los arqueólogos
representan los bajos fondos de lo divino, un arcaico parvulario del intelecto,
y es irritante ver que una cohorte de bebés polvorientos pretenden imponernos
su juicio.
El profesor Leslie descubre
entonces, con la misma voluntad arbitraria que vería en el puente de Brooklyn
el resultado de una broma de colegial, que «la pieza es el resultado de una
mixtificación, de la cual es inocente su propietario actual. Se trata de una
fabricación relativamente moderna, que data tal vez del siglo XVI,
probablemente de origen hispano o franco-americano». Por supuesto, el profesor
Leslie desprecia el hecho de que no hay nada francés o español en la famosa
pieza. La leyenda, precisa, se sitúa «entre lo árabe y lo fenicio, sin ser ni
de uno ni de otro». El profesor Winchell, que la examinó, dice en Sparks from a
Geologist's Hammer (5), al respecto de estos motlvos rudimentarios (formas de
un animal o de un guerrero o de un gato y de un pez rojo, según las
preferencias), que no han sido ni cinceladas ni grabadas, sino más bien «como
atacadas por un ácido». Semejante método es desconocido en la numismática y en
toda la superficie del planeta.
Si consideramos que en los
Estados Unidos se han descubierto inscripciones de antiguo origen que no pueden
ser atribuidas a ninguna raza aborigen del hemisferio occidental, y que
reproducen una lengua desconocida en todo el hemisferio oriental, no nos queda
más remedio que hacernos no-euclidianos e intentar concebir un tercer
«hemisferio», o aun concebir que han existido relaciones entre el hemisferio
occidental y otro mundo.
Dichas inscripciones me hacen
pensar en los archivos enrerrados por sir John Franklin en pleno corazón del
Artico, pero tambien en las tentativas de las expediciones de socorro por
comunicar con él. Los exploradores perdidos habían disimulado sus libros de a
bordo en túmulos bien camuflados. Las expediciones de socorro habían dejado en
pequeños balones un buen número de mensajes. Nuestros datos pertenecen a lo que
se disimula y a lo que se deja.
Una Expedición Perdida, viniendo
de Alguna Parte. Exploradores inmovilizados, incapaces de reintegrarse a su
universo e intentado, con una perseverancia muy sentimental, establecer algo
parecido a una comunicación. Y tal vez consiguiéndolo.
En 1838, Mr. A. B. Tomlinson,
propietario del gran túmulo de Grave Creek, en Virginia occidental, hizo
realizar excavaciones. En presencia de testigos, exhumó una pequeña piedra
plana y oval, un disco recubierto de caracteres alfabéticos grabados. El
coronel Whittelsey, experto en la materia, declaró que la piedra era un fraude
manifiesto. Avebury, en Prehistoric Times (6), remató: «Esta piedra ha sido
objeto de numerosas discusiones, pero se la considera actualmente como una pura
superchería. Está cubierta de caracteres hebreos, pero el falsificador ha
copiado el alfabeto moderno y no el antiguo.» Cuando demos la vuelta a nuestras
respectivas posiciones, reservaremos el mejor lugar a los antropólogos. La
piedra pertenece a la clase de fenómenos que el Sistema repudia. No quiere ser
asimilada por el Sistema. Y es por ello que varios filólogos se pronunciaron
como arqueólogos. Puesto que no es la piedra de Grave Creek la que lleva encima
caracteres hebreos antiguos o modernos, sino una piedra de Newak, en Ohio,
célebre por el espectacular error de su desgraciado fabricante. Como vamos a
ver, la inscripción de Grave Creek no era hebrea. Lo cual prueba que todas las
cosas son presumidas como inocentes, pero supuestas como culpables... a menos
que sean forzadas a la confrontación.
El coronel Whittelsey (7)
recuerda que la impostura del disco de Grave Creek fue establecida por Wilson,
Squires y Davis. Pero, cuando acude al Congreso Arqueológico de Nancy, Francia,
en 1875, se ve obligado a admitir visiblemente que esta reunión, aparentemente
importante, autentificó la piedra. El propietario del objeto, declara
tortuosamente, «impuso su punto de vista» al Congreso. A continuación,
Schoolcraft examinó la piedra y se pronunció en favor de su autenticidad.
Este fenómeno de balanza es muy
clásico: por un lado, tres o cuatro grandes expertos se pronuncian contra la
piedra. Por el otro, cuatro o cinco expertos rollizos le otorgan su confianza.
Y lo que nosotros denominamos lógica y razón no es más que una cuestión de
pareceres. Los rollizos expertos que se proclamaron en favor del disco
intentaron traducir la inscripción. Yo tengo, por supuesto, la costumbre de
atraerme, tan a menudo como me es posible, el apoyo de las distintas
autoridades eminentemente rollizas, pero en el presente caso siento cierta
aprensión al encontrarme en compañía tan obesa como nula.
Traducción de M. Jombard: «Tus
órdenes son ley. Tú brillas con un resplandor impetuoso y una rápida
flexibilidad.»
Mr. Maurice Schwab: «Habiendo
llegado el jete de la
Emigración a este lugar (o a esta isla), ha fijado para
siempre sus características.»
M. Oppert: «Aquí yace un hombre
asesinado. Quiera Dios, para vengarle, golpear a su asesino, cortando la mano
de su existencia.»
La primera versión es la que
prefiero. Evoca un no sé qué de pulidor de cobre terriblemente apresurado. La
tercera, por supuesto, es la más dramática, pero todas son perfectas: son la
ilustración misma de su recíproca perturbación.
En su Opúsculo 44, el coronel
Whittelsey vuelve por última vez sobre su tema, dando la conclusión del mayor
De Helward, en el Congreso de Luxemburgo, en 1877: «Si el profesor Read y yo
mismo estamos acertados en la conclusión de que los signos no son ni púnicos,
ni fenicios, ni cananeos, ni hebreos, ni libios, ni célticos y no pertenecen a
ningún alfabeto conocido, habremos establecido que su importancia ha sido muy
exagerada.» Un niño, como cualquiera que no esté definitivamente sujeto a un
sistema, comprendería que la importancia del tema reside en esta incertidumbre
y no en otro lado.
En una comunicación a la Sociedad Etnológica
Americana, el doctor John C. Evans relata que en 1859 fue exhumada por un
labrador, cerca de Pemberton, Nueva Jersey, un hacha (o una palanca) llevando
inscripciones semejantes hasta el punto de confundirse con las del disco de
Grave Creek. Estas mismas inscripciones, con sólo una apariencia de mala fe,
hubieran podido parecerse a las huellas en la nieve de un juerguista, a la
escritura de ustedes o a la mía, bastante ilegible por cierto.
Todo progreso va de lo imposible
a lo trivial. La cuasi-existencia va de la violación a las cunas. Intrusos
audaces y siniestros en el campo de las teorías, rufianes en las invenciones
poco honorables, suscitan las alarmas de la Ciencia , sus coces en auxilio de esta sumisión
que les es más querida que la vida, con una fidelidad parecida a la de Mrs.
Micawber.
Mucho después de la controversia
de Grave Creek, se hallaron otras piedras esculpidas y, cincuenta años más
tarde, el reverendo M. Gass exploró una serie de túmulos cerca de la ciudad de
Davenport (8). Encontró allí varias tablillas de piedra, en una de las cuales,
descifrable, se leían las letras T F T O W N S. La tablilla, dijeron los
especialistas, era probablemente de origen mormón, ya que en Mendon, Illinois,
se había desenterrado una placa de cobre llevando los mismos caracteres, la
cual había sido descubierta «cerca de una casa que había pertenecido a un
mormón». Un meteorólogo, suponiendo que unas cenizas provienen de un incendio,
se informaría cerca de un bombero. No se le ocurrió, al parecer, a nadie el
mostrar las tablillas de Davenport a un mormón.
En otra tablilla, habla dos F y
dos ochos. En la tercera, de treinta por veinte centímetros, había cifras
romanas y árabes, tres ochos y siete ceros. «A estos caracteres familiares
estaban mezclados signos que recordaban los alfabetos hebreo y fenicio.» Puede
que el descubrimiento de Australia, entre tantos otros, se revele menos
importante que la exhumación y el descifrado de dichas tablillas. ¿Pero han
oído hablar alguna vez de ellas fuera de los límites de este libro? ¿Qué
experto se ha dedicado a su traducción? ¿Se ha intentado solamente explicar su
presencia y su antigüedad, en una tierra donde, según se nos dice, sólo
habitaban salvajes analfabetos? Hay ciertos tesoros que son exhumados solamente
para volver a enterrarlos algo más lejos.
No puedo digerir este llamamiento
a los mormones. Tal vez dentro de varios siglos se encontrarán objetos dejados
caer en globos por las expediciones árticas y mensajes escondidos bajo las
rocas por sir John Franklin durante su agonía. ¿No será absurdo atribuírselos a
los esquimales?
He aquí aún otra alma perdida,
recuperada en uno de los depósitos de cadáveres anónimos del American Journal
of Science: según el profesor Silliman, un bloque de mármol extraído de una
cantera cerca de Filadelfia, en noviembre de 1829, fue cortado en placas (9).
La operación reveló, en plena roca, una impresión hueca de cuatro por dos
centímetros; una impresión geométrica que contenía dos letras que se parecían a
I U, con la única diferencia de que los ángulos de la U , en lugar de ser redondeados,
formaban ángulos rectos. El bloque de mármol se encontraba a veinticuatro
metros de profundidad y la inscripción parecía de carácter antiguo. Para
cualquiera que no se halle aún ahito por la trivialidad de lo increíble, puede
parecer extraño que una impresión hueca en la arena haya podido soportar el
peso de varias toneladas de arena solidificada, pero las famosas impresiones de
pies del Nicaragua fueron exhumadas bajo once capas de roca sólida. Este
elemento no es tema de discusión, lo cito únicamente para airearlo.
Imagino que. en Europa, tales
bloques de piedra recubiertos de inscripciones han podido llover en gran
cantidad ya que se han encontrado muchos de ellos en las cavernas. Parece
inaceptable que hayan sido grabados por los pueblos aborígenes y los hombres
prehistóricos hayan podido recogerlos, ya sea por curiosidad, ya sea para
adornar con los mismos sus madrigueras. Algunos de estos bloques tenían el
tamaño y hasta la forma del disco de Grave Creek: «una piedra larga y oval, de
unos cinco centímetros de largo». En alguna parte aparecían distintamente las
letras F E I. Las observaciones de Piette fueron confirmadas por M. Cartailhac
en Ancient Hunters (10), y M. Boule les añadió ejemplos suplementarios.
«Ofrecen -escribió Sollas- uno de los más curiosos enigmas de toda la
prehistoria.»
Mr. J. H. Hooper (11 a ), de Bradley Co.,
Tennessee, después de encontrar una curiosa piedra en un bosquecillo de su
propiedad, desenterró una larga muralla cubierta de símbolos alfabéticos. «Se
pueden enumerar ochocientos setenta y dos caracteres, de los cuales algunos
figuran duplicados, y varias imitaciones de formas animales o de la Luna. La imitación
accidental de los alfabetos orientales es numerosa.» Detalle, sin duda, aún más
significativo: estas letras estaban recubiertas de una capa de cemento.
Y los sellos chinos de Irlanda.
Proc.
Roy. Irish Acad. (11 b): J.
Huband Smith leyó en la
Real Academia Irlandesa la descripción de doce sellos chinos
descubiertos en Irlanda. Todos ellos se parecen: son unos cubos representando a
un animal sentado. «Las inscripciones pertenecen a una clase muy antigua de
caracteres chinos.» Y pese a que el hecho sea indiscutible, he aquí los tres
detalles que han hecho de este descubrimiento, generalmente olvidado, un paria
de la Ciencia. Los
arqueólogos reconocen que no hubo jamás, en el más remoto pasado, la menor
relación entre China e Irlanda. Ningún otro objeto de la antigua China ha sido
descubierto en Irlanda. Finalmente, los sellos estaban considerablemente
alejados unos de otros.
Posteriormente se encontraron
otros, y solamente en Irlanda. En 1852 se desenterraron unos sesenta. De todos
los descubrimientos arqueológicos hechos en Irlanda, «no hay ningún otro más
misterioso» (12). Se han hallado tres de ellos en Tipperary, seis en Cork, tres
en Down, cuatro en Waterford y el resto a razón de uno o dos por condado. Sólo
uno fue encontrado en el lecho del río Boyne, cerca de Clonard, Meath, donde
algunos obreros recogían grava.
En este caso concreto, si ustedes
no adoptan instintivamente mi sugestión, no encontrarán ninguna otra
explicación ortodoxa: no existe. La sorprendente dispersión de los sellos a
través de campos y bosques ha desanimado a los sabios, y el doctor Frazer se ha
contentado con declarar, en Proccedings of the Royal Irish Academy (13): «Todos
ellos parecen haber sido esparcidos a través del país por algún extraño medio
sobre el cual no puedo ofrecer la menor aclaración.»
(1) Scientific American del 10 de
septiembre de 1910.
(2)
(Rept. Smithson. Inst., 1881-619)
(3)
(Amer. Antiquarian, 26-258.)
(4) Proc.
Americ. Phil. Soc., 12-224.
(5)
Sparks from a Geologist's Hammer, p. 170.
(6)
Prehistoric Times, p. 271.
(7)
(Western Reserve Historical Tracts nº 33.)
(8)
(American Antiquarian, 15-73)
(9) (Am.
J. Science, 1-19-361)
(10)
Ancient Hunters, p 95.
(11 a ) Trans. N. Y. Acad. of
Sciences, 11-27
(11 b)
Proc. Roy. Irish Acad. 1-351.
(12)
(Chambers' Journal, 16-364)
(13)
Proccedings of the Royal Irish Academy, 10-171
12
Un vigilante nocturno vela ante una
media docena de linternas rojas en una carretera bloqueada.
Hay faroles de gas, candelabros y
ventanas iluminadas en el barrio; se prenden cerillas, se encienden fuegos, se
declara un incendio, hay anuncios de neón y faros de automóvil.
Pero el vigilante nocturno
permanece junto a su pequeño sistema.
Esto es lo que se llama Etica.
Algunas jovencitas se encierran
con su querido y viejo profesor en una torre de marfil.
La violación y el divorcio, el
alcoholismo y el asesinato, la droga y la sífilis están excluidos.
Lo austero y lo preciso, lo
exacto, lo puritano y lo matemático, lo único puro y perfecto. Una gota de
leche flotando sobre el ácido que la corroe. Lo positivo inundado por lo
negativo.
La conciencia de lo real es la
mayor resistencia posible a las tentativas de realizarse o de convertirse en
real, puesto que se contenta con sentir lo que alcanza la realidad. Yo no me
opongo a la Ciencia ,
sino a la actitud de las Ciencias desde el momento en que imaginan haber
realizado un fin. Me opongo a la creencia, no a la aceptación; a la
insuficiencia tantas veces comprobada, a la puerilidad de los dogmas y los
standards científicos. Si varias personas parten hacia Chicago y llegan a
Buffalo, y si una de ellas se persuade de pronto de que Buttalo es Chicago,
opondrá una resistencia al progreso de los demás.
Así actúa la astronomía y su
pequeño y aparentemente exacto sistema.
Pero tendremos datos de mundos
redondos. y de mundos ahusados o en forma de rueda; de mundos parecidos a
titánicas tijeras o unidos unos a otros por hileras de filamentos: mundos
solitarios y mundos en horda; mundos inmensos, mundos minúsculos, algunos
formados por la misma materia que nuestro planeta, otros elevándose en
superconstrucciones geometricas de hierro y de acero. Restos y fragmentos de
vastos edificios. Un día u otro sabremos que, además de las cenizas del coque y
del carbón, fragmentos de acero han caído sobre la Tierra.
Pero, ¿qué sabría un pez de las
grandes profundidades si una plancha de acero, desprendida de un pecio, le golpeara
la nariz? Estamos sumergidos en un océano convencional de densidad casi
impenetrable. A veces soy un salvaje descubriendo un objeto en la orilla de su
isla, a veces soy como un pez de las profundidades y me duele la nariz.
El mayor de los misterios: ¿por
qué no se muestran ellos a nosotros, abiertamente? Quizá se mantengan apartados
por razones morales; pero, ¿no habrá entre ellos algunos degenerados? O por
razones fisicas: desde el momento en que evaluamos esta posibilidad, creemos de
buen grado que el acercamiento de nuestro mundo por otro mundo seria
catastrófico. Pero, con todo, debemos interesarles, sea al grado que sea. Los
microbios y los gérmenes nos interesan, algunos incluso nos apasionan. ¿Un
posible peligro? Cuando una de nuestras naves duda en aproximarse a una costa
rodeada de arrecifes, envía una canoa.
¿Por qué no se establecerán
relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cyclorea (este es el nombre,
en astronomía avanzada, de un notable mundo en forma de rueda)? ¿Por qué no nos
enviarán algunos misioneros para convertirnos abiertamente, arrancarnos de
nuestras prohibiciones bárbaras y de nuestros tabúes y preparar el camino a un
mercado ventajoso de ultra-biblias y de super-whiskeys?
Entreveo una respuesta simple e
inmediatamente aceptable: ¿educaríamos nosotros, civilizaríamos nosotros, si
pudiéramos, a los cerdos, a los patos y a las vacas? ¿Estaríamos dispuestos a
establecer relaciones diplomáticas con la gallina que pone para nosotros,
satisfecha de su sentido absoluto de la perfección?
Creo que somos bienes
inmobiliarios, accesorios, ganado.
Pienso que pertenecemos a algo.
Que antiguamente la Tierra
era una especie de No man's land que otros mundos han explorado, colonizado y
disputado entre ellos.
Actualmente, alguien posee la Tierra , y ha alejado de
ella a todos los colonos. Nada se nos ha aparecido viniendo del más allá, tan
abiertamente como un Cristobal Colón desembarcando en San Salvador o Hudson
remontando el rio que lleva su nombre. Pero, en cuanto a las visitas subrepticias
hechas al planeta, muy recientemente aún, en cuanto a los viajeros emisarios
llegados quizá de otro mundo y cuidando mucho de evitarnos, tenemos pruebas
convincentes.
Emprendiendo esta tarea, deberá
prescindir a mi vez de algunos aspectos de la realidad. Veo difícil, por
ejemplo, cómo abarcar en un solo libro todos los usos posibles de la humanidad
para un modo distinto de existencia, o incluso justificar la lisonjera ilusión
que quiere que seamos útiles a algo o a alguien. Los cerdos, los patos y las
vacas deben, en principio, descubrir que son posesión de alguien, y después
preocuparse por saber por qué son poseidos. Quizá somos utilizables, quizá se
ha operado un convenio entre varias partes: algo sobre nosotros tiene derecho
legal por la fuerza, después de haber pagado por obtenerlo, el equivalente de
las cuentas de colores que le reclamaba nuestro anterior propietario, más
primitivo. Y esta transacción es conocida desde hace varios siglos por algunos
de nosotros, carneros emisarios de un culto o de una orden secreta cuyos
miembros como esclavos de primera clase, nos dirigen de acuerdo con las
instrucciones recibidas y nos encaminan hacia nuestra misteriosa función.
Antiguamente, mucho antes de que
la posesión legal fuera establecida, los habitantes de una multitud de
Universos aterrizaron en la
Tierra y saltaron, volaron, navegaron o derivaron, empujados,
atraídos hacia nuestras orillas, aisladamente o bien en grupos, visitándonos
ocasionalmente o periódicamente por razones de caza, de trueque o de
prospección, quizá también para llenar sus harenes. Instalaron aquí sus
colonias, se perdieron o debieron volver a marcharse. Pueblos civilizados o
primitivos, seres o cosas, formas blancas, negras o amarillas.
Tengo todas las razones para
creer que los antiguos bretones eran azules.
Por supuesto, la antropología
convencional quiere que sencillamente se hayan pintado de azul. Pero, en mi
antropología avanzada, eran realmente azules.
Recientemente (1), ha nacido en
Inglaterra un niño de color azul. Explicación: puro y simple atavismo.
Gigantes y Hadas. Los acepto. La Ciencia de hoy es la
superstición de mañana, la
Ciencia de mañana, la superstición de hoy.
Se ha encontrado en Escocia un
hacha de piedra de cincuenta por treinta centímetros (2); en un túmulo de Ohio,
un hacha de cobre de sesenta centirnetros de largo y que pesa diecisiete
kilogramos (3); otra hacha descubierta en Birchwood, Wisconsin, ha sido
expuesta en la colección de la Sociedad Histórica de Missouri (4): estaba
«plantada en el suelo», como dejada caer, y medía setenta por cuarenta
centímetros y pesaba ciento treinta y cinco kilogramos.
O las huellas de pasos en la
arenisca, netas y precisas, en Carson, Nevada, (5): cada pie medía de cincuenta
a sesenta centímetros de largo. Para asimilarlas a su Sistema, el profesor
Marsch, un sistematizador leal y sin escrúpulos, argumentó inmediatamente en el
Journal: «La dimension de estas huellas, y particularmente la insólita
desviación entre la serie de la derecha y la serie de la izquierda prueban, contra
toda suposición, que no pertenecen a un ser humano.»
Tómense ustedes la molesta de
mirar las fotos de estas huellas, reproducidas en el mismo Journal: o bien
estarán de acuerdo con el profesor Marsch, o estimarán que su denegación indica
un intelecto tan profundamente refrenado por el Sistema como las facultades
mínimas de un monje medieval. El razonamiento de este fantasma representativo,
de esta apariencia espectral que juzga y condena, es el siguiente: jamás han
habido gigantes sobre la tierra, porque estas huellas gigantes son más gigantes
que las huellas de los no gigantes.
Veo a estos seres gigantescos
como ocasionales visitantes del planeta. Stonehenge, por ejemplo. Pero puede
que con el tiempo terminemos por admitir un día que existen numerosas huellas
de su residencia terrestre. Osamentas, y ausencia de osamentas Sea cual sea mi
naturaleza optimista y crédula, cada vez que visito el Museo Americano de
Historia Natural mi cinismo surge nuevamente a la superficie en la sección
«Fósiles». Osamentas gigantescas, reconstruidas de modo que nos hagan
«verosímiles» a los dinosaurios. En el piso de abajo hay una reconstrucción del
pájaro dodo. Es una verdadera ficción, presentada como tal. Pero edificada con
tal amor, con tanto deseo de convencer...
Hay tambien las «Cruces de las
Hadas».
Entre el punto de union de la
cresta Azul y de los montes Alleghanys, al norte del condado de Patrick, en
Virginia, se han hallado unas cruces muy pequeñas (6).
Una raza de seres minúsculos.
Que crucificaban a sus condenados.
Seres refinados, poseyendo la
crueldad de todos los refinados. Eran hombres en miniatura: crucificaban.
Las «Cruces de las Hadas» pesan,
según el Harper's Weekly, de catorce a veintiocho gramos, pero algunas de entre
ellas, según el Scientific American (7), son tan pequeñas como cabezas de
alfiler. Se hallan repartidas sobre dos Estados, pero todas las que se han
encontrado en Virginia están estrictamente localizadas en y a lo largo de la Bull Mountain.
Uno piensa entonces
irresistiblemente en los sellos chinos de Irlanda.
Algunas son cruces romanas, otras
cruces de San Andrés, algunas cruces de Malta. Esta vez se nos ahorra el
contacto de los antropólogos. Tendremos que tratar con los geólogos, pero el
alivio de nuestras sensibilidades más finas y más reales no será más que
mínimo. Los geólogos han explicado las «Cruces de las Hadas» por medio del
tropismo científico habitual: las cruces, según ellos, no eran más que
cristales, pese a que esta tesis no da cuenta de la distribución localizada de
las cruces, laguna que ellos reconocen tan sólo de paso.
Pero, y la diversidad de forma de
dichas cruces? Ciertamente, puede haber un mineral poseyendo una gama de formas
geométricas, aunque estuviesen reducidas al tema de la cruz: los copos de
nieve, ¿no son acaso una infinidad de formas reducidas al hexágono? Pero los
geólogos, al igual que los astrónomos, los químicos y otros peces de las
grandes profundidades, han despreciado el dato esencial. Las «Cruces de las
Hadas» no están todas hechas de la misma materia.
Es siempre el psicotropismo, el
eterno proceso de asimilación. Los cristales son formas geométricas, se hallan
incluidos en el Sistema: luego, las «Cruces de las Hadas» son cristales. Pero
el que diferentes minerales puedan, en distintas regiones, componer distintas
formas de cristales, es algo que constituye una seria oposición.
Pero vayamos ahora a otros
minúsculos «malditos», por la salvación de los cuales se han casi condenado
algunos misioneros científicos.
Los «Sílex Pigmeos».
Son innegables, estan expandidos
y son célebres. Son pequeñísimos útiles prehistóricos de una longitud de dos a
tres milímetros. Se han hallado en Inglaterra, en la India , en Francia y en
Africa del Sur. No se los discute, no se los desprecia, han dado incluso origen
a una abundante literatura. Sin embargo, pertenecen a la flor y nata de los
condenados. Se ha intentado racionalizarlos, asimilarlos, identificándolos como
juguetes de niños prehistóricos, lo cual me parece razonable. Llamo razonable a
todo aquello que todavía no posee un contrario igualmente razonable. Añadiré
también que nada es finalmente razonable, pese a que algunos fenómenos se
acercan más que otros a la razón. Planteado esto, hay una aproximación mayor
que esta noción de los juguetes: por todos lados donde se hallan sílex pigmeos,
todos los sílex son pigmeos. Al menos en la India , en donde capas de terreno separan los
sílex de mayor tamano de los sílex enanos (Wilson).
Y he aquí el detalle que, por el
momento, me conduce a pensar que estos sílex han sido fabricados por seres
humanos del tamaño de enanos. El profesor Wilson (8) señala que los sílex no
solamente eran minúsculos sino que su trabajo era «minucioso». R. A. Galty, en
Science Gossip (9) dice: «Es tan fino que para estudiar el trabajo de talla es
necesario una lupa». Hermosa lucha para expresar, en la mentalidad del siglo
XIX, una idea que no pertenecía a su siglo. Esto parece concluir en una teoría,
ya sea en favor de seres minúsculos, grandes como cohombros y talladores de
sílex, ya sea en favor de salvajes muy ordinarios que los hubieran tallado con
ayuda de una lupa.
La idea que me preparo para
desarrollar, diría mejor que voy a perpetrar, a continuación, es
intensísimamente maldita Es un alma perdida, lo admito, o más bien me
vanaglorio de ello. Pero se integra en el método científico de la asimilación,
si pensamnos en los hombres de Elvera.
Pero a este respecto olvidaba
decirles el nombre del mundo de los Gigantes es Monstrator, un universo en
forma de huso, de doscientos mil kilómetros de largo en su eje mayor.
Volveremos a hablar de él.
Mi inspiración está, pues,
justificada si pensamos en que los habitantes de Elvera han venido solamente a
hacernos una visita. Han venido en hordas densas, como una nube de langostas,
en expediciones de caza -a la caza de los ratones sin duda, o de las abejas-,
hordas minúsculas horrorizadas ante cualquiera que se tragara más de una
habichuela a la vez, temiendo por el alma de cualquiera que engullera más de
una gota de rocío a la vez. Hordas de exploradores minúsculos, determinadas en
su infinita pequeñez a hacer triunfar sus derechos. Tan ínfimas criaturas, apenas
desembarcadas de su pequeño mundo, pasarían bruscamente de lo mínimo a lo
enorme. Tragadas de un solo bocado por cualquier animal terrestre, digeridas
por docenas como sin pensar en ello, caerían en un riachuelo que se las
llevaría con su tumultuoso torrente. «Los datos geológicos son incompletos».
diría Darwin. Sus sílex sobrevivirían, pero sus frágiles cuerpos
desaparecerían. Un golpecillo de viento y un elverano sería barrido a
centenares de metros, sin que sus compañeros pudieran recuperar su pequeño
cadáver. Llorarían al desaparecido; respetarían el luto, y realizarían los
inevitables funerales.
Adopto aquí una explicación
tomada a la antropología, la de la inhumación en efigie.
A principios de julio de 1836
(10), algunos muchachos buscaban madrigueras de conejo en una cadena de rocas
próximas a Edimburgo, conocida con el nombre de Silla de Arturo. En la ladera
de una resquebradura, encontraron algunas hojas de pizarra. Las arrancaron, y
descubrieron una pequeña caverna y diecisiete ataúdes en miniatura, de cinco a
seis centímetros de largo. Dentro de estos ataúdes había unas minúsculas
siluetas de madera, talladas en estilo y materia muy diferentes. Lo más
extravagante era que los ataúdes habían sido depositados en la caverna uno
después del otro, con varios años de intervalo. Una primera hilera de ocho
ataúdes estaba completamente podrida, deshaciéndose en polvo las envolturas.
Para una segunda hilera, igualmente de ocho ataúdes, los efectos del tiempo
eran menos visibles. La última hilera, finalmente, inacabada, estaba compuesta
por un solo ataúd, de apariencia reciente. En la revista escocesa Proceeding
(11) puede leerse un relato detallado de este descubrimiento, ilustrado con la
reproducción de tres ataúdes y de tres siluetas.
Imagino a Elvera, sus bosques
tranquilos y sus conchas microscópicas. Los elveranos puede que sean
primitivos, pero toman baños, utilizando esponjas grandes como una cabeza de
alfiler.
Han podido ocurrir catástrofes, y
algunos fragmentos de Elvera caer en la Tierra. En Popular Science, (12), Francis
Bingham, describiendo los corales, las esponjas, las conchas y los crinoideos
encontrados por el doctor Hahn en los meteoritos, declara que su «más notable
particularidad reside en su extrema pequeñez». Los corales, por ejemplo, se
hallan reducidos a una vigésima parte de los corales terrestres. «Representan
-escribe Bingham- un verdadero mundo animal pigmeo».
Supongo que los habitantes de
Elvera y de Monstrator eran seres primitivos en el tiempo de sus visitas a la Tierra , aunque en realidad,
en una cuasi-existencia, todo lo que nosotros, semifantasmas, llamamos
evidencia de algo, puede ser muy bien la evidencia de cualquier otra cosa. Los
lógicos, los detectives, los jurados, las mujeres celosas y los miembros de la Real Sociedad
Astronómica reconocen esta indeterminación, pero conservar la ilusion de que el
método de concordancia constituye una evidencia real y final. Es suficiente,
tal vez, en el caso de una existencia semi-real, pero que no ha concurrido
menos en su tiempo a los procesos de las brujas y a las historias de fantasmas.
No es que yo sea bastante rezagado como para negar los fantasmas y las brujas,
sino que pienso que no han existido jamás las brujas ni los fantasmas conforme
los presenta la tradición popular. Toda su leyenda ha sido sostenida por
sorprendentes fabricaciones de detalles.
Si un gigante deja, pues, en el
suelo la huella de sus pies desnudos, esto no significa que sea un primitivo.
Puede ser un coloso de cultura, hundido en plena cura de Kneipp. Y si
Stonehenge es una construcción vasta, pero muy imprecisa geométricamente, esta
disparidad puede significar no importa qué: enanos ambiciosos, gigantes en el
estado del hombre de las cavernas, o arquitectos postimpresionistas de una
civilización demasiado avanzada.
Si hay otros mundos son mundos
tutelares, y Kepler, por ejemplo, no pudo equivocarse completamente. Su visión
de un ángel afecto al impulso y a la dirección de cada planeta puede no ser muy
aceptable, pero hablando en abstracto implica la noción de una relación
tutelar. El solo hecho de ser implica la tutela.
Una vaca pasta, un tigre acecha,
un cerdo hoza el suelo con su hocico, los planetas intentan la captura de un
cometa como los traperos y los cristianos, un gato se precipita de cabeza en un
cubo de basura; las naciones se disputan un territorio, las Ciencias organizan
sus datos, los magnates ordenan sus trusts, una chica del coro corre para tomar
su cena de medianoche... y todos son detenidos por lo inadmisible. La chica del
coro y su bogavante hervido. Si no come carne y caparazón, representará el
fracaso universal ante la positividad. Si se come una y otro, lo representa
también, ya que su estómago en revolución la confrontará con el Negativo
Absoluto. Así actúa la Ciencia
con todos mis datos, tan duros de caparazón.
Si otros mundos han tenido
relaciones con la Tierra ,
eran tentativas de positivación. Querían extender sus fronteras mediante
colonias, convertir o asimilar a los nativos del planeta. Somos las colonias de
estos mundos-matriz. De Super-Romanimus es de donde salieron los primeros
romanos. La historia es tan válida como la de Rómulo y Remo. Y Azuria otorgó su
tutela a los antiguos británicos. Azuria, de donde venían los hombres azules,
cuyos descendientes se han diluido como los saquitos de azulete en un fregadero
con todos los grifos abiertos. Mundos antiguamente tutelares, hasta el último
aliento, hasta el rechazo por todas las sociedades de algunas unidades, hasta
la reacción ante lo inasimilable.
De ahí la cólera de Azuria,
puesto que las poblaciones terrestres no querían asimilar a sus colonos de
Inglaterra, no querían volverse azules para complacerla. La historia es un
departamento de la ilusión humana que me apasiona. En los fuertes vitrificados
de algunas regiones de Europa, hay datos que han olvidado los Humes y los
Gibbons.
Estos fuertes vitrificados rodean
Inglaterra, pero no están en Inglaterra. Se les encuentra en Escocia, en
Irlanda, en Bretaña y en Bohemia.
Y un día, Azuria, con sus
huracanes eléctricos, quiso barrer de la Tierra a todos los pueblos que se le resistían.
La masa azul de Azuria apareció
en pleno cielo; las nubes enverdecieron, el sol perdió toda forma y se
empurpuró con las vibraciones de su cólera. Los pueblos blancos, amarillos y
morenos de Escocia, de Irlanda, de Bretaña y de Bohemia huyeron a la cima de
las colinas y construyeron los fuertes. En la existencia real las colinas
accesibles a un enemigo aéreo serían la última elección de los fugitivos. Pero
en la cuasi-existencia, un hombre habituado, en caso de peligro, correrá
directamente a la cima de una colina, incluso si el peligro está muy próximo.
Es muy corriente, en la cuasi-existencia, el hecho de querer huir acercándose a
su perseguidor.
Y la electricidad se proyectó
sobre todos los fuertes, cuyas piedras vitrificadas o fundidas existen aún hoy
en día. En su terror medieval a la excomunión, los arqueólogos han intentado
explicar los fuertes vitrificados en términos de experiencia terrestre: han
supuesto que los pueblos prehistóricos habían construido enormes braseros, a
menudo muy alejados de su reserva de madera, para fundir exteriormente y
cimentar las piedras de sus construcciones. Siempre la negatividad: en el
interior de sí misma, una Ciencia no puede ser jamás homogénea, unificada o
armoniosa.
Pero, si examinamos aunque sea
sólo un poco el tema antes de comentarlo, lo que es un modo de ser más real que
nuestros oponentes. descubriremos que las piedras de estos fuertes están
vitrificadas sin referencia a su cimentación, que están cimentadas por bandas
irregulares, como si hubieran sido golpeadas por ráfagas. ¿Alquien piensa en el
rayo? Las piedras de los viejos fuertes levantados en Escocia, en Irlanda, en Bretaña
o en Bohemia están fundidas por bandas, pero el rayo elige siempre masas
aisladas y bien visibles. Algunos fuertes vitrificados no están situados en
alturas, pasan incluso desapercibidos; sin embargo, sus muros están
vitrificados por bandas.
Algo ha producido en los fuertes
de Escocia, de Irlanda, de Bretaña y de Bohemia un efecto parecido al del rayo.
