La editorial neoyorkina Boni and Liveright Inc., una de las más influyentes
y atrevidas de su tiempo, publicó en enero de 1920
El libro de los condenados (The Book of the Damned). Confundidos por el título, muchos lectores lo compraron pensando que se trataba de una novela de crimen y misterio. Sin duda, su contenido sería lo más extraño que habrían leído nunca. Los veintiocho capítulos desgranaban una serie de acontecimientos documentados y reales, pero increíbles: lluvia de piedras, objetos metálicos encontrados en el interior del carbón de las minas o dentro de la corteza de un árbol, animales de formas imposibles, meteoritos de composición química desconocida, visión de cuerpos celestes no identificados… El autor, Charles Hoy Fort, había pasado veinticinco largos años en las bibliotecas compilando de forma obsesiva aquellos sucesos que no podía explicar la ciencia. En su casa del Bronx tenía un archivo improvisado en cajas de zapatos con más de sesenta mil notas sobre fenómenos paranormales, casos extraños que desafiaban a la física y a la matemática: huellas de extraterrestres, poltergeist, estigmas, lluvias del cielo de objetos, sustancias y animales inverosímiles… Esos eran «los malditos», los excluidos por el paradigma científico, todos los que según Fort habían sido despreciados del conocimiento por no ajustarse a los márgenes del saber oficial. No se trataba de casos de fantasmas o apariciones en sesiones de espiritismo (a Fort le parecía una moda para gente en busca de diversiones alternativas), sino de fenómenos «físicos anómalos«, que podían producirse sin mediar invocaciones o trance previo, en la calle barrida por una tromba de ranas o en cualquier cocina donde los objetos volaban y se estrellaban contra las paredes. Fort creyó descubrir en estos acontecimientos, espacios vacíos de la ciencia, un patrón de anomalías, como si dentro del azar y lo improbable también hubiese una correlación siniestra.
El libro de los condenados (The Book of the Damned). Confundidos por el título, muchos lectores lo compraron pensando que se trataba de una novela de crimen y misterio. Sin duda, su contenido sería lo más extraño que habrían leído nunca. Los veintiocho capítulos desgranaban una serie de acontecimientos documentados y reales, pero increíbles: lluvia de piedras, objetos metálicos encontrados en el interior del carbón de las minas o dentro de la corteza de un árbol, animales de formas imposibles, meteoritos de composición química desconocida, visión de cuerpos celestes no identificados… El autor, Charles Hoy Fort, había pasado veinticinco largos años en las bibliotecas compilando de forma obsesiva aquellos sucesos que no podía explicar la ciencia. En su casa del Bronx tenía un archivo improvisado en cajas de zapatos con más de sesenta mil notas sobre fenómenos paranormales, casos extraños que desafiaban a la física y a la matemática: huellas de extraterrestres, poltergeist, estigmas, lluvias del cielo de objetos, sustancias y animales inverosímiles… Esos eran «los malditos», los excluidos por el paradigma científico, todos los que según Fort habían sido despreciados del conocimiento por no ajustarse a los márgenes del saber oficial. No se trataba de casos de fantasmas o apariciones en sesiones de espiritismo (a Fort le parecía una moda para gente en busca de diversiones alternativas), sino de fenómenos «físicos anómalos«, que podían producirse sin mediar invocaciones o trance previo, en la calle barrida por una tromba de ranas o en cualquier cocina donde los objetos volaban y se estrellaban contra las paredes. Fort creyó descubrir en estos acontecimientos, espacios vacíos de la ciencia, un patrón de anomalías, como si dentro del azar y lo improbable también hubiese una correlación siniestra.
Leyendo frenéticamente diarios y revistas científicas, la totalidad de lo
publicado durante el siglo XIX hasta 1916, Charles Fort defendió la
investigación libre de prejuicios, la duda constante frente a aquello que nos
decían se debía creer y, sobre todo, un gran sentido del humor, suficiente para
combatir las críticas. Como paraguas vital contra la incomprensión de sus
semejantes. A pesar de la socarronería de su estilo, o más bien por ella, esta
obra no es la ocurrencia de un todólogo o el ingenuo aficionado a los datos
curiosos. El libro de los condenados está muy lejos de ser un
catálogo para ensimismarse en la rareza, muy distinto en su planteamiento de
aquellos «gabinetes de curiosidades» o «cuartos de maravillas» de la Edad
Moderna, donde se agrupaban objetos raros o chocantes, antecedente
aristocrático del museo actual. Tantas veces usado en bibliografías y para
contenidos de relleno, el libro ha sido malentendido desde su publicación y
usado para fines contrarios a lo que propugnaba.
