La “nómina” es un manuscrito con textos en espiral en anverso y reverso, de 11 cm de diámetro, que se creó en Roma, el 23 de abril de 1551, y perteneció al poeta humanista portugués de estirpe judaica, Fernão Brandão. En su interior esconde un misterioso círculo que contiene la estrella de David y la palabra “tetregrámaton” (forma críptica de designar el nombre de Dios en hebreo).
El texto de la pieza, en latín, es el siguiente: “Dichoso tú que has creído en mí, sin haberme visto. Porque de mí está escrito que los que me han visto no creerán en mí y que aquellos que no me han visto creerán y tendrán vida. Mas acerca de lo que me escribes de llegarme hasta ti es necesario que yo cumpla aquí por entero mi misión y que, después de haberla consumado, suba de nuevo al que me envió. Cuando haya subido, te mandaré alguno de mis discípulos que sanará tu dolencia y os dará vida a ti y a los tuyos”.
EL MISTERIO DEL SELLO DEL JUDEOCONVERSO
Artículo publicado el 13 de febrero de 2011 en EL MUNDO.
Justo
cuando «Crónica» iba a denunciar la desaparición en Extremadura de un
sello del siglo XVI, de un valor incalculable, en manos supuestamente de
un «alto cargo del PSOE», el viernes apareció. La pieza forma parte de
una biblioteca hallada al picar un muro
JAIME LÁZARO / A. BLÁZQUEZ
Antonia
Ascensión Saavedra acude, como cada mañana, a su trabajo como directora
y profesora de la guardería de Barcarrota (Badajoz). Nada hace
sospechar que Toni, como la llaman todos, es una de las mayores donantes
de patrimonio cultural de Extremadura y protagonista, sin pretenderlo,
de una apasionante historia en la que se entremezclan esoterismo,
cábala, masonería, patrimonio expoliado -y devuelto por temor al
escándalo- y despecho político.
¿El
Código Da Vinci? No, pero sí una novela de no ficción y mucha trama
ambientada en Extremadura. Gracias a la generosidad de Toni, una
biblioteca hurtada desde el siglo XVI a las garras de la Inquisición fue
rescatada de su secreto emparedamiento tras ser descubierta en 1992 por
el albañil que realizaba una obra en la casa de Antonia. La Junta de
Extremadura les pagó 14 millones de pesetas y se quedó con el valioso
legado. «No nos han tratado nada bien, ni a nosotros ni a la biblioteca.
No cumplen los acuerdos a los que llegamos, tenemos que estar encima de
ellos para que efectúen sus compromisos, y aún así, muchos no los han
llevado a cabo», se lamenta Toni.
Pero
lo peor ha sido la misteriosa desaparición, descubierta por Crónica, de
uno de los elementos más importantes del material hallado y legado por
ella, la llamada nómina de Fernando Brandao. Una pieza única que da
sentido a todo el conjunto de libros encontrados y que hizo posible
reconstruir la historia de su propietario, un judío portugués con un
exquisito gusto literario.
La
nómina o sello, en lugar de estar en la caja fuerte donde se conserva
el resto de este tesoro bibliográfico, ha estado perdida durante años.
Según las fuentes consultadas por este suplemento, un poderoso
socialista, alto cargo nacional, se la habría llevado a su casa. Y
nadie, ni en la Junta de Extremadura ni entre los cargos públicos que
supieron de su desaparición, quisieron dar la voz de alarma. Hasta que
Crónica ha preguntado a las autoridades extremeñas por el paradero de la
pieza y ésta ha acabado rápida y misteriosamente reapareciendo este
mismo viernes.
La
rocambolesca historia termina con una nota de prensa de las autoridades
extremeñas emitida la mañana del 11 de febrero: «Como consecuencia de
la investigación llevada a cabo por la consejería de Cultura y Turismo,
este departamento quiere informar que la nómina-amuleto de la Biblioteca
de Barcarrota se encuentra perfectamente custodiado y localizado, y que
el mismo nunca ha corrido peligro», decía la comunicación emitida
minutos después de otra nota en la que la Junta reconocía que la nómina
estaba perdida.
11 JOYAS EMPAREDADAS
Todo
empezó en 1992. Antonia reformaba la segunda planta de la casa de sus
padres para transformarla en su vivienda ante su inminente boda. El
albañil Antonio Pérez se encontraba abriendo una pared cuando el pico,
además del falso muro, atravesó un libro: un ejemplar de El Alborayque.
Junto a este título, castellanización de Al-Buraq, nombre del corcel con
el que Mahoma subió al séptimo cielo, aparecieron otras nueve joyas
bibliográficas del siglo XVI y un viejo y doblado documento sin igual.