En el resto del mundo, los restos de los altos fuertes no están vitrificados.
Ya que sólo hay un crimen, en sentido local, que es no volverse azul cuando los
dioses son azules, y un solo crimen en sentido universal, que es no enverdecer
a los dioses, cuando uno es verde.
(1)
Annals of Philosophy, 14-51.
(2)
(Proc. Soc. of Ants. of Scotland, 1-19-184.)
(3)
(Amer. Antiquarian, 18-60.)
(4)
(Amer. Anthropologist, n. s. 8-229.)
(5)
(Amer. Jour. Sci. , 3-26-139.)
(6)
Harper's Weekly, 50-715.
(7)
Scientiftic American, 79-395.
(8)
(Rept. National Museum, 1892-455.)
(9)
(Science Gossip, 1898-36.)
(10)
London Times, 20 de Julio de 1836.
(11)
Proceeding of the Society of Antiquarians of Scotland, 3-12-460.
(12) Popular Science, 20-83.
13
Uno de los más extraordinarios
fenómenos o pretendidos fenómenos de la investigación psíquica, o de la
pretendida investigación psíquica (puesto que, en la cuasi-existencia, no existe
verdadera investigación sino solamente simples aproximaciones de investigación,
continuas a la decencia y a los prejuicios), son los «Tiros de piedras».
Se atribuyen a los poltergeistas,
a los espiritus perniciosos.
Dichos poitergeistas no encajan
en mi cuasi-sistema actual, que pretende organizar y clasificar todos los datos
rechazados de los fenómenos de fuerzas extratelúricas, expresados en términos
físicos. Los considero, pues, como dañinos, ilusorios, discordantes o absurdos,
epítetos que atribuyo a diferentes aspectos de lo inasimilable. Pero no los
niego, puesto que supongo que un día, cuando nos sintamos más ilustrados,
cuando hayamos acrecentado la esfera de nuestras credulidades u obtenido
cierto.incremento de ignorancia que se llama conocimiento, podrán convertirse
en asimilables. Los poltergeistas serán tan verosimiles como los árboles, se
asimilarán a una fuerza dominante, a un sistema o a un cuerpo mayor de
pensamiento, es decir, a la hipnosis y a la ilusión por supuesto, pero
desarrollarán, imagino, una aproximación siempre mayor a la realidad. Por el
momento, me parecen absurdos o perjudiciales, proporcionalmente a su
inasimilabilidad actual, atemperada de todos modos por el factor de su posible
asimilabilidad en el futuro.
Menciono a los poltergeistas
porque algunos de mis datos, o de mis pretendidos datos, coinciden con los
suyos. Se han arrojado piedras, o han caído piedras, desde una fuente invisible
e indetectable, sobre un espacio restringido.
«En la tarde del jueves (1),
desde las cuatro hasta las siete y media, las casas del 56 y del 58 de Reverdy
Road, en Bermondsey, fueron bombardeadas por piedras y otros proyectiles de
origen desconocido. Dos niños resultaron heridos, todas las ventanas rotas, y
varios enseres domésticos completamente destruidos. Pese a que se reunió en
dicho sector una fuerte concentración de policías, nadie pudo determinar desde
qué dirección habían sido lanzadas las piedras.»
La mención de «otros proyectiles»
es razonablemente burlona. Si implica la caída de latas de conserva y zapatos
viejos, y si su procedencia permanece en el misterio porque nadie ha pensado en
levantar sus ojos al cielo, nuestro provincialismo irá vivamente en
disminución.
En la vivienda de Mr. Charton
(2), en Sutton Courthouse, Sutton Lane, Chiswick, varias ventanas fueron
destrozadas «por algún agente misterioso». No se logró encontrar jamás al
culpable. El edificio estaba aislado de toda vecindad y rodeado de elevados
muros. Fue llamada la policía. Dos constables, asistidos por varios inquilinos,
montaron guardia, sin impedir que los vidrios continuaran rompiéndose «delante
y detrás de la casa a la vez».
Algunas islas flotantes se
estacionan a menudo en el Supermar de los Sargazos, siendo, a veces, afectadas
por perturbaciones atmosféricas que provocan la caída de diferentes objetos en
determinadas zonas terrestres. Sostengo que de las playas que jalonan las islas
flotantes del Supermar de los Sargazos caen algunas veces guijarros.
En Wolverhampton, Inglaterra, en
el mes de junio de 1860, después de una violenta tormenta, cayeron tal cantidad
de pequeños guijarros que fue preciso retirarlos con palas (3 a ). Un gran número de
pequeñas piedras negras cayeron en Birmingham, Inglaterra, en agosto de 1858,
en una tormenta: se dijo que eran similares a algunos basaltos existentes a
varios kilómetros de Birmingham de iguales caracteristicas (3 b). Guijarros
como «pulidos por el contacto con el agua» cayeron en Palestine, Texas, el 6 de
julio de 1888; pertenecían a «una formación inusitada en Palestine» (4). Bolas
redondas y lisas en Handahor en 1834 (5). «Un gran número de piedras de forma y
aspecto desconocidos en tales regiones en Hillsboro, Illinosis, el 18 de mayo
de 1883, en el curso de un tornado» (6).
Guijarros de las playas aéreas y
guijarros terrestres, producidos por los torbellinos, se confunden en estos
casos hasta tal punto que parece necesario separarse del punto de unión: han
caído guijarros que ningún torbellino conocido podría explicar, otros
encerrados en piedras de granizo tan voluminosas que parece imposible que hayan
podido formarse en la atmósfera terrestre, otros finalmente que se abatieron, a
largos intervalos, en el mismo lugar. En setiembre de 1898, un periódico
neoyorquino anunciaba que un árbol había sido herido por un relámpago o una
apariencia luminosa en Jamaica. Cerca del árbol se encontraron menudos
guijarros, cuya impertinencia en relación con la ortodoxia llegó hasta tal
punto que eran «lisos y pulidos como por el agua», no fragmentos angulosos como
se desprenden de los meteoritos.
Un geólogo del Gobierno confirma,
sin embargo, que este género de guijarros abunda en Jamaica (7). El profesor
Fassing en la Monthly
Weather Review, setiembre de 1915, relata una caída de
granizo en Maryland, el 22 de junio de 1915: las piedras, grandes como una
pelota de béisbol, «no eran en absoluto raras». Añade aún el testimonio de un
habitante de Annapolis, que había encontrado menudos guijarros en el interior
de las gruesas piedras de granizo. «El testigo ofreció producir los guijarros,
pero no se le vio más». Cuando un testigo «produce» guijarros, se vuelve tan
convincente que cuaíquiera que viera caer del cielo bocadillos de jamón
«produciría» bocadillos de jamón.
Admitida tal reticencia,
recordemos que un observador meteorológico señaló de veinte a veintiséis capas
alternas de hielo puro y de hielo lechoso en una de estas piedras de granizo.
En términos ortodoxos, sostengo que una de tales piedras de respetable tamaño
cae de las nubes a una velocidad suficiente como para que el roce del aire la
autorice, como máximo, a formar una capa de hielo. Para que presente una
veintena de estas capas seria necesario que. en lugar de caer, rodara
ingrávidamente en algún lugar durante un cierto tiempo.
Un dato familiar bajo dos
aspectos: en Orenburg, Rusia, cayeron, en setiembre de 1824, pequeños objetos
simétricos de metal (8); una segunda caída, completamente idéntica, se produjo,
también en Orenburg, el 25 de enero de 1825 (9).
Pienso ahora en el disco de
Tarbes, pero cuando examiné este dato por primera vez me llamó la atención
solamente la recurrencia del fenómeno, ya que los objetos de Orenburg son
descritos como cristales de pirita o sulfato de hierro. No tenía ninguna noción
de objetos metálicos facetados de otro modo que por cristalización, hasta que,
leyendo las obras de Arago, tropecé con su analisis (10). Señalaba en estos
objetos un 70 por ciento de oxido de hierro rojo y un 5 por ciento de azufre,
con pérdidas por ignición. Me parece aceptable que el hierro conteniendo menos
de un 5 por ciento de azufre no sea pirita y que los pequeños objetos de hierro
oxidado caídos con cuatro meses de intervalo en el mismo lugar hayan podido ser
fabricados por cualquier otro medio.
Y veo, en suma, abrirse ante sí
perspectivas de herejía que debo, entre nosotros, pasar por alto. Siempre he
sentido bastante simpatía por los dogmáticos y los excluslonistas, y desde un
principio he afirmado que el mero hecho de ser consistía en excluir arbitiaria
y dogmáticamente. Tan sólo debe destacarse que los exclusionistas que eran
benéficos en el siglo XIX se convierten en perjudiciales en el XX. Nos
confundimos perpetuamente con lo infinito: yo por mi parte establecerá mis
propios límites y convertirá en vaga la diferencia entre lo que excluiré y lo
que incluiré.
Y el nudo de la cuestión, fuera
del cual ya no me desviaré en modo alguno, es el siguiente: acepto
provisionalmente que haya una región llamada Supermar de los Sargazos. Pero,
¿forma parte integrante de la
Tierra , y gira con ella o por encima de ella? ¿Cuelga sobre la Tierra sin girar con ni por
encima de ella? ¿Puede ser la propia Tierra ni redonda, ni siquiera redondeada,
sino continua con todo el resto del sistema, de tal modo que se pudiera,
rompiendo con todas las tradiciones de los geógrafos, andar sin detenerse hasta
el planeta Marte, y encontrarla a continuación del planeta Júpiter?
Tales cuestiones parecerán, sin
duda, algún día perfectamente absurdo y la realidad completamente evidente...
Ya que me es difícil concebir cómo pueden permanecer suspendidos varios
pequeños objetos metálicos durante cuatro meses por encima de un pueblecillo de
Rusia, si giraban sin ninguna clase de ligazón por encima de una Tierra que
giraba a su vez. Puede ser que alguien haya tomado como punto de mira este
pueblecillo, reservándose, ante un primer fracaso, el apuntar mejor la próxima
vez.
Pero mis especulaciones me
parecen perniciosas en relación con los primeros años del siglo XX. En este
preciso instante, acepto el que la
Tierra sea, no redonda, lo cual está completamente gastado,
sino tal vez redondeada. O al menos que posee una forma individual, gira sobre
su eje y describe una órbita alrededor del Sol. Pero también que por encima de la Tierra hay regiones de
suspensión que giran con ella, y de las cuales caen los objetos, en varias
veces sucesivas, sobre un mismo lugar.
Un observador del Servicio de
Señales de Bismarck, Dakota, relata (11) que, a las nueve de la noche del 22 de
mayo de 1884, varios ruidos secos crepitaron a través del pueblo, causados por
la caída de gran número de piedras de sílex golpeando contra los cristales.
Quince horas más tarde, otra caída completamente idéntica se producía en el
mismo pueblo.
No se produjo otra caída de
piedras parecida en ningún otro lugar.
Otro fenómeno ultracondenado.
Todos los redactores de publicaciones científicas leen la Monthly Weather
Review y copian de ella. Y el ruido de las piedras de Bismarck golpeando contra
todos los cristales estaba, tal vez, dictado en una lengua que los aviadores
interpretarán algún día; pero fue un ruido rodeado de silencio, ya que ninguna
otra publicacion, que yo sepa, lo mencionó después.
El tamaño de las piedras de
granizo inquieta mucho a los meteorólogos, pero no a los autores de libros de
texto. No conozco ocupación más serena que la de redactar un libro de texto,
aunque toda colaboración en el War Cry, el periódico de la Salvation Army ,
puede sin duda rivalizar con la calma chicha. En la adormecedora tranquilidad
de los libros de texto puede leerse fácilmente, sin demasiado esfuerzo
intelectual, cómo el hielo se forma alrededor de las partículas de polvo y cómo
las piedras de granizo aumentan su tamaño por superposición de diversas capas
Pero sumerjan una bolita en el agua helada, vuelvan a sumergirla y sumérjanla
aún otra vez. Si son testarudos y obstinados en esta tarea podrán obtener
incluso una pelota de béisbol... pero, mientras tanto, cualquier cosa habrá
tenido tiempo de caer desde la Luna Consideren también la abundancia de las
capas. Las piedras de granizo de Maryland eran excepcionales, y, sin embargo, a
veces se han contado hasta doce capas. Ferrel cita un caso en el que encontró
trece. Lo cual impulsó a sostener al profesor Schwedoff que algunas piedras de
granizo no eran tal, que no podían haberse formado en la atmósfera terrestre y que
debían venir de más allá. Sin embargo, nada, en una existencia relativa, puede
ser ni atractivo ni repulsivo en sí mismo: todo efecto es función de sus
asociaciones o de sus implicaciones. Varios de nuestros datos han sido tomados
de fuentes científicas muy conservadoras: no fueron excomulgados más que en el
momento en que su discordancia o su incompatibilidad con el Sistema se hizo
evidente.
La comunicación del profesor
Schwedoff fue puesta en conocimiento de la Asociación Británica
(12). Su implicación era inaceptable para los pequeños exclusionistas mezquinos
y estrechos de miras de 1882: que pueda haber agua, océanos, lagos. Estanques y
ríos, lejos y, pese a todo, cerca de la atmosfera y de la gravitación
terrestre, era condenable. El pequeño y cómodo sistema de 1882 se vería
despojado de su premeditación. Habría una nueva ciencia que aprender, la Ciencia de la Supergeografía. Y
la Ciencia es
una tortuga que lo ve todo encerrado en lo más profundo de su caparazón. Así,
para los miembros de la
Asociación Británica , las ideas de Schwedoff se parecían a
otros tantos manotazos sobre el lomo de una tortuga, lo cual alejaba toda
posibilidad de entendimiento: su herejía les debió parecer a algunos una
ofrenda de carne cruda y sangrante a corderos alimentados con leche. Algunos
balaron como corderos, otros ocultaron la cabeza como las tortugas.
Antiguamente se crucificaba, ahora se ridiculiza: en la pérdida de vigor que
caracteriza a todo progreso el clavo se ha estilizado en una carcajada. Sr
William Thomson ridiculizó la herejía: todo cuerpo desplazándose por fuera de
nuestra atmósfera terrestre estaría dotado de una velocidad planetaria; una
piedra de granizo cayendo a través de nuestra atmósfera a una velocidad
planetaria realizaría trece mil veces el trabajo que se necesita para elevar un
grado centígrado la temperatura de su peso en agua: no caería, pues, en forma
de piedra, sino que se fundiría, mejor aún, se volatilizaría.
Esta actitud de avestruz y estos
balidos de pedantería deben ser considerados, en relación al año 1882, con
tanto respeto como el que otorgamos a las muñecas de trapo que entretienen y
hacen callar a las criaturas. Pero es a la supervivencia de las muñecas de
papel hasta la madurez a lo que pongo objeciones. Estos devotos y estos necios creían
que trece mil veces cualquier cosa puede tener en la cuasi-existencia un
resultado exacto y calculable, mientras que no hay nada en la cuasi-existencia
que pueda, salvo por ilusión o comodidad, ser tomado por una unidad.
Habichuelas, agujas, tachuelas y
un imán. Agujas y tachuelas se adhieren al imán, se sistematizan en relación
con él; pero si las habichuelas son atraídas, se convierten en irrecuperables
para el Sistema y se alejan de él. Un miembro de la Salvation Army
puede oír hablar sin cesar de datos que serían memorables para un evolucionista
y no ser influido por ellos: los olvidará inmediatamente. Es increíble que sir
William Thomson no haya oído hablar nunca de meteoritos fríos y de caídas
lentas, cuyos datos tenían que haberle sido perfectamente accesibles en 1882,
puesto que datan de 1860; meteoritos «tibios como la leche» admitidos por
Farrington y por Merrill, un meteorito helado que no niega la ortodoxia actual.
Sin duda, sir William no tuvo memoria para semejantes incompatibilidades.
Y aquí volvemos a hallar a Mr.
Symons. Mr. Symons se ha aprovechado de la Ciencia de la meteorología probablemente más que
ningún otro de sus contemporáneos: es decir, ha hecho mucho más que sus
contemporáneos para hacer patear la meteorología. Mr. Symons halló (13) «de lo
más cómico» las ideas del profesor Schwedoff. Por mi parte, encuentro aún más
divertido el que pueda hallarse por encima de la superficie terrestre una
región que hará nacer una nueva Ciencia, la Supergeografía ,
gracias a la cual me inmortalizaré en la ojeriza de los escolares del futuro.
Bolas y fragmentos de meteoritos,
objetos de Marte, de Azuria y de Júpiter, mensajes retrasados, bolas de cañón,
ladrillos y clavos, coque y carbón de madera, viejos cargamentos nauseabundos,
objetos que se cubren de hielo en una región y se pudren en otra. Existen, en la Supergeografía ,
todos los climas de la
Geografía. Será preciso que acepte la existencia de campos de
hielo, tan vastos como los del Artico, flotando a la deriva en nuestro cielo
terrestre, volumenes de agua abarrotados de peces y de ranas, extensiones
agrarias cubiertas de orugas.
Los aviadores del futuro subirán
cada vez más alto y después descenderán allí de sus aparatos para estirar las
piernas. La pesca es buena en esas regiones: sacarán sus aparejos y su carnada;
encontrarán mensajes del otro mundo y, a las tres semanas, habrá una barahunda
de mensajes apócrifos. Un día redactará un mensaje turístico del Supermar de
los Sargazos, para uso de los aviadores.
Peces gato de treinta centímetros
de largo han caído en Norfolk, Virginia, junto con el granizo (14). Restos
vegetales, no solamente del orden nuclear, sino helados en la superficie de
grandes pedruscos de granizo, en Toulouse, Francia, el 28 de julio de 1874
(15). La descripción de una tormenta en Pontiac, Canadá, el 11 de julio de
1864, menciona gruesas piedras de granizo de seis centímetros de diámetro: «en
el centro de una de ellas es hallada una pequeña rana verde» (16). En Dubuque,
Iowa, el 16 de julio de 1882, se encontraron dos ranas dentro de grandes
pedazos de hielo caídos del cielo (17), en las cuales algunas extrañas
particularidades indicaban que habían debido permanecer estacionarias o flotar
largamente en algún lugar: pero me reservo el volver a hablar de este tema más
adelante. El 30 de junio de 1841, peces, uno de los cuales medía treinta
centímetros, caían en Boston y, ocho días más tarde, se registraba una caída de
hielo y de peces en Derby (18). En Timbs' Year Book (19) se habló mucho del
fenómeno de Derby: los peces se hallaban en número considerable, su longitud
era de seis centímetros; en Atheneum (20) se dice que uno de ellos pesaba
ochenta y cinco gramos. El London Times (21) menciona que se identificaron los
peces como espinochas, entre los cuales se hallaron fragmentos de hielo a medio
fundir y pequeñas ranillas, algunas de las cuales aún estaban vivas. En este
caso, pongo aparte la noción de granizo: el efecto de estratificación me parece
significativo, pero pienso con mayor agrado en caídas de hielo celeste, dimanante
tal vez del Supermar de los Sargazos.
Juzguen ustedes mismos: bloques
de hielo de treinta centímetros de circunferencia en Derbyshire, Inglaterra, el
12 de mayo de 1811 (22); una masa cuboide de 18 centímetros de
diámetro en Birmingham, seis días más tarde (23); otra en Bungalore. India, el
22 de mayo de 1851, del tamaño de una calabaza (24); masas de hielo de casi un
kilogramo de peso cada una en el New Hampshire, el 13 de agosto de 1851 (25);
otras tan voluminosas como una cabeza humana en Delphos, en mitad de un tornado
(26); otras más, del tamaño de una mano humana, apaleando a millares de
carneros en Texas, el 3 de mayo de 1877(27); o «tan anchas que no podían
cogerse con una sola mano» en un tornado, en Colorado, el 24 de junio de 1877 (28 a ); pedazos de hielo de
doce centímetros de largo en Richmond, Inglaterra, el 2 de agosto de 1811 (28 b); masas de hielo de
treinta y dos centímetros de
circunferencia cayeron con el granizo en Iowa, en junio de 1881 (28 c); «trozos
de hielo» de veinte centímetros de largo y cuatro de grueso en Davenport, Iowa,
en agosto de 1882 (28 d); otras grandes como un ladrillo y de un kilogramo de
peso en Chicago, el 12 de julio de 1883 (29 a ); pedazos de hielo de medio kilo de peso
cada uno en la India ,
en mayo (?) de 1888 (29 b); trozos de hielo de dos kilos de peso en Texas, en
diciembre de 1893 (29 c); otros de medio kilo en un tornado, el 14 de noviembre
de 1901 en Victoria (29 d).
Por supuesto, estimo que todos
estos bloques no fueron originados solamente por tornados, sino desprendidos y
después precipitados por ellos. Flammarion (30) cita un pedazo de hielo de dos
kilogramos caído en Cazorla, España, el 15 de junio de 1829; otro de cinco
kilogramos caído en Sète, en Francia, en octubre de 1844. Y el Scientific American
(31) señala la caída, en Salina, Kansas, en agosto de 1822, de una masa de
hielo de ¡treinta y seis kilogramos de peso!
El 16 de marzo de 1860, en el
transcurso de una nevada en Upper Wasdale, se encontraron bloques de hielo tan
gruesos que, a distancia, se hubieran podido tomar por manadas de carneros
(32); y en Candeish, se recogía en 1828 un bloque de un metro cúbico (33).
Datos tan numerosos no habían
sido reunidos, que yo sepa, nunca antes; y sin embargo, el silencio que los
rodea en los medios científicos informados no es habitual. El Supermar de los
Sargazos puede no ser una conclusión inevitable, pero la llegada al suelo de
hielo extraterrestre parece muy verosímil. Se ha preferido, lo sé, suponer que
se podía tratar de pedrisco congelado.
En el Bul. Soc. Astro. de France
(34) se dice que algunos bloques de hielo grandes como calabazas, recogidos en
Túnez, fueron identificados como aglomeraciones de pedrisco.
Sin embargo, cuando, el 14 de
enero de 1880, en el transcurso de una violenta tormenta, cayeron sobre la nave
del capitán Blakiston varios bloques de hielo, nada tenían que ver con el
granizo: «Eran pedazos de hielo sólido de diferentes dimensiones y de formas
irregulares, del tamaño de medio ladrillo» (35). Y en agosto de 1849, en Ord, Escocia,
la informe masa de hielo, de una circunferencia de seis metros, caída «después
de violentos estampidos de truenos», era enteramente hielo homogéneo, salvo un
fragmento que se parecía a una aglomeración de pedrisco (36).
Lo cual apoya a' maravilla mi concepto
de un origen externo: que grandes bloques de hielo puedan formarse en la
humedad de la atmósfera terrestre es tan poco verosímil como la noción de
bloques de piedra surgidos de una nube de polvo.
Anchos fragmentos planos de
hielo, como copos, caídos en Poorhundur, en la India , el 11 de diciembre de 1854, pesaban varios
klogramos cada uno, supongo (37).
Hay vastos campos de hielo en las
regiones o capas superárticas del Supermar de los Sargazos. Cuando se dislocan,
sus fragmentos adoptan la forma de copos planos. Cuando estos campos de hielo
aéreos se hallan lejos de la
Tierra , sus fragmentos ruedan en el agua y el vapor, y forman
lentamente granizo estratificado. Cuando, por el contrario, se hallan próximos,
llegan al suelo en la forma plana que he descrito.
Hasta el momento en que vi la
reproducción de una fotografía en el Scientific American del 21 de febrero de
1914, suponía que estos bancos debían llallarse a dieciséis o treinta y dos
kilometros de la Tierra ,
e invisibles a los observadores terrestres, salvo bajo el aspecto de estos
vapores que señalan a menudo los astrónomos y meteorólogos. Pero la fotografía
de que hablo pretende representar una aglomeración de nubes, indudablemente
poco elevadas, de donde se desprende su claridad de detalles. El comentarista
escribía que estas nubes le hacían pensar «en un banco de hielo». Y presentaba,
debajo de la primera foto, una imagen de un banco de hielo convencional
flotando a ras del agua. El parecido entre las dos fotos es sorprendente. Y sin
embargo, me parece increíble que la primera pueda representar un campo de hielo
aéreo, que la gravitación pueda dejar de actuar apenas a dos kilómetros de la
superficie terrestre.
A menos que exista lo excepcional
que, juego y capricho de las cosas, la gravitación terrestre, extendiéndose a
veinte o veinticinco kilometros de altura, esté sometida a ritmos.
Sé que, en las pseudofórmulas de
los astrónomos, la gravitación es esencialmente una cantidad fija. Pero
supongamos que la gravitación sea una fuerza variable, y los astrónomos se
deshincharan, con un silbido muy perceptible para asumir la condicion abierta
de los economistas, de los biólogos, de los meteorólogos y de todas las más
humildes divinidades que no pueden ofrecer más que aproximaciones inestables.
Remito a todos aquellos que no quisieran oir del silbido de la arrogancia en su
huida, a los capítulos de Herbert Spencer sobre el ritmo de todos los
fenómenos.
Si todo lo demás: la luz de las
estrellas, el calor del sol, los vientos y las mareas, las formas, tamaños y
colores de los animales, los precios, las ofertas y las demandas, las opiniones
políticas y las reacciones químicas, las doctrinas religiosas. las intensidades
magnéticas, el tic-tac de los relojes, la huida y el regreso de las
estaciones... si todo lo demás es variable, considero que la noción de la
gravitación fija y formulable no es más que otra tentativa de positivismo,
abocada al fracaso corno todas las demás ilusiones de realidad de la
cuasi-existencia. El intermediarismo quiere que la gravitación, aunque
acercándose mucho más a la invariabilidad que los vientos, por ejemplo, deba
situarse entre los Absolutos de la Estabilidad y de la Inestabilidad.
Los bancos de hielo aáreos, pues,
aunque en general demasiado alejados como para ser más que vapores, se acercan,
a veces, lo suficiente como para que se les pueda contemplar con detalle. Un
ejemplo de estos «vapores» (38) muestra un cielo sorprendentemente claro, pero
muy cerca del sol, «una bruma blanca y ligera, curiosamente congelada y casi
cegadora». Considero que, a veces, estos campos de hielo pasan entre el Sol y la Tierra , que numerosas capas
o espesos campos superpuestos de hielo eclipsan entonces al Sol.
El 18 de junio de 1839 (39), una
tenebrosa oscuridad se abatió sobre la ciudad de Bruselas, sobre la cual
cayeron placas de hielo de tres centímetros de largo.
Intensa oscuridad en Aitkin,
Minnessota, el 2 de abril de 1889: fueron registradas caídas de arena y
«fragmentos sólidos de hielo» (40).
En Cosmos (41) se dice que en
Rouen, el 5 de julio de 1853, cayeron bloques de hielo grandes como la mano, y
que parecían haberse desprendido todos de un mismo y enorme bloque: era,
imagino, un iceberg volante. Pero, en la horrible obcecación o la casi absoluta
estupidez del siglo XIX, a nadie se le ocurrió buscar en dichos bloques huellas
de osos polares o de focas.
En Portland, Oregón, durante el
tornado del 3 de junio de 1894, la
Oficina meteorológica registró la caída de fragmentos de
hielo de doce centímetros cuadrados. «Daban la impresión, declara un observador
(42), de un vasto campo de hielo suspendido en la atmósfera y roto
repentinamente en fragmentos grandes como la palma de una mano.»
Voy a presentar, ahora, algunos
datos dignos de mención, pertenecientes a una sección más bien delicada de la Supergeografía. Vastos
campos de hielo aéreos: cuando la idea se me hizo subvencional, concebí
nítidamente vastas láminas de hielo, a varios kilómetros por encima de la Tierra , después la radiante
claridad del Sol y la fusión parcial de los hielos (recuerden el hielo de
Derby): el agua goteando y formando estalactitas en la superficie interior del
banco de hielo. Creí ver, por encima de mi cabeza, el techo de una caverna de
hielo o estas papilas familiares, a ciertas horas del día, en los jóvenes
becerros hambrientos. Pero entonces, pensé, si bajo este banco de hielo aéreo
se forman estalactitas, es que el agua cae hacia la Tierra : una estalactita no
es otra cosa que una expresión de la gravitación. Y si el agua fundida cae
hacia la Tierra ,
¿por qué no cae el mismo hielo antes de poder formarse? Podrá observarse en la
cuasi-existencia, donde todo es paradoja, que el hielo cae menos fácilmente que
el agua, puesto que ésta es más pesada en relación a su masa, lo cual me dirige
hacia mi siguiente conclusión.
Un vasto banco de hielo aéreo
sería inerte con relación la gravitación terrestre pero, por obra del flujo y
la variación universales, se encararía parcialmente hacia la Tierra y se haría
susceptible a la gravitación. Por cohesión hacia la masa principal, esta parte
permanecería sólida, pero el agua caería, formando estalactitas que, por el
efecto de distintas perturbaciones, se precipitarían, a veces, en fragmentos.
Se dijo del hielo caído en Dubuque, Iowa, el lº de junio de 1882 (43) que sus
fragmentos medían cuarenta centímetros de circunferencia, y comportaban
estalactitas de dos centímetros de largo. No se trataba, insisto, de granizo.
Considero que, a veces, el propio granizo cae por alguna concusión o por el
choque de algo contra la cara interior de la capa glaciar. En Oswego, estado de
Nueva York, el 11 de junio de 1889, cayeron, según el Turin (N. Y.) Leader en
el curso de una tormenta, «fragmentos de granizo» (44), y en Florence Island,
en el río San Lorenzo, el 8 de agosto de 1901 cayeron, en plena granizada,
«estalactitas de hielo en forma de lápices, de dos centímetros de longitud»
(45).
Y, durante semanas, un banco de
hielo de la región superártica puede estacionarse encima de un lugar cualquiera
de la superficie terrestre y, por la acción tardía del sol, provocar extraños
accidentes: persistente caída de agua de un cielo sin nubes sobre una parcela
determinada de la Tierra ,
a media tarde, a una hora en la que los rayos del sol han tenido tiempo de
producir sus efectos.
El 21 de octubre de 1886 se produjo
una caída de agua de tres semanas de duración en Charlotte, Carolina del Norte,
localizada en un punto especial. Cada tarde, hacia las tres, tanto si el cielo
estaba claro como nublado, el agua o la lluvia caían en aquel lugar (46). El
fenómeno fue así descrito en la
Review , por un observador del Servicio de Señales:
«Un extraño incidente tuvo lugar
el 21. Habiendo sabido que, durante varias semanas anteriores a esta fecha,
había llovido cada día, pasadas las tres de la tarde, en un lugar preciso, situado
entre dos árboles, en la esquina de la calle 9ª y la calle D., acudí al lugar y
observé una precipitación en forma de lluvia a las cuatro horas y cuarenta y
siete minutos y a las cuatro horas cincuenta y cinco minutos, mientras el sol
brillaba con toda su fuerza. El 22, acudí de nuevo a aquel lugar y, de las
cuatro horas cinco minutos a las cuatro horas veinticinco minutos, un ligero
chaparrón cayó de un cielo sin nubes. A veces, la precipitación cae en poca
cantidad, pero siempre se produce en el centro del espacio que separa estos dos
árboles y, en lo más débil del chaparrón, no se produce más que en el centro
mismo.»
(1) London Times, 27 de abril de
1872.
(2) London Times, 16 de
septiembre de 1841.
(3 a ) (La Sci. pour tous, 5-264.)
(3 b)
Rept. Brit. Assoc. 1864-37.
(4) (W.
M. Perry, sargento, Cuerpo de Señales, Monthly Weather Review, julio de 1888.)
(5) (Am.
J. Sci., 1-26-161.)
(6)
(Monthly Weather Review, mayo de 1883)
(7)
(Monthly Weather Review, agosto de 1898-363.)
(8) Phil.
Mag. 48-463.
(9) Quar.
Jour. Roy. Inst., 1828-1-447.
(10)
(Oeuvres, 11-644.)
(11)
(Monthly Weather Review, mayo 1884, 134.)
(12)
(Rept Of 1882, p. 453.)
(13)
Nature, 41-135.
(14)
(Cosmos, 13-120.)
(15) (La Science pour tous,
1874-270.)
(16)
(Canadian Naturalist, 2-1-308.)
(17)
Monthly Weather Review, junio de 1882.
(18)
(Living Age, 52-186)
(19)
Timbs' Year Book, 1842-275.
(20) Ateneum, 1841-542, citando
al Sheffield Patriot.
(21) London Times del 15 de julio
de 1841.
(22)
(Annual Register, 1811-54.)
(23)
(Thomson: Intro. to Meteorology, p. 179.)
(24)
(Rept. Brit. Assoc., 1855-35.)
(25)
(Lummis: Meteorology, p. 129.)
(26)
(Ferrel: Popular Treatise. p. 428.)
(27)
(Monthly Weather Review, mayo 1877.)
(28 a ) (Monthly Weather Review,
JunIo 1887.)
(28 b)
Symons' Met. Mag. 14-100.
(28 c)
Monthly Weather Review, junio de 1881.
(28 d)
Monthly Weather Review, agosto de 1882.
(29 a ) (Monthly Weather Review,
julio 1883.)
(29 b) La Nature , 37-42.
(29 c)
Scientific American, 68-58.
(29 d)
Meteorology of Australia, P. 34.
(30) (The
Atmosphére, p. 34)
(31) (Scientific American,
47-119, citando al Salina journal)
(32)
(London Times, 7 abril 1860.)
(33)
(Rept. Brit. Assoc., 1851-32.)
(34) Bul. Soc. Astro. De France.,
20-245.
(35)
(London Roy. Soc. Proc., 10-468.)
(36)
(Edinburgh New Philosophical Magazine, 47-371, citando el Advertiser-Scotsman.)
(37)
(Report of the British Association, 1855-37)
(38) (Prop. Sci. News, febrero de
1884)
(39)
Flammarion The Atmosphére, p. 394.
(40) Science, 19 de abril de
1889.
(41)
Cosmos, 3-116.
(42)
(Monthly Weather Review, junio 1894)
(43)
(Monthly Weather Review, junio 1882.)
(44)
(Monthly Weather Review, junio 1889.)
(45)
(Monthly Weather Review, 29-506)
(46) Monthly Weather Review,
octubre de 1886, citando al Charlotte Chronicle del 21 de octubre de 1886.
14
Vemos las cosas
convencionalmente. Y no sólo pensamos, actuamos, hablamos y vestimos todos de
la misma manera, como por rendición unicelular a la tentativa social de una
entidad, sino que también vemos lo que se considera como «conveniente» de ver.
Resulta casi ortodoxo asegurarle a un niño que un caballo no es un caballo, y
preguntarle a un necio si una naranja es una naranja. Siempre me ha parecido
interesante recorrer una calle, observar lo que me rodea y preguntarme a qué se
parecerían todas esas cosas si no se me hubiera enseñado a ver caballos,
árboles y casas allí donde hay caballos, árboles y casas. Estoy persuadido de
que, para una visión superior, los objetos no son más que compulsiones locales,
amalgamándose indistintamente unos con otros en un gran todo global.
Creo que puede ser muy verosímil
el sostener que, en varias ocasiones, Elvera, Monstrator y Azuria han
atravesado los campos telescópicos de nuestra visión sin ser percibidos, porque
no era «conveniente» que fueran percibidos, ni respetable, ni respetuoso porque
esto sería insultar las viejas osamentas, provocar las influencias malignas de
las reliquias de San Isaac.
Mis datos: vastos mundos sin
órbitas, navegando o flotando a la deriva en las corrientes y mareas
interplanetarias. La cuestion es inevitable: estos otros mundos o estas
superconstrucciones celestes, ¿han sido vistos por los astrónomos?