Fort utilizó un método de trabajo para sistematizar sus notas e intentó
explicar no solo la razón de estos fenómenos, sino la del Todo, mediante una
teoría filosófica, que es atrevida incluso para nuestro tiempo. Su intermediarismo se
adelantaba a las ideas de la filosofía postmoderna. Para Fort, estos casos
condenados serían la clave para aproximarse a la Verdad, empresa imposible por
estar inmersos en una totalidad metafísica, además de constreñidos por los
excluyentes y rígidos sistemas científicos y religiosos. La única solución:
abrirnos a un nuevo tipo de pensamiento, abrazar lo imposible como lo único
sensato, derribar los muros del dogma y el lenguaje. Antes del surrealismo, de
dadá, Fort se atrevió a mirar el mundo con los nuevos ojos del siglo XXI. Sus
lecturas sobre física cuántica constataron que el misticismo no estaba lejos de
la ciencia del futuro. Y lo más interesante, que los malditos no solo eran esos
fenómenos inexplicados. Las personas que por voluntad propia se aíslan del
colectivo, las que piensan por sí mismas en un nivel que no rechaza lo
irracional o asistemático, serán capaces de generar otra consciencia, semejante
a la que tiene el chamán o la bruja.
Lo que para unos fue simplemente el texto de un chiflado, para otros se
convirtió en el comienzo de algo prometedor. Con su empeño escéptico, Fort
inauguraba (a su pesar) el campo de las «seudociencias». El terreno mercantil
del mundo paranormal y las investigaciones modernas en criptozoología y ufología.
Un grupo de lectores entusiastas fundaron clubs y fanzines donde seguir
discutiendo sobre los visitantes del espacio, la existencia del Yeti, o por qué
hay instrumentos fechados en la prehistoria que están fabricados con materiales
ultramodernos. La revistaFortean Times sigue siendo una referencia
para todos los que buscan esa otra realidad. Cuando regresó a Estados Unidos de
su estancia en Inglaterra, Fort se encontró con estos fans de lo chocante,
deseando coronarle rey de los condenados. Se negó en redondo: su propósito no
era buscar rarezas, sino resolver el enigma. Otros, menos escrupulosos, se
enriquecerían recopilando datos extraños y vendiéndolos como spam en
la prensa hasta el día de hoy. Echen un vistazo a los blogs de los diarios
digitales, infestados de noticias y personajes extravagantes, incluida la
duración de lectura estimada.
Uno de los aspectos menos conocidos del monismo forteano, su terrible
cosmología, que defendía la existencia de planetas apenas soñados por la mente
humana, donde habitan seres de edad y apariencia igualmente inconcebible,
nuestros antepasados de épocas muy antiguas, inspiró a H. P. Lovecraft,
quien reconoció en Fort a un hermano imbuido por las mismas visiones del
cosmos. Los dos habían sido desde niños gente solitaria e imaginativa. Un grupo
de escritores de ciencia ficción tomaron prestadas las poderosas imágenes de
sus condenados para crear ficción de la realidad de ciencia ficción de su
sistema filosófico (Henry Kuttner, Arthur C. Clarke, Poul
Anderson…). Los planetas oscuros de inmensas formas geométricas, habitados
por seres malvados que nos vigilan desde los confines del universo, fueron el
punto de partida de reflexiones que no desdeñaban los elementos esotéricos y
terroríficos de la literatura (Thomas Ligotti).
Los forteanos se volverían legión en años posteriores,
sobre todo con el revival esotérico de los años setenta y la publicación de
otro libro clave en el surgimiento de los saberes alternativos. La
obra de Fort llegó a Francia en 1955, de la mano del periodista y editor Louis
Pauwels, seguidor de Guenon y las doctrinas de Gurdjieff.