Era
lo que en el futuro, y por deseo expreso de la propia Antonia
Ascensión, se llamaría la Biblioteca de Barcarrota: 11 ejemplares únicos
en perfecto estado de conservación, casi todos ellos relacionados con
artes prohibidas para la ortodoxia de la época. Una edición desconocida
de El Lazarillo de Tormes (salida en 1554 de la imprenta de los hermanos
Mateo y Francisco del Canto en Medina del Campo), El Comentario del
Tricasio, El Colofón de Exorcismo de Mirabile, La Oración de la
Emparedada... Y la nómina de Fernando Brandao, un sello con el que
imprimir el siguiente texto, en latín: «Dichoso tú que has creído en mí
sin haberme visto. Porque de mí está escrito que los que me han visto no
creerán en mí y que aquellos que no me han visto creerán y tendrán
vida. Más cerca de lo que me escribes de llegarme hasta ti es necesario
que yo cumpla aquí por entero mi misión y que, después de haberla
consumado, suba de nuevo al que me envió. Cuando haya subido, te mandaré
alguno de mis discípulos que sanará tu dolencia y os dará vida a ti y a
los tuyos».
Se
cree que la nómina servía como carta de identificación entre
judeoconversos, como amuleto medicinal para el alma y el cuerpo del
portador, en definitiva, una herramienta para la sanación espiritual.
Pero también tenía un sentido cabalístico y esotérico. Según José Miguel
Carrillo de Albornoz, historiador y experto asesor de inversiones en
arte, «es muy difícil valorar esta pieza ya que no existen piezas
similares a esta con un Tetragrammaton [estrella de cinco puntas]. Desde
luego es un elemento único por su simbología sobre todo en la zona en
la que apareció». Algunos autores atribuyen la pieza a Miguel Servet
(1511-1553), teólogo y ocultista español ejecutado por herejía. Y es
posible que fuera el autor, porque la nómina esta fechada el 23 de abril
de 1551, en Roma, ciudad en la que Servet vivía en aquella fecha.
MENOSPRECIADOS
Al
principio, Antonia no supo de la magnitud del hallazgo. Guardó los
viejos libros, joyas de valor incalculable, en una vulgar caja de
zapatos y comenzó una peregrinación por anticuarios y expertos. Ninguno
supo apreciar el valor de las piezas. «Después de visitar a un experto
anticuario en la calle John Lennon de Badajoz que menospreció los
textos, aparcamos, dejamos los libros en el coche y nos marchamos de
compras. No éramos conscientes del valor que tenían, pero sí que
queríamos saber qué es lo que teníamos entre manos... Hasta que la
Biblioteca Nacional vino al pueblo, no supimos el valor real de los
libros. Intentaron que se los vendiésemos por mucho más de lo que pagó
la Junta, pero yo quería que se quedaran en Extremadura, y a ser posible
en Barcarrota, donde estaba proyectado un centro de interpretación»,
cuenta Toni. Un centro que nunca llegó a realizarse. «Es una promesa
electoral incumplida por la consejería de Cultura», añade molesto el
alcalde del pueblo, Santiago Cuadrado. «Lo ocurrido me ha llevado a
dejar de hablarme con las dos últimas consejeras, Leonor Flores y
Manuela Holgado», dice.
Fue
en 1995, tres años después de que el pico del albañil atravesara aquel
libro, cuando el Gobierno autonómico se decidió, por fin, a adquirir el
conjunto de textos por 14 millones de pesetas, un precio muy inferior al
que alcanzaría en el mercado. Sólo El Lazarillo de Tormes,
según los expertos consultados, podría salir a subasta con un precio
inicial de dos millones de euros. «Es difícil comprender cómo la Junta
no ha sido capaz de preservar este patrimonio», insiste la descubridora
del legado.
Antes
de la construcción de la Biblioteca de Extremadura en Badajoz, los
libros se custodiaban en la caja fuerte del MEIAC, el Museo Extremeño e
Iberoamericano de Arte Contemporáneo. Sin embargo, el amuleto fue
trasladado sin razón aparente a la caja fuerte del BBVA de Mérida.
Aunque la Junta ha fechado esta semana la desaparición del sello en
2008, cuando Justo Vila tomó posesión como director de la Biblioteca de
Extremadura, en abril de 2002, el conjunto de Barcarrota ya estaba
incompleto: la nómina y las tapas originales de dos de los libros habían
desaparecido. «Nunca llegaron a estar en mi poder desde que tomé
posesión», declaró Vila.
Lo
cierto es que no sólo desaparecieron, sino que se ocultó su extravío y
ni siquiera se denunció. ¿Por qué? Tres consejeros de Cultura se han
sucedido desde entonces, Francisco Muñoz, Leonor Flores, y la actual,
Manuela Holgado, con sus respectivos directores generales de Patrimonio y
Difusión Cultural. «Para que quedara constancia de que no había
desaparecido bajo mi gestión, avisé a los directores de Patrimonio y
Difusión Cultural del momento y registramos la caja fuerte del BBVA de
Mérida donde se supone que debía estar», dice Justo Vila a Crónica.