A mi modo de ver, sería torpe
considerar a todos los astrónomos como mirones bizcos que se contentaran con
ver lo respetable y lo respetuoso. Es fácil decir que se sumergieron en un
estado de hipnosis, puesto que todo astrónomo, mirando fijamente a la Luna , se deja sugestionar por
ella. Pero los mundos en cuestión visitan o cruzan la Luna , o se bailan en
suspensión momentánea por encima de la misma, lo que nos llevaría a creer que,
en más de una ocasión, han debido de caer en el diámetro de una hipnosis de
astrónomo.
De hecho, al igual que los
océanos terrestres son surcados por naves de las líneas regulares, pero también
por buques errantes, en los superocéanos del espacio debe de haber igualmente,
además de los planetas regulares, algunos mundos errantes. Los astrónomos son
como puristas mercantiles que negaran el vagabundeo comercial.
Sostengo, pues, que existen, en
el espacio celeste, mundos vagabundos que los astrónomos han excluido porque su
falta aparente de seriedad constituía una afrenta directa a lo puro, a lo
preciso y a lo positivo. Y también porque se les percibe muy raramente. Los
planetas reflejan obstinadamente la luz del Sol y, sobre esta uniformidad, se
ha construido todo un sistema que yo titularía Astronomía Primaria. El material
de la Astronomía
Avanzada se compondrá, por el contrario, de fenómenos
celestes tanto oscuros como luminosos, o variables a la manera de algunos
satélites jupiterianos, pero llevados a un mayor alcance. Oscuros o luminosos,
tales fenómenos han sido vistos y señalados tan a menudo, que la única razón
importante de su exclusión parece ser su poca aptitud a doblegarse a las
conveniencias.
Nadie puede escaparse de cierta
forma de provincianismo: yo me preocuparía muy poco de los cuerpos oscuros
exteriores a nuestro sistema solar. Antiguamente, estos cuerpos oscuros del
espacio exterior hubieran sido malditos: actualmente, son sancionados por el
profesor Barnard. Y si él los acredita, pueden ustedes dirigirles un
pensamiento sin ningún miedo al ridículo o al sacrilegio, tan próximo es ei
parentesco entre lo malo y lo absurdo. Lo ridículo, ¿no es acaso la escoria de
lo malo?
Esto ocurre por ejemplo, con el
compañero oscuro de Algol, admitido por los puristas y los positivistas. En los
Proceedings of the National Academy of Science (1), el profesor Barnard habla
de un «objeto» citado en Cepheus. Piensa que hay cuerpos oscuros y opacos en el
exterior del sistema solar. Después, más adelante, modifica su punto de vista
hablando en el Astrophysical Journal (2). Esto no es atractivo. Soy de la
opinión de que Venus, por ejemplo, ha sido visitado a menudo por otros mundos o
por superconstrucciones de las que caen cenizas y carbón, y que a veces estos
objetos han reflejado luces que los señalan a los astrónomos profesionales.
Este capitulo, ya lo van a ver, está compuesto enteramente por Brahmanes
malditos, que continuarán, por hipnosis o por inercia, queriendo imponerse, al
igual que tantos sabios del siglo XIX han continuado admitiendo el poder del
sistema precedente so pena de pulverizar la Continuidad. ¡Y corro
el peligro de ser transferido instantáneamente al Positivo Absoluto!
Recalco, de paso, que mis datos
malditos están sacaoos de las observaciones de astrónomos de gran renombre,
excomulgados por astrónomos de idéntico renombre, pero sostenidos por la
dominante de su Época, y para los cuales el espíritu debe equilibrarse o
sumirse en la nada. En este libro puedo mostrar la actitud de enfrentarme a los
dogmatismos y las pontificaciones de varios sabios eminentes, pero esto no es
más que pura comodidad, porque parece necesario personalizar. Si hojeamos las
Philosophical Transactions o las publicaciones de la Real Sociedad de
Astronomía, leeremos, por ejemplo, que Herschell era tan impotente como un
muchachito con gemelos, cuando se trataba de hacer aceptar una observación que
no armonizaba con el sistema que se desarrollaba, independientemente de él y de
sus compañeros, lo mismo que un embrión en fase de desarrollo impulsa a todas
las células a revestir las apariencias según al diseño inicial, al desarrollo
del programa preestablecido del conjunto.
Visitantes en Venus:
En 1845, un cuerpo, demasiado
largo como para parecerse a un satélite, fue observado cerca de Venus (3). Una
observación semejante fue señalada cuatro veces en la primera mitad del siglo
XVIII. La última data de 1797.
Un cuerpo largo fue observado
siete veces en las proximidades de Venus (4). Un astrónomo al menos, Houzeau,
aceptó estas observaciones y denominó a este mundo, este planeta o esta
superconstrucción: «Neith». Menciona de pasada su punto de vista, aunque sin
suscribirlo definitivamente (5).
Ya sea Houzeau o un autor de
folletín, la oscuridad externa le parecerá siempre completamente idéntica. La
aparición de un nuevo satélite en el sistema solar puede parecer turbadora,
aunque las fórmulas de Laplace, consideradas en su tiempo como definitivas,
hayan sobrevivido a la admisión de quinientos o seiscientos cuerpos que no se
incluían en las mismas. Un satélite de Venus puede aparecer como perturbador,
pero explicable, mientras que un cuerpo alargado acercándose a un planeta,
retrasándose un poco, desapareciendo después, para volver un poco más tarde y,
digamos, echar el ancla... esto es lo que hará Neith aún más impopular que
Azuria.
Un cuerpo (6) que reflejaba la
luz o, al menos, una mancha brillante, se acercó a Marte el 25 de noviembre de
1894, como lo atestiguan el profesor Pickering y sus colegas del observatorIo
de Lowell. Luminoso por sí mismo, según parece, planeó por encima de la parte
oscura del planeta Marte. Se le tomó por una nube, pero se estimó que se
hallaba a treinta y cuatro kilómetros del planeta.
Una mancha luminosa se colocó a
través del disco de Mercurio en 1799, según Harding y Shroeter (7).
En el primer boletín publicado
por el observatorio de Lowell, en 1903, el profesor Lowell describía un cuerpo
observado el 20 de mayo de 1903 cerca de Marte, que fue negado el 27 de mayo,
para ser desplazado a más de cuatrocientos cincuenta kilómetros de su punto de
aparición, y al que se identificó finalmente como «una nube de polvo».
En octubre y noviembre de 1911,
se vieron sobre el disco de Marte manchas extremadamente brillantes (8). Así
fueron aceptadas, aunque no regularizadas, las seis o siete observaciones que
permitieron a un astrónomo bautizar con el nombre de «Neith» a un mundo, un
planeta o un satélite desconocido.
Monstrator, Elvera, Azuria y
Super Románimus. Así pues, la herejía, la ortodoxia y la unidad de toda
apariencia, mis medios, mis maneras y mis métodos vuelven a lo mismo. Y si
nombro cosas que no pueden existir, no soy el único en hacerme cuipable de una
nomenclatura de ausencias.
Pero volvamos a Leverrier.
Leverrier y «Vulcano». Para demostrar que una espuma es susceptible de
hundirse, basta con plantar una aguja en su burbuja mayor. La Astronomía y la
inflación: por inflación, designo la expansión de lo atenuado. La Ciencia de la Astronomía es una tensa
película fantasmal de filamentos mitológicos. pero se acerca mucho más a la
sustancialidad que el sistema precedente. Si ustedes forman parte de aquellos a
quienes los astrónomos han hipnotizado para poder a su vez distribuir la
hipnosis (puesto que el dominio del hipnotizador no es el poder magistral que
se supone, sino la simple transferencia de un mismo estado en un hipnotizado a
otro), si, pues, ustedes forman parte de estas víctimas, no serán tampoco
capaces de recordar a Leverrier y al «planeta Vulcano». De aquí a unas diez
páginas, la anécdota se habrá borrado de su mente como las habichuelas sobre un
imán, o los datos de meteoritos fríos en la mente de un Thomson. Pero, al
menos, tendrán la impresión momentánea de un fracaso histórico que sólo se
produce en la cuasi-existencia.
En 1859, el doctor Lescarbault,
astrónomo aficionado en Orgères, Francia, anunció que, el 26 de mayo, había
observado un cuerpo de importancia planetaria atravesar e1 Sol. Abordamos aquí
un tema tan profano para el presente sistema come lo eran mis propios temas
para el sistema precedente. Pero pocos libros de texto olvidan enteramente esta
tragedia. El metodo sistemático consiste en dar muy pobres ejemplos de lo
profano, para poder disponer en seguida de ellos. Si quisieran negar la
existencia de las montañas, registrarían algunas observaciones de muy ligeras
prominencias en las cercanías de Orange, en New Jersey, para arrojar en seguida
el descrédito sobre estas observaciones poco dignas de interés. Los libros de
texto mencionan algunas de las «supuestas» observaciones del «planeta Vulcano»,
para pasar en seguida a otra cosa.
El doctor Lescarbault escribió a
Leverrier, quien acudió precipitadamente a Orgères. Esta información
correspondía a sus propios cálculos sobre la existencia de un planeta entre
Mercurio y el Sol. Puesto que nuestro sistema solar no ha alcanzado jamás una
Regularidad Positiva, hay, tanto para Mercurio como para Neptuno, fenómenos
irreconciliables con toda fórmula, así como movimientos que revelan una
influencia exterior. Se dijo que Leverrier «se sintió satisfecho en cuanto a la
exactitud sustancial de la observación señalada» (9). El relato de su
investigación es magnífico, no quiero infligir a este pequeño necio mis
estragadas rudezas, pero es divertido observar la ingenuidad de una época de la
que los dogmas actuales son una supervivencia. Leverrier acudió corriendo a
Orgères, pero no reveló su identidad a Lescarbault. Entró en su casa y «sometió
al doctor a un severo contrainterrogatorio»: como si ustedes y yo nos
permitiéramos el lujo de hacer irrupción en casa de no importa quién y de
hacernos los malos. «Lo puso contra la pared, planteándole una pregunta tras
otra». Y fue solamente cuando se sintió plenamente satisfecho que se dignó
presentarse. Supongo que Lescarbault expresó alguna sorpresa. Hay, en esta
historia, algo utópico: uno se siente lejos de la indiferencia neoyorkina.
Leverrier bautizó el objeto con
el nombre de «Vulcano». Por los mismos medios gracias a los cuales se supone,
aún hoy, que se descubrió Neptuno, habían anunciado ya la probable existencia
de un cuerpo (o de un grupo de cuerpos) intramercuriano. Reunió cinco
observaciones además de la de Lescarbault y, en concordancia con las hipnosis
matemáticas de su época, estudió aquellos seis pases y extrajo de ellos
elementos que atribuían a «Vulcano» un periodo de veinte días y una fórmula
permanente de longitud heliocéntrica. Pero localizó en 1877 el mejor año para
la observación de este planeta. Considerando el hecho de que le quedaban aún
bastantes años de vida, pudo concederse una buena dosis de paciencia. Si no
conociéramos ya un poco el campo de la hipnosis, podríamos sorprendernos de
que, habiendo «descubierto» Neptuno por un método casi tan recomendable como el
del «descubrimiento» de las brujas, se lanzara a esta aventura. Habiendo
acertado a propósito de Neptuno, podía equivocarse con respecto a «Vulcano» y
caer por debajo del standard de los cartománticos, quienes jamás trabajan sobre
una base del cincuenta por ciento.
El 22 de marzo de 1877, fecha
memorable, el mundo científico se envaraba en sus asientos, con la nariz
dirigida al cielo. La cosa se llevó a cabo con espléndida autoridad: jamás un
papa se pronunció con tal aspecto de finalidad. Si se ponían seis
observaciones, una junto a otra, no hacía falta nada más.
El redactor de Nature, una semana
antes de la fecha de la predicción, parecía encontrar difícil explicar cómo
seis observadores, desconocidos entre ellos, podían haber formulado sus datos,
si no se trataba de fenómenos relacionados entre sí. Pero es ahora cuando
sobreviene la mayor crisis de este libro.
Las fórmulas están en contra
nuestra. Pero fórmulas astronómicas, basadas en observaciones concordantes,
efectuadas a tantos años de distancia y calculadas por un Leverrier, ¿pueden
tener tan poco sentido, positivamente hablando, como todos los demás
pseudofenómenos estudiados hasta ahora? La víspera del 22 de marzo de 1877, se
hicieron numerosos preparativos. En Inglaterra, el Astrónomo Real se hallaba en
la más apremiante expectativa de su carrera: notificó a los observadores de
Madrás, Melbourne, Sydney, Nueva Zelanda, Chile y Estados Unidos. Struve había
preparado las observaciones en el Japón y en Siberia.
Finalmente, el 22 de marzo de
1877. Yo mismo, sin la menor hipocresia, lo encuentro patético. Si alguien
quisiera poner en duda la sinceridad de Leverrier en aquellas circunstancias,
quiero precisar, sea esto o no significativo, que murió algunos meses más
tarde.
Creo que voy a volver a
Monstrator, pese a que el tema sea tan amplio que tal vez sea conveniente
volver a tratarlo en más de otra ocasión. El 9 de agosto, M. de Rostan, de
Basilea, Suiza, tomaba la altitud del sol en Lausana cuando vio un cuerpo en
forma de huso, de tres dedos de ancho y nueve de largo, avanzar lentamente
atravesando el disco solar, «a la mitad de la velocidad de lo que lo hacen las
manchas solares ordinarias» (10). No desapareció hasta el 7 de setiembre, al
alcanzar el limbo del sol. En razón a su carácter fusiforme, me inclino a
pensar en un superzepelin, pero otra observación parece indicar que se trataba
de un mundo: aunque opaco y «eclipsado al sol», estaba rodeado de una especie
de nebulosidad, ¿tal vez una atmósfera? Una penumbra indicaría ordinariamente
una mancha solar, pero algunas
observaciones prueban que el objeto estaba a una considerable distancia del
Sol. Otro observador, estudiando el Sol a la misma hora en París; no vio el
objeto, pero M. Croste, de Sole, es decir a unos doscientos setenta y un
kilómetros al norte de Lausana, lo observó, descubriendo la misma forma de
huso, pero discutiendo un poco su envergadura. Y, detalle importante: Croste y
De Rostan no lo vieron en el mismo lugar sobre el Sol. Es un asunto de
paralaje, y de gran paralaje, si se piensa en la invisibilidad de París: de
ello saco la conclusión de que, durante el verano de 1762, un gran cuerpo opaco
en forma de huso atravesó el disco solar a una gran distancia del Sol. El
redactor del Register escrIbió: «En una palabra, no conocemos nada del cielo a
lo cual se pueda recurrir para explicar este fenómeno.» Tengo la idea de que
este señor no era el esclavo encadenado a toda explicación, y que debía ser muy
abierto en sus hábitos. En cuanto a mí... Monstrator.
En Monthly Notices of the R.A.S.
(11), Leverrier, que no perdió jamás su confianza hasta el último día, publicó
las observaciones que había formulado sobre un cuerpo desconocido de
dimensiones planetarias. Aquí están: Fritsche, 10 de octubre de 1802; Stark, 9
de octubre de 1819; De Cuppis, 30 de octubre de 1839; Sidebotham, 12 de noviembre
de 1849; Lescarbault, 26 de marzo de 1859; Lummis, 20 de marzo de 1862.
Si no tuviéramos el hábito de la Ciencia en los aspectos
esenciales de la Omisión ,
nos sentiríamos mistificados e impresionados, como el redactor de Nature, por
tan bonita formulación de datos. Pero pensamos que con tal número de omisiones,
los astrónomos y los videntes pueden formular no importa qué (me comprometo,
por mi parte, a formular las periodicidades de una muchedumbre en Brooklyn),
por ejemplo, que todos los miércoles por la mañana un hombre de gran estatura,
con una sola pierna y un ojo negro, llevando una planta artificial de caucho,
pasará frente al Singer Building a las diez y cuarto. Y si un miércoles por la
mañana un muchacho empujando un barril de cerveza o una negra gorda llevando su
semanal ropa sucia acertaran a pasar por el lugar indicado, la práctica de la
omisión haría la predicción muy aceptable para toda cuasi-existencia. Digo,
pues, que Leverrier no formuló jamás observaciones, sino que eligió observaciones
que podían ser formuladas; que, hipnotizado, transfirió su condición a
tantísimas personas que, el 22 de marzo de 1877, hizo que la Tierra se erizara de
telescopios, manejados por igual número de astrónomos rígidos y casi
inanimados. ¿Y creen ustedes que la Astronomía sufrió en lo más mínimo en su
prestigio cuando no ocurrió nada? En absoluto. El espíritu de 1877 estaba ya
superado. Si, en un embrión, algunas células no sobreviven a los fenómenos de
su era, las otras respetarán las apariencias previstas. Las células del estadio
de reptil no son falsas más que desde el momento en que el embrión llega al
estadio de mamífero.
Creo que, entre tantos informes
igualmente auténticos de alargados cuerpos planetarios aproximándose al Sol,
Leverrier debió de escoger seis. Al no creer que los demás datos concernieran
también a cuerpos planetarios importantes y eliminándolos arbitrariamente,
hipnótica o heroicamente, tuvo, para formularlos, que excluir falsamente.
Puesto que el desenlace debió de matarlo, no tengo la intención de situarlo
junto a los Grays, Hitchcoks y Symons. Quizá fue pérfido al fijar una fecha tan
lejana, pero tuvo el valor de sostenerla hasta el último momento: creo que
Leverrier debió ser transferido al Positivo Absoluto.
Los datos rechazados: el 26 de
julio de 1819, Gruthinson observa dos cuerpos atravesando juntos el sol. Según
el astrónomo J. R. Hind, Benjamín Scott, Chamberlán de la ciudad de Londres, y
Mr. Wray, vieron en 1847 un cuerpo completamente idéntico a «Vulcano» atravesar
el Sol (12). Observación idéntica de Hind y Lowe, el 12 de marzo de 1849 (13).
Un cuerpo del tamaño aparente de Mercurio fue observado el 29 de enero de 1860
por E. A. R. Russell y otros cuatro observadores, atravesando el sol (14).
Observación de Le Vico, el 12 de julio de 1837 (15) Otro astrónomo aficionado,
M. Coumbray, de Constantinopla, le había escuto a Leverrier que el 8 de marzo
de 1885 vio un punto negro claramente recortado atravesar el disco solar,
destacándose de un grupo de manchas solares cerca de la corona, cita el L'année
Scientifique. Según el diagrama de M. Coumbray, un paso central hubiera tomado
un poco más de una hora. Dicha observación fue rechazada por Leverrier, porque
su fórmula hubiera necesitado de una velocidad cuatro veces mayor.
Lo importante es que todas estas
observaciones son tan auténticas como las de Leverrier, por lo que, sobre datos
tan satisfactorios como los de «Vulcano», cabe suponer la existencia de otros
«Vulcanos». De aquí la omisión heroica y desafiante que consiste en formular
uno y suprimir a todos los demás, los cuales, según la fórmula ortodoxa,
deberían haber influido al primero, si se hallaban todos en el relativamente
restringido espacio comprendido entre Mercurio y el Sol.
Otro cuerpo idéntico fue objeto
de una observación por Mr. Weber, de Berlín, el 4 de abril de 1876, del cual
Wolf informó a Leverrier en agosto de 1878 (16)... lo cual no ocasionó la menor
diferencia para este notable positivista.
Otras dos observaciones fueron
anotadas por Hind y Denning (17). Después vienen (18): Standacher, en febrero
de 1862, Lichtenberg, el 19 de noviembre de 1762; Hoffman, mayo de 1764;
Dangos, 18 de enero de 1798; Stark, 12 de febrero de 1820. Una observación
hecha por Schmidt, el 11 de octubre de 1847, se opina que es dudosa. Pero en la
página 192 se asegura que dicha duda proviene de una traducción errónea,
citándose otras dos observaciones hechas por Schmidt el 14 de octubre de 1849 y
el 18 de febrero de 1850, y después otra por Lofft, el 6 de enero de 1818.
Finalmente, una observación de Steinheibel, en Viena, el 27 de abril de 1820
(19). Haase reunió, por su lado, informes de veinte observaciones parecidas a
las de Lescarbault, cuya lista fue publicada por Wolf en 1872.
Pastorff (20) señala que vio, dos
veces en 1836 y una vez en 1837, dos manchas redondas de tamaño desigual
moverse a través del sol, una cambiando de posición con relación a la otra,
tomando una dirección, si no una órbita, distinta cada vez, y que en 1834 vio
otros cuerpos semejantes atravesar seis veces el disco solar, pareciéndose
mucho a Mercurio en sus pases.
La sombra del 22 de marzo de
1877. Pero recalcar la pobre media de Leverrier descubriendo planetas sobre una
base del cinco por ciento, sería poner de relieve el pequeño porcentaje de
realidad que caracteriza la tela casi mística de que se compone todo el
sistema. No acuso a los libros de texto de omitir este fracaso, pero les hago
sospechosos de buscar distraer la atención del público. Se trata de paliar el
error de Leverrier y de censurar al pobre Lescarbault, ese aficionado. El
ataque proviene del señor Lias, director de la Inspección de costas
brasileñas, el cual, en el momento de la autodicha observación de Lescarbault,
vigilaba el Sol: en lugar de ver tan sólo las manchas solares normales, notó
que la región del «pretendido pase» era de una intensidad uniforme.
Esta intensidad uniforme
me sirve tanto como me perjudica: un día, alguien encontrará el medio de
aniquilar la tercera ley de Newton, si toda reacción o toda resistencia es o
puede ser interpretada en términos de estimulante. Si eso pudiera realizarse
dentro de la mecánica, el inventor podría adueñarse del mundo. En esta
circunstancia específica, la «intensidad uniforme» significa que Lescarbault no
vio una mancha solar ordinaria, puesto que significa la ausencia de toda mancha
solar. Persigo la interpretación de una resistencia bajo la forma de una
asistencia (preguntándome cuáles serían sus
aplicaciones al vapor y a la electricidad), insistiendo en que la invisibilidad
en el Brasil significaba el paralaje tanto como la ausencia, y en la medida en
que «Vulcano» demostraba estar alejado del Sol, interpreto toda denegación como
una confirmación, lo cual es, por supuesto, el método de todo sabio, político,
teólogo u orador universitario.
Así, pues, los libros de texto,
sin habilidad especial, puesto que no se les exige, conducen a sus lectores a
despreciar al aficionado de Orgères y a olvidarse de Leverrier; lo cual no
impide que los datos existan. Si un hombre eminente presintiera un terremoto y éste
no se produjera, el profeta quedaría desacreditado, pero los datos de antiguos
terremotos seguirían siendo completamente válidos. Es fácil reírse de las
ilusiones de un único aficionado. Pero las observaciones de Fristche, Stark de
Cuppis, Sidebotham, Lescarbault, Lummnis, Gruthinson, De Vico, Scott, Wray,
Rusell, Hind, Lowe, Coumbray, Weber, Standacher, Lichtenberg, Dangos, Hoffmann,
Schmidt, Lofft, Steinheibel, Pastorff... son lo bastante formidables como para
evitar el olvido: y no son aún más que una vanguardia. A partir de ahora, los
datos de los grandes cuerpos celestes, unos oscuros y otros luminosos, pasarán
y pasarán y volverán a pasar. Y quizá, sí, quizá después del paso de la
procesión, algunos de nosotros recordaremos aún algo.
Brahmanes doblemente garantizados
en relación a los bautizados, los objetos del 29 de julio de 1878 saltan tan
fuerte a la vista, que sólo una indiferencia, lindante con la monotonía, puede
explicar la recepción que les hizo el Sistema: en el momento del eclipse total del
29 de Julio de 1878, el profesor Watson, de Rawlins, Wyoming, y el profesor
Swiff, de Denver, Colorado, señalaron la presencia de dos objetos brillantes a
considerable distancia del Sol. Está en concordancia con mi opinión general el
hecho de que no hay un planeta intermercuriano, sino más bien diferentes
cuerpos y varios enormes objetos, a veces cerca de la Tierra , a veces en las
proximidades del Sol: mundos sin órbitas (que concibo, vista la aparente
ausencia de colisiones, dotados de un mando gobernable), o superconstrucciones
dirigibles.
El profesor Watson y el profesor
Swift publicaron sus observaciones, lo cual sitúa a la indiferencia científica
en el lugar de las exclusiones racionales. Los rutinarios de los libros de
texto estiman que estos dos testimonios estaban en mutuo desacuerdo: y aun
testimoniando el más vivo pesar, especialmente en relación al profesor Swift,
llegaron a una coincidencia que sugestionó, a centenares de kilómetros de
distancia, a dos astrónomos a observaciones contradictorias. Pero el profesor
Swift escribió en Nature (21) que su observación era muy aproximada a la del
profesor Watson; más aún: en Observatory (22), dijo que sus cálculos y los de
Watson «se confirmaban mutuamente». Los fieles insistieron entonces en el hecho
de que Watson y Swift habían debido tomar dos estrellas por dos cuerpos
extraños. El profesor Watson insistió, en Observatory (23 a ) sobre el hecho de que
había censado previamente todas las estrellas que rodeaban el Sol hasta la
séptima magnitud: de todos modos fue condenado.
Demostración del mecanismo de
exclusión: antes de que se pronunciara la excomunión, Lockyer escribía
tajantemente, sobre este tema (23 b): «No hay ninguna duda: el profesor Watson
ha descubierto un planeta intramercuriano. Estoy seguro de que se integrará en
las órbitas de Leverrier.» No se integró. «No he hecho jamás -dijo el profesor
Swift (23 c)- una observación más válida, más indudable.»
Fue condenado de todos modos.
Cuerpos que parecían oscuros, y
luces que podían ser reflejos solares sobre objetos, masas o construcciones
interplanetarias.
Luces observadas sobre o cerca de
la luna. Herschel señaló, en Philosophical Transactions, (23 d) varios puntos
luminosos localizados sobre o cerca de la Luna , en el curso de un eclipse. Podemos preguntarnos
cómo podían ser luminosos, si la propia Luna estaba oscura. Pero examinaremos
más tarde el hecho de que numerosos objetos luminosos han o no han cruzado la Tierra en plena noche. La
abundancia de estas luces es un factor nuevo, o una nueva complicación en mis
exploraciones. Un nuevo aspecto del habitat o de la ocupación interplanetaria.
Mundos en hordas y seres alados. No me sentiré sorprendido si termináramos por
descubrir ángeles, o animales-máquinas, galeones de los viajeros celestes. En
1783 y en 1787, Herschel señaló otras luces próximas a la Luna , que supuso eran de
origen volcánico. Pero la palabra de un Herschel no tiene más peso, en el caso
de divergencia no ortodoxa, que la de un Lescabault. Sus observaciones fueron
relegadas al olvido.
En noviembre de 1821, se vieron
vivas manchas cerca de la Luna
(24). Loomis cita cuatro casos (25). Otra se parecía a una estrella cruzando la Luna , «cosa que supe,
inmediatamente, que pertenecía al campo de lo imposible», comenta el observador
(26 a ).
«Era una luz fija y persistente situada en el lado oscuro de la Luna.» Supongo que
la palabra fija designaba el brillo de la citada luz.
Rankin informa en 1847, en el
Report (26 b) haber visto puntos luminosos sobre la parte oscura de la Luna , en el curso de un
eclipse. Los tomó por reflejos de estrellas, lo que no resulta muy razonable;
pero otra luz, señalada en el Annual Register, (26 c), no tiene relación con
las estrellas, puesto que se mueve con la Luna. Fue observada durante tres noches seguidas
y señalada por el capitán Kater (27). En el observatorio de Cape Town se
informa la presencia de una mancha blanca acompañada de luces más pequeñas en
el lado oscuro del borde lunar (28
a ).
Siento, en relación a los datos
que siguen, la atracción de la positividad en sus aspectos de unicidad, de
homogeneidad, de unidad o de perfección. Un Leverrier estudia más de veinte
observaciones: es tentador suponer que todas estén relacionadas con un fenómeno
único. Es la expresión de una inclinación cósmica. La mayor parte de
observaciones se aplican tan irrevocablemente a la aceptación de mundos
dirigibles sin órbitas que da la espalda a las dos terceras partes de las
mismas, seleccionando solamente seis que le darán la ilusión de la perfección o
de su relación con un solo planeta.
Me gusta poseer los datos de
múltiples cuerpos oscuros, tiendo casi irresistiblemente a concebir a uno de
ellos corno el jefe supremo de los cuerpos oscuros. Entre todos los que flotan
o navegan en el espacio interplanetario, debe haber un Príncipe de los Cuerpos
Oscuros.
Melanicus.
Vasto cuerpo tenebroso de alas de
murciélago, o superconstrucción negra como el azabache. mejor aún, una de las
esporas de lo Maligno.
1883, el año extraordinario: en
Egipto, el 24 de setiembre de 1883, Hicks Pashaw vio a través de un telescopio
«una inmensa mancha negra» en la parte inferior del Sol (London Times, 17 de
diciembre de 1883). Una mancha solar quizá. Un día un astrónomo, el doctor
Wolf, contemplaba el cielo, cuando algo oscureció una estrella durante tres segundos
y medio (28 b). Había sido observado un meteoro por los alrededores, pero su
rastro no había sido visto más que momentáneamente.
El dato siouiente es uno de los
más sensacionales que poseo, pese a que sea muy corto. Un objeto oscuro fue
observado por el profesor Heis, a once grados de altitud, desplazándose
lentamente a través de la
Vía Láctea (29).
Una de mis pseudorazones para
creer que los mundos sin órbitas son dirigibles es la ausencia casi completa de
colisiones. Pueden, por supuesto, aun desafiando la gravitación y sin dirección
comparable a la nuestra, ajustarse entre sí, como los anillos y las volutas de
humo. Pero en Knowledge (30), se han publicado dos fotografías drl cometa de
Brooks, demostrando la evidencia de su colisión con un objeto oscuro en octubre
de 1893. El profesor Barnard formulo así el hecho: «El cometa encontró un medio
denso que lo pulverizó.» Quizá fuera un campo de hielo.
Melanicus.
Sobre las alas de un gigantesco
murciélago, sobrevuela la
Tierra y los demás mundos, extrayendo, tal vez, de los mismos
su alimento, planea sobre sus apéndices en forma de alas como un monstruo
maléfico que nos explota. Maléfico porque nos explota. Oscurece una estrella,
trastorna después un planeta, es un vampiro, vasto, negro y terrorífico.
Mr. W. R. Brooks, director del
Observatorio Smith, vio pasar lentamente un objeto oscuro y redondo a través de
la Luna , en
dirección horizontal (31). En Science, 14 de setiembre de 1896, un corresponsal
expresa su opinión de que se trataba de un meteoro opaco. El astrónomo holandés
Muller vio, el 4 de abril de 1892, un fenómeno completamente idéntico (32). Por
otro lado, en Science Gossip (33), se precisa que el objeto de Brooks tenía un
diámetro aparente tres veces menor que el de la Luna , y que atravesó el disco lunar en tres o
cuatro segundos. El redactor escribió que el 27 de junio de 1806, a la una de la
madrugada, miraba él mismo la
Luna con un telescopio astronómico de dos pulgadas, de
potencia 44, cuando un largo objeto negro pasó de oeste a este, durante tres o
cuatro segundos. Lo tomó por un momento por un pájaro, pero no pudo observar
ningún movimiento secundario. En cuanto al doctor Brendel, de Griefswald,
Pomerania, cuenta en Astronomische Nachrichten (34), que el factor Ziegler y
algunos otros observadores vieron un cuerpo de dos metros de diámetro atravesar
el disco solar. El objeto fue observado un cuarto de hora antes de alcanzar el
Sol, y necesitó más de una hora para atravesarlo, tras lo cual fue visible aún
cerca de una hora. Lo cual indica que estaba lejos tanto de la Tierra como del Sol.
Finalmente, el doctor Harris hace
constar (35) que vio el 27 de junio de 1912 un «objeto intensamente negro», de
cuatrocientos kilómetros de largo por ochenta de ancho, destacarse sobre el
disco lunar. «Se hubiera dicho un cuervo perchado sobre la Luna , tan cerca como le era
posible». Unas nubes interrumpieron la observación. «No puedo dejar de pensar
-escribió el doctor Harris- que acababa de producirse un fenómeno extraño. »
Un vampiro enorme y negro, que a
veces se cierne sobre la Tierra
y sobre otros mundos.
(1)
Proceeding of the National Academy of Science, 1915-394.
(2)
Astrophysical Journal, 1916-1.
(3)
(Evans: Way of the Planets, p. 140.)
(4)
(Science Gossip, 1886-178.)
(5)
(Trans. N. Y. Acad., 5-249.)
(6)
Astrophysical Journal, 1-172.
(7)
(Monthly Notice of the R.A.S, 38-338.)
(8)
(Popular Astronomy, vol. 19, nº 10.)
(9)
(Monthly Notices, 20-98)
(10)
(Annual Register, 9-120.)
(11)
Monthly Notices of the R.A.S., febrero de 1877.
(12)
(Nature, 14-469.)
(13)
(L'Année Scientifique, 1876-9.)
(14)
(Nature, 14-505.)
(l5)
(Observatory, 2-424.)
(16) (L'Année Scientifique,
1876-7.)
(17) (London Times, 3 de
noviembre de 1871 y 26 de marzo de 1873.)
(18)
(Monthly Notices of the R.A.S., 20-100.)
(19)
(Monthly Notices, 18-62.)
(20)
(Amer. jour. Sci., 2-28-446.)
(21) Nature, 19 de setiembre de
1878.
(22)
Observatory, 2-161.
(23 a ) Observatory, 2-193.
(23 b) La Nature , 20 de agosto de
1878.
(23 c) La Nature , 21-1301.
(23 d)
Philosophical Transactions, 82-27.
(24)
(Proc. London Roy. Soc., 2-167.)
(25)
(Treatise on Astronomy, p. 174.)
(26 a ) (Phil. Trans. 84-429.)
(26 b)
Report of the Brit. Assoc. 1847-18.
(26 c)
Annual Register, 1821-687.
(27)
(Quart. Journ. Roy. Inst, 12-133.)
(28 a ) (Phil. Trans., 112-237.)
(28 b) La Nature , 86-528.
(29)
(Greg's Catalogue, Rept. Brit. Assoc., 1867-426.)
(30)
Knowledge, febrero de 1894.
(31) (Science, 31 de julio de
1896.)
(32)
(Scientific American, 75-251.)
(33)
Science Gossip, n.s.., 3-135.
(34) Astronomische Nachrichten,
nº 3477.
(35) Popular Astronomy, 20-298.
15
Este capítulo será muy breve, y
el peor de todos. Creo que es de naturaleza especulativa. Me aparto de mis
pseudo-standards habituales. Supongo que, vista la eficiencia del capitulo
precedente, el ritmo de las pseudocosas (que no pueden ser reales si tienen un
ritmo, puesto que un ritmo es una apariencia que gira hacia lo contrario y
regresa después a su punto de partida), exige que volvamos y que no
permanezcamos. Este capítulo será, pues, breve, y lo llenaremos con algunos
puntos concernientes al intermediarismo.