Muy poco después de publicar a Fort, Pauwels conocería a Jacques
Bergier, experto en química nuclear y con una vida novelesca, muy conocido
por sus libros sobre conspiraciones y ovnis. Durante cinco años los dos
escribirían El retorno de los brujos (Le matin des
magiciens, Plaza & Janés, 1962). Fue un best seller sin
precedentes, que bajo el subtítulo Una introducción al realismo mágico siguió
profundizando en los presupuestos forteanos, pero renunciando a las
conclusiones pesimistas del original. Tras la devastadora Segunda Guerra
Mundial y la experiencia atómica, Pauwels y Bergier vuelven a buscar en las
civilizaciones perdidas, los sabios rechazados y las formas de inspiración reveladora,
especialmente la alquimia (que Bergier practicaba) como caminos legítimos del
conocimiento, que no tienen por qué estar arrinconados ni ser peores que los de
la ciencia actual. En su libro, ejemplo de novela antimoderna, compendio de
relatos de ficción, testimonios personales, entrevistas, crónica histórica y
fragmentos de otros autores, se enumeran los misterios de las pirámides, el
enigma de isla de Pascua y la historia de la Orden del Amanecer Dorado, entre
cientos de personajes y teorías condenadas, además de elaborar el
primer documento de la cultura popular sobre los nazis y el ocultismo.El
retorno de los brujos guardaba esperanza en las posibilidades de la
psique humana, en su capacidad para contemplar lo visible y lo invisible, ser
partícipe con todas las consecuencias de la dualidad en una corriente cósmica
de conciencia, que implicaría profundos cambios psicológicos, sociales y
políticos. La única vía revolucionaria.
Tras el boom de El retorno de los brujos nacerían
las enciclopedias de los fenómenos desconocidos, revistas de divulgación y
programas de televisión dedicados al mundo paranormal. En España también tuvo
gran éxito el libro de Pauwels y Bergier, dando paso a colecciones legendarias
de revistas y libros, como Horizonte (la versión española
de Planète, de Pauwels y Bergier) y las series Otros Mundos y Realismo
Fantástico, donde pudimos leer grandes clásicos, como Pasaporte a
Magonia, de Jacques Vallée, Los secretos de la
Atlántida, de Andrew Thomas o El misterio de las
catedrales, de Fulcanelli. La escuela de escritores y
divulgadores de género fantástico, Narciso Ibáñez Serrador, Domingo
Santos y Luis Vigil, entre otros muchos, ayudó a difundir este
pensamiento escéptico y arriesgado, lejos de la estructura policial y
religiosa. Solo duró unos pocos años, y aparentemente es como si nunca hubiese
sucedido, pero una generación de condenados se nutrió de estas ideas e
imágenes. ¿Quedará algo?
La Mesa Internacional del fanzine Mondo Brutto comenzó a
escribir teniendo a Charles Fort como inspiración. Hace más de veinte años de
eso, pero no ceden un ápice en su planteamiento crítico. «Somos forteanos desde
que leímos el libro El retorno de los brujos y vimos al
profesor Jiménez del Oso en Más Allá. Igual que
otros creen en los misterios de la Virgen de Fátima, en el poder del rocanrol o
incluso el de las urnas, nosotros creemos en la existencia de Agharta, el
planeta Monstrator y el Supermar de los Sargazos. Lo bizarro no es más que eso,
el planeta duplicado por Lex Luthor donde todo es igual, pero un poco más
extraño. Es que si no, ¿qué sentido tiene todo, eh?».
La editorial La Felguera ha lanzado su revista Agente Provocador,
un compendio de lo anómalo en temas y personajes. «Nos gusta la idea del
gabinete de curiosidades, de las salas privadas de maravillas, de lo singular e
insólito. Creemos que es una forma de tratar lo que somos, a través de lo que
fuimos, pero fijando la vista en lo singular. Con frecuencia no nos damos
cuenta de que nuestros héroes y heroínas, ante todo eran singulares, como una
muestra de que la historia la hace esta suma de singularidades, aunque eso de
“historia” sea algo mucho más complejo. Cuando creamos Agente
Provocador teníamos claro que sería un gabinete de curiosidades».
Todo está conectado, nada puede ser probado con total seguridad. Estas
palabras de Fort ya las habían pronunciado otros sabios al margen en el curso
de la historia: vivimos en un sueño, que va cambiando según lo dicta la
autoridad de cada época. En el auge de la ciencia positivista y los
descubrimientos de la técnica, Fort se atrevió, como habían hecho Zenón
de Agripa, Pessoao Borges, a negar el progreso y
poner en entredicho esa realidad pesada y abrumadora. «De lo que no se puede
hablar, hay que callar», sentenciaba Wittgenstein en su
primera época. Por lo tanto, hablemos. O como decían los
hermanos Marx en este diálogo citado en El retorno de
los brujos:
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