Porque
en la cámara del banco no estaba la nómina, reconocida a nivel
internacional y un símbolo para la comunidad hebraica. Tan sólo había un
papel, fechado en 1999, en el que constaba el nombre de la persona que
retiró el amuleto de los fondos: Fernando Tomás Pérez González
(fallecido en 2005), director de la Editorial Regional y tenido por uno
de los próceres de la cultura oficial extremeña (incluso se creó un
premio literario con su nombre en agradecimiento a su labor).
Sin
hacer ruido, sin hacer pública la desaparición, se registró el despacho
de Fernando Torres y se pidió a la viuda que buscase entre sus objetos
personales, por si estuviera guardada en su casa. Pero nada. Ni rastro
del amuleto ni de las tapas. Justo Vila se puso entonces en contacto con
la empresa que había digitalizado la Biblioteca en 1995 por si tenían
ellos las piezas. Negativo. Vila sí elevó -en la primavera de 2002, tras
tomar posesión- una acta de recepción en la que constaba la falta de
estos elementos. Pero ni él ni las autoridades extremeñas denunciaron a
la policía, ni hicieron público el expolio de parte del patrimonio
extremeño. El malestar y las indagaciones de Vila hicieron que tiempo
después aparecieran las tapas de dos de los libros -«de manera casual»,
dice- en la caja fuerte del MEIAC, lugar en el que no estaban cuando se
realizó la primera inspección oficial. Pero no el sello.
Las
cubiertas ya han sido devueltas la Biblioteca Regional. No así los
volúmenes a los que pertenecen, como Crónica ha comprobado in situ.
Tampoco se tiene conocimiento de dónde han estado las tapas durante el
tiempo que estuvieron desaparecidas.
En
Julio de 2008, la Universidad de Extremadura celebró un curso de verano
en Barcarrota en el que se expuso el conjunto de libros y Toni se
reencontró con ellos. «Observó minuciosamente cada una de las piezas con
el orgullo de quien sabe que aquel valioso tesoro estaba allí gracias a
su generosidad y compromiso con Extremadura», recuerda uno de los
presentes. Pero algo faltaba: había un hueco entre todas aquellas
exquisitas piezas. Abanicándose airadamente bajo el seco calor pacense,
inquirió con firmeza a un desconcertado Vila: «Justo, la nómina no está…
Eso sé yo que está en casa de alguien», cuenta el mismo testigo de la
escena. Imprecisiones, titubeos y por fin una excusa más o menos
creíble. La pieza, le explicaron a Toni, estaba siendo restaurada.
Desde
entonces muchos han sido los conocedores del secreto: el verdadero
paradero del singular documento cabalístico. Al parecer, según cuentan
soto voce a Crónica, fue regalada a un alto cargo del PSOE, que estaría
vinculado a la masonería, pero cuyo nombre, por miedo, «ni las lenguas
más atrevidas se arriesgan a pronunciar».
MISTERIOSA APARICIÓN
Las
quejas de la antigua propietaria de los libros, quien este mismo
miércoles instaba, con notorio malestar, a que se hiciera «una
inspección a fondo de la Biblioteca de Barcarrota, ante las negligencias
cometidas y la falta de la nómina» y las llamadas de este periódico a
las autoridades (incluidas a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente
entonces, y a Fernández Vara, el actual), aceleraban los
acontecimientos. Primero, probablemente para amortiguar el eco de
nuestra denuncia, se hizo llegar a un periódico regional la noticia de
la desaparición. A renglón seguido, la consejería de Cultura respondía a
nuestro requerimiento con una nota de prensa admitiendo la falta del
documento: «Respecto a la Nómina-Amuleto encontrada junto a la
Biblioteca de Barcarrota, la Junta de Extremadura desea realizar las
siguientes aclaraciones: En ningún modo la fecha en la que se detecta la
deslocalización de la nómina ha sido el año 1999, sino que esta
ausencia se detecta a mediados de 2008, cuando se requiere para una
exposición. Desde ese momento, a través de la consejería de Cultura y
Turismo se iniciaron múltiples gestiones para localizar este documento,
analizando documentación anterior y posterior a esas fechas, en que se
la menciona, y realizando búsquedas exhaustivas en todas las
dependencias en las que pudiera encontrarse la misma, dadas las
dificultades de su búsqueda debido a sus reducidas dimensiones (de
escasos centímetros). En la actualidad se está cerrando ese proceso a
través de un procedimiento de investigación interna de conformidad con
lo previsto en el artículo 28 del Real Decreto 33/1986. Si al finalizar
el proceso de investigación no hubiese sido localizado el documento, se
procedería en su caso a la correspondiente denuncia y se abrirá el
procedimiento judicial oportuno».
Minutos
después, en todo un malabarismo de eficacia, la propia consejería
encontraba la solución al enigma. El amuleto de aquel judío portugués
estaba... en una caja fuerte de sus propias dependencias. Pura magia.
Para sellar la historia de la misteriosa desaparición de la nómina, sólo
faltaría por identificar al caballero, como en el Código Da Vinci,
oculto en el cuadro. Es decir, aquel que lo ha tenido en su casa durante
años sin que nadie lo delatara.
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