Un rompecabezas: si sostengo que
el Positivo Absoluto se engendra y se mantiene a sí mismo a partir del Negativo
Absoluto, pasando por un tercer estado, llamado cuasi-estado, se comprenderá
oue intente concebir la universalidad como fabricándose a sí misma a partir de la Nada. Hagan del mismo
modo si quieren correr el riesgo de desaparecer a una velocidad tan grande que
dejen un rastro incandescente a su paso, y ser infinitamente felices por toda
la eternidad, suponiendo que deseen la existencia; en cuanto a mí, intentaré
ser inteligible al considerar el Positivo Absoluto desde el ángulo de la Realidad y no de la Universalidad ,
recordándome a mí mismo que por Realidad y Universalidad designo el mismo
estado, que no se confunde con nada más, puesto que no hay nada más. De modo
que la Realidad ,
no la Universalidad ,
fabrica la Realidad
a partir de la Irrealidad
y no de la Nada. Al
igual que, en términos relativos, todas las cosas imaginadas que se
materializan en máquinas, en estatuas, en dólares, en cuadros o en libros de
tinta y papel, no son más que gradaciones de la irrealidad a la realidad.
Parece, pues, que la intermediaridad sea una relación entre el Positivo
Absoluto y el Negativo Absoluto. Pero lo absoluto no puede tener relación con
cualquier otra cosa lo que prueba que es impensable, ya que, ¿cómo concebir un
límite a lo ilimitado? Haciéndolo del mejor modo posible, y animado por el
sentimiento de que no lo haré peor que los metafísicos del pasado, infiero de todo
eso que lo absoluto no tiene relaciones. De modo que nuestro cuasi estado no es
una verdadera relación irreal, puesto que no hay nada irreal. Parece impensable
que el Positivo Absoluto pueda, gracias a la intermediaridad, tener una
cuasi-relación, hallarse sin relaciones en términos finales o, al menos, no ser
una irrelación.
Lo mismo para el libre albedrío
el intermediarismo: por libre albedrío designo la independencia -o lo que no se
confunde con nada distinto- de modo que, en la intermediaridad, no existe libre
albedrío ni dependencia, sino una aproximación diferente para todo lo que se
califica a sí mismo como persona hacia uno u otro de estos extremos. Esta
expresión se parece a un cliché, pero en la intermediaridad todo es paradoja.
Somos libres de hacer lo que debemos hacer.
No creo hacer un fetiche de lo
absurdo. Pienso que, en los primeros tanteos, no hay medio de saber lo que será
después aceptable. Si uno de los descubridores de la biología oyera hablar de
pájaros que viven en los árboles, anotaría haber oído habar de pájaros que
viven en los árboles, y despues se ocuparía, pero sólo entonces, de pasar los
datos por la criba. Lo único que quisiera intentar limitar al máximo, pese a
que sea inevitable, es la mezcla de mis datos, en el mismo sentido que Long
Island y la Florida
debieron confundirse en la mente de los primeros exploradores de América.
Pienso, por mi parte, que mi libro se parece mucho a un mapa de América del
Norte en el que el río Hudson fuera designado como un paso que condujera directamente
a Siberia. Pienso en Monstrator, en Melanicus y en un mundo que se comunica
actualmente con la Tierra ,
iniciando coloquios secretos con algunos personajes esotéricos de nuestro
mundo. En cuanto al hecho de que este mundo pueda ser Monstrator, o que
Monstrator pueda ser Melanicus, tal hecho debe ser el tema de una encuesta
superior. Sería indecente resolverlo todo de un golpe, sin dejar nada para mis
discípulos.
Siempre me he sentido
impresionado, por ejemplo, por el fenómeno de las «marcas de ventosas». Me
parecen un símbolo de la comunicación.
Pero no medios de comunicación
entre habitantes de la
Tierra. Tengo la impresión de que una tuerza exterior ha
marcado con símbolos las rocas de la
Tierra , y esto desde muy lejos. No pienso que las marcas de
ventosas sean comunicaciones grabadas por diversos habitantes de la Tierra , porque parece
inaceptable que los habitantes de China, de Escocia y de América hayan
concebido, todos al unísono, el mismo sistema. Las marcas de ventosas son
series de impresiones hechas en las rocas y que hacen pensar irresistiblemente
en ventosas. A veces están rodeadas de un círculo, a veces de un simple
semicírculo. Se encuentran virtualmente en todos lados, en Inglaterra, en
Francia, en América, en Argelia, en el Cáucaso y en Palestina, en todas partes,
salvo, tal vez, en el gran Norte. En China, los acantilados están repletos de
ellas. En un acantilado cercano al lago de Como hay un laberinto de estas
marcas. En Italia, en España y en la
India , se las encuentra en cantidades increíbles.
Supongamos que una fuerza
llamémosla análoga a la fuerza eléctrica, pueda marcar desde lejos las rocas
como puede ser marcado el selenio desde centenares de kilómetros por los
telefotógrafos. Pero soy el hombre de las dos mentes...
Exploradores perdidos venidos de
algún lugar. Se intenta, desde aquel lugar, comunicar con los mismos, y un
frenesí de mensajes llueve en chaparrón sobre la Tierra , en la esperanza de
que algunos marcarán las rocas junto a los exploradores extraviados. O también:
en alguna parte de la Tierra
hay una superficie rocosa de un género muy especial, un receptor, una
construcción polar, una colina abrupta y cónica, en la cual, desde hace siglos,
vienen a grabarse los mensajes de otro mundo. Pero, a veces, estos mensajes se
pierden y marcan paredes situadas a miles de kilómetros del receptor. Tal vez
las fuerzas, disimuladas tras la historia de la Tierra , han dejado sobre
las rocas de Palestina, de Inglaterra, de China y de la India , archivos que algún
día serán descifrados o instrucciones mal dirigidas a las órdenes esotéricas, a
los francmasones y jesuitas del espacio.
Recalco la formación en serie de
las marcas de ventosas. El profesor Douglas escribe (1): «Sea cual sea el
motivo, los marcadores han dado pruebas de una firme inclinación en disponer
sus extrañas esculturas en hileras regularmente espaciadas.» El canónigo
Greenwell ha sugerido desde hace tiempo que dichas marcas constituían una forma
arcaica de inscripción. Pero el esbozo más específico, a mi modo de ver, se halla
en las observaciones de Rivett-Carnac (2): según él, el alfabeto Braille, bajo
su forma de puntos en relieve, es una inversión directa de las marcas de
ventosas. Señala también su enorme parecido con el alfabeto Morse. Pero un
arqueólogo timorato y sistemático no puede tan sólo presentar semejanzas y
sugerir la existencia de mensajes, si es que hay mensajes, en China, en Suiza,
en Argelia y en América: está obligado a atribuirles un origen. Y yo acepto
uno, que puede tener acceso a toda la superficie de la Tierra : un origen externo.
Otro detalle importantísimo: las
hileras de marcas han sido comparadas a menudo con huellas de pasos. Tal hecho
es curiosisimo, ya que su disposición rectilínea hace la tesis muy improbable,
salvo en el caso de un animal que saltara sobre una sola pata, o de un policía
andando con aplicación sobre la línea blanca del embaldosado en una comisaria.
En la Roca de la Bruja , en Ratho, Escocia,
hay veinticuatro ventosas de diversos tamaños, que van desde cuatro a ocho
centímetros de diámetro, dispuestas en líneas casi rectas. La explicación local
hace intervenir huellas de patas de perro (3). Marcas completamente idénticas
se hallan extrañamente dispersas a todo alrededor de la Roca de la Bruja , como una histérica
tentativa de telegrafía, en la que los mensajes se repitieran sin cesar sobre
distintas localizaciones. En el Inverness-hire, las marcas de ventosas son
llamadas «huellas de hadas». En las iglesias de Volna, en Noruega, y de St.
Peters, Ambleteuse, se encuentran también estas marcas, identificadas como
huellas de cascos de caballos. Las rocas de Clare, en Irlanda, están
recubiertas de huellas supuestamente hechas por una vaca mitológica (4).
Termino con un fantasma
anecdótico, que no querría ver interpretar en modo alguno como un dato: ilustra
solamente esta noción de huellas simbólicas de caballos o de vacas que son el
reverso o el negativo de estas huellas huecas repartidas regularmente por la Tierra pero aterrizando en
malos lugares, para considerable sorpresa de aquellos que se despiertan una
buena mañana y las descubren en un espacio anteriormente virgen. Una antigua
crónica china informa que los habitantes de un palacio se despertaron una buena
mañana, para encontrarse todo el patio marcado por huellas de pasos parecidos a
los de un buey, que fueron atribuidos inmediatamente al diablo (5).
(1)
(Saturday Review, 24 de noviembre de 1883.)
(2)
(Jour. Roy. Asiatic Soc., 1903-515.)
(3)
(Proc. Soc. Antiq. Scotland. 2-4-79.)
(4)
(Folklore, 21-184)
(5) Notes
and Queries, 9-6-225
16
Angeles.
Hordas y hordas de ángeles.
Seres amontonados como nubes de
almas, ráfagas entremezcladas de la espiritualidad, o esas exhalaciones del
alma tan a menudo representadas por Gustavo Doré.
Puede que la Vía Láctea sea una
composición de ángeles rígidos, helados, definitivamente estáticos y absolutos.
Citaré casos de pequeñas Vías Lácteas desplazándose con rapidez, muchedumbres
de ángeles no absolutos, pero sin embargo dinámicos. Sospecho, por mi parte,
que las estrellas fijas están realmente fijas, y que los muy preciosos
movimientos que se les descubren son ilusorios. Pienso que las estrellas fijas
son absolutas. Su parpadeo no es más que una interpretación intermediarista.
Pienso que, después de la muerte de Leverrier, no se tardó en descubrir una
nueva estrella fija y que, si el doctor Gray no se hubiera mantenido en su
historia de los miles de peces en un cubo de agua, si hubiera escrito, leído en
conferencia o proclamado en todos los rincones de la calle, para convencer al
mundo, el que, conveniente o no, su explicación era la única exacta, si lo
hubiera pensado hasta el momento de acostarse y desde el momento de levantarse,
el aviso de su muerte hubiera sido, en la Monthly Notices ,
la señal de una nueva estrella.
Estoy seguro de que los astrónomos
han visto a menudo otras Vías Lácteas, de un orden inferior y dinámico. Puede
ser, por supuesto, que los fenómenos de los que voy a hablar ahora no tengan
nada que ver con los ángeles. Tanteo solamente, para determinar lo que es
lícito aceptar. Algunos de mis datos implican muchedumbres de turistas redondos
y amables en los espacios interplanetarios, y otros delgados, largos y voraces.
Creo que hay, en los espacios interplanetarios, Super Tamerlanes a la cabeza de
bandadas de devastadores celestes que se abatieron sobre las civilizaciones del
pasado, mondándolas hasta los huesos, sin dejar más que monumentos para los
cuales los historiadores inventaron historias exclusionistas. Pero si alguien
tiene derecho legal sobre nosotros, y puede establecer su derecho de propiedad,
se mantendrán tranquilos. Ocurre así con todas las explotaciones. Diría que nos
hallamos en un estadio de cultivo: que nos damos cuenta de ello, pero tenemos
el atrevimiento de atribuirlo todo a nuestros nobles y superiores instintos.
Contra dichas nociones se ejerce
el mismo sentido de finalidad que se opone al menor progreso. Por tales razones
sostengo que la aceptación es una adaptación más bien que una creencia. Y la
creencia que se me enfrenta, en el campo de los fenómenos interplanetarios, es
la que quiere que todo haya sido ya descubierto. El sentido de finalidad y la
ilusión de homogeneidad. Pero lo que se denomina conocimiento en marcha no es
más que una violación del sentido de la nada.
Una gota de agua. Antiguamente el
agua era considerada como algo tan homogéneo que se la tomaba por un elemento.
Vino el microscopio, y no sólo se vio que el supuesto elemento tenía una
infinita diversidad, sino también que, hasta en su vida protoplasmática, había
nuevos órdenes de existencia.
En el año 1491, un europeo miraba
hacia el oeste, más allá del océano, y pensaba que el suave desplome del
occidente era inatacable, que los dioses de la regularidad no autorizarían a
dicho horizonte liso para dejarse turbar por costas o tachonar por islas. Era
totalmente desagradable el hecho de contemplar la posibilidad de un occidente
amplio y aplanado, limpio bajo el cielo, bruscamente sembrado de islotes, como
en una lepra geográfica. Y sin embargo existían, en dicho oeste aparentemente
vacío, costas, islas, indios, bisontes, lagos, montañas, ríos. Se contempla el
cielo, la homogeneidad relativa de lo relativamente inexplorado, y no se piensa
más que en ciertas categorías de fenómenos. Pero me siento obligado a admitir
que hay muchísimos modos de existencia interplanetarios, que son indios,
bisontes y coyotes: una Supergeografía de vastas regiones estancadas, pero
también de Super-Niágaras y Ultra-Mississippis: y una supersociología de
viajeros, turistas y devastadores: los cazadores y los cazados, los super-mercaderes,
los super piratas y los super-evangelistas.
El sentido de la homogeneidad es
nuestra ilusión positivista de lo desconocido.. La astronomía y la academia. La
ética y lo abstracto. La tentativa universal de formular y regularizar no puede
ser abordada más que por la omisión y la denegación. Todas las cosas omiten y
niegan lo que, eventualmente, las invadirá o las destruirá. Hasta el día en que
alguien diga a la Infinitud :
«Detente allá, ésta es la demarcación absoluta.» El propósito final.«No hay
nada más que yo.»
En la Monthly Notices of
the RAS. (1), una carta del reverendo W.
Read nos dice que, el 4 de setiembre de 1851, a las 9 y media de la mañana, vio una
multitud de cuerpos luminosos rebasar el campo de su telescopio para
evolucionar unos lentamente, otros con rapidez. Parecían ocupar una zona de
varios grados de amplitud. La mayor parte se dirigían de este a oeste, pero
algunos se movían de norte a sur. Su número era prodigioso y pudo observarlos
durante seis horas «¿No podrían ser atribuidas estas apariciones a un estado
anormal de los nervios ópticos del observador?», pregunta el redactor. En la
misma publicación (2), Read insistió en el hecho de que, como un diligente
observador que era, poseía instrumentos de gran calidad y una experiencia de
veintiocho años. «Y, sin embargo -dijo-, jamás antes había visto nada
semejante.» Y precisa que dos miembros de su familia vieron también los objetos
en cuestión.
El redactor retiró la sugestión.
Sabemos lo que es de esperar. En
una existencia esencialmente de hibernación podemos predecir el pasado, es
decir, encontrar algo que haya sido escrito sobre el tema en 1851, para saber
lo que hay que esperar más tarde de los Exclusionistas. Si el reverendo Read
vio una migración de ángeles insatisfechos que podían contarse por millones,
será preciso que se haya confundido, al menos subjetivamente, con fenómenos
terrestres ordinarios, a pesar de prescindir para ello de la probable
familiaridad que, mantenida durante veintiocho años, pueda tener Read con los
fenómenos terrestres ordinarios.
Una carta del reverendo W. R.
Dawes (3), que encontró unos objetos semejantes durante el transcurso del mes
de setiembre, nos dice que se trataba de semillas flotando a impulsos del aire.
Pero una comunicación de Read al profesor Baden-Powell (4) disocia su
observación de la de Dawes: niega haber visto flotar semillas dispersas. Había
poco viento y los objetos venían del mar, de donde las semillas tienen poca
oportunidad de provenir. Eran redondos, bien definidos, y no se parecían a
cenizas de carbón. Cita una carta de C. B. Chalmers, de la Real Sociedad
Astronómica, que observó el mismo desplazamiento, una procesión o migración,
con la diferencia de que algunos cuerpos eran alargados, más bien flacos y
voraces, que globulares.
Pero Mr. Read hubiera podido
discutir durante sesenta y cinco años: no hubiera impresionado a nadie
importante. La dominante de su época era el Exclusionismo, y la noción de
semillas volantes se asimila, hechas todas las omisiones, con esta dominante.
Las escenas terrestres de
ostentación y aparato deberían de parecerles del mismo modo a los observadores
del espacio: las Cruzadas no serían más que nubes de polvo. Creo que era
normal, en 1851, no ver más que semillas volantes, haya o no soplado el viento
del mar. Creo que objetos iluminados de celo religioso se han mezclado, como en
todas partes dentro de la intermediaridad, con los merodeadores negros y los
seres grisáceos de mezquinas ambiciones. Quizá había un Ricardo Corazón de León
aprestándose para restablecer los derechos de las poblaciones jupiterianas.
Pero era muy conveniente, en 1851, tomarlo por una semilla de col.
Durante el eclipse de agosto de
1869, el profesor Coffin, U.S.N. (5), observó a través de su telescopio el paso
de varios copos luminosos parecidos a polvo de carbón, flotando en pleno sol.
Pero el telescopio estaba regulado de tal modo que, si los objetos se
apreciaban claramente delimitados, debían de hallarse tan lejos de la Tierra que las dificultades
de la ortodoxia permanecerían independientemente de su identidad real. El
profesor Coffin estimó que eran «claramente delimitados».
El 27 de abril de 1863, Henry
Waldner (6) observó cuerpos brillantes desplazándose de oeste a este; avisó al
doctor Wolf, del Observatorio de Zurich, quien se convenció de la realidad de
este extraño fenómeno y dio parte de una observación análoga realizada por el
signore Capocci, del observatorio Capodimonte, en Nápoles, el 11 de mayo de
1845. ¿Las formas eran distintas, o eran diferentes aspectos de las mismas
formas? Algunos cuerpos eran estrellados y dotados de apéndices transparentes.
Creo, en lo que me concierne, que
eran Mahoma y su Héjira. O tal vez solamente su harén. Una sensación asombrosa,
sin duda, la de flotar a través del espacio rodeado por diez millones de
esposas. Pero tenemos una ventaja considerable en esta circunstancia: las
semillas no se hallan en estación en el mes de abril. Aunque es cierto que
míster Waldner emitió la opinión asimilativa de que se trataba de cristales de
hielo.
Centenares de pequeños cuerpos,
negruzcos esta vez, fueron observados por los astrónomos Herrick, Buys-Ballot y
De Cuppis (7): otros atravesaron el disco lunar ante los ojos de Mr. Lamey (8):
un número prodigioso de cuerpos opacos y esféricos fueron señalados por Messier
el 17 de junio de 1777 (9); en La
Habana , el profesor Auber vio durante el eclipse de sol del
15 de mayo de 1836 un gran número de cuerpos luminosos alejarse del Sol en
diferentes direcciones (Poey); Mr. Poey cita un caso idéntico el 3 de agosto de
1886, cuya causa atribuye Lotard a vuelos de pájaros (10); en 1885, M . Trouvelet vio
pasar un gran número de cuerpecillos a través del disco solar, unos lentos,
otros rápidos, algunos de los cuales de una estructura complicada, semillas,
insectos o volátiles: M. Trouvelet declara no haber visto jamás nada análogo a
estas formas (11); cuerpos luminosos y opacos atravesando el sol en el
Observatorio de Río de Janeiro, de finales de diciembre de 1875 al 2 de enero
de 1876 (12).
Vista desde muy lejos, por
supuesto, cualquier forma tiene tendencia a aparecer redondeada: pero voy a
ocuparme ahora de datos sobre formas más complejas. En L'Astronomie (13) M.
Briguière señala la travesía del Sol, los días 15 y 25 de abril de 1883, en
Marsella, por cuerpos de forma irregular, de los cuales algunos evolucionaban
en alineación. El 8 de agosto de 1849, a las tres, por encima de Gais, en Suiza,
sir Robert Inglis (14) vio millares de objetos brillantes, parecidos a copos de
nieve, en un cielo sin nubes. Pero, pese a que este despliegue no duró más que
veinticinco minutos, ninguno de tales copos cayó al suelo. La criada de Inglis
«creyó» ver que algunos de entre ellos poseían una especie de alas. Un poco más
lejos, en el curso de la misma comunicación, en la página 18 del Report, sir
John Herschel afirma recordar que en 1845 ó 1846 su atención fue atraída por
objetos de considerable tamaño que atravesaban el aire: el telescopio los
identificó como masas de heno de dos metros de diámetro, pero. pese a que sólo
una tromba podía haberlas levantado, observó que el aire estaba en completa
calma. «El viento soplaba, sin duda, en el lugar observado, pero no sentí
bufido.» Si Herschel hubiera consentido en desplazarse un poco más lejos, o en
señalar esta extraña aparición, su informe hubiera parecido, en 1845, tan
desplazado como la aparición de una cola en un embrión en el estado de
gástrula.
Algunos de entre nosotros tienen
tendencia a imaginar a la
Ciencia sentada en la calma y la serenidad del juicio exacto.
Pero algunos datos, esto es evidente, han sido cazados a lazo y después
linchados despiadadamente. Si una Cruzada de Marte a Júpiter se produce en
otoño, se recurre a las «semillas.» Si una horda de vándalos celestes es
observada en primavera, se hace referencia a los «cristales del hielo». Si una
raza de seres aéreos, sin hábitat sustancial, aparece en el cielo de la India , se habla de
«langostas».
Una observación necesaria: si las
langostas ganan altura, se hielan y mueren por millares. En las regiones
montañosas de la India ,
«nubes de langostas mueren por millares» a una altura de quinientos metros
(15). Por otro lado, tanto si vuelan alto como bajo, su presencia es
traicionada siempre por la caída constante de rezagados. El fenómeno es tan
conocido que cuando el teniente Herschel, observando el sol en Bangalore, en la India , los días 17 y 18 de
octubre de 1870, vio sombras oscuras atravesar el sol -que eran luminosas antes
de alcanzarlo-, y esto en un flujo ininterrumpido durante un período de dos
días, se expresó como sigue en Monthly Notices, (16): «El vuelo ininterrumpido
en un período de dos días, en número tan considerable, en las regiones
superiores de la atmósfera, de animales que no abandonan un solo rezagado, es
un hecho único no sólo en los anales de la Historia Natural ,
sino también de la
Astronomía.» Cambiando en varias ocasiones la abertura de su
diafragma, percibió alas, o al menos apéndices fantasmales. Uno de los objetos
disminuyó su velocidad, planeó un poco, después volvió a partir a toda
velocidad. Esto le impulsó a escribir, muy siglo XIX... «No hay duda: se trata
de langostas o de moscas de un género especial.» Opinión acreditada, por otro
lado, por la abundancia de vuelos de langostas en algunas regiones de la India.
Sigue ahora un caso
extraordinario desde diversos puntos de vista, tanto si se trata de
super-viajeros, de super-devastadores, de ángeles, de bribones, de cruzados, de
emigrantes, de aeronautas, de elefantes, de bisontes o de dinosaurios volantes.
Uno de estos objetos ha sido fotografiado y, sin duda, no se ha tomado nunca
una foto tan sensacional.
L'Astronomie, (17): En el
observatorio de Zacatecas, en Méjico, el 12 de agosto de 1883, a dos mil quinientos
metros sobre el nivel del mar, un gran número de cuerpos luminosos penetraron
en el disco solar. El señor Bonilla telegrafió a los observadores de Méjico y
de Puebla, donde no eran visibles. Visto este paralaje, el señor Bonilla
localizó los cuerpos «relativamente cerca de la Tierra.» Pero en su
lenguaje de astrónomo, tanto si se hubiera tratado de pájaros, de escarabajos,
de un super-Tarmelan o del ejército de un celeste Ricardo Corazón de León,
«relativamente cerca de la
Tierra » significa «a menor distancia que la Luna ». Uno de estos objetos
fue fotografiado: el documento muestra un largo cuerpo rodeado de estructuras
indefinidas, por el temblor de alas o de planos en movimiento.
L'Astronomie, (18): el signore
Ricco, del observatorio de Palermo, escribe que el 30 de noviembre de 1880, a las dos y media del
mediodía, vigilaba el Sol cuando en una línea corta y también paralela,
atravesaron lentamente su disco. Aquellos cuerpos le parecieron alados, pero
eran tan grandes que le hicieron pensar en grullas. Consultados algunos
ornitólogos, supo que el vuelo en líneas paralelas coincide efectivamente con
el de las grullas. Esto ocurría en 1880: cualquiera en nuestros días sabe que
es también una formación familiar a los aviones. Pero el ángulo de visión
dejaba entender que estos seres u objetos se desplazaban a mucha altitud. El
signore Ricco sostiene que los cóndores vuelan, a veces, a cuatro o cinco mil
metros de altitud, y que las grullas han desaparecido a menudo a los ojos de
los observadores ganando las regiones superiores de la atmósfera.
Estimo en terminos convencionales
que no existe pájaro sobre esta Tierra que no se hiele mortalmente a una
altitud de más de cinco mil metros. Y el signore Ricco estima que estos
objetos, estos seres o estas grullas, se desplazaban por lo menos a ocho mil
metros de altura...
(1)
Monthly Notices of the R.A.S. 11-48
(2)
Monthly Notices, 12-38
(3)
(Monthly Notices 12-183)
(4)
(Report of the British Association. 1852-235)
(5}
(Jour. Frank. Inst., 88 151)
(6)
(Nature 5-304)
(7)
(L'année Scientifique, 1880-25.)
(8) (L'année Scientifique
1874-62)
(9) (Arago: Oeuvres, 9-38)
(10) (L'Astronomie. 1886-391)
(11) (L'année Scientifique,
1885-8)
(12) La Nature. 1876-384)
(13) (L'Astronomie, 1886-70)
(14) (Carta al coronel Sabine. Rept. Brit Assoc. 1849-172
(15)
(Nature, 47-581.)
(16)
Monthly Notices, 30-135
(17) L'Astronomie, 1885-347.
(18) L'Astronomie, 1887-66.
17
La enorme cosa negra parecía un
cuervo de terroríficas dimensiones. Suponiendo que algún día tenga un lector, o
tal vez más de uno, le señalo hasta qué punto este oscuro dato ha podido
empalidecer en el espacio de dos capítulos.
La cuesten es ¿se trataba de una
cosa, o de la sombra de una cosa?
Una u otra solución claman no
sólo por una revisión, sino también por una revolución en la Ciencia de la Astronomía. ¡Pero cómo
ha empalidecido este dato en sólo dos capítulos! El disco de piedra esculpida
de Tarbes y la lluvia que cayó cada tarde durante veinte -¿o eran veintitres
dias?, ya no me acuerdo de ello- sobre el mismo y restringido espacio. Todos
somos unos Thomson de cerebros comunes y resbaladizos, aunque sinuosos. Toda
inteligencia es anormal, y no recordamos más que lo que concuerda con una
dominante. A algunos capítulos de distancia, hay pocas impresiones que no
terminen por tropezar en nuestros resbaladizos cerebros, igual que Leverrier
con su «planeta Vulcano». Hay dos maneras de recordar un elemento
irreconciliable. Trabándolo a un sistema más cercano de lo real que aquel que
lo ha rechazado, y por la mera y balbuciente repetición.
Una cosa enorme, negra como un
cuervo, posada sobre la Luna.
Es dato es de gran importancia, ya que obliga a aceptar, en
un campo distinto, mi convicción de que cuerpos opacos de dimensiones
planetarias atraviesan nuestro sistema solar. Sostengo que tales cuerpos han
sido vistos, así como también sus sombras.
Una enorme cosa negra posada como
un cuervo sobre la Luna.
Hasta ahora no tenía más que un solo caso, es decir, un caso
fácil de arrinconar. Pero Serviss (1) habla de una sombra que Shroeter vio en
1788 sobre los Alpes lunares. Vio primero una luz; después, cuando esta región
fue iluminada, observó una sombra redondeada allá donde se encontraba la luz.
Digo que vio un objeto luminoso cerca de la Luna , que la Luna fue parcialmente iluminada, y que el objeto
desapareció a sus ojos, mientras su sombra se retardaba detrás suyo. Por
supuesto, Serviss se explica sobre esta cuestión, sin lo cual no sería el
profesor Serviss. Es una pequeña competición en aproximaciones relativas de la
realidad. Piensa que Shroeter había observado la sombra «redondeada» de una
montaña, en la región iluminada. Se puede concebir, efectivamente, que una
montaña pueda proyectar una sombra redondeada e incluso destacada, en la región
iluminada de la Luna. Y
estoy seguro de que el profesor Serviss podría explicar a su gusto por qué
razón olvida el origen mismo de la luz. Sin lo cual no sería más que un
aficionado.
Tengo otro dato, aún más
extraordinario que esta cosa enorme, negra y posada como un cuervo sobre la Luna. Más
circunstancial, de hecho, y provisto de ponderadas verificaciones, lo encuentro
mucho más extraordinario que esta enorme cosa posada sobre la Luna , negra como un cuervo.
Mr. H. C. Russell, que de
ordinario es tan enormemente ortodoxo como otro cualquiera, al menos así lo
supongo, ya que escribe F.R.A.S. (miembro de la Real Sociedad de
Astronomía) tras su nombre, cuenta en Observatory (2) una de las historias más
perversas, más extravagantes, de todas las que he exhumado. El y otro
astrónomo, G. D. Hirst, se hallaban en las montañas Azules, cerca de Sydney, en
Nueva Gales del Sur, y Mr. Hirst contemplaba la Luna. De pronto, vio lo
que Russell denomina «uno de estos hechos tan extraordinarios que deben ser
registrados en el mismo momento, incluso si ninguna explicación puede hacerlos
aún comprensibles».
La cosa es bastante rara: que un
astronomo, en este estado de terrorismo en el que ejerce su oficio, vea algo no
convencional, algo escabroso, inconvenente de ver, que ponga en peligro su
misma dignidad. Uno de los esclavos regimentados le clavará una sonrisa en la
espalda. Se le juzgará sin bondad. Por tales razones creo de un atrevimiento
inusitado, para su mundo de sensibilidades etéreas, la anotación siguiente de
Russell: «Hirst vio que gran parte de la Luna estaba recubierta por una sombra tan oscura
como la de la Tierra
durante un eclipse de Luna. Era casi imposible resistir a la convicción de que
se trataba de una sombra, incluso si no podía ser la sombra de ningún cuerpo
conocido.»
Richard Proctor era un hombre
liberal en su época. Más tarde citaré una carta que permitió fuera publicada en
Knowledge, y que en otra ocasión hubiera podido encontrar delirante. Pero un
mundo oscuro y desconocido, capaz de proyectar su sombra sobre una gran parte
de la Luna ,
extendiéndose tal vez más allá del borde lunar, una sombra tan vasta como la de
la Tierra , era
algo excesivo para el comedimiento de Mr. Proctor.
Se dice que fue feroz. Russell
relató que Proctor hizo un «libre uso» de su nombre en el Echo del 14 de marzo
de 1879, ridiculizando la observación que él había hecho en compañía de Hirst.
Si no hubiera sido Proctor hubiera sido algún otro: pero es digno de notar el
hecho de que el ataque fuera impreso en un diario. El desdén de las revistas
astronómicas fue completo en este caso, pero las columnas del Observatory
quedaron abiertas para Russell, a fin de que pudiera responder a los insultos
de Proctor.
La réplica dio prueba de una
considerable intermediaridad. En el año 1879, hubiera resultado de un
hermosísimo positivismo el afirmar: «Había una sombra sobre la Luna. Es cierto que era
proyectada por un cuerpo desconocido.» Digo que, si Russell hubiera dedicado
todo su tiempo a mantener esta posición, aun a riesgo de romper algnas
amistades o de dar fin a sus relaciones con sus colegas astrónomos, su
apoteosis no se habría hecho esperar con la ayuda de algunos medios bien
conocidos de la cuasi-existencia, mientras que sus compromisos, sus evasiones,
sus medias medidas quedarían arrolladas por los incorruptibles. Eso hubiera
sido ciertamente posible en una existencia real, pero en una cuasi-existencia,
Russell declaró haber resistido a la convicción incriminada. Escribió que había
sido «casi imposible» resistir, y reprochaba sobre todo a Proctor el haber dado
a entender que no había resistido. Lástima: sería de desear que toda apoteosis
fuera deseable. Pero uno de los coléricos e irritados temores de Proctor es
digno de interés. «Lo que ocurre sobre la Luna -escribió- puede también ocurrir sobre la Tierra.» Precisamente
una de las tesis de mi departamento personal de Astronomía Avanzada es que
Russell e Hirst pudieron ver el Sol eclipsado en relación a la Luna por un gigantesco cuerpo
opaco. Han ocurrido muchas veces, estoy convencido de ello, eclipses relativos
a la Tierra
por un vasto cuerpo opaco. Eclipses que no han sido reconocidos como tales por
los parvularios científicos.
Hay, por supuesto, una solución
neutra, que vamos a examinar inmediatamente. Puede suceder que la sombra
observada por Hirst y Russell sea un eclipse del Sol, con relación a la Luna , causado por una bruma
cósmica de algún tipo o por un enjambre de meteoros en apretadas filas o por la
descarga gaseosa de un cohete. Por lo que a mí respecta, creo que toda sombra
imprecisa es función de una intervencion imprecisa, y que una sombra tan densa
como la sombra de la Tierra
debe ser proyectada por un cuerpo más denso que las brumas o los enjambres. Y
la información crucial subsiste: «Una sombra tan oscura como la de la Tierra durante un eclipse
de Luna».
Aunque no siempre haya
manifestado para con ellos una paciencia deseable, creo que los astrónomos
primitivos realizaron en su tiempo muy buenos trabajos, principalmente para
apaciguar los temores terrestres. Puede creerse, a veces, que toda ciencia no
es más que el equivalente de un trapo rojo para un toro o para un
antisocialista; es inexacto Para mí representa más bien lo que una escasa
comida representa para un toro o para un antisociallsta No me opongo a lo
Cientifico, sino a lo insuficiente. Creo que el Mal es un estado negativo, por
el cual designamos el estado de discordia, de fealdad, de desorganización, de
inconsistencia o de injusticia, determinado con lo intermediario, no por los
standards reales, sino por más altas aproximaciones a la armonía, a la belleza,
a la organización. a la consistencia o a la justicia. Los astrónomos han actuado
bravamente en el pasado: han tenido feliz influencia en los negocios. Es malo
para el comercio que una oscuridad intensa se abata sobre una comunidad tomada
por sorpresa y aterrorice a los eventuales compradores. Pero si todo
oscurecimiento puede ser predicho y se produce en el tiempo señalado, ningún
presunto comprador volverá a su casa, lleno de pánico, para meter su dinero a
buen recaudo.
De un modo general, se considera
que los astrónomos han sistematizado casi todos los datos de los eclipses, es
decir, que han incluido algunos y olvidado otros. Han tenido éxito, han actuado
bien, pero actualmente se alejan de la armonía, y soy yo quien está en armonía
con una nueva dominante, el espíritu de una nueva era en la que el
exclusionismo quedará proscrito, al tener en mi poder numerosos datos de
oscurecimientos producidos no sólo sobre la Luna sino sobre la Tierra. y tan reveladores
de vastos cuerpos interpuestos como puedan serlo los eclipses previstos por
anticipado.
Miren al cielo. Parece increíble
que a la misma distancia de la
Luna puede existir un cuerpo sólido e invisible, del mismo
tamaño que la Luna. Miren
la Luna cuando
sólo es visible de la misma una delgada hoz. Tendrán tendencia a reconstruirla
en su mente, pero su parte oscura parecerá tan vacía y del mismo azul que el
resto del cielo. Habrá delante de sus ojos una vasta zona de sustancia sólida,
pero permanecerá indiscernible en aquel momento preciso.
En mis parvas lecciones sobre las
bellezas de la modestia y de la humildad, he reconstruido algunas arrogancias
basicas: la cola de un pavo real, la cornamenta de un ciervo, los dólares de un
capitalista, los eclipses de los astrónomos. Aunque no reclame tal misión,
estoy preparando para citar centenares de casos en los que los intormes de
eclipses se han refugiado tras las menciones de «tiempo cubierto» o
«condiciones de visión desfavorables».
«Acontecimientos notables (3) en
el curso de un eclipse total de Luna, el 19 de marzo de 1848.»
Una carta de Mr. Forster, de
Brujas, declara que en el momento del eclipse precitado, la Luna brilló tres veces más de
lo que es usual para un disco lunar eclipsado. El cónsul inglés de Gante, que
no sabía nada del eclipse previsto, escribió para señalar el color «rojo
sangre» de la Luna. Otro
astrónomo, Walkey, observó en Clyst St. Lawrence que a Luna se tornó
«magníficamente iluminada, más bien teñida de un rojo intenso... La Luna estaba tan perfectamente
iluminada como si no hubiera habido el menor eclipse».
Se dijo que una aurora boreal,
ocurrida al mismo tiempo, había podido ser la causa de dicha iluminación, pero
jamás se ha observado que una aurora boreal pueda tener efectos sobre la Luna.
Otra observacion de Scott, en el
Antártico, cobra todo su valor si se sabe que un eclipse de los nueve décimos
de la totalidad produce el mayor efecto, incluso en tiempo cubierto. «Quizá
hubo un eclipse de sol el 21 de setiembre de 1903, como estaba previsto
-escribió Scott (4)-, pero ninguno de nosotros se arriesgaría a jurarlo». Se
trataba de un eclipse de nueve décimos de la totalidad, el tiempo estaba
cubierto.
Así, no solamente se han
producido algunos eclipses no reconocidos por los astrónomos, sino que el
intermediarismo y el impositivismo se han introducido hasta en el mismo curso
de los eclipses oficiales. Y paso a mis eclipses irregulares: en Notes and
Queries se encuentran varias alusiones a intensos oscurecimientos ocurridos
sobre la Tierra ,
en idénticas condiciones que un eclipse, pero sin ninguna referencia a un
cuerpo conocido susceptible de eclipsar a otro. Si, en el siglo XIX, alguien
hubiera osado hacer alusión a eso, se hubiera atraído los lanzazos del
ridículo, la huida de su editor, el desprecio de sus amigos y de su familia, un
motivo suficiente de divorcio. En Holanda, se produjo en pleno día una
oscuridad tan intensa y tan terrorífica que varias personas, presas de pánico,
se ahogaron en los canales (5). En Londres, el 19 de Agosto de 1763, una
oscuridad más impenetrable que la del eclipse de 1748 (6). Humboldt (7) ha
confeccionado una lista impresionante de los «dias negros» de la historia. El
19 de marzo de 1886, a
las tres de la tarde, una oscuricad tan total como la de la medianoche se
abatió sobre Oshkosh, Wisconsin (8). Siguió una desolación general. Las gentes
corrían en todos los sentidos por las calles, los caballos se encabritaban, las
mujeres y los niños se refugiaban en las bodegas, sólo las luces de gas
iluminaban las imágenes y reliquias de santos. Esta oscuridad duró de ocho a
diez minutos, pasó de oeste a este, y fue seguida de una luz casi inmediata:
poco después se señaló que, al Oeste de Oshkosh, se había producido el mismo
fenómeno: «una ola de oscuridad total» había pasado de oeste a este.
En todos los demás casos
señalados. Tengo la impresión de ser yo mismo eclipsado por la explicación
convencional de una masa muy densa de nubes como origen del fenómeno. En
Memphis, Tennessee, el 2 de diciembre de 1904, a las diez de la
mañana, una oscuridad de un cuarto de hora «provocó el pánico en algunas zonas,
ya que algunos gritaban y rezaban, creyendo ver llegar el fin del mundo» (9).
En Louisville, Kentucky, el 7 de marzo de 1911, a las ocho de la
mañana, durante media hora y después de una granizada, «una intensa oscuridad y
una tormenta impresionante sembraron el terror en toda la ciudad» (10).
En cuanto a las oscuridades
extendiéndose sobre vastas regiones, se las atribuye generalmente a los
incendios forestales. en el V. S. Forest Service Bulletin, nº 117, F . C. Plummer ha
confeccionado una lista de dieciocho oscuridades ocurridas en los Estados Unidos
y en el Canadá. Forma parte de los primitivos, pero su dogmatismo es sacudido a
veces por las vibraciones de la nueva Dominante. Afirma «que el humo no puede
explicar por sí solo estos días oscuros de terrorífico carácter». E imagina
remolinos y torbellinos aéreos, concentrando el humo de los incendios
forestales. Después, en la inconsistencia o la discordia de toda
cuasi-inteligencia en busca de la consistencia y de la armonía, habla de la
extensión de algunas oscuridades. Plummer, por supuesto, no ha pensado muy
profundamente su tema, pues considero que hubiera podido aproximarse algo más a
la reflexión real de otro modo que hablando primero de concentración y después
de expansión: ya que nueve de estos dieciocho casos abarcan por completo Nueva
Inglaterra. En la cuasi-existencia, todo engendra o forma parte de su propia
oposición. Toda tentativa de paz prepara el camino de la guerra, toda tentativa
de justicia resulta de un modo u otro una tentativa de injusticia. De modo que
Plummer, con su explicación de oscuridades causadas por el humo de los
incendios forestales, viene a decir que estas oscuridades «se han producido a
menudo sin ninguna turbulencia del aire cerca de la superficie terrestre», es
decir, sin evidencia de humo... aunque haya habido siempre en alguna parte un
incendio forestal.
Pero, de estos dieciocho casos,
sólo hay uno que yo impugno. Se trata de la oscuridad ocurrida en el Canadá y
en el norte de los Estados Unidos el 19 de noviembre de 1819. Sus
concomitantes: luces celestes, la caída de una materia negra, sacudidas de
orden sísmico En este caso concreto, el único incendio forestal disponible se
produjo al sur de Ohio. Es posible que el hollín de un incendio viaje de Ohio a
Montreal, es también concebible que, por un insólito reflejo, se haya percibido
su relumbre en Montreal, pero los terremotos son inadmisibles en los incendios
forestales. Por el contrario, vamos a verlo a continuación, la oscuridad
profunda, la caída de materia celeste, las luces y las sacudidas sísmicas son
fenómenos clásicos de la aproximación de otros mundos.
El 17 de abril de 1904, en
Wimbledon, Inglaterra (11), una oscuridad procedente de una región desprovista
de humo, sin lluvia ni rayos, duró más de diez minutos. En las oscuridades de
Gran Bretaña, se piensa inmediatamente en la niebla, pero el comandante
Herschel, comentando el oscurecimiento ocurrido en Londres el 22 de enero de 1882 a las diez y media de
la mañana, hasta el punto que los transeúntes podían oírse sin verse de uno a
otro lado de la calle, declaró en Nature (12 a ): «Es obvio que la niebla no fue la
causa». Charles A. Murray, enviado británico en Persia, cuenta en el Annual
Register (12 b), que el 20 de mayo de 1857 sobrevino en Bagdad «una oscuridad
mas intensa que la de medianoche cuando no hay ni luna ni estrellas. Fue
seguida de una luz roja y siniestra, como no he visto en ninguna parte del
mundo».
Sobre estos concomitantes de los
fenómenos de oscurecimento voy ahora a capitalizar Mi explicación será
complicada y desmesurada, mi método será impresionista, pero utilizaré algunos
rudimentos de Sismología Avanzada. Si una vasta masa sustancial, una
superconstrucción, penetrara la atmósfera terrestre, aparecería algunas veces,
según la luminosidad, bajo el aspecto de una nube luminosa. Me explicare más
tarde sobre la luminosidad, pero no la incandescencia, de los objetos que
penetran en la atmósfera terrestre. En torno a lo que puede surgir de los
espacios interplanetarios intensamente fríos (algunas regiones, es cierto,
deben ser tropicales), la humedad de la atmósfera terrestre se condensaría en
una apariencia nubosa. En Nature (13) S. W. Clifton, recaudador de aduanas en
Freemantle, Australia Occidental, relata que envió al Observatorio de Melbourne
el informe de la aparición de una pequeña nube negra de progresión lenta, que
estalló en forma de una bola de fuego del tamaño de la Luna. Un meteorito de
velocidad ordinaria no podría perecerse al vapor, pero objetos más lentos
-lentos, digamos, como un tren de mercancías- podrían facilmente hacerlo.
Las nubes de los tornados han
sido descritas tan a menudo como de apariencia sólida, que acepto a veces la
idea de su efectiva solidez. A menudo se llaman tornados a objetos que se
deslizan a través de la atmósfera terrestre, sin contentarse con engendrar
vértices de succión, sino aplastándolo todo a su paso, levantándose y
descendiendo a su vez, demostrando con ello que la gravitación no está de
acuerdo con la opinión de los primitivos, desde el momento en que un objeto a
poca velocidad puede, en lugar de ser atraído por la Tierra , alejarse de un solo
salto.
He aquí un fragmento típico de
descripción (14): «La nube rebotó contra la tierra como un balón»; «la nube
rebotó contra el suelo, tocando la
Tierra cada ochocientos a mil metros». O aún este pasaje muy
evocador, que ofrezco a la
Superbiología , rama de la Ciencia Avanzada
que no abordaré, limitándome a lo que un término ilimitado define como
«objetos»: «el tornado se retorció, saltó, remolineó como una gran serpente
verde, mostrando una hilera de brillantes dientes». Lo encuentro demasiado
sensacionalista. Puede que grandes serpientes verdes se arrastren a veces por la Tierra tragando algún
bocado al azar en su excursión, pero se trata, como he dicho ya de un fenómeno
superbiológico. Finley cita docenas de nubes de tornados que tienen, a mi
parecer, toda la apariencia de objetos sólidos encerrados en el estuche de una
nube. Pone de relieve que en el tornado de Americus, Georgia, el 18 de iulio de
1881, «la nube emitía un extraño vapor de azufre». Un viento no tiene razón de
ser sulfuroso, pero un objeto de origen exterior puede permitirse este
capricho. El fenómeno es descrito en la Monthly Weather
Review (15) como «un extraño vapor sulfuroso, ardiente, que mareaba a todos los
que se le acercaban lo bastante como para respirarlo».
La explicación convencional de
los tornados concebidos como efectos del viento es tan fuerte en los Estados
Unidos, que prefiero buscar en otros lugares el relato de un objeto que,
elevándose a través de la atmósfera, desafíe a la gravitación terrestre. El 7
de diciembre de 1872, los habitantes de King's Sutton, Banbury, vieron a una
especie de rueda de heno atravesar el espacio, acompañada, como un meteoro, por
fuego, una humareda densa y un ruido de ferrocarril (16). «Estaba tan pronto
muy alto como muy próxima al suelo». El efecto fue el de un tornado: árboles y
muros abatidos. El objeto desaparecio «de golpe».
Hay naturalmente objetos más
pequeños: trenes descarrilados y grandes serpientes verdes, pero pienso que los
grandes cuerpos opacos que se aproximan a la Tierra son luminosos, rodeados de nubes, y
tiemblan tan fuertemente que afectan a la Tierra. Sigue
entonces una caída de materias surgidas de este mundo y un levantamiento de
materia terrestre hacia el mundo que se aproxima, o un intercambio de materias,
conocido en Sismología Avanzada con el nombre de celestio-metátesis...
En el caso de que alguien se
metiera en la cabeza que yo niego incondicionalmente toda gravitación
puntualizo que si las materias de otro mundo, llenando nuestro cielo terrestre,
hemisférica o localmente, se vieran atraídas al suelo, sería de hecho
imaginable que el conjunto terminara un día por caer a su vez. Pero será
necesario mucho tiempo antes de distinguir Long Island de la Florida. Hemos
tenido datos de peces caidos de este Supermar de los Sargazos, tan respetable y
estabilizado que casi lo habiamos olvidado. Tendremos a continuación datos de
peces caídos durante los seismos. Sostengo que fueron arrancados de estanques u
otros mundos sacudidos en el momento de su paso a algunos kilómetros de esta
Tierra, otro mundo que sacudía a su vez a la Tierra.
Algunos científicos o
hipnotizados me han precedido en esta tarea, en relación con la Luna. Por ejemplo,
Perrey ha catalogado quince mil relatos de terremotos relacionados en gran
parte con la proximidad de la
Luna , atribuyéndolos a la atracción lunar en su punto más
próximo a la Tierra
(17). Teoricamente. En este punto más próximo, la Luna hace temblar la
superficie terrestre. En cuanto a los chaparrones de materias pretendidamente
caídas de la Luna ,
es posible en todo momento saquear los antiguos archivos y encontrar ahí todo
lo que se quiera.
Es lo que ahora voy a hacer.
Cuatro categorías de fenómenos
han precedido o acompañado a los terremotos: nubes insólitas, profunda
oscuridad, apariciones luminosas en el cielo, caída de sustancias, denominadas
comúnmente o no meteoríticas. Ninguna de tales manifestaciones se integra en
los principios de la sismología primitiva o primaria, cada uno de ellos da
cuenta de un cuerpo vibratorio suspendido encima de la Tierra o sobrevolándola.
Para los primitivos, no existe ninguna razón por la cual las convulsiones de la
superficie terrestre hayan de ir acompañadas por fenómenos inhabituales, luces
u oscuridades o caída de sustancias. Resultan irreconciliables con la noción de
que estos fenómenos puedan preceder a los seísmos.
Antes de 1860 Perry emprendió su
compilación. La mayor parte de mis datos están extraídos de antiguas listas.
Nada se ha publicado estos últimos años en forma ambiciosa o voluminosa, que no
sea tranquilizador y benigno. La mano restrictiva del Sistema refrena a las
Ciencias modernas. Nature, en su correspondencia escapa aún a este
estrangulamiento protector, y la Monthly Weather Review constituye aún una gran
mina de observaciones libres. Pero, consultando los periódicos más antiguos, he
notado que sus resplandores de individualidad palidecían gradualmente, a partir
de 1860, para capitular ante una organización mejor establecida. Algunos,
expresando un deseo de intermediaridad o de localización de lo universal, de sí
mismos, de la identidad y de la entidad, del positivismo o de la realidad, han
podido mantenerse hasta 1880, o dejar rastros hasta 1890. Después de la muerte
de Richard Proctor, los volúmenes de Knowledge ceden raramente a lo no
convencional. Observen mis múltiples referencias al American Journal of Science
y al Report of the British Association: apenas son mencionados después de 1885,
en esas páginas ilícitas, pero inspiradas, sin duda, por la hipnosis y por la
inercia.
Hacia 1880, presura y omisión.
Pero la sujeción no puede ser positiva y numerosos excomulgados continúan
insinuándose. Incluso hoy en día, algunos de entre los estrangulados respiran
aún; algunos de mis datos han sido difíciles de volver a hallar. Podría
desgranar el relato de mis grandes trabajos y de mis fútiles tentativas para
solicitar la imperceptible simpatía de un Mr. Symons. Pero en este campo de las
correspondencias sísmicas y aéreas, puesto que todo fen6meno aéreo de causa
interna es tan inasociable con los seísmos, como las caídas de arena con las
convulsiones de pilluelos empachados de manzanas agrias, la evidencia es tan
vasta que apenas puedo esbozar algunos detalles, comenzando por el Catálogo de
Robert Mallet (18), y omitiendo varios casos extraordinarios anteriores al
siglo XVIII.
Un terremoto «precedido» por una
violenta tempestad en Inglaterra, el 8 de enero de 1804; otro, «precedido» por
un meteorito cegador, en Suiza, el 4 de noviembre de 1704; en Florencia, el 9
de diciembre de 1731, una «nube luminosa moviéndose a gran velocidad y
desapareciendo más allá del horizonte»; en Suevia, el 22 de mayo de 1732, «el
aire fue atravesado por espesas brumas, a través de las cuales se percibía una
cálida luminosidad: varias semanas antes de la sacudida, se vieron en el aire
globos de fuego»; el 18 de octubre de 1737, una lluvia de tierra en Carpentras,
Francia; el 19 de marzo de 1750, una nube negra en Londres; en Slavange, en
Noruega, el 15 de abril de 1752, una virulenta tormenta y una extraña estrella
de forma octogonal; en Augermannland, en 1752, bolas de fuego surcando el
cielo; numerosos meteoritos en Lisboa el 15 de octubre de 1755; «un globo
inmenso» en Suiza, el 2 de noviembre de 1761; una nube oblonga y sulfurosa en
Alemania, en abril de 1767; una extraordinaria masa de vapor en Boulogne, en
abril de 1780; el cielo oscurecido por una niebla negra en Granada, el 7 de
agosto de 1804; en Palermo, el 16 de abril de 1817, «gritos atravesando el
cielo y amplias manchas oscureciendo el sol»; en Nápoles, el 22 de noviembre de
1821, «un meteoro luminoso siguiendo la misma dirección que la sacudida»; en
Thuringerwald, el 29 de noviembre de 1831, una bola de fuego grande como la Luna apareció en el cielo;
después, caso tras caso, «terribles tempestades», «caída de granizo» y
«brillantes meteoros».
A menos que sea polarizado por la Nueva Dominante ,
que reclama el reconocimiento de las multiplicidades externas, al igual que una
nueva Dominante vino a apuntar sobre Europa, en 1492, para el reconocimiento de
una exterioridad terrestre de Europa, ustedes no tendrán la menor afinidad
hacía estos datos irreconciliables que hurtan a la mente de un Thomson como
habichuelas ante la atracción de un imán. Pero estoy lo bastante conquistado por
la Nueva Dominante
como para estar muy favorablemente impresionado por la misma: si un objeto
luminoso se desplaza en la misma dirección que una sacudida sísmica, me parece
aceptable que la sacudida haya podido seguir a este meteoro durante su paso por
encima de la Tierra. Me
gusta pensar que por encima de Carpentras un mundo en miniatura, sacudido por
vibraciones, haya podido transmitir dichas sacudidas a la superficie terrestre.
Pero, sobre todo, adoro los aullantes lobos que atravesaron el sol durante el
terremoto de Palermo. Los mundos enamorados tienden a unirse y gritan de
alegría al encontrarse.
Hay muchos más ejemplos que
indican la proximidad de otros mundos durante los terremotos. Anoto algunos:
sacudida sísmica y aparición simultánea de un gran meteoro luminoso (19);
sacudida sísmica, cuerpos luminosos en el cielo y caída de arena en Italia, los
días 12 y 13 de febrero de 1870 (20); meteoro luminoso, caída de piedras y
temblor de tierra en Italia, el 2 de enero de 1891 (21 a ); algunas observaciones
acerca del paso de un objeto luminoso acompañado de temblores de tierra en
Connecticut, el 27 de febrero de 1883 (21 b); temblor de tierra y globos
luminosos en número prodigioso en Boulogne, Francia, el 7 de junio de 1779
(22); «curiosa aparición luminosa en el cielo» durante el terremoto de Manila
en 1863 (23).
La más notable caída de peces
ocurrida durapte el curso de una sacudida sísmica fue la de Riobamba. Humboldt
dibujó uno de esos peces: una criatura fantástica. Aparecieron millares de
ellos en el suelo, durante esta aterradora sacudida sísmica. Humboldt piensa
que fueron arroiados por sacudidas subterráneas. Esta solución me parece tan
sujeta a discusiones interminables que prefiero la otra, más simple, la de la
caída. Pero no llego a dilucidar si se trataba de un gran lago, arrancado con
todos sus peces del seno de otro mundo, o de un lago del Supermar de los
Sargazos, despedazado entre los mundos y atraído a la Tierra.
El 16 de febrero de 1861 (24)
hubo un terremoto en Singapur, después un verdadero diluvio, cayendo tanta agua
como la que contendría un lago de respetables dimensiones. El agua cayó a
torrentes durante más de tres días y, en los charcos de agua, se encontraron
buen número de peces, que los indígenas afirmaron haber visto caer del cielo.
M. de Castelnau presentó un informe sobre el incidente a la Academia de Ciencias: en
él hacía mención de haber señalado en otra ocasión la aparición de una nueva
especie de peces en el cabo de Buena Esperanza, despues de una sacudida
sísmica.
Pero, para dar el lustre
apropiado a la Nueva
Ortodoxia , querría citar un caso en el que estaban combinados
todos estos fenómenos y en el que más de uno indica, a mi parecer. la
proximidad de otro mundo en el curso de un terremoto.
En el Canadian Institute Proceedings
(25). el comisario delegado de Dhurmsalla cuenta una extraña combinación de
acontecimientos ocurridos al tiempo del extraordinario meteorito de Dhurmsalla,
recubierto de hielo. Algunos meses despues de aquella caída, se produjo una
caída de peces vivos en Benares, una lluvia de sustancia roja en Furruckabad,
una mancha sobre el disco solar, un seísmo, «una inusitada oscuridad de larga
duración» y una aparición luminosa en el cielo, parecida a una aurora boreal Y,
como apoteosis, un nuevo orden de fenómeno: visitantes.El comisario delegado
escribió que la tarde siguiente a la caída del meteorito de Dhurmsalla,
percibió luces, a1gunas de las cuales estaban muy proximas al suelo, apagándose
y volviéndose a encender. Era el 28 de julio de 1860 y, sin embargo, este
testigo declaró que las luces «no eran ni linternas ni fogatas, sino verdaderos
resplandores celestes». Tengo una idea al respecto: intrusos invadiendo el
territorio legal de alguien o de algo, agentes secretos o emisarios manteniendo
una entrevista con algunos habitantes esotéricos de Dhurmsalla, exploradores
venidos para una breve visita. Otro mundo se aproxima al nuestro, provoca
sacudidas sísmicas, aprovechándose de la proximidad para enviar un mensaje que,
destinado a un habitante de la
India , cae tal vez en Ingaterra, dejando marcas semejantes a
aquellas de la tradicion china (huellas de cascos en el suelo) en una playa de
Cornualles.
Después del intenso temblor de
tierra (26) del 15 de julio de 1757, se descubrió en las arenas de Penzance, en
Cornualles, sobre unos cien kilómetros cuadrados, huellas llamadas de cascos,
pero no en forma de herradura: de hecho, pequeños conos con base de idéntico
diametro. En la cúspide de estos conos se hallaron pequeñas manchas oscuras
como provocadas por fugas de gas: de una de estas formaciones al menos, se
elevó un chorro de agua tan grueso como un puño humano. Sé que las sacudidas
sísmicas provocan, a veces, el surgimiento de fuentes, pero sospecho más bien
que el Negativo Absoluto me ha forzado a incluir este dato, habida cuenta de
sus desórdenes.
Otro capricho del Negativo
Absoluto: pese a que haya introducido, hace algunas páginas, el principio de la
celestio-metátesis, no he podido reunir datos convincentes sobre los
intercambios de sustancias resultantes de la proximidad de uno y otros mundos.
Hay casos de caída, pero ninguno de traslación hacia lo alto. Muchos objetos
son proyectados en el aire a consecuencia de un terremoto, pero jamás he oído
hablar de un árbol, de un pez, de un ladrillo o de un hombre que se haya
elevado hacia el cielo sin volver a caer. El clásico caso del caballo y de la
granja fue atribuido, recuérdenlo, a una tromba. Se dice que en el curso de una
sacudida sísmica, en Calabria, fueron proyectados guijarros en el aire. No se
dice claramente que volvieran a caer al suelo, pero supongo que fue lo que
ocurrió. Humboldt relata que, durante las sacudidas de Riobamba, «varios
cadáveres fueron arrancados de sus tumbas», y que «el movimiento vertical fue
tan fuerte que algunos cuerpos fueron proyectados a más de treinta metros del
suelo». Explico estas lagunas por el hecho de que, en medio de tanta violencia
natural desencadenada, los observadores tuvieron sin duda otras muchas cosas
que hacer para notar si lo que había ascendido al cielo había vuelto a
descender.
Se cuenta que la avenida de
Lisboa se hundió.
Multitudes enteras se
precipitaron a las avenidas para encontrar refugio en ellas. La ciudad de
Lisboa se habia hundido en una profunda oscuridad. La avenida y sus ocupantes
desaparecieron bruscamente. Si se hundieron en el mar, es curioso que no se
haya visto jamás ningún cuerpo, ningún jirón de tela de sus vestidos, una sola
placa del pavimento o la más pequeña esquirla volver a surgir después a la
superficie.
(1)
(Popular Science, 34-158)
(2)
Observatory. 2-374
(3)
Monthly Notices of the R.A.S. 8-132
(4)
(Voyage of the Discovery, vol. II, p. 215.)
(5)
(Notes and Queries, 2-4-139)
(6)
(Gentleman's Magazine, 33-414.)
(7)
(Cosmos, 1-120)
(6)
(Monthly Weather Review, marzo de 1886-79)
(9) (M.
W. R . . . 32-522.)
(10)
(Monthly Weather Review, 39-345)
(11)
(Symons' Met. Mag., 39-69)
(12 a ) Nature, 25-289.
(12 b)
Annual Register, 1857-132 E
(13)
Nature, 20-121
(14)
(Finley: Reports on the Character of 600 Tornadoes)
(15)
Monthly Weather Review, Julio de 1881.
(16)
Nature. 7-112, citando al Birmingham Morning News
(17)
(Proc. Roy. Soc. of Cornwall, 1845.)
(18)
(Rept. Brit. Assoc., 1852)
(19)
(Quar. Jour. Roy. Inst., 5-132)
(20) (La Science pour tous, 15-159)
(21 a ) (L'Astronomie. 1891-154)
(21 b)
Monthly Weather Review, febrero de 1883.
(22)
(Sestier: La Foudre ,
1-169)
(23)
(Ponton: Earthquakes. p 124.)
(24) La Science pour tous, 6-191.
(25)
Canadian Institute Proceedings. 2-7-198
(26) Phil. Trans. 50-500
18
Todo lo que «primariamente» se
opone al Exclusionismo.
El Progreso y la Evolución son tentativas
de Positivismo: iluminan un mecanismo para el cual se recluta una existencia
positiva. Lo que se llama existencia es un vientre de infinitud, no es más que
una incubadora. Eventualmente, todas las tentativas son abortadas por los
excluidos. Subjetivamente, esta propensión al fracaso es ayudada por nuestro
propio sentido de las falsas y estrechas limitaciones. Es así como los artistas
clásicos y académicos crearon telas positivistas, y expresaron el único ideal
del que me percato, pese a que los ideales de las distintas manifestaciones,
artísticas, científicas, teológicas o políticas, sean consideradas a menudo
como el Unico Ideal. Buscaban satisfacer, en su aspecto artístico, la sed
cósmica de unidad que se llama a veces armonía o belleza. Buscaban, por la
práctica de la omisión, alcanzar lo completo, lo homogéneo. Pero los efectos
luminosos que habían desdeñado y su estrecha sumisión al concepto estandarizado
condujeron a la evolución impresionista. Asimismo, los puritanos intentaron
sistematizar y omitir sus necesidades físicas, sus vicios, sus ocios: fueron
derribados desde el momento en que su estrechez se hizo demasado intolerable.
Todas ias cosas tienden por sí mismas, o por los cuasi-sistemas de los que
forman parte, a lo positivo. El formalismo y las matemáticas, lo regular y lo
uniforme, son aspectos del estado positivista, pero lo Positivo es lo
Universal, de modo que toda tentativa de positivismo, que parece complacerse en
los aspectos del formalismo y de la regularidad, se descalifica, más tarde o
más temprano, a los ojos de la amplitud del espíritu y de la universalidad. He
aquí por qué hoy día existe una revolución contra la Ciencia , por qué las
proposiciones formuladas, que la última generación tomaba por verdades
absolutas, se revelan insuficientes.
Todas las declaraciones que se
oponen a mis convicciones personales se han revelado como posesoras de la misma
composición que un cuadro académico: es decir, de un objeto arbitrariamente
separado de toda relación con lo que le rodea, encuadrado en todos los datos
inocuos y saturados de total indiferencia. He querido guiar no sólo a los
incluidos, sino también a los excluidos, a mayores expresiones. Acepto, sin
embargo, que puedan haber datos impronunciables en la cuasi-existencia, en la
cual el hecho de pensar supone el de incluir, pero también el de excluir y el
de no ser definitivo. Si admito que pueda haber un dato irreconciliable para
cada una de las opiniones que acabo de expresar, es porque soy intermediarista
y no positivista. Ni siquiera soy un positivista superior. Quizá algún día
sistematizaré, dogmatizaré y rehusaré pensar en todo lo que se me podrá acusar
de haber desdeñado. Quizá algún día creeré, en lugar de aceptar. Entonces seré,
en un sistema más amplio, que no tolerará inconciliables, un positivista
superior. Pero no lo soy, mientras me contente solamente con admitir. Pienso de
todos modos que la
Nueva Dominante , aunque la haya enfocado como una nueva forma
de esclavitud, será el meollo de un positivismo superior, que nos permitirá
elevarnos a la infinitud de un nuevo grupo de estrellas fijas. Hasta que se
debilite, a su vez, cediendo el paso a un nuevo modo de engendrar lo absoluto.
Digo que todos los astrónomos contemporáneos han perdido su alma, o su más
pequeña oportunidad de alcanzar la entidad, pero que Copérnico, Kepler,
Galileo, Newton, y tal vez Leverrier, son, actualmente, estrellas fijas. Un día
intentare identificarlos. Soy, por encima de todo, una especie de Moisés:
muestro con el dedo la
Tierra Prometida , pero, a menos que cure de mi
intermediarismo, no figuraré jamás en la Monthly Notices.
Digo que las Dominantes en la
corriente de su sucesión, desplazan a las Dominantes precedentes, no solamente
por su mayor cociente de positivismo, sino también porque las Antiguas
Dominantes han cesado de ser medios de reclutamiento. Digo que la Nueva Dominante de
las inclusiones más vastas se manifiesta actualmente a través del mundo entero,
y que el antiguo Exclusionismo se disgrega en todas partes. En física, por
ejemplo. el Exclusionismo se disgrega en el curso de sus investiqaciones sobre
el radio, de sus especulaciones sobre los electrones, de su fusión con la
metafísica, y por la desercion de gentes como Gurney, Crookes, Wallace,
Flammarion, Lodge, hacia fenómenos antiguamente rechazados que no se atribuyen
ya al «espiritismo», sino a la «investigación psíquica» La biologia es el caos:
los darwinianos convencionales se mezclan con los mutacionistas, los ortogenesicos
y los discípulos de Wisemann levantan a Darwin de sus pseudobases, pero
intentan reconciliar su herejía con la ortodoxia. La caída del Exclusionismo en
China, en el Japón y en los Estados Unidos ha sorprendido a la historia: la Ciencia de la Astronomía da traspiés
poco a poco, pese a que Pickering, por ejemplo, haya especulado acerca de un
planeta transneptuniano y que Lowell haya intentado aceptar conceptos heréticos
sobre las marcas de Marte. De modo que la atención se lleva con minuciosidad sobre
detalles técnicos como las variaciones de las sombras del cuarto satélite
jupiteriano. Creo que. En general, el exceso de refinamiento indica una
decadencia.
Pienso que la fortaleza del
Inclusionismo está constituida hoy en día por la aeronáutica. La fortaleza de la Antigua Dominante ,
cuando era nueva, fue sin duda la invención de descubrir si hay o no vastos
campos de hielo aéreos y lagos esculpidos, las sustancias negras y las
toneladas de materia vegetal y de carne que podría ser de dragón, si hay rutas
comerciales interplanetarias y vastas regiones devastadas por super-Tarmelanes,
si hay, en fin, vistantes en la
Tierra. que puedan ser perseguidos, capturados e
interrogados.
19
Me he dedicado a una
investigación industriosa acerca de las caídas de pájaros, sin sentirme
enteramente satisfecho por mis pobres resultados. Tal vez insisto demasiado en
mi gasto de energías, porque un ataque verosímil de mi actitud de Aceptación
consistiría en subentender que, para aceptar tan fácilmente, debiera estar dotado
de un interés muy languideciente y de una pereza a toda prueba. Tentativa
frustrada: soy extremadamente industrioso. Sugiero a algunos de mis discípulos
que escruten los mensajes de palomas mensajeras, atribuidos a propietarios
terrestres, y reputados como indescifrables. Yo lo haría por mí mismo si no
temiera ser egoísta. Este toque intermediarista me alejará del firmamento: el
Positivismo, ¿no es acaso puro egoísmo? Pero, en la época de la expedición
polar de Andrée, las palomas fueron a menudo objeto de una publicidad muy
desacostumbrada.
En Zoologist, un artículo relata
que una cerceta cayó al suelo con el cráneo fracturado. Especulación
interesante: ¿contra qué objeto sólido, a tal altitud, podía haber chocado este
pájaro?
Los días 16 y 17 de octubre de
1846 se produjo en Francia una terrible lluvia roja. Se creyó entonces,
debii;do al violento temporal, que se trataba de materia terrestre precipitada
(1), pero a continuación se le descubrió un carácter extrañamente sangriento
(2). Finalmente, dos análisis revelaron la presencia de una gran cantidad de
corpúsculos (3) y de un treinta y cinco por ciento de materia orgánica. Quizá
se había matado en alguna parte a un dragón interplanetario, o tal vez este
fluido rojo, enviscado de corpúsculos, procedía de un ser desagradable de
contemplar y del tamaño de los montes Catskill. Pero con esta sustancia cayeron
en Lyon, en Grenoble y en otras partes, golondrinas, codornices, patos y pollas
de agua, algunas de ellas vivas.
Tengo numerosas notas sobre
pájaros exhaustos cayendo del cielo después de alguna tormenta, pero es esta
lluvia roja la que convierte en extraordinaria la caída de pájaros citada
antes. He aquí un caso sin ningún paralelo, a una respetable distancia de
cualquier tormenta conocida, hasta tal punto que imagino demasiado, a finales
del verano de 1896, una expedición de caza interplanetaria, una expedición de
supersabios planeando sobre la
Tierra y soltando una draga enorme. ¿Qué atraparían a
semejantes alturas? Durante el verano de 1896 en las calles de Baton Rouge,
Louisiana, cayeron de un cielo limpio centenares de pájaros muertos: patos
salvajes, pájaros carpinteros, y «pájaros de extraño plumaje» que se parecían a
canarios. «Se había producido una tormenta en las costas de Florida» (4). A menos
que hubiera una repulsión psicoquímica para esta explicación, el lector
experimentará una pasajera sorpresa al conoccer que pájaros muertos en Florida
puedan caer de un cielo limpio en Louisiana. Después, su intelecto, engrasado
como el plumaje de un pato salvaje, dejará resbalar este dato. Nuestros
relucientes y grasosos cerebros servirán tal vez algún día para algo: otros
modos de existencia les atribuirán quizas un cierto valor lubrificante: se nos
cazará, será enviada una expedición a la Tierra , y nuestros periódicos señalarán un
tornado.fln Si, desde una tormenta en Florida, pueden caer centenares de
pájaros en Louisiana, concibo convencionalmente la caída de objetos más pesados
en Alabama, y otros aún más pesados cerca del lugar de origen, es decir en
Florida. Los servicios meteorológicos no señalaron nada parecido.
Ocurre lo mismo con los
investigadores más serios de los fenomenos psíquicos: niegan la comunicación
mediúmnica o identifican estos datos como «pura telepatía». Los más curiosos de
clarividencia son «pura telepatía» y, al término de cierto tiempo, el lector
acepta la idea de telepatia, que al principio le resultaba intolerable. Quizás.
en 1896, una superdraga rastrilló la atmósfera terrestre, rompiendo después sus
mallas. Quizá los pájaros de Baton Rouge venían solamente del Supermar de los
Sargazos. Ya que nada queda jamás establecido, ni jamás resuelto, en un sentido
real, si no hay nada en un sentido real en el universo total. Una tormenta en
Florida ha podido precipitar algunos pájaros en el Supermar de los Sarqazos,
que tiene sus regiones glaciales y sus regiones tropicales. Precipitados en una
región glacial, los pálaros se apretaron los unos contra los otros y murieron.
Después un meteoro, un barco. Una bicicleta o un dragón los desalojaron. Lo
mismo que las hojas de los árboles, levantadas por los torbellinos, han podido
vegetar en el Supermar de los Sargazos durante varios años, siglos o meses,
para volver a caer un día en una época desfavorable a las hojas muertas. Lo
mismo que los peces han muerto allí, desecados, o han vivido en los volúmenes
de agua aérea para volver a caer después en forma de chaparrones.
Los astrónomos no me tendrán
demasiada simpatía y tampoco he hecho nada por hacerme simpático a los
meteorólogos. Pero soy un débil agente intermediarista, pronto a caer en la
sensiblería: he intentado a menudo conciliarme con los aeronautas. Hay en las
alturas cosas extraordinarias, cosas por las cuales los conservadores de museos
abandonarían toda esperanza de convertirse en estrellas fijas, abandonados por
obra y gracia de los torbellinos, remontándose incluso a los tiempos de los
faraones. Elías puede que no subiera al cielo en un carro de fuego y no ser,
después de todo, el planeta Vega: queda, tal vez, una rueda para testimoniar su
desaparición. Sugiero que esta rueda nos serviría de mucha ayuda, a condición
de que fuera vendida antes de la proliferación de miles de copias vulgares.
Levanto el dedo índice para
llamar la atención de todos los aeronautas: el 27 de julio de 1875 cayeron del
cielo montones de heno húmedo en Monkstown, Irlanda (5). En el Dublin Daily
Express, el doctor J.W. Moore se explicó rápidamente: se produjo un torbellino
que coincidía con el prodigio al sur mismo de Monkstown. Pero, según el
Scientific American, una caída idéntica sobrevino dos días antes en Wrexham,
Inglaterra.
En noviembre de 1918, estudié la
caída de objetos ligeros por el aire. Hubiera podido emplear mi tiempo más
seriamente pero, créanlo o no, estudié la caída de hojas de papel lanzadas
desde lo alto de elevados edificios. Permanecían en el aire bastante tiempo, a
veces, algunos minutos.
El 20 de abril de 1869 (6) en
Autriche (Indre-et-Loire), una enorme segregación de hojas muertas cayó del
cielo en un día de calma chicha y durante diez minutos. Flammarion, que en
L'Atmosphére (7) cuenta el acontecimiento, encuentra una tormenta en los
alrededores, pero que data del 3 de abril. ¿Cómo podrían permanecer esas hojas
juntas en la atmósfera durante una semana? Hay dos improbabilidades contra solo
una por mi parte: dichas hojas, ¿pudieron ser levantadas seis meses antes,
cuando estaban juntas en el suelo, para permanecer después suspendidas en una
región de gravedad inerte, antes de ser precipitadas por las lluvias de abril?
No hay un solo caso de caída de hojas en octubre o noviembre, estación en la
que se esperaría de buen grado el verlas caer.
El 19 de abril de 1889 (8) hojas
secas de encina, de olmo y de otros árboles cayeron durante un cuarto de hora
en tiempo tranquilo. Fue tremendo. Se calculó que la caída duró cinco minutos
pero, a juzgar por la cantidad recogida, la opinión del redactor es que al
menos necesitaron media hora para caer. Creo que el géiser de cadáveres de
Riomba debió ser un espectáculo extraordinario: este tema me complacería mucho,
si yo fuera pintor. Pero dicho carácter de hojas muertas es, también, un
estudio de los ritmos mortuorios. En este día sin viento, la superficie del
Loira estaba «absolutamente llana», pero recubierta de hojas hasta donde
alcanza la vista.
Del L’Astronomie, (9): el 7 de
abril de 1894, otra caída prodigiosa de hojas muertas tuvo lugar en Clairvaux y
Outre-Aube, en Francia, durante una media hora: después, una tercera en
Pontcarré, el 11. El redactor (Flammarion) explica que estas hojas debieron ser
recogidas por un ciclón, y que éste, al perder su fuerza, dejó caer primero las
hojas más pesadas. Tal explicación resultaba suficiente en el año 1894, pero
hoy en día somos mucho más exigentes: queremos saber cómo un viento
insuficiente para sostener algunas hojas en el aire pudo sostener otras durante
cuatro días.
El factor principal es el
desplazamiento de estación, no para las hojas muertas, sino para un numero
prodigioso de hojas muertas, localizadas en Francia. El Supermar de los
Sargazos, ¿se inclina en ondulaciones casi permanentes por encima de Francia?
Inspiración: hay quizá un mundo complementario al nuestro, en el que el otoño
se produce durante nuestra primavera. Lego esta idea a mis discípulos. Un día
enloqueceré de Supergeografia y me sentiré culpable de los mapas aéreos.
Pienso, por el momento, que el Supermar de los Sargazos es un cinturón oblicuo
de ramificaciones cambiantes, por encima de Gran Bretaña, de Francia, de Italia
y de la India. No
tengo una idea demasiado clara sobre los Estados Unidos, pero no puedo dejar de
pensar más que en los Estados del Sur.
Pienso haber apoyado y reforzado
lo suficiente, hasta ahora, mi noción del Supermar de los Sargazos. Me otorgo
el derecho de negar en otro libro la existencia de este supermar y de descubrir
que todos mis datos se relacionan con un mundo complementario, o a la Luna , o aún admitir que la
luna no está más que a cuarenta kIlómetros de la Tierra. Pero , por el
momento, el Supermar de los Sargazos actúa lo suficientemente bien como para
constituir el núcleo alrededor del cual puedo acumular mis datos
antiexciusivistas. Ya que mi esbozo, por ahora, se limita a combatir el
Exclusionismo.
En la provincia de Macerata, en
Italia (10), durante el verano de 1897 (7), un número increíble de pequeñas
nubes sangrientas recubrió el cielo. Una hora después estalló una tormenta, y
miriadas de semillas cayeron al suelo. Se las identificó como el producto de un
arbol existente solamente en las Antillas y en el Africa Central. Si dichas
semillas, convencionalmente hablando, se hubieran hallado muy alto en el aire,
se debería admitir que habían evolucionado en regiones frías. Pero afirmo que,
por el contrario, debieron permanecer en una región cálida, y esto durante
demasiado tiempo para que se pueda atribuir el fenómeno a una suspensión por el
viento.
«Se dice que un gran número de
estas semillas habían alcanzado el primer estadio de germinación».
(1) (Comptes rendus, 23-832)
(2) Comptes rendus, 24-625
(3) (Comptes rendus, 24-812)
(4) (Monthly Weather Review, Mayo
de 1917, citando la correspondencia del Philadelphia Times)
(5) Scientific American, 33-197
(6) Cosmos, 3-4-574
(7) L'Atmosphere, p 412
(8) La Nature 1889-2-94.
(9) L'Astronomie, 1894-194.
(10) Notes and Queries, 8-12-228
20
Interpreto todo dato en
concordancia con este pseudo-standard. No tengo, por el momento, las ilusiones
de Absolutismo que han otorgado tal vez algunos positivistas del siglo XIX a un
paraíso cualquiera. Soy agente intermediarista, pero sospecho, pese a todo, que
un día me solidificaré, me desliberalizaré dentro de un positivismo superior.
Por el momento no busco identificar los hechos de lo absurdo o de lo razonable,
porque por absurdidad o razón entiendo el beneplácito o disgusto hacia un
stanoard que debe ser una ilusión, y que un día puede ser desplazado por una
cuasi-ilusión de naturaleza más avanzada. Los sabios del pasado tomaron una
actitud posirivista: ¿resultaba razonable o fuera de razon?
Analícenlos, y descubrirán que se pronunciaban según un standard: Newtonismo,
Daltonismo o Lyellismo, pero se expresaban como si supieran realmente discernir
lo razonable de lo irrazonable.
Mi pseudo-standard es pues el
Inclusionismo: si un dato se adapta a una visión más ampliamente inclusiva en
cuanto a la Tierra ,
su armonía con el inclusionismo la admite sin problemas. El proceso era el
mismo en la Antigua
Dominante : la única diferencia reside en el intermediarismo
subyacente, en la conciencia de que, aun estando mas cercanos a lo real,
nosotros y nuestros standards no somos más que cuasi-existentes. Que todo, en
nuestro estado intermediario, es el fantasma de un super-espíritu hundido en un
estado de sueño, pero intentado despertar a la realidad.
Y mi intermediarismo particular
tiene ocasión de estar insatisfecho. Pienso que. en el caso de un espírtu en
sueño, el despertar será acelerado, si los fantasmas de este espíritu conocen
su identidad de fastasmas oníricos. Parece aceptable que una mesa vista en
estado de vigilia esté más cercana a lo real que una mesa de sueño que nos
persiga con sus veinte patas. Y estos fantasmas, aun siendo cuasi-existentes,
tienen un sentido muy relativo, la esencia de lo que se denomina realidad.
Derivan de la experiencia, incluso a traves de las distorsiones más grotescas.
Por dichas razones, en el siglo
XX, tal cambio de términos y de conciencia subyacente identifica nuestra
actitud hacia la Nueva
Dominante a la que los sabios del siglo XIX hacia la Antigua Dominante.
No insisto, porque mis datos y mis interpretaciones parecen tan chocantes,
grotescos, ridículos, malignos, infantiles, hipócritas, risibles o ignorantes a
los sabios del siglo XIX como sus propios datos e interpretaciones pudieron
parecerlo a los espíritus medievales. Pregunto solamente si estos datos y estas
interpretaciones están en correlación, en cuyo caso son aceptables,
temporalmente tal vez, como estructuras o croquis preliminares. Más tarde,
cuando nos enfriemos y radiemos al espacio la mayor parte de nuestra movilidad
presente, que se expresa en modestia y plasticidad, rehusaré toda estructura y
todo croquis preliminar para pensar en los hechos absolutos. En general, lo
espiritual se sitúa por debajo de lo material, pero estimo que la
cuasi-existencia es un medio de materializar absolutamente lo absolutamente
inmaterial y, siendo intermediaria, realiza un estado en el cual nada es
definitivamente material o inmaterial y donde todos los objetos, sustancias y
pensamientos ocupan un grado de aproximación de un lado o del otro. La solidificación
final de lo etéreo me parece ser la cima de la ambición cósmica. El Positivismo
es puro Puritanismo, El Calor es Maligno, el Bien Final es Frigidez Absoluta.
Un invierno ártico es magnífico, pero creo que las conversaciones de simios en
un palmar se acomodan mejor a nuestro Intermediarismo.
Visitantes.
Mi confusión a este respecto es
tan grande como antes, ya que no tengo ilusión de la homogeneidad. Un
positivista reuniría todos los datos que parecen relacionarse a un único género
de visitantes, prescindiendo friamente de todos los demás. Creo que hay tantos
géneros distintos de visitantes extraterrestres como de visitances en Nueva
York, en una prisión o en una iglesia: por ejemplo, en una iglesia hay también
rateros.
Creo que un mundo o una vasta
superconstrucción ha sobrevolado la
India durante el verano de 1860. Puesto que, desde ninguna
parte, algo cayó el 17 de julio de 1860 en Dhurmsalla. Sea lo que sea lo que
este «algo» haya podido ser realmente, ha sido designado a menudo bajo el nombre
de «meteorito», que me doy cuenta de haber adoptado a mí vez esta convención.
Pero Syed Abdoolah, profesor de indostaní en la Universidad de
Londres, escribió en el London Times (1) que las piedras caídas «eran de formas
y tamaños muy diversos, y algunas se parecían mucho a balas de cañón ordinarias
después de ser usadas». Se trataba, pues, de objetos esféricos de metal. Y, la
misma tarde, algo observó cuidadosamente Dhurmsalla y le expidió, en medio de
resplandores llameantes, objetos recubertos de marcas indescifrables. Y pienso
en seres y objetos que debieron resistir a su deseo de aterrizar, al igual que
los aeronautas, a una cierta altitud, deben resistir al deseo de ascender más
arrlba. Tal especulación no contradice en absoluto, salvo para los positivistas,
mi idea de algún otro mundo que intenta establecer comunicación con algunos
terrestres esotéricos gracias a un codigo de símbolos impresos en la roca.
Pero, para la mayor parte de mis datos, pienso en super-objetos que atraviesan
el cielo sin manifestar mas interés por la Tierra que el que los pasajeros de un
transatlántico manifiestan por las profundidades oceánicas. Algunos pueden,
ciertamente, pensar mucho en este tema, pero ver prohibida toda exploración por
las necesidades comerciales del horario. Finalmente, pueden haber pruebas de
tentativas supercientíficas para investigar los fenómenos terrestres, tal vez
organizadas por seres tan lejanos que desconocen incluso si alguien tiene
derechos legales sobre el planeta.
En el Observatory (2) se cita
que, de acuerdo con un periódico, el 6 de marzo de 1912 los habitantes de
Warmley, Inglaterra, se vieron grandemente sorprendidos por lo que creyeron era
«un aeroplano espléndidamente iluminado sobrevolando la ciudad». Avanzaba a
toda velocidad en dirección de Bath a Gloucester. Se trataba, dijo el redactor,
de una gran bola de fuego con tres cabezas. «Es preciso -dijo- estar preparado
a todo en nuestros días...»
Un corresponsal de Nature (3) en
el condado de Wicklow, en Irlanda, vio, a las seis de la tarde, un objeto
triangular atravesar el cielo. Era de color oro amarillento, se parecía a la Luna en su creciente de tres
cuartos y, evolucionando lentamente, tardó cinco minutos en desaparecer tras
una montaña. El redactor de la publicación estima que debía tratarse de un
globo escapado.
En Nature (4) el meteorólogo F.
F. Payne vio, en el Canadá, un gran objeto en forma de pera atravesar el cielo.
Al principio lo tomó por un globo, ya que «su contorno estaba claramente
definido; pero, no viendo canastilla, concluí que debía tratarse de una forma
curiosa de nube». En seis minutos, el objeto se hizo más desvaído, sin duda por
efectos de la distancia: «ya que la masa se hizo cada vez menos densa y después
desapareció». No había ninguna formación ciclónica en los alrededores.
El 8 de julio de 1898 (5), un
corresponsal de la revista vio, en Kiel, un objeto celeste enrojecido por el
sol, grande como un arco iris, a una altura de doce grados: «estuvo brillando
durante cinco minutos, después se esfumó rápidamente, permaneció de nuevo casi
estacionario y finalmente desapareció, todo en el término. De ocho minutos».
En una existencia intermediaria,
las cuasi-personas no pueden formular juicios, ya que cualquier cosa es su
propio opuesto. Si cien dólares por semana son el nivel de lujo para algunos,
pueden representar la pobreza para otros. He aquí tres casos de objetos
celestes observados en un espacio de tres meses. Esta concordancia me parece
notable. La Ciencia
se ha edificado sobre concordancias lo mismo que la mayor parte de los errores
y de los fatalismos. El Positivismo de Leverrier me impulsa a formular
instintivamente que estas tres observaciones pueden reterirse a un mismo
objeto. Pero no formularé nada acerca de eso y dejaré pasar esta nueva ocasión
de llegar a ser una estrella fija. Un intermediarista no sabe nada de
compromísos: para el, nuestro estado es parcialmente positivo y parcialmente
negativo, nada es definitivamente positivo o definitivamente negativo. Pero si
el positivismo les atrae, no se avergüencen: estarán en armonia con el esfuerzo
cósmico, pero la continuidad les resistirá. Ser positivo es venir a ser un
Napoleón Bonaparte, contra el cual el resto de la civilización se aliará tarde
o temprano. El intermediarísmo reconoce nuestro estado como un cuasi-estado y
no impide a nadie ser positivo: reconoce su impotencia para llegar a serlo,
permanece en un estado positivo-negativo, mientras que un gran positivista
aislado, sin sistema de soporte, será crucificado, obligado a pasar hambre,
encarcelado o golpeado a muerte, y renacerá en el Positivo Absoluto.
Siendo yo mismo
positivo-negativo, siento la atracción del polo positivo de mi estado
intermediarista, e intento relacionar estos tres datos con un solo objeto. Los
periódicos aeronáuticos, el London Times y el New York Times no mencionan
ningún globo escapado durante el verano de 1898, ni en Inglaterra, ni en los
Estados Unidos. ni en el Canadá.
El 27 de agosto de 1885 (6), a
las ocho y media de la mañana, Mrs. Adelina D. Basset observó en las Bermudas
«un extraño objeto que procedía del sur en medio de las nubes». Llamó a su
amiga, Mrs. L. Lowell y ambas vieron, no sin alarma, el objeto de forma
triangular, parecido a una vela de bote, y del que pendían cadenas, mostrar
intenciones de aterrizar, para alejarse después por encima del mar y
desaparecer finalmente muy alto entre las nubes.
Una potencia tal de ascensión
parece excluir toda noción de un globo escapado parcialmente deshinchado. El
general Lefroy intenta dar una explicación terrestre a este fenómeno,
suponiendo un globo escapado de Francia o de Inglaterra que hubiera sobrevolado
el Atlántico, y atribuyendo a una deformación la silueta triangular del objeto:
«Se trataba -dijo- de un saco informe, apenas capaz de volar». Charles Harding,
de la R.M .S.,
objeta en el Times (7) que un globo procedente de Europa hubiera sido visto y
señalado por numerosos buques, y atribuye el origen del supuesto globo a los
Estados Unidos de América. Si todo el mundo manifestara tanta perseverancia
como el general Lefroy demostró (8
a ), no tendríamos que evaluar perpetuamente fragmentos
de datos; rogó a uno de sus amigos, W. H. Gosling, de las Bermudas, que
interrogara a las dos testigos, Mrs. Basset y Lowell: le dieron una descripción
distinta de los hilos suspendidos en el aire. ¿Se trataba de un globo
deshinchado arrastrando su cordamen tras él, o de una superdraga que nos hace
pensar irresistiblemente en los pájaros de Baton Rouge?
Creo que se nos pesca. Quizá
somos altamente estimados por los super gastrónomos de las esferas superiores.
Me siento arrebatado al pensar que después de todo pueda ser útil para algo.
Estoy seguro de que muchas redes se han introducido en nuestra atmósfera y han
sido identificadas como trombas o huracanes. Creo que se nos pesca. Pero lo menciono
de pasada, ya que tal idea no tiene nada que ver con el tema que trataré más
tarde, a saber: las posibilidades de nuestra utilización por un modo de
existencia que tuviera sobre nosotros un derecho legal.
Del Nature, (8 b) «Nuestro
corresponsal en París escribe que en relación con el globo avistado en
setiembre en las Bermudas, no ha ascendido en Francia ningún globo que pueda
tener reación con él».
Finales de agosto: no setiembre.
En el London Times no hay mención de ninguna ascensión de globos en Gran
Bretaña durante el verano de 1885. En Francia (8 c), dos globos se habían
soltado durante las fiestas del 14 de julio, es decir cuarenta y cuatro días
antes de la observación de las Bermudas: los de Gower y Eloy. El primero fue
encontrado flotando en pleno océano; el segundo fue observado, el 17 de julio,
por un barco: se mantenía aún en el aire. Pero era un minúsculo globo de
exhibición, concebido para pequeñas ascensiones en el curso de las fiestas
locales. Nature (9) se asegura que era incapaz de permanecer largo tiempo
suspendido en el aire.
En cuanto a los Estados Unidos,
no se registró más que una sola ascensión, el 29 de julio de 1885: al abandonar
su globo, los aeronautas tiraron de la cuerda de escape, «abriendo el ingenio
de arriba abajo» (10). Para un intermediarista, la acusación de
«antropomorfismo» está desprovista de todo significado. No hay nada en nada
única o positivamente distinto. Yo sería materialista si no fuera tan racional
el expresar lo material en terminos de lo inmaterial como expresar lo
inmaterial en términos de lo material Me comprometo a escribir la fórmula de
una novela en términos psicoquímicos, o a trazar su gráfico en términos de
psicomecánica, o a escribir en términos románticos las circunstancias y las
secuencias de toda reacción química, eléctrica o magnética, o a expresar no
importa cuál acontecimiento histórico en términos algebraicos: Véase Boole y
Jevons en lo que concierne al álgebra de las situaciones económicas.
Pienso en las Dominantes como si
fueran personas, lo que no quiere decir que las tome (no por mí mismo) por
verdaderas personas. La
Antigua Dominante es celosa, suprime todos los pensamientos
que ponen su supremacía en peligro. A la aproximacion de lo prohibido, de lo
irreconciliable, las discusiones científicas toman un cauce confuso y
ramificado Se creería que son desviadas de su objetivo por una directriz
oculta, que planea por encima de las mismas.
Charles Tilden Smith escribio en
Nature, (11) que en Chisbury, en el Wiltshire, Inglaterra. el 8 de abril de
1912, vio en el cielo «algo distinto a todo lo que había visto antes, pese a
que desde hace muchos años había estudiado el cielo en todos sus aspectos». Vio
dos manchas estacionarias ¡sobre nubes que avanzaban rápidamente! Eran en forma
de abanico triangular y de distintos tamaños, pero conservaron la misma
posición mientras nube tras nube pasaban por debajo de ellos; y esto duró una
media hora. Terminó por pensar «que se trataba de una sombra proyectada sobre
una pantalla de nubes por un objeto invisible situado al oeste, y que
interceptaba los rayos del sol». En la página 244 del mismo volumen de Nature,
otro corresponsal confirma esta opinión.
Pero la Antigua Dominante
estaba celosa, y no admitió ser desafiada en esta forma. En la página 268, el
meteorólogo Charles J. P. Cave escribió que los dias 5 y 8 de abril había
observado el mismo fenómeno en Ditcham Park, cerca de Petersfield, observando
algunos globos cautivos, de lo cual infería que las sombras de Chisbury podían
haber tenido el mismo origen. En la página 322, otro corresponsal habla de
sombras proyectadas sobre las montañas y, finalmente, en la página 348, alguien
complica las cosas discutiendo la tercera comunicación. Pero el misterio
continúa, ya que las manchas negras de Chisbury no podían haber sido
proyectadas por globos estacionarios que se encontraran al oeste, o entre las
nubes y el sol poniente, ya que en este caso la sombra de un objeto
estacionario, lejos de ser estacionaria, hubiera ascendido cada vez más alto
durante la puesta del sol.
Una enorme cosa negra posada como
un cuervo sobre la Luna.
Pienso que estas dos sombras de
Chisbury debían parecer, vistas desde la Luna , como dos enormes cosas negras posadas como
cuervos sobre la Tierra. Y
que dos luminosidades triangulares, seguidas de dos manchas negras
triangulares, debieron ser observadas como los triángulos de Chisbury sobre la Luna.
En Lebanon, Connecticut (12) la
tarde del 3 de julio de 1882, dos formas luminosas triangulares fueron
observadas en el borde superior de la Luna. Desaparecieron ,
y dos sombras triangulares fueron observadas tres minutos más tarde en el borde
inferior. Se acercaron una a otra, se confundieron y desaparecieron.
El 8 de abril de 1913 (13), en
Fort Worth, Texas, descripción de la sombra en el cielo de un objeto invisible,
que se supuso era una nube, y que se desplazó con el sol poniente.
Del Rept. Brit. Assoc., (14): Dos
observadores vieron durante seis noches un objeto triangular atravesar el
cielo, a un considerable paralaje. Estaba muy próximo a la Tierra.
Debo decir que nuestra confusión
en relacion con los fenómenos luminosos es tan grande como algunas
controversias de la ortodoxia sobre el mismo tema. La luz no es necesariamente
la luz: puede ser la interpretación de un modo de fuerza. Al nivel del mar, la
atmósfera terrestre interpreta la luz del sol como roja, anaranjada o bien
amarilla. En las montañas, el sol es azul. Más alto, el cénit se vuelve negro.
Es ortodoxo afirmar que en el espacio interplanetario, allí donde no hay aire,
no hay luz, de modo que el sol y los cometas son negros, pero que la atmósfera
terrestre, o al menos sus partículas de polvo, interpretan las radiaciones de
estos objetos negros como luz.
Miren la Luna. La Luna, negra como
ébano, y tan plateada. Tengo cerca de cincuenta notas indicando que la Luna posee una atmósfera.
Pese a ello, los astrónomos afirman que no tiene, y están obligados a hacerlo
ya que, de otro modo, su teoría sobre los eclipses no significaría nada. De
modo que, en términos convencionales, la Luna es negra. Sorprendente visión la de los
exploradores lunares, trastabillando y tanteando en una intensa oscuridad,
mientras que, con potentes telescopios, podríamos verlos trastabillar y tantear
en medio de una luz cegadora.
Es, pues, concebible que existan
fenómenos de fuerza interpretables como luz al nivel de las nubes, pero no en
las capas mas densas del aire, a la inversa, en suma, de la interpretación
habitual. Tengo a continuación algunos datos sobre un acontecimiento que
sugiere una fuerza no interpretada por el aire como luminosa, pero reflejada
por el suelo en forma de luz. Algo permaneció suspendido por encima de Londres
durante unas semanas, que no fue interpretado como luz más que al llegar al
suelo.
Cada noche (15), durante una
semana, una luz apareció en Woburn Square, Londres, sobre la hierba de un
parquecillo rodeado de verjas, ante el enorme susto de los transeúntes. La
policía restableció el orden. Se sugirió que se trataba de una luz de un farol
de gas, sin buscar por supuesto el origen preciso. No digo que la luz de un
simple farol de gas no atrajera la atención de los mirones londinenses durante
una semana, pero sí digo que el primer polizonte llamado para restablecer el
orden no hubiera tenido necesidad de la menor sugestión para restablecer el
orden allí mismo, si se hubiera tratado realmente de la luz de un farol de gas.
Y algo luminoso permaneció
suspendido durante una semana sobre un parque londinense.
(1) London Times del 26 de
diciembre de 1860
(2) Observatory, 35-168
(3) Nature escribe en el número
del 27 de octubre de 1898
(4) Nature, 11 de agosto de 1893,
y segun el Canadian Weather Review de julio de 1898.
(5) Nature, 58-294.
(6) London Times, 29 de setiembre
de 1885: Según la Royal
Gazette de las Bermudas del 8 de setiembre de 1885, remitida
por el general Lefroy.
(7) Times de 1º de octubre de
1885
(8 a ) Nature, 33-99
(8 b)
Nature, 33-137.
(8 c) (L’Aéronaute, agosto de
1885)
(9)
Nature, 1885-2-131
(10) (New
York Times. 10 de agosto de 1885
(11)
Nature, 90-169
(12)
Scientific American, 46-49
(13)
Monthly Weather Review, 41-599
(14)
Rept. Brit. Assoc. 1854-410
(15) Lancet, 1º de junio de 1867
21
«Estando especializada su
excelente revista Knowledge (1) en los fenómenos meteorológicos, me siento
tentado de pedirles la explicación del siguiente suceso, que he presenciado a
bordo del vapor Patna, de la
Compañia de las Indias Británicas, en el curso de un viaje
por el golfo Pérsico. En mayo de 1880, en una noche muy oscura, hacia las once
treinta, aparecieron de repente en el cielo, a un lado y a otro de la nave, dos
enormes ruedas luminosas que giraban sobre sí mismas, y cuyos radios parecieron
rozar el buque a su paso. Dichos radios medían de dos a trescientos metros de
largo, y se parecían a las varas de las maestras de escuela. Y aunque cada
rueda debía tener quinientos o seiscientos metros de diámetro, se veían siempre
distintamente los dieciséis radios que la formaban. Sin otra luz visible en el
aire por encima del agua, este resplandor fosforescente pareció deslizarse
paralelamente a la superficie del océano. La apariencia de estos radios puede
ser imitada casi exactamente agitando, desde una barca, una linterna
horizontalmente por encima del agua, y haciéndole describir círculos
concéntricos. Asistieron, aparte de mí mismo, al mencionado fenómeno el capitán
Avern, del Patna, y Mr. Manning, tercer oficial.
«Lee Fore
Brace.»
«PS.-Las ruedas avanzaron
paralelamente al barco, como escoltándolo, alrededor de veinte minutos. L.F.B.»
Knowledge, 11 de enero de 1884:
Carta de Mr. «A. Mc. D.»: «Su Lee Fore Brace debería haber firmado su
comunicación con el sobrenombre de El Moderno Ezequiel, tanto rivaliza su
visión con la del profeta en lo que a prodigios se refiere.» Basándose en las
cifras publicadas, Mc. D calcula que la rueda debería desplazarse a ciento
sesenta kilómetros por hora, velocidad que considera increible: «El seudónimo
de su corresponsal indica demasiado que está acostumbrado a recibir viento en
sus velas» (2). Después sugiere su explicación: debían de haberse producido a
aquella hora numerosas averías en el gran brazo de verga, que exigía empalmes
tan frecuentes que todo rayo de luz hubiera adquirido muy pronto un movimiento
de rotación. Sigue el 25 de enero una respuesta de «Mr. Brace», firmada con su
verdadero nombre, J. W. Robertson, y refutando toda insinuación injuriosa en
cuanto a su sobriedad, y después una conclusión conciliadora del redactor en
jefe.
La explicación evidente de este
fepómeno es que debía de haber una rueda luminosa bajo la superficie del mar en
el golfo Pérsico. Un pez de las grandes profundidades, empujado hasta la
superficie del mar, se desintegrará en un medio relativamente atenuado. Toda
superconstrucción adaptada, en el espacio interplanetario, a un medio denso, y
forzada a penetrar en la atmósfera terrestre, se ve amenazada de
desintegración, y se hunde en el océano para encontrar el alivio de un medio de
mayor densidad. Así pues, voy a dedicarme ahora a los datos de objetos
luminosos caídos en el océano o bien elevándose del mismo. Pienso que, una vez
dejados de lado los casos de incandescencia causados por desintegración, estos
objetos están dotados de una luz fría que el agua no aviva en absoluto. Y
parece aceptable que una rueda que gire sobre sí misma pueda parecerse a un
globo, tanto vista de lejos como de relativamente cerca.
Tomaré mi primer dato de una
publicación puritana, Science, que no nos ha proporcionado más que un poco de
material: los puritanos raramente se desvergüenzan. Según un informe dirigido a
la Oficina
Hidrográfica de Washington por su oficina de San Francisco y
reproducido en Science (3), en la medianoche del 24 de febrero de 1885, a 37º latitud Norte y
170º longitud Este, en algún lugar entre Yokohama y Victoria, el capitán del
Innerwich fue despertado por su segundo, que había visto en el cielo algo
anormal. Tras tomarse un tiempo en despertarse completamente, el capitán ganó
el puente de la nave y vio el cielo en llamas. «De pronto, una enorme masa
inflamada apareció por encima de la nave, cegando completamente a los
espectadores», y cayó al mar. Su tamaño puede ser evaluado por el volumen de
agua que levantó, y que se precipitó contra la nave con un ruido ensordecedor,
sumergiéndola «bajo una espuma blanca y rugiente». El capitán, un viejo marino
lleno de experiencia, declaró que el horror del espectáculo desafiaba toda
descripción.
En Nature (4) y L'Astronomie (5),
se dice que esta «enorme bola de fuego» se elevó del mar cerca de cabo Race,
hasta alcanzar los ciento cincuenta metros de altura, y avanzó cerradamente
sobre la nave, siendo visible por más de cinco minutos. Nature la identifica
como un rayo «en bola», pero Flammarion, en Thunder and Lightning (6), la
describe como de enorme tamaño. El capitán Moore, del vapor inglés Siberian,
declaró en el American (7 a) que el objeto se desplazó «contra el viento» antes
de desaparecer y que había visto ya antes, en el mismo lugar, tales
apariciones.
Del Report of the British
Association, (7 b): El 18 de junio de 1845, según el Malta Times, a bordo del
bergantín Victoria, a mil trescientos kilómetros de Adalia, en Asia Menor, a
36º 40' 56" latitud Norte y 13º 44' 36'' longitud Este, se vieron tres
cuerpos luminosos salir del océano a cuarenta metros del buque y permanecer
visibles durante diez minutos.
El profesor Baden-Powell publicó
una carta de un corresponsal del monte Líbano que describe el mismo prodigio,
pero no cita más que dos cuerpos luminosos cinco veces más grandes que la Luna , y dotados de apéndices
«en forma de velas», parecidos a «grandes bandera hinchadas por la brisa». La
idea más importante en este caso concreto es la de la duración. Un meteoro dura
algunos segundos, raramente más de quince, aunque algunos hayan durado medio
minuto. Los objetos del monte Líbano fueron visibles una hora. Los apéndices no
se parecían a la estela de los meteoros, ya que «su resplandor parecía proceder
de su propio cuerpo». En Adalia, Asia Menor, a mil trescientos kilómetros del
Victoria y en el mismo momento, el reverendo F. Hawlett, citado por el profesor
Baden-Powell, asistió al espectáculo, cuya duración evaluó en una media hora.
El fenómeno fue señalado igualmente desde Siria y desde Malta, bajo la forma de
dos cuerpos «estrechamente unidos» (8).
En Cherburgo, Francia, el 12 de
enero de 1836, un cuerpo luminoso que representaba los dos tercios de la Luna pareció girar como sobre
un pivote: llevaba en su centro una cavidad oscura (9).
El 20 de diciembre de 1893 (10),
un cuerpo luminoso fue visto por varias personas en Virginia, Carolina del
Norte y Carolina del Sur, de oeste a este; a 15º por encima del horizonte,
permaneció inmóvil durante un cuarto de hora. Parecía, dijeron algunos
observadores, una enorme rueda blanca, y para eliminar toda probabilidad de una
ilusión óptica se recuerda que el ruido de su paso a traves del aire fue claramente
apreciado. Al término de veinte minutos, desapareció o explotó en el mayor
silencio.
Vastas construcciones en forma de
rueda estarían muy especialmente adaptadas para atravesar un medio gelatinoso
de uno a otro planeta. A veces penetrarían por error de cálculo en la atmósfera
terrestre y, bajo la amenaza de explosión, deberían hundirse en el fondo de las
aguas, donde permanecerían un tiempo, para emerger después en las proximidades
de algún buque. Su ruta habitual parece situarse en las latitudes próximas al
golfo Pérsico.
El 4 de abril de 1901 (11), a las
ocho y media de la mañana, en el golfo Pérsico, el capitán Hoseason del vapor
Kilwa navegaba en plena mar. «El agua no era fosforescente», reténganlo bien.
De pronto, enormes «ondulaciones» luminosas aparecieron bruscamente en la
superficie de las aguas. No emitían más que una débil luz, y se apagaron
alrededor de un cuarto de hora más tarde, después de haber evolucionado a diez
kilómetros por hora. Se incriminó esta vez a la eterna salvaguardia de la Vieja Dominante :
bancos de medusas.
El 5 de junio de 1880 (12), a lo
largo de la costa de Malabar, el comandante Harris, del vapor Shahjehan, vio, a
las diez de la noche, sobre un mar calmado y bajo un cielo sin nubes, un objeto
tan extraño que le hizo detener su nave. Describe olas espaciadas de brillante
luz, y una sustancia no identificable flotando sobre las aguas: no iluminaba
nada, pero parecía iluminada, como el resto del mar, por gigantescos rayos
luminosos. «Se sucedían ola tras ola, en uno de los espectáculos más grandes y
mas solemnes que se pueda imaginar».
Extracto de una carta (13) de
míster Douglas Carnegie, de Blackheath, Inglaterra: «En el curso de este viaje,
asistí a una de las más extravagantes manifestaciones electricas que jamás haya
visto». En el golfo de Omán, observó una capa fosforescente, aparentemente
inmóvil. Pero a veinte metros del lugar, «rayos de cegadora luz vinieron a
chocar con la proa de la nave a una prodigiosa velocidad, que puede estimarse
entre los cien y los doscientos kilometros por hora». Las olas se sucedían de
tres en tres metros. «Recogí una muestra del agua y la examiné al microscopio,
sin detectar nada anormal. Los rayos parecían provenir de las profundidades
marinas. Nos golpearon primero a través, y observé que una nave cercana no
torcía su trayectoria: se hubiera dicho que la atravesaban de lado a lado.»
El golfo de Omán se halla en la
entrada del golfo Pérsico.
Mr. S. C. Patterson (14), segundo
del vapor Delta, cuenta que, el 14 de marzo de 1907, en el estrecho de Malaca,
a las dos de la madrugada, vio durante una media hora «rayos que parecían girar
sobre un eje, como los radios de una rueda: parecían medir trescientos metros
de lado».
El capitán Evans (15), hidrógrafo
de la marina inglesa, señala en un informe al Almirantazgo que el comandante J.
E. Pringle, del buque Vulture, observó a 26º 26' de latitud Norte y 53º 11' de
longitud Este, en el golfo Pérsico, el 15 de mayo de 1879, ondas luminosas o
pulsaciones acuáticas que se desplazaban a gran velocidad. Precisión
apreciable: subraya que las ondas luminosas pasaron bajo el Vulture. «Mirando
hacia el este, se hubiera dicho que una rueda giraba sobre su eje, con sus
radios iluminados, mientras que, mirando hacia el oeste, una rueda idéntica
avanzaba en sentido contrario. Las ondas de luz se extendían desde la
superficie hasta las profundidades marinas.» El comandante Pringle piensa que
los rayos procedían de una sola rueda, y que el desdoblamiento era una simple
ilusión. Estima que los objetos tenían cuarenta metros de ancho, estaban
espaciados por unos ciento cincuenta metros y se desplazaban a ochenta
kilómetros por hora, durante treinta y cinco minutos, a las nueve horas
cuarenta minutos de la noche. Después de su paso, el buque atravesó amplias
capas de una sustancia flotante que se parecía a «bancos de freza oleosa».
En la página 48 del mismo número
de Nature, E. L. Moss dijo que en abril de 1875 vio sobre el buque Bulldog, a
algunos kilometros al norte de Veracruz, una serie parecida de líneas
luminosas. Si habla del Veracruz de Méjico, es nuestro único caso situado en
aguas de la costa oriental.
El Nautical Meteorological Annual
(16), publicado por el Instituto Meteorológico danés, señala un «singular
fenómeno» observado por el capitán Cabe, del vapor danés Bintang. A las tres de
la madrugada, el 10 de junio de 1909, en pleno estrecho de Malaca, el capitan
Cabe vio una rueda luminosa girar sobre su eje a ras del océano. El centro
estaba próximo al horizonte, no se podía ver más que la mitad, y fue visible durante
quince minutos. Los movimientos de esta rueda no eran sincrónicos con los de la
nave.
El Instituto danés cita otro
caso: el capitán Breyer, del vapor holandés Valentijn, vio, a medianoche, el 12
de agosto de 1910, al sur del mar de la China , una rotación de relámpagos. «Se hubiera
dicho una rueda horizontal, girando rápidamente por encima del agua.» «El
fenómeno fue observado por el capitán, el primer y segundo y oficiales, y el
primer oficial de máquinas, y produjo en todos ellos un profundo sentimiento de
malestar.»
Recomiendo a los escépticos que
mediten en la localización, con apenas una sola excepción, de este fenómeno: en
el océano índico y sus aguas adyacentes, golfo Pérsico por un lado, mar de la China por el otro. Aunque
sea intermediarista, encuentro irresistible la atracción de una tentativa de
acceso positivista hacia lo Completo.
En la reunión de la Asociación
británica (17), en 1848, sir W. S. Harris leyó el informe de una nave en
dirección a la cual «habían remolinado dos ruedas de fuego, que la tripulación
comparó con dos ruedas de molino de llamas». En el momento en que se
aproximaron, se oyó un horrible chasquido: los masteleros fueron pulverizados.
Se dijo que se produjo un fuerte olor de azufre.
(1) Carta en Knowledge, 28 de
diciembre de 1883
(2) (En ingles, "fore
brace" significa "brazo de verga delantero")
(3)
Science, 5-242
(4)
L'Astronomie, 1887-76
(5)
Nature, 37-187
(6)
Thunder and Lightning, P. 68
(7 a)
Meteorological Journal, 6-443. 12
de noviembre de 1887
(7 b)
Report of the Brirish Association, 1861-30
(8)
(Report of the Brirish Association, 1860-82)
(9)
(Report of the Brirish Association, 1860-77) Otros datos de ruedas luminosas
son citados en: Nature, 22-617, London Times, 15 de octubre de 1559, Nature,
21-225, Monthly Weather Review, 1883-264
(10)
L'Astronomie, 1894-15]
(11)
Journal of the Royal Meteorological Society, 28-29
(12) Nature, 21-410. Una carta al
Englishman. De Calcuta, fechada el 21 de enero de 1880
(13)
Journal of the Royal Meteorological Society, 32-280.
(14)
Journal of the Royal Meteorological Society, 33-294
(15)
Nature, 20-291.
(16)
Scientific American, 106-51
(17) Atheneum, 1848-833
22
Extracto del diario de a bordo
del buque Lady of the Lake, escrito de puño y letra del capitán F. W. Banner y
comunicado por R. H. Scott, F.A.S. (1).
El 22 de marzo de 1870, a latitud 5º 47' N.,
longitud 27º 52' E., los marineros del Lady of the Lake vieron en pleno cielo
un objeto, o una notable «nube», y la señalaron a su capitán.
Según Banner, era una nube de
forma circular, con un semicírculo inscrito dividido en cuatro partes, con el
trazo de división comenzando en el centro del círculo y extendiéndose hacia el
exterior, para después curvarse de nuevo hacia atrás. Geométrica, compleja y
estable en su forma: hay pocas oportunidades de que una nube mantenga tal
diversidad de cualidades, para no mencionar el aspecto de la forma orgánica. El
objeto evolucionaba de un punto situado a veinte grados por encima del
horizonte hasta otro situado a ochenta grados. Después se dirigió haca el
noroeste, habiendo venido del sudoeste.
Era de color gris claro, es
decir, color de nube.
«Mucho más baja que las demás
nubes.»
Y principalmente este detalle:
sea lo que fuere, se desplazaba contra el viento. «Se presentó oblicuamente en
relación al viento, después se decidió a dirigirse directamente en dirección
completamente contraria al viento.»
La forma fue visible durante una
media hora. Cuando finalmente desapareció, no fue desintegrándose como lo
hubiera hecho una nube, sino a causa de la llegada de la oscuridad.
El capitán Banner dibujó el
siguiente diagrama, que fue publicado en el Journal of the Royal Meteorological
Society:
Nota: Por desgracia, me es
imposible añadir la imagen, al menos en este momento
(1)
Journal of the Royal Meteorological Society, 1-157. Fellow of the Royal Society significa Miembro
académico de la Real
Academia.
23
Los libros de texto nos dicen que
los meteoritos de Dhurmsalla fueron recogidos casi inmediatamente después de su
caída o en el espacío de un cuarto de hora. Provistos de un margen de tiempo.
por pequeño que sea, los convencionalistas les dirán que dichos aerolitos
podian haber estado calientes en el momento de su caída, pero que su gran
frialdad interna pudo ganar a su superficie en fusión.
Pero el comisario delegado de
Dhurmsalla afirma que los meteoritos fueron recogidos «inmediatamente» por los
coolies que pasaban. Las piedras estaban tan frías que les entumecieron los
dedos. Sin embargo, habían caído en un chorro de luz, «una lengua de fuego de tres
metros de largo por sesenta centímetros de ancho», dijo un testigo. Se supone
que esta luz no era la de la materia fundida.
En este capítulo, seré
intermediarista y poco conciliador.
Para el intermediarista, no hay
más que una respuesta a todas las preguntas: a veces sí, a veces no. Otra forma
de esta «solución» intermedia es la siguiente: sí y no. Todo lo que es, también
no es. Un positivista intenta formular: un intermediarista también, pero con
mucho menos rigor; acepta pero niega al mismo tiempo. Puede tener el aspecto de
aceptar en un sentido y de negar en otro, pero no puede deducir conclusión
alguna entre dos aspectos de cualquier cosa que sea. El intermediarista acepta
lo que parece corresponder a lo que ha aceptado por dominante. El positivista establece
la correspondencia con una creencia.
Los meteoritos de Dhurmsalla
sostienen mi idea de que algunos objetos que penetran en la atmósfera terrestre
relucen a veces con una luz que no es la de la incandescencia. Lo que
explicaría por otro lado las «piedras del rayo» o las rocas esculpidas que han
caído luminosamente al suelo, en regueros que parecian relámpagos, pero no
impediría que otros objetos que penetraran en la atmósfera terrestre fueran
desintegrados con la intensidad de la llama y de la materia en fusión o se
desplomaran sin luminosidad, como los peces de las profundidades son
arrastrados hasta la superficie de los océanos. Cada una de estas posibilidades
indica la presencia de un medio más denso que nuestra atmósfera.
Vean el ritmo de los fenómenos:
el aire es denso al nivel del mar, después cada vez menos denso a medida que se
asciende, después cada vez más denso. De lo cual se desprenden algunas
cuestiones embarazosas en relación a las cuales voy a precisar lo que sigue:
A veces caen lluvias luminosas
(1); su luz no es la de la incandescencia, pero nadie puede negar que tales
lluvias, raras u ocasionales, provienen de una exterioridad. Comento
simplemente la luz fría de algunos cuerpos que caen: lluvias luminosas, nieves
y polvos (2a). En cuanto a las nubes luminosas, marcan la transición entre la
Antigua y la Nueva
Dominante. Hemos señalado ya la transición acerca del origen
externo de algunas granizadas en la teoría del profesor Schwedoff; implicando
que ciertas masas de agua podían flotar en regiones interplanetarias (con o sin
ranas y peces), se atrajo las burlas de la Ciencia. «De lo más cómico», manifestó Mr.
Symons. Sostengo ahora que las nubes proceden algunas veces de las regiones
exteriores y encuentran su origen en los lagos y oceanos supergeográficos, que
no intentaré por ahora localizar, aunque sí sugiero a los aviadores que se
preocupen por ellos, ya que yo no siento ningun deseo de hacer el Cristóbal
Colón en mis momentos perdidos: les aconsejo incluso, si se decidieran, que llevaran
consigo un traje de baño o, más bien, un equipo de buceo. Así pues, algunas
nubes provienen de los océanos interplanetarios, del Supermar de los Sargazos,
si lo aceptamos, y se iluminan al penetrar en la atmósfera terrestre. En Himmel
und Erle, febrero de 1889 (otro fenómeno de transición de los últimos treinta
años), Herr O. Jesse, en sus observaciones sobre las nubes luminosas, comenta
su gran altura, y sugiere cómica o seriamente que algunas de las mismas hayan
podido venir de regiones exteriores a la Tierra. Supongo
que se refería a otros planetas, pero su idea, tanto en un caso como en otro,
sigue siendo a la vez cómica y muy seria.
En general, hago justicia
demasiado a menudo acerca del pretendido aislamiento de la Tierra : se halla
relativamente aislada por circunstancias parecidas a aquellas que son causa del
aislamiento de los fondos oceánicos, excepción hecha de un equívoco de analogía
del que querría hablar ahora mismo. Fue cómodo en su tiempo el identificar a
los hombres con los peces de las grandes profundidades, pero, en el campo de la
cuasi-existencia, no hay comodidad que no se convierta tarde o temprano en un
obstáculo. Si hay regiones de mayor densidad por encima nuestro, se deberían
considerar como análogas a las regiones oceánicas sumergidas, y los objetos que
llegan al suelo serían entonces como levantados hacia un medio atenuado, y
explotando, sea por incandescencia, sea por efecto de una luz fría, a veces sin
ninguna luminosidad, como los peces de las grandes profundidades empujados a la
superficie, condición en suma de inhospitalidad. Sospecho que, en sus abismos,
los peces de las grandes profundidades no son luminosos. Los peces de la Caverna de los Mamuts no
necesitan luz para encontrar su camino. Se podría creer que los habitantes de
las profundidades se vuelven luminosos penetrando en un medio menos denso, pero
los modelos del Museo Americano de Historia Natural poseen órganos especiales
de luminosidad. Por supuesto, está permitido que uno recuerde ese «dodo»
reconstruido con tanta convicción, y las adulteradas nociones que de ello
resultaron. Pero la dislocación no es considerada como originada por el paso a
un medio menos denso.
Es aquí que conviene mencionar
«un extraordinario fenómeno, probablemente sin precedentes», observado por Mr.
Acharius en los alrededores de Skeninge, en Suecia (2 b). El 16 de mayo de 1808, a las cuatro de la
tarde, el sol se volvió de color rojo ladrillo. En el mismo momento
aparecieron, viniendo del horizonte occidental, un gran número de cuerpos redondos
de color castaño y del tamaño aparente de un ala de sombrero, que atravesaron
el cielo y desaparecieron hacia oriente. Una fantástica procesión, que duró
cerca de dos horas: a veces, uno de estos cuerpos caía al suelo. En el lugar de
la caída se encontraba una película que se secaba rápidamente y desaparecía. A
menudo, aproximándose al sol, estos cuerpos parecían acercarse entre sí, en
grupos que no sobrepasaban las ocho unidades, y se les veía entonces unas colas
de cinco a seis metros de largo. Alejados del sol, su cola se hacía invisible.
Fuera cual fuera su sustancia
real, se les describió como «jabonosos y gelatinosos».
Este dato hubiera suministrado
una hermosa conclusión a mi panorama de las hordas de diminutos cuerpos
distintos de las semillas, de los pájaros o de los cristales de hielo: pero se
hubiera podido entonces llegar a la conclusión homogénea de que todos estos
datos se referían a un único género de fenómenos, mientras que yo concibo una
infinita heterogeneidad de lo externo, donde cruzados y bribones, turistas y
dragones, se codean con las alas de sombrero gelatinosas. Todas las cosas
terrestres que se unen en manadas no son forzosamente identificables como
carneros, presbíteros, pistoleros o bien marsopas. Y este dato indica el peligro
de dislocación que puede existir al penetrar desde el exterior en la atmósfera
terrestre.
Pienso por mi parte que miles de
objetos han caído en la Tierra
para estallar luminosamente y hacerse calificar como «globos de fuego» o «rayos
en bola» «No se ha aclarado aún el misterio de los globos de fuego, ni tampoco
se ha lanzado una sola hipótesis inteligente» (3). Un día me concentraré en las
hipótesis inteligentes y reuniré los datos de «globos de fuego» con el fin de
exponer qué son tantos objetos caídos luminosamente del cielo y estallando en
el suelo con violencia. Tan estupefacta se queda la ortodoxia ante el
espectáculo de semejantes fenómenos, que numerosos sabios se han permitido el
ridículo de negar los «globos de fuego» y los «rayos en bola» o considerarlos
como sometidos a graves precauciones. Pienso en la lista del doctor Sestier y
en sus ciento cincuenta casos, que él consideraba auténticos.
He aquí, en acuerdo absoluto con
mi desacuerdo, un caso de caída luminosa descrito en la Monthly Weather
Review, marzo de 1887, acompañado por algo que lo era menos: el capitán C.D.
Sweet, del barco holandés I.P.A., vio, el 19 de marzo de 1887, a 37º 39' N. y 57º
00' O, en el curso de una fuerte tempestad, a dos objetos atravesar los aires
por encima de su arboladura. Uno de ellos era luminoso y puede ser explicedo de
diferentes maneras, pero el segundo era oscuro. Uno de ellos, o los dos,
cayeron al mar con un rugido y una racha de olas: «Inmediatamente después, se
vieron caer bloques de hielo.» Sin duda estos objetos que acababan de penetrar
en la atmósfera terrestre habían roto con anterioridad una capa de hielo.
Uno de los aspectos más
paradójicos de los «globos de fuego», que comparten por otro lado con algunos
meteoritos, es la violencia de explosión desproporcionada al tamaño y velocidad
del objeto. Los meteoritos helados de Dhurmsalla no debían desplazarse muy
aprisa, pero hicieron un ruido ensordecedor. La sustancia blanda caída en el
cabo de Buena Esperanza era una sustancia carbonácea, pero no se había encendido,
y por otro lado había caído demasiado lentamente para poder inflamarse; sin
embargo, produjo una explosión que fue registrada a ciento doce kilómetros a la
redonda.
Algunas piedras de granizo se han
formado en un medio denso, y se han desintegrado violentamente al contacto con
una atmósfera relativamente rarificada: gruesas piedras de granizo cayeron en la Universidad de
Missouri el 11 de noviembre de 1911, y estallaron con detonaciones tan fuertes
como pistoletazos (4). El observador al cual se debe el informe había reportado
un fenómeno completamente idéntico dieciocho años antes, en Lexington,
Kentucky: granizo que parecía haberse formado en medio más denso se fundió bajo
el agua desprendiendo burbujas más grandes que su bolsa de aire central (5).
Sostengo que numerosos objetos
caen del cielo para desintegrarse violentamente por el camino. Lo cual será
confirmado por datos futuros, y me afirmarán en mi opinión sobre las
superconstrucciones del espacio, si alguien me pregunta por qué de sus restos jamás
han caído vigas y placas de metal manufacturado. Además de esto, han caído a
menudo del cielo piezas de metal manufacturado: el meteorito de Rutherford, en
Carolina del Norte, es de metal artificial, de hierro de fundición, dado como
fraudulento (6). El objeto caído en Marblehead, Massachussets, es descrito en
el Amer. Jour. Sci. (7) como «un producto de fundición fabricado en fundiciones
de mineral de cobre o de mineral de hierro conteniendo cobre». Si debe creerse
a Ehrenberg, la sustancla caída a bordo de la nave del capitán Callam, cerca de
Java, «ofrecía un sorprendente parecido con los residuos de una combustión de
hilos de acero en un balón de oxígeno» (8). Un meteorito «parecido al acero»
fue encontrado en el desierto de Mohave (9). Uno de los meteoritos recogidos
por Peary en Groenlandia es, según Nature, 15 de febrero de 1894, de acero
templado. Se ha pensado que el hierro meteórico, al caer en el agua o en la
nieve, puede haberse enfriado y endurecido bruscamente, pero dicha observación
no se aplica a su composición. El profesor Berwerth, de Viena, publicó en
Nature, el 15 de noviembre de 1898, un artículo sobre «la estrecha relación
entre el hierro meteorítico y el acero de las acerías».
Finalmcnte, en la reunión del 24
de noviembre de 1906 del Essex Field Club, se expuso un pedazo de metal caído
del cielo, el 9 de octubre de 1906, en Braintree. Según el Essex Naturalist, el
doctor Fletcher, del Museo Británico, identificó este metal como hierro de
fundición, «de modo que el misterio de esta caída permanece inexplicado».
(1) (Nature. 9 de marzo de 1882:
Nature, 25-437.)
(2 a ) (Véase Hartwig: Aerial
World, p 319.)
(2 b)
Transactions of the Swedish Academy of Sciences, 1808-215, traducido por la North American
Review, 3-3198
(3)
(Monthly Weather Review, 34-17.)
(4)
(Nature, 88-350.)
(5)
(Monthly Weather Review, 33 445.)
(6)
(Amer. Jour. Sci., 2-34-298.)
(7) Amer.
Jour. Sci., 2-34-135.
(8)
(Zurcher: Meteors, p 239.)
(9) (Nature, 21 de noviembre de
1878, citando al Yuma Sentinel).
24
Quiero ver alzarse ahora un
verdadero clamor de silencio. Si sólo un caso aislado de un fenómeno cualquiera
hubiera sido desdeñado por el Sistema, la cosa me parecería sin importancia, ya
que un solo caso es de mínimo peso. De acuerdo: mi método personal basado en la
acumulación de casos tampoco es un verdadero método pero, en la continuidad,
todas las cosas deben parecerse a todas las demás cosas, de modo que no concibo
un tema que pueda ser reducido a la penuria de un único caso. Es asombroso u
omisible leer la lista que va a seguir, de todo lo que se ha visto en el cielo,
y pensar que todos estos casos han sido sistemáticamente despreciados. Mi
opinión es que ya no es posible, o es demasiado difícil, desdeñarlos ahora que
se hallan reunidos en un compacto tropel. Pero reconozco que, si antes hubiera
intentado tal reunión, la
Antigua Dominante hubiera pulverizado mi máquina de escribir.
De hecho, la letra «e» me hace de las suyas, y la «s» es muy temperamental.
«Fenómeno extraordinario y
singular» observado en Gales del Norte, el 16 de agosto de 1894: un disco del
que se proyectaba un cuerpo anaranjado «parecido a un pez plano alargado» y
señalado por el almirante Ommanney (1); un disco prolongado por una especie de
garfio, grande como la Luna
pero más brillante, observado durante veinte minutos en la India en 1838, y del que se
trazó un diagrama (2); un garfio luminoso en Poland, Trumbull Co., Ohio,
durante el chaparrón de meteoros de 1833: un ancho cuerpo luminoso «casi
estacionario por momentos», en forma de mesa cuadrada: Niagara Falls, 13 de
noviembre de 1833 (3); el 3 de noviembre de 1886, en Hamar, Noruega, una nube
blanca que emitía cegadores rayos de luz atraviesa el cielo, «conservando a
todo lo largo su forma inicial» (4); un objeto luminoso del tamaño de la Luna llena es visible una
hora y media en Chile, el 5 de noviembre de 1883 (5); en Nueva Zelanda, el 4 de
mayo de 1888, un objeto de núcleo oval y llamas a bandas negras, sugiriendo una
estructura (6); una especie de trompeta gigantesca de ciento treinta metros de
largo, suspendida verticalmente y oscilando suavemente, es visible cinco o seis
minutos en Oaxaca, Méjico, el 6 de julio de 1874 (7); un gran cuerpo rojo,
desplazándose lenta y visiblemente durante quince minutos en Marsella, el 1º de
agosto de 1871 (8); una especie de señal luminosa, observada por Glaisher, el 4
de octubre de 1844, «tan brillante como Júpiter y enviando ondas rápidas y
parpadeantes de luces» (9); una especie de cometa desplazándose seis grados por
hora es señalado por Purine y Glancy, del observatorio de Córdoba, en
Argentina, el 14 de marzo de 1916 (10).
Con el objeto conocido bajo el
nombre de «cometa de Eddie» desaparece nuestra última susceptibilidad al error
común de personificación. Una de las más obstinadas ilusiones del positivismo
quiere que la gente sea personas. Me he sentido culpable muy a menudo de
resentimiento, de despechos y de burlas hacia los astrónomos, como si fueran
unidades finales, individuales, personas completas y no partes indeterminadas.
Pero en tanto que permanezcamos en la cuasi-existencia, no podemos captar una
ilusión más que convocando otra, aunque esta última pueda acercarse por más
tiempo a la realidad. Ya no personificamos: sobrepersonificamos. Proclamo ahora
que todo Desarrollo es una autocracia de las Dominantes, que no son finales,
pero que se acercan más a la individualidad o a si mismas de lo que lo hacen
los tropismos lunares irresponsablemente asociados a ellas.
En' 1890, Eddie señaló al
observatorio de Grahamstown en Africa del Sur, un objeto celeste. La Nueva Dominante no
era entonces más que la heredera presumida, o aparente, aunque no cierta. El
objeto que señalaba Eddie hubiera podido ser señalado perfectamente por un
vigilante nocturno, mirando a través de un conducto de desagüe. Pero no correspondía.
No fue admitido ni siquiera en la Monthly Notices : creo por mi parte que el
redactor que lo hubiera aceptado hubiera provocado una conmoción sísmica o un
incendio en su empresa editorial. Las Dominantes son diosas celosas.
Pero Nature debía estar sometido
a la nueva diosa, aunque rindiera un plausible homenaje a la antigua, ya que
señaló una especie de cometa observado el 27 de octubre de 1890 en Grahamstown,
por Eddie (11). Un objeto parecido fue
descrito por el profesor Copeland en Nature (12), visto el 10 de setiembre de
1891, mientras que Dreyer (13) contó haberlo visto en el Observatorio de Armagh
y lo comparó al objeto de Eddie. Fue observado también por el doctor Alexander
Graham Bell, el 11 de setiembre de 1891, en Nueva Escocia.
Pero la Antigua Dominante
estaba celosa.
Hubo diferentes observaciones
sobre el fenómeno de noviembre de 1883. El 10 o el 12 de este mes, un
corresponsal contó haber visto una especie de cometa provisto de una doble
cola, una dirigida hacia lo alto, otra hacia abajo, otro condenado (14). Ea
verosímil que tal prodiqio pueda agregarse a las apariciones en el cielo de los
cuerpos en forma de torpedo, o de mis datos sobre los superzepelines. Pero mis
intentos de clasificación están lejos de ser rigurosos, son producto del
tanteo. El 21 de noviembre de 1883, otro testimonio escrito de Humacao, Puerto
Rico, describe la majestuosa aparición de un cometa, que fue visible durante
tres noches seguidas antes de desaparecer (15). Si dicho fenómeno puede
admitirse, debió ocurrir muy cercano a la Tierra. Si se hubiera tratado de un verdadero
cometa, se lo hubiera visto en varios lugares, y la noticia hubiera dado
rápidamente la vuelta al mundo. Pero en la página 97 del mismo volumen del
Scientific American, un corresponsal relata haber visto en la misma fecha,
sobre Sulphur Springs, Ohio, una maravilla celeste en forma de torpedo,
centrada por un núcleo y dotada de una cola en cada extremo. Estoy persuadido
de que un objeto completamente idéntico fue observado, en el mes de noviembre
de 1882, en Holanda e Inglaterra.
En el Scientific American (16):
el 13 de abril de 1879, por la tarde, Harrison buscaba el cometa de Brorsen,
cuando vio pasar un objeto que se desplazaba tan aprisa que no podía tratarse
de un cometa. Llamó a un colega para confirmar su observación y éste vio lo
mismo. A las dos de la madrugada, el objeto era aún visible. Más tarde, en el
Scientific American Supplement (17) Harrisson desmintió toda tentación de
sensacionalismo y dio detalles técnicos: declaró que el objeto había sido visto
también por J. Spencer Devoe, de Manhattanville.
(1) (Nature, 50-524)
(2) (G. Pettit, en el catálogo
del profesor Baden-Powell, Rept. Brit. Assoc., 1849)
(3)
(Amer. Jour. Sci. 1-25-391)
(4) (Nature, 16 de diciembre de
1886-158.)
(5) (Comptes
rendus, 103-682.)
(6)
(Nature, 42-402.)
(7) (Sci.
Am. Sup., 6-2365.)
(8) Informado por Coggia (Chem.
News, 24-193); detalles suplementarios de esta observación por Guillemin, y
otros por de Fonville (Comptes rendus, 73-297-755).
(9) (Year
Book of Facts. 1845-278.)
(10)
(Sci. Amer., 115-493.)
(11)
(Nature, 43-89, 90.)
(12)
Nature, 44-519.
(13)
(Nature, 44-541)
(14)
(Amer. Met. Jour., 1-110)
(15)
(Sci. Amer., 50-40)
(16) Sci. Amer., 40-204, hay
publicada una carta de Henry Harrison, de Jersey City, copiada del New York
Tribune.
(17) Sci.
Amer. Supplement, 7-2885.
25
«Una forma que tenía el contorno
de un dirigible.» El objeto luminoso fue señalado el 19 de Julio de 1916, a las once de la
noche, por encima de Huntington, Virginia occidental (1). Observado a través de
«potentes prismáticos», parecía tener dos grados de longitud por medio grado de
anchura; se debilitó gradualmente y desapareció, después reapareció, para
desvanecerse completamente en el espacio. No se trataba de un dirigible, puesto
que el observador notó que a través del objeto eran visibles las parpadeantes
estrellas. Lo que parece oponerse a toda idea de un dirigible en visita a la Tierra , excepción hecha del
carácter poco concluyente de todas las cosas en un mundo de apariencia no final.
Sugiero que estas estrellas debían de ser visibles a través de algunas partes
del objeto, de la cosa o de la construcción. Aquí surge una controversia. El
profesor H. M. Russell piensa que debía tratarse de una nube desprendida
directamente de alguna aurora boreal. En la página 369 del mismo volumen del
Scientific American, otro especialista supone que era la luz de la insuflación
de un alto horno. Pero si hubieran habido altos hornos en los alrededores de
Huntington, me parece inverosímil que sus reflejos hubieran podido causar la
más mínima sorpresa.
Es tiempo de citar varias
observaciones sobre apariciones de cuerpos cilíndricos en la atmósfera
terrestre: digo bien cilíndricos, pero puntiagudos en las extremidades, es
decir en forma de torpedo. Algunos informes carecen de precisión, pero, por los
informes parciales, me siento inclinado a creer que las rutas supergeográficas
son atravesadas por superconstrucciones en forma de torpedos que,
ocasionalmente, visitan nuestro planeta o se ven arrastracas hacia él. Al
penetrar en la atmóstera terrestre, estas naves spaciales son perturbadas tan
fuertemente que deben volver a partir bajo pena de desintegración total. Al
hacer esto, ya sea como tentativa de comunicación, ya sea en un espíritu de
completa gratuidad, dejan caer objetos que estallan casi inmediatamente o se
desintegran con violencia. De un modo general, no creo que se dejen caer
voluntariamente explosivos, sino que algunos fragmentos de construcciones han
sido arrancadas y caen estallando, como lo que llamamos «globos de fuego».
Puede muy bien tratarse, por lo que suponernos, de objetos de piedra o de metal
recubiertos de inscripciones. En cada uno de los casos, las estimaciones
dimensionales carecen de valor, mientras que los informes dimensionales parecen
más aceptables. Un objeto estimado como de dos metros de largo puede tener
doscientos, pero la torma no está sujeta a las ilusiones de la distancia.
El 10 de octubre de 1864 (2),
Laverrier envió a la Academia
de Ciencias tres cartas de testigcs que describían un largo cuerpo luminoso, de
afiladas extremidades, que se había visto caer del cielo.
En Thunder and Lightning, (3),
Flammarion relata que, el 20 de agosto de 1880, durante una violenta tormenta,
Mr. Trecul, de la Academia
oe Ciencias, vio un cuerpo de color naranja brillante, de treinta y cinco a
cuarenta centímetros de largo por veinticinco de ancho, en forma de torpedo, o
más bien «cilíndrico, de extremidades ligeramente cónicas», dejar caer algo
antes de desaparecer entre las nubes. Lo que había soltado cayó verticalmente y
dejó una estela luminosa, sin exhalar el menor sonido (4).
El 2 de julio de 1907 (5), en la
ciudad de Burlington, en Vermont, se oyó una terrorífica explosión y una bola
de fuego, un objeto luminoso cayó del cielo, o más bien de una construcción
aérea parecida a un torpedo. Sostengo que un dirigible o que una construcción
aérea en vías de dislocación tuvo apenas el tiempo de soltar lo que soltó antes
de situarse en lugar seguro. He aquí lo que relata del incidente, en la misma
revista, el obispo John S. Michaud: «Yo estaba en la confluencia de las calles
de la iglesia y del Colegio, cara al Howard Bank, con el rostro vuelto hacia el
este, en plena conversación con el ex-gobernador Woodbury y A. A. Bluell
cuando, sin la menor advertencia, fuimos sacudidos por lo que se parecía a una
terrible e insólita explosión, evidentemente muy próxima. Al levantar los ojos
a lo largo de la calle del Colegio, observé un cuerpo en forma de torpedo, a
cien metros de distancia, que tenía el aspecto de estar estacionado, suspendido
en el aire, a quince metros por encima de los edificios más altos. Tenía
alrededor de dos metros de largo y treinta centímetros de diámetro, su pared
exterior parecía de color oscuro, y aquí y alla surgían lenguas de fuego como
otros tantos semáforos. Poco después, el objeto se puso en movimiento, muy
lentamente, y desapareció hacia el sur por encima de los almacenes Dolan
Hermanos. Mientras se desplazaba, la pared pareció agujerearse en algunos
sitios, dejando pasar intensas llamas.» El obispo Michaud intentaba relacionar
este fenómeno con observaciones meteorológicas.
A causa de la proximidad de la
observación, este correlativo es de interés capital, pero voy a citar otro aún
más extraordinario en relación al considerable número de testigos que reúne.
Creo firmemente que, el 17 de noviembre de 1882, un enorme dirigible atravesó
Inglaterra, pero la precisión imprecisa de todas las cosas cuasi-reales permite
relacionar estas observaciones con prácticamente no importa qué.
E. W. Maunder, solicitado por los
redactores del Observatory a redactar varios hechos retrospectivos para el
número quinientos de su revista, les proporcionó uno de gran magnitud (6)
acerca de lo que él denomina «un extraño visitante celeste». Maunder se
encontraba en el Observatorio Real de Greenwich, el 17 de noviembre de 1882, en
plena noche. Había una aurora desprovista de todo rastro distintivo, pero de
pronto apareció un gran disco de luz verdosa que se desplazó rápidamente en el
cielo. Sin embargo, su circularidad no era evidentemente más que un efecto de
perspectiva, ya que, al pasar por encima de la Luna , este objeto fue descrito como «con forma de
un cigarro», «de un torpedo», «de una lanzadera» o «de un huso». Maunder
añadió: «Si el incidente se hubiera producido un tercio de siglo más tarde,
todo el mundo lo hubiera comparado sin duda a un zepelín.» El efecto duró cerca
de dos minutos. El color era parecido al de las luces de la aurora boreal,
aunque Maunder disocie el fenómeno de todas las auroras boreales. «Parecía
haber allí un cuerpo definido». El movimiento era demasiado rápido para que se
tratara de una nube, pero «nada podía parecerse tan poco al paso de un
meteoro». En el Philosophical Magazine (7), J. Rand Capron, en un interminable artículo,
hace alusión al fenómeno de «radiación aurorial», pero emplea la expresión «en
forma de torpedo» y comenta la existencia de un núcleo oscuro. Entre nubarrones
de observaciones confusas, estima la altura del objeto de sesenta a quinientos
kilómetros, según observaciones hechas en Holanda y en Bélgica. A través de la
observación espectroscópica, concluye identificándolo con un rayo de luz
auroral. En el Observatory (8), Maunder, en su descripción contemporánea de los
acontecimientos, daba una longitud aproximativa de veintisiete grados y una
anchura de tres grados y medio. Pero, por otro lado, Capron, en Nature (9),
reconoce que el claro de luna le impedía servirse convenientemente de su
espectroscopio.
Otros detalles: El color era
blanco. Pero la aurora rosada. A su través se veían las estrellas, pero no en
el cenit, donde el objeto tenía una apariencia opaca. Esta es la única
afirmación de transparencia. Demasiado rápido para una nube, demasiado lento
pare un meteoro. «Su superficie tenía un aspecto jaspeado». «De forma muy
definida, parecida a un torpedo». «Probablemente era un meteoro», doctor
Groneman. La demostración técnica del doctor Groneman señaló que se trataba de
una nube de materia meteórica (10).
«Sin la menor duda: era un
fenómeno eléctrico» (11).
El redactor del London Times, el
20 de noviembre de 1882, confía haber recibido abundante correspondencia sobre
este fenómeno. Un corresponsal lo describe como «una magnífica masa luminosa,
en forma de torpedo»; otro como «una extraordinaria e inquietante forma, con
contornos de pez»...
(1)
(Scientific American, 115-241.)
(2)
L'Année Scientifique, 1864-54.
(3)
Thunder and Lightning. p. 87.
(4) (Para el relato de Trécul,
véase: Comptes rendus, 103-849.)
(5)
Monthly Weather Review, 1907-310.
(6) (Observatory.
39-214.)
(7)
Philosophical Magazine, 5-15-318.
(8)
Observatory. 6-192.
(9)
Nature, 27-84.
(10)
Nature, 27-87, 27-100, 27-296, 28-105. Véae tambien Nature, 27-315. 338, 365, 388, 412 y 434.
(11)
(Proctor: Knowledge, 2-4l9)
26
Las ocho luces (1) que se
observaron en el país de Gales, scbre una extensión de trece kilómetros, y que
mantenían cada una su propia trayectoria, moviéndose juntas,
perpendicularmente, horizontalmente o en zigzag, tenían el aspecto de ser
eléctricas. Desaparecían, aparecían de nuevo vagamente, después brillaban de
golpe tan fuertemente como antes. «Vimos tres o cuatro de ellas a la vez, en
cuatro o cinco ocasiones.»
«De cuando en cuando (2), la
costa oeste del país de Gales es el punto de reunión de luces misteriosas... Se
nos comunica desde Towyn que en las últimas semanas resplandores de diversas
tonalidades se han desplazado por encima del estuario del río Dysynni, para
ganar la desembocadura. Toman en general la dirección del norte pero a veces
siguen la costa, se desplazan a gran velocidad hacia Aberdovey, después
desaparecen bruscamente.»
Las luces (3) que aparecieron en
pleno cielo por encima de Vence, en Francia, el 23 de marzo de 1877, fueron
descritas como bolas de fuego casi cegadoras surgidas de una nube de un grado
de diametro y desplazándose con relativa lentitud. Se las vio durante más de
una hora dirigirse hacia el norte, y se dijo que ocho a diez años antes se
habían observado otras completamente idénticas en el propio Vence.
En Inverness (4), en Escocia, dos
luces vivas, completamente idénticas a estrellas, fueron vistas en el cielo.
Permanecían estacionarias, pero de pronto tomaban una velocidad excepcional.
En la noche del 30 de julio de
1880 (5), en San Petersburgo, se vio un amplio resplandor esférico acompañado
de dos más pequeños salvar una barranca, mostrarse durante tres minutos, y
desaparecer después sin el menor ruido.
En Iloilo (6), el 30 de setiembre
de 1886, un objeto luminoso grande como una luna llena «flotó» lentamente «en
dirección al norte», seguido de varios mas pequeños.
«Las falsas luces de Durham».
Se ha hablado en abundancia, en
los periódicos ingleses, a mitades del siglo XIX, de estas luces observadas en
el cielo, demasiado bajas sobre el suelo, la mayoría de las veces en la costa
de Durham. Los marinos las tomaban fácilmente por balizas. Se produjo naufragio
tras naufragio. Se acusó a los pescadores de encender falsos faros y de
entregarse al sórdido oficio de recoger los restos de los naufragios. Pero los
acusados protestaron: sólo muy viejas naves, sin valor excepto para los
aseguradores, se estrellan contra la costa.
En 1866 (7), la emoción del
público llegó al máximo. Se abrió una encuesta. Fueron tomadas declaraciones
ante una comisión, dirigida por el almuante Collinson. Un testigo describió la
luz, que había tomado equivocadamente como «considerablemente elevada por
encima del suelo». No se sacó ninguna conclusión: se designó el fenomeno con un
vocablo práctico, que hacía alusión a «luces misteriosas»; cualesquier cosa que
hayan podido ser «las falsas luces de Durham», la encuesta no cambió nada. En
1867, la comisión de pilotaje de Tyne volvió a tomar el asunto entre sus manos.
Opinión del alcalde de Tyne: «Un
asunto muy misterioso.»
En el Report of the British
Association (8), se habló mucho de un grupo de «meteoros» que había atravesado
el espacio «con una notable lentitud». Fueron visibles durante tres minutos, lo
que me hace pensar en que la palabra «notable» es poco apropiada, puesto que se
aplica en general a fenómenos que duran como máximo tres segundos. Estos
meteoros tenían otra particularidad: no dejaban ninguna estela de su paso. Se
les describió como sigue: «Parecían estrechamente agrupados, como una bandada
de patos salvajes desplazándose a la misma velocidad, con la misma gracia
regular.»
Según numerosas observaciones (9) reunidas por
el profesor Chant, de Toronto, el 9 de febrero de 1913 apareció un espectáculo
que se pudo apreciar en el Canadá, en los Estados Unidos, en el mar y en las
Bermudas: «un cuerpo luminoso dotado de una larga cola y que aumentó de tamaño
muy rápidamente». Los observadores están en desacuerdo en cuanto a determinar
si el cuerpo era uno o estaba compuesto de dos o cuatro partes, todas dotadas
de una cola. El grupo de objetos o la estructura completa de que se tratase
avanzaba «con una singular y deliberada majestad». «Desapareció a lo lejos, y
otro grupo apareció en su lugar de origen, avanzando a su vez, por tres o
cuatro, tan reposadamente como el primero». Después desapareció y fue seguido
por un tercer grupo. Algunos observadores compararon el espectáculo con una
flota de naves aéreas, otros a acorazados escoltados por cruceros y
destructores. Uno de ellos comentó: «Había probablemente treinta o treinta y
dos cuerpos, y lo más extraño era la manera de moverse por grupos de cuatro, de
tres o de dos, alineados en una fila. La alineación era tan perfecta que se
hubiera creído una flota aérea en plena maniobra después de un severo
entrenamiento.»
Una carta del capitán Charles J.
Norcock (10)» del buque inglés Caroline, señala que el 24 de febrero de 1893, a las diez de la
noche, entre Shanghai y el Japón, el oficial de máquinas señaló «dos
resplandores no habituales» entre el buque y una montaña de dos mil metros de
altura. Estos resplandores parecían globulares, y se movían a veces en masa, a
veces en lineas irregulares. Avanzaron durante dos horas en dirección al norte,
después desaparecieron. A la noche siguiente volvieron a aparecer. Fueron
eclipsadas un momento por una pequeña isla, iban siempre al norte a la misma
velocidad y en la misma dirección que el Caroline. Pero se reflejaban
extrañamente, desplazando por debajo de ellas sobre el horizonte cierta
radiación. Un examen por telescopio aportó pocas precisiones: los resplandores
eran rojos y parecían emitir una débil humareda. Esta vez, el fenómeno duró
siete horas y media.
El capitán Norcock añade que en
los mismos parajes, y más o menos en el mismo momento, el capitán Castle, del
buque inglés Leander, vio varias luces cambiar de drección para ir a su
encuentro, pero después huyeron, desplazándose esta vez más alto en el cielo.
Informe tomado (11) de las
observaciones de tres miembros de su tripulación por el teniente Frank M.
Schofield, del buque americano Supply. El 24 de febrero de 1904, tres objetos
luminosos, de distintos tamaños, el mayor con un diámetro de seis soles, se
manifestaron a poca altura por debajo de nubes de una altura estimada en dos
kilómetros. Huyeron o dieron media vuelta, ascendieron en un solo movimiento
hasta ocultarse en las nubes, de donde habían salido. Pero esta unidad de
movimiento no cambia nada a su diferencia de tamaño, ni a sus diferentes
susceptibilidades a las fuerzas de la tierra y del aire.
He aquí finalmente (12) dos
cartas de C. N. Crotsenburg, de Crow Agency, Montana. Durante el verano de
1896, el observador estaba empleado en los vagones postales, y conocía por su
larga experiencia todos los fenómenos relativos a su puesto. Un día que su tren
se desplazaba en dirección norte, después de Trenton, Montana, él y otro
empleado vieron, en las tinieblas de una espesa lluvia, una luz de apariencia
redonda y color rosáceo, que parecía tener treinta centímetros de diámetro,
flotar a treinta metros del suelo, después elevarse «a medio camino entre el
horizonte y el cénit». El viento soplaba fuerte del este, pero la luz continuó
yendo hacia el norte.
Su velocidad variaba. A veces
pasaba «muy considerablemente» al tren, otras veces parecía ir a la cola. Los
empleados de Correos la contemplaron hasta el momento de alcanzar Linville, en
Iowa. La luz desapareció tras el depósito de esta ciudad y ya no se la vio más.
No había dejado de llover, pero había poca actividad eléctrica, lo que no
impide a Crotsenburg explicar el prodigio por los «rayos en bola» o los «globos
de fuego». Pero el redactor de la
Review no está de acuerdo con él: cree que la luz podía ser
un reflejo de la lluvia, de la niebla, de las hojas de los arboles temblando en
la lluvia o de las luces del tren. En el número de diciembre fue publicada una
carta de Edward M. Boggs, sugiriendo que la luz era un reflejo de la caldera de
la locomotora sobre los hilos telegráficos mojados: apariencia que, lejos de
aparecer estriada por los hilos, pudo ser englobada en una sola redondez, y
parecer oscilar con cada ondulación de estos hilos, y acercarse o alejarse
horizontalmente con los diversos ángulos de reflexión, después avanzar o
retrasarse cada vez que el tren tomaba una curva.
Es un ejemplo perfecto de
pseudorazonamiento. Incluye y asimila diferentes datos, pero excluye el que
amenaza con destruirlo: el simple hecho de que los hilos telegráficos bordeaban
la vía más allá de Linville y no solamente antes de llegar allí.
Mr. Crotsenburg piensa en los
«rayos en bola», los cuales, aun ofreciendo un desconsolador desorden a todas
sus especulaciones, se suponen generalmente en concordancia con el viejo
sistema de pensamiento. Pero la más neta consciencia de «alguna otra cosa» se
expresa en algunos pasajes de sus dos cartas, cuando declara: «Tengo que
revelar algo tan extraño que jamás lo hubiera mencionado ni siquiera a mis más
íntimos amigos... si no hubiera sido confirmado de manera tan irreal que vacilo
en hablar de ello,, por miedo de que no haya sido un horrible capricho de mi
imaginación.»
(1) Notes
and Queries, 5-3-306.
(2) London Times, 5 de octubre de
1877.
(3) L'Année Scientifique,
1877-45.
(4) London Times, 19 de setiembre
de 1848.
(5)
L'Année Scientifique, 1888-66.
(6)
Nature, 35-173
(7) (London Times, 9 de enero de
1866.)
(8)
Report of the British Association, 1877-152.
(9) Jour.
Roy. Astro. Soc. of Canadá, noviembre y
diciembre de 1913.
(10) Nature, 25 de mayo de 1893.
(11)
Monthly Weather Review, marzo de 1904-115.
(12)
Monthly Weather Review, agosto de 1898-358.
27
Enorme y negra, la cosa que
estaba posada, como un cuervo, sobre la Luna.
Bolas de cañón, redondas y lisas,
que han caído en la Tierra.
Nuestros cerebros son inestables.
Objetos completamente idénticos a
bolas de cañón han caído en la
Tierra en plena tormenta. Completamente idénticos a bolas de
cañón son los objetos caídos en plena tormenta en la Tierra.
Aguaceros de sangre.
Aguaceros de sangre.
Aguaceros de sangre.
Cualquier cosa que haya podido
ser esa sustancia roja y desecada, ese polvo de ladrillo rojo que cayó en el
Piamonte el 27 de octubre de 1814 (1) o el polvo rojo que, en invierno de 1867,
se abatió sobre Suiza (2), algo ha sangrado muy lejos de esta Tierra, algún
superdragón ha chocado contra un cometa.
Hay en alguna parte en el cielo
océanos de sangre, una sustancia que se deseca y cae en forma de polvo, después
flota durante siglos. Un vasto territorio que los aviadores conocerán un día
bajo el nombre de Desierto de Sangre. No me adentraré muy lejos, por el
momento, en la
Supergeografía , pero el Océano de Sangre, o el Desierto de
Sangre, o tal vez los dos, están muy próximos a Italia.
Sospecho que debía de haber
corpúsculos en la sustancia caída en Suiza, pero todo lo que se señaló, en
1867, fue que contenía una gran proporción «de materia orgánica diversamente
configurada». En Giessen, Alemania, el año 1821, según el Report of the British
Association (3) vio una caída de lluvia de color rojo melocotón conteniendo
copos de color jacinto, de los que se nos dice eran de materia orgánica: de
pirrina, se precisa.
Pero se nos dice muy claramente
de cierta lluvia roja, de una nieve roja más exactamente, que tenía una
composición corpuscular. Cayó el 12 de marzo de 1876 cerca del Crystal Palace,
en Londres (4). No me opongo a la «nieve roja» de las regiones polares o
montañosas, porque no se la ha visto jamás caer del cielo: es una erupción de
microorganismos o un «protococcus» que se desarrolla incluso en la nieve. Pero
esta vez no se habla de «arenas del Sahara»: la materia del 12 de marzo de 1876
estaba, se dice, compuesta de corpúsculos de apariencia vegetal, es cierto.
Pero, dicho sea de paso, nueve días antes había caído la sustancia roja de
apariencia cárnica del Condado de Bath, en Kentucky.
Hagamos la suma de nuestros
elementos Supergeográficos. Hay regiones gelatinosas, regiones sulfurosas,
regiones frígidas y tropicales, una región que fue fuente de vida en relación a
la Tierra ,
regiones en que la densidad es tan grande que todo lo que sale de ella estalla
al penetrar en la atmósfera terrestre.
Hemos hablado de granizo
explosivo. Tengo ahora todas las razones para creer que se forman en un medio
más denso que el aire terrestre al nivel del mar. En el Popular Science News
(5), se menciona que se ha fabricado hielo bajo una gran presión, en los
laboratorios de la
Universidad de Virginia. Este hielo, una vez puesto en
contacto con el aire normal, estalla bruscamente.
Volvamos a esta sustancia de
apariencia cárnica del Kentucky: ¿no cayó bajo forma de copos? El fenómeno del
aplastamiento bajo presión se nos ha hecho familiar, pero el de presión
desigual según los diferentes lados es extraordinario. En el Annual Record of
Science (6) se dice que en 1873, después de una tempestad en Louisiana, un
número prodigioso de escamas de peces fueron halladas sobre veinticuatro
kilómetros a lo largo de las orillas del Mississippi. Se recogieron en algunos
lugares sacos enteros de escamas llamadas de gar, una especie de pez que pesa
de dos a veinte kilogramos. Parece imposible aceptar tal identificación: se
piensa en una sustancia comprimida en copos o escamas. Algunas piedras de
granizo de forma redonda se hallan bordeadas de franjas delgadas, pero amplias,
de hielo irregular: en el Illustrated London News (7) se citan algunos casos.
Son algo estacionario, se diría que han sido retenidas bajo un campo de placas
glaciares.
Un dia promoveré una tesis que
colmará mi positivismo avanzado: los demonios han venido a visitar esta Tierra.
Demonios extranjeros, de apariencia humana, con barba en punta, buenos
cantantes, mal calzados de un pie, pero exhalando azufre con indiferencia.
Siempre me he sentido impresionado por la frecuente recurrencia del azufre con
todo lo que cae del cielo. En Orkney, el 24 de Julio de 1818 (8), una caída de
bloques de hielo dentados expandió un fuerte olor sulfuroso. ¿Y esta especie de
coque que, en Mortrée, Francia, cayó el 24 de abril de 1887 con una sustancia
sulfurosa? ¿Y las enormes cosas redondas que ascendieron del fondo del océano
en torno al Victoria? Si aceptamos que se trataba de superconstrucciones
surgidas de una atmósfera más densa, en peligro de descomposición, venidas a
hundirse en el océano para hallar un alivio, emergiendo después de nuevo para
reemprender el camino de Urano y de Júpiter... Recordemos que se les atribuyó
un fuerte olor a azufre. Y de todos modos, esta idea de proximidad se opone a
la explicación oficial que quiere que estos objetos, lejos de salir del pleno
mar, se hayan elevado por encima del horizonte, dando ilusión de proximidad.
Otra cosa aún: en Nature (9) se
cita que el 1º de julio de 1898, en Sedberg, un observador vio elevarse hacia
el cielo un objeto rojo de diez grados de largo o, para emplear su expresión
más exacta, algo que se parecía a la parte roja de un arco iris. El cielo
estaba entonces totalmente oscuro, el sol se había ocultado y caía una espesa
lluvia. El dato que me impresiona más en este libro es el de las caídas
sucesivas. Si en un espacio restringido caen objetos del cielo, después vuelven
a caer de nuevo, y caen aún otra vez, no son el producto de un torbelimo el
cual, incluso estacionario axialmente, se vierte siempre tangencialmente. Las
ranas de Wigan cayeron de nuevo. En cuanto a los casos de sustancias
gelatinosas caídas a la Tierra
en compañía de meteoritos, sostengo que estos últimos, al atravesar los
temblorosos y protoplasmáticos mares de Génesistrina, le han arrancado
fragmentos de gelatina y de protoplasma que les han escoltado en su caída. Y a
este propósito advierto a todos los aviadores: un día se encontrarán
sofocándose en una reserva de vida, o pegados a la misma como moscas a un
budín.
Pero el elemento positivo de mi
composición reclama una apariencia de plenitud: si hay lagos Supergeográficos
poblados de peces, hay meteoritos para hundirse en los mismos antes de llegar a
la Tierra Y
mi estructura positiva debe registrar aunque sea un solo caso de meteorito
arrastrando consigo un banco de peces.
En el Perú, el 4 de febrero de
1871 (10), sobre el ribazo de un río, cayó un meteorito: se hallaron en el
lugar varios peces muertos, pertenecientes a distintas especies. La tentativa
de correlación quiere que «estos peces hayan sido proyectados fuera del agua,
es decir contra el bloque de piedra». El hecho de que esta eventualidad sea o
no imaginable depende de las hipnosis individuales. Pero otra teoría (11)
quiere que los peces hayan caído entre los fragmentos de meteoritos.
Bastantes páginas antes he citado
el caso de una piedra esculpida caída en Tarbes. Esta es, a mi modo de ver, la
más impresionante de mis nuevas correlaciones: recuerden el hecho de que estaba
cubierta de hielo. Si pasáramos por el tamiz todo el contenido de este libro y
rechazáramos la mitad, me gustaría que este dato pudiera sobrevivir. Llamar la
atención hacia la piedra de Tarbes sería, a mi modo de ver, una empresa
conforme al espíritu de este libro.
Y los fragmentos de los bancos de
hielo supergeográficos, estos bloques de hielo planos dotados de estalactitas.
Creo que no he recalcado lo suficiente el hecho de que, en los casos en que
estas estructuras no eran estalactitas, semejantes protuberancias cristalinas
indicaban de todos modos una larga suspensión. En Popular Science News (12) se
cita que, en 1869, cerca de Tiflis, cayeron enormes piedras de granizo dotadas
de protuberancias. «Su característica más notable es el hecho de que, a juzgar
por nuestros actuales conocimientos, tuvo que ser necesario un largo periodo de
tiempo para su formación». Otra fuente, el Geological Magazine (13) precisa la
fecha: el 27 de mayo de 1869, y pone de relieve: «Estas erupciones cristalinas
han debido permanecer en suspensión durante muy largo tiempo.»
Y el fenómeno casi clásico:
catorce días más tarde, en el mismo lugar, caían más de estas piedras de
granizo.
Ríos de sangre ocupan el lugar de
venas en los mares albuminosos, en una composición próxima al huevo en la cual la Tierra es un centro local
de incubación. Estas son las superarterias de Génesistrina. Las puestas de sol
son el modo de percatarse. Enrojecen a veces el cielo con resplandores
nórdicos, son depósitos superembrionarios de los que emanan las formas de vida.
Nuestro sistema solar, en su
conjunto, no es más que un organismo viviente, sujeto de vez en cuando a
hemorragias internas. De ahí los vastos cuerpos de materia viviente en el
cielo, como los que se encuentran en los océanos.
O aún: en un lugar, en un período
muy especial, un objeto viviente del espacio, grande como el puente de
Brooklyn, es muerto por otro, grande como el Central Park. Y sangre.
Pienso en los bancos de hielo
celestes, que no caen jamás a la
Tierra , pero cuya agua se vierte tan fácilmente.
Según el profesor Luigi Palazzo
(14), jefe de la
Oficina Meteorológica de Italia, el 15 de mayo de 1890 cayó
en Messignadi, Calabria, algo que se parecía mucho a sangre fresca. La
sustancia fue examinada en los laboratorios de Salubridad pública, en Roma: se
la identificó con la sangre. «La explicación más válida de este terrorífico
fenómeno es que bandadas de pájaros migratorios (codornices o golondrinas), han
sido desmembradas por la violencia del viento.» Pero no se menciona que haya
habido, en este instante preciso, un viento violento, el cual, por otro lado,
hubiera dispersado fácilmente la sustancia en cuestión. Tampoco se vieron caer
pájaros, ni se recogió tan siquiera una pluma de pájaro.
Queda un solo dato: esta lluvia
de sangre celeste.
Y el hecho de que, en el mismo
lugar, un poco más tarde, volvió a caer sangre.
(1)
(Electric Magazine, 68-437.)
(2) (Pop.
Sci. News, 10-112.)
(3)
Report of the British Association, 5-2.
(4) (Year
Book of Facts, 1876-89; Nature, 13-414.)
(5) Pop.
Sci. News, 22-38.
(6)
Annual Record of Science, 1873-350.
(7)
Illustrated London News, 34-546.
(8)
(Trans. Roy. Soc. Edin., 9-187.)
(9)
Nature, 58-224.
(10)
Nature, 3-512.
(11)
(Nature, 4-169)
(12) Pop.
Sci. News, 24-34.
(13)
Geological Magazine, 7-27.
(14) Pop.
Sci. News, 35-104.
28
Un corresponsal (1), que había
vivido en el Devonshire, recuerda un acontecimiento ocurrido treinta y cinco
años antes: el suelo estaba recubierto de nieve, y todo el sur del Devonshire
se despertó una buena mañana para descubrir en la nieve virgen huellas
desconocidas hasta aquel día, «huellas de garras de forma inclasificable»,
alternando a intervalos inmensos pero regulares con lo que se parecía mucho a
la impresión de la punta de una pica. Las huellas estaban esparcidas en un
territorio sorprendentemente vasto, y parecían haber salvado todo obstáculo
posible como cercados, murallas y casas. Ante la excitación general, los
cazadores y los perros siguieron esta extraña pista hasta un bosque, ante el
cual los perros huyeron aullando de terror, de modo que nadie se atrevía a
explorarlo.
Otro corresponsal (2) recuerda el
incidente: se trataba de huellas de tejón, y la excitación general «había
dejado paso en un solo día a la más completa calma».
Pero un tercero (3) había
conservado los moldes de estas huellas, que su madre había obtenido en la nieve
de su jardín, en Exmouth: se trataba de huellas de pezuñas pertenecientes a un
animal bípedo.
Finalmente, un último
corresponsal (4) recordaba la emoción y la consternación de «algunas clases».
Dijo que un canguro escapado de una casa de fieras «había, por la separación y
la forma peculiar de sus huellas, acreditado alguna aparición diabólica».
Esta es la historia que voy a
relatar ahora en las fuentes contemporáneas al hecho: he preferido comenzar ante
todo con los relatos ulteriores para hacer hincapié en la impresión de
correlación que proporciona el tiempo transcurrido, por adición, negligencia o
distorsión. Por ejemplo, esta calma total renacida «en un solo día»: la
agitación prosiguió, en realidad, durante varias semanas.
Todo fenómeno es «explicado» en
términos de la Dominante
contemporánea. Yo también me contentaré con traducir: los demonios que dejan
sus huellas en la nieve pertenecen a la Tercera Dominante
y, en el siglo XIX, era asunto de puro tropismo humano interpretar las huellas
como pertenecientes a garras. Las huellas de cascos no son solamente
caballunas, sino también demoniacas. En el siglo XIX, eran garras. Y sin
embargo, la mención viene directamente del profesor Owen, uno de los biólogos
más grandes de su época, pese a la opinión contraria de Darwin. En la Biblioteca Municipal
de Nueva York existen dos moldes de estas huellas: ninguna sugiere, ni siquiera
accesoriamente, una huella de garras. Concluyo, pues, de ello que el profesor
Owen, lejos de explicar sea lo que fuere, se dedicó al pequeño trabajo clásico
de correlación.
Una de las versiones ulteriores
busca reducir este incongruente acontecimiento a la Antigua Dominante ,
integrándolo al paisaje familiar de los cuentos de hadas, y a desacreditarlo
asimilándolo a lo convencional ficticio: hablo de esta historia de perros
aulladores y aterrorizados, que se niegan a penetrar en el bosque maldito. Se
sabe que fueron organizadas expediciones de caza, pero los perros aulladorés y
aterrorizados no aparecen en ningún relato contemporáneo a los acontecimientos.
La hipótesis del canguro intenta adaptarse a la necesidad urgente de algún
animal susceptible de dar saltos gigantescos, ya que algunas huellas fueron
halladas en los techos de las casas. Un poco más tarde, la dispersión de las
huellas de pasos obligó al rumor público a inventar un segundo canguro, para
tomar bien la medida pese a que la línea de las huellas fuera rigurosamente
única. Considero que hubieran sido necesarios no menos de mil canguros
unípedos, todos herrados con un casco minúsculo, para dejar en la nieve las
huellas del Devonshire.
Y he aquí la versión
periodística.
«Se señala (5) una considerable
sensación en los pueblos de Topsham, Lymphstone, Exmouth, Teignmouth y Dawlish,
en el Devonshire, causada por el descubrimiento, el 8 de febrero de 1855, de
una increíble cantidad de huellas de formas extrañas y misteriosas.» Aquí
aparece ya la increíble multiplicidad de las huellas de pasos descubiertas en
el enorme espacio limitado por los distintos pueblos. Se ercontraron incluso en
los lugares más imprevistos: jardines cerrados por altos muros, campo raso y
techos de casas. En Lymphstone, no hubo, por así decirlo, un solo jardín que no
hubiera recibido esta indescriptible visita.
Hemos citado muy a menudo
informes indiferentes, pero ninguno supera en pura negligencia a aquel que
atribuye las huellas a un bípedo antes que a un cuadrúpedo bajo el pretexto de
que se presenta en una sola línea, como si un bípedo htubiera situado un pie
precisamente frente al otro... a menos de haber saltado. Se dice que las
huellas «estaban, en.genneral, a veinticinco centímetros unas de otras.» «La
huella del pie se parece más o menos al casco de un mulo, y mide cuatro
centímetros, a veces seis». Se trataba en suma de conos de base truncada, en
forma de media luna. Los diámetros citados son los de los cascos de pollinos
muy jóvenes: demasiado pequeños para ser comparados razonablemente a los cascos
de un mulo. «El domingo pasado el reverendo Musgrave hizo alusion al hecho en
su sermón. Sugirió la posibilidad de que se tratase de un canguro, pero esto me
parece imposible, visto que las huellas han sido descubiertas a uno y otro lado
del Este. Todo lo cual deja una impresión de misterio, y muchos habitantes
supersticiosos tienen miedo durante la noche de aventurarse afuera.»
El Este es un pequeño lago de
tres kilómetros y medio de largo.
«El interés suscitado por este
fenómeno (6) aún no ha disminuido. Se continúa efectuando encuesta tras
encuesta en cuanto al origen de las huellas de pasos que causaron tal
consternación en la madrugada del 8 de febrero último. Como adición a las
circunstancias mencionadas en el Times, hace algún tiempo, se puede añadir
desde ahora que en Dowlish numerosas personas han formado una tropa armada,
provista de fusiles y otras armas, con el eventual fin de encontrar y9 destruir
el animal supuesto como responsable de estas huellas. Como podría esperarse, la
tropa vuelve siempre con las manos vacías. Se han hecho numerosas especulaciones
sobre la naturaleza de las huellas. Algunos han hablado de un canguro, otros
han hecho alusión a las huellas de patas dejadas por grandes pájaros empujados
a las costas por el mal tiempo. En varias ocasiones se ha hecho circular el
rumor de que se habia capturado algún animal escapado de una casa de fieras,
pero el misterio sigue insoluble.»
En el Illustrated London News
(7), se consagra al prodigio un amplio espacio, reproduciendo principalmente un
croquis de las fabulosas huellas: yo las describiría una vez más bajo su
aspecto de conos de base truncada, salvo que son algo alargados, como cascos de
pollinos. Pero espaciados en línea recta. Las huellas representadas en el
croquis estaban espaciadas por distancias de veinticinco centímetros, y esta separación
fue revelada como invariable en cada pueblo. Se mencionan otras localidades
además de las citadas en el Times. El autor del artículo, que ha vivido mucho
tiempo en el Canadá, y está familiarizado con toda clase de huellas, declara no
haber visto jamás «huellas tan claramente marcadas en un campo de nieve».
Insistiendo en el punto que parece olvidar el profesor Owen añade: «Ningún
animal conocido deja un rastro de pasos rectilíneo, y tampoco el hombre». Para
concluir, sugiere que estas marcas no eran huellas de pasos. Y el detalle que
da en este punto de su exposición puede ser muy bien simplemente crucial.
Sea cual sea el origen de tales
huellas, parecían haber levantado la nieve más que haberla comprimido. Ya que,
tras ellas, la nieve tenía la apariencia de «haber sido marcada como por un
hierro al rojo».
En el Illustrated London News
(8), el profesor Owen discutiendo el croquis publicado, no renuncia a su
convicción: se trata siempre, para él, de huellas en forma de garra dejadas por
un tejón. Su carta se ve seguida por una abundante correspondencia. Un
corresponsal habla de un «cisne perdido». Musgrave envía a su vez un croquis de
cuatro huellas rectilíneas. Ninguna tiene forma de garra.
Pequeño estudio sobre la
psicología y génesis de una tentativa de correlación: el señor Musgrave
declara: «He juzgado bueno, en un momento dado, el mencionar la palabra
"canguro". No tengo confianza real alguna en esta solución, pero me
declaro feliz de que haya habido un canguro en el aire, ya que esta idea se
opone a la impresión peligrosa, degradante y falsa de que podía tratarse del
diablo. Mi palabra llegó en el momento oportuno y fue sin duda saludable.»
Jesuita o no, no importa, ésta es
mi opinión: si bien la controversia me ha puesto a menudo a semejante actitud,
soy de la opinión de que toda relación del pasado ha sido considerada en este
libro en relación a la
Dominante de su época.
Paso rápidamente sobre otros
testimonios: la correspondencia del News fue tan importante que el número del
10 de marzo tuvo que contentarse con publicar una selección. Se trataba
sucesivamenre de una nutria, de una rata y de un chotacabras Alguien emitió
incluso la opinión de que una liebre había podido galopar con las patas juntas
por pares de modo que dejara un rastro rectilíneo.
Pero por poco que se hojeen los
anales del London Times se hallará, en la fecha del 14 de marzo de 1840, la
mención siguiente. «En las altas montañas del distrito superior en el que están
contiguos Glenorchy, Gleyon y Glenochay, se han descubierto varias veces en la
nieve, durante el invierno último y el precedente, las nuellas de un animal
hasta ahora desconocido en toda Escocia. Estas huellas, en todos sus aspectos,
eran idénticas a las de un pollino de respetable talla, aunque la planta era
ligeramente más larga y tal vez menos redonda. Hasta ahora, nadie ha tenido la
buena fortuna de observar, aunoue fuera por un solo instante, a esta criatura
cuya forma y dimensiones permanecen en el misterio. Solo la profundidad de las
huellas en la nieve da a entender que debe de tratarse de una bestia enorme. Se
ha observado igualmente que su marcha no se parecía a la de la generalidad de
los cuadrúpedos, sino que se parecía a los saltos de un caballo asustado o
perseguido. Estas huellas no han sido descubiertas en una sola localidad, sino
en un territorio de una veintena de kilómetros.»
Finalmente, en el Illustrated
London News (9), un corresponsal de Heidelberg escribe, «con la autoridad de un
médico polaco», que en la frontera de Galitzia, en la Rusia polaca, en la Piashowa-gora (la
colina de arena) se encuentran cada año huellas completamente idénticas en la
nieve y a veces en la misma arena de la colina. «Los habitantes -concluye la
carta- las atribuyen a influencias sobrenaturales».
(1) Notes
and Queries, 7-8 508.
(2) Notes
and Queries, 7-9-18.
(3) Notes
and Queries, 7-9-70
(4) Notes
and Queries, 1-9-253
(5) London Times, 16 de febrero
de 1855
(6) London Times, 6 de marzo de
1855.
(7) Illustrated London News, en
su número del 24 de febrero de 1855
(8 Illustrated London News, del 3
de marzo de 1855, p 214
(9) Illustrated London News, del
17 de marzo de 1855
POST SCRIPTUM
LOS SEGUIDORES DE CHARLES FORT
Charles Fort publicó, a lo largo
de toda su vida, cuatro libros. A «El libro de los condenados» le siguieron: en
1923, New Lands (Nuevas Tierras), en el cual llevaba hasta sus últimos extremos
las especulaciones astronómicas de «El libro de los condenados». En Lo! y Wild
Talents (Talentos salvajes), aparecidos respectivamente en 1931 y 1932 -este
último después de su muerte, ocurrida el 3 de mayo de 1932 en el Royal Hospital
del Bronx, en Nueva York- el tema se hace más amplio (y más maldito), y Fort se
dedica a hablar de los fenómenos parapsicológicos, de animales que hablan, de
alucinaciones colectivas, de apariciones de cocodrilos en las costas de
Oxfordshire...
Poco antes de su muerte, y con el
fin de continuar la obra iniciada por él, el 26 de enero de 1931 se fundó la
«Fortean Society», cuyos propósitos (según los enumera su actual secretario,
Tiffany Thayer, en el prólogo a la edición de The Books of Charles Fort,
publicada por Henry Holt and Company en Nueva York, bajo encargo de la sociedad
forteana, en mayo de 1941, y que en octubre de 1959 había alcanzado ya su
séptima edición) eran los siguientes:
1. Poner los libros de Charles
Fort al alcance de un mayor número posible de personas, a fin de que pudieran
leerlos.
2. Publicar libros y folletos
encaminados al debate y a la lectura de los temas forteanos.
3. Combatir cada esfuerzo de
individuos o instituciones que intentaran estigmatizar a Charles Fort o su
obra, con el apelativo de «visionario» o cualquier otro término derogatorio.
4. Establecer una mención a
conferir a la persona que con mayor efectividad difunda los temas forteanos.
5. Preservar las notas, fichas y
referencias reunidas por Charles Fort.
6. Continuar el trabajo de reunir
los datos de Fort.
7. Ampliar el alcance de los
temas forteanos.
8. Forzar a las personalidades
más representativas de las distintas ciencias a responder a los cargos formulados
en los libros de Charles Fort.
9. Acosar a los estamentos más
cualificados de las ciencias para que admitan su incompetencia o que muestren
su ridículo con su silencio.
10. Urgir a los autores, editores
y usuarios de libros de texto para que adopten la practica de no enseñar a base
de juicios últimos y taxativos.
11. Sostener el punto de vista
forteano -el del escepticismo ilustrado- entre la población joven y los niños:
implantar la duda razonable y la sospecha hacia todo lo estatuado.
12. Perpetuar la disidencia.
Para terminar, un detalle curioso
con respecto a la
Sociedad Forteana. el de regirse por un calendario
completamente distinto al actual. La Sociedad Forteana ,
considerando completamente arbitrario el calendario mundialmente usado, ha
adoptado otro cuyo año cero es el de la creación de la Sociedad (1931 «viejo
estilo»), y que se indica añadiendo al número correspondiente al año las siglas
F.S. (Fortean Society). El calendario forteano está compuesto por trece meses
en lugar de los doce habituales del calendario «old style»... y, naturalmente, el
treceavo mes es denominado « mes Fort».
FIN
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