MISTERIO | TRAS LOS PASOS DEL LUNÁTICO IRWIN
EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA
VIAJAMOS AL monte donde quedó varado el legendario barco que
salvó a Noé y a los animales de la Tierra. «No hay un arca, aquí hay muchas»,
cuentan. El periodista sigue la ruta del astronauta Irwin, quien al volver de
la Luna consagró su vida a encontrar la nave
ALFREDO MERINO (Enviado especial)
«HE DECIDIDO EL FIN DE TODO SER, PORQUE LA TIERRA ESTÁ LLENA
DE VIOLENCIA A CAUSA SUYA. Y HE AQUÍ QUE YO TRAIGO UN DILUVIO DE AGUAS SOBRE LA
TIERRA PARA DESTRUIR TODO EN QUE HAYA ESPÍRITU DE VIDA DEBAJO DEL CIELO» -LIBRO
DEL GÉNESIS
No hay un arca solo, señor; son muchas arcas las que se
encuentran por aquí. Están arriba de la montaña, pero también más abajo y otras
más lejos». Las enigmáticas palabras de Yusuf, el guía turco que me acompaña en
el monte sagrado, resumen lo que saben los habitantes de este remoto lugar.
Cerca de los 4.000 metros de altura, llevamos horas subiendo y bajando por la
vertiente sudoeste del Ararat (5.165 metros), para sortear peligrosos derrumbes
de basalto, cruzar inestables pedreras y sentir cómo el aire de estas alturas
llena con dificultad nuestros pulmones.
Hemos dedicado la jornada a explorar una zona cercana al
barranco de Ahora, donde a mediados del siglo XVIII se produjo un cataclismo
que arrasó la zona, sepultando el monasterio de Etchmiadzine, donde se
veneraban trozos del Arca de Noé. No hemos encontrado ni el menor hallazgo y
después de la caminata, regresamos a nuestro campamento. Mañana seguimos hacia
la cumbre del Ararat, donde las referencias del mito son más numerosas que en
cualquier otra parte. Tomo aire y recuerdo las palabras del astronauta Irwin,
el octavo hombre en pisar la Luna, el primero que la recorrió a lomos de un
todoterreno allá por 1971: «Creo que existe, pero el arca continúa
eludiéndome».
La leyenda del Arca de Noé y el Diluvio Universal ha
despertado en el hombre mayor fascinación que ninguna otra. Presente en más de
70 civilizaciones de distintas partes del planeta. Cambian los nombres y
ciertos detalles, pero la historia es siempre la misma. La Biblia recoge la más
detallada de sus narraciones. Dios ordenó a Noé construir un barco de madera
revestido de pez. Debería tener el tamaño suficiente para albergar a su familia
y dos animales de cada especie, así como alimentos y agua. La Biblia señala que
aquel navío tuvo tres cubiertas y midió 300 codos, unos 135 metros, de largo.
DE LA LUNA AL VOLCÁN
El monte Ararat, el que ahora piso, donde dice la Biblia que
terminó embarrancando para siempre el Arca, es un enorme volcán en una
encrucijada de caminos y fronteras. A 20 kilómetros está Irán y a otros tantos
Armenia. Esta aislada región del Oriente de Turquía fue la línea caliente
durante los años de la Guerra Fría entre la OTAN y la antigua Unión Soviética.
La presencia de independentistas kurdos y su situación fronteriza aún la hacen
extremadamente sensible.
Territorio militar, sólo es posible acceder con estrictos
permisos. Quienes los consiguen vienen a subir a esta montaña, uno de los
volcanes de ascensión más esforzada del mundo. Aunque antes que por la
escalada, la mayoría de los visitantes acuden a conocer el lugar donde se
asienta una de las leyendas más perseguidas por la humanidad.
A su búsqueda se han dedicado a lo largo de los siglos
decenas de peregrinos, arqueólogos, exploradores y aventureros. Muy pocos
regresaron con pruebas lo suficientemente sólidas para hacer real un mito que se
diluye en las brumas de esta montaña, cumbre en un paisaje volcánico que se
pierde en el horizonte.
James Benson Irwin se empeñó en dar, encontrando el Arca,
ese gran paso para la Humanidad del que habló su compañero Amstrong cuando pisó
la Luna. Consagró a ello gran parte de su existencia desde que regresó de su
paseo lunar. Miembro de la misión espacial Apolo XV, Irwin fue el primero en
recorrerla a bordo de un singular vehículo todoterreno. Regresó a la Tierra
alucinado por la mística. «La experiencia me ha hecho sentir el poder de Dios,
algo que nunca sentí antes», dijo entonces.
Tras fundar un grupo religioso cristiano, High Flight (Alto
Vuelo) dirigió siete expediciones sucesivas al Ararat en los años 80 con un
propósito de inspiración casi divina: encontrar el Arca de Noé. En una de ellas
sufrió una grave caída que le supuso serias heridas en la cabeza y la pérdida
de varios dientes, teniendo que ser rescatado de la montaña por un helicóptero
y hospitalizado.
No fue el único accidente que sufrió el astronauta. Diez
años antes de su paseo lunar, durante un vuelo rutinario el avión que pilotaba
cayó. Irwin se rompió las piernas y perdió la memoria. Tuvo que ser internado
en un hospital, donde recibió tratamiento psiquiátrico e hipnótico.
En sus sucesivas expediciones, no encontró el menor
vestigio, algo que no le desanimó. Su fe estaba intacta. «Creo que existe, pero
el Arca continúa eludiéndome», señalaría al regreso de una de sus últimas
visitas. Insistente hasta el fin, en 1990, cuando se cernían sobre la zona
severas restricciones de paso, sobrevoló el volcán en un postrero intento por
atisbar el Arca. Al año siguiente, murió víctima de un infarto, siendo el
primero en fallecer de todos cuantos han estado en la Luna.
Mientras acometo la ascensión a la cumbre, sigo en cierta
manera los pasos del lunático astronauta. Y repaso mentalmente esos pasajes
bíblicos que tanto debió de leer tan célebre iluminado. Cumplir el mandato de
Dios le llevó a Noé 52 años, en lo que pudo ser un retardo para hacer cambiar
la decisión divina. No fue así y llegó el momento de embarcar a los animales.
Fue el mismo día que murió Matusalén, a los 969 años, cuando Noé ya había
cumplido 600 años. Una semana más tarde, comenzó un diluvio que sólo pararía 40
días después, embarrancando el Arca en lo alto del Ararat.
MITO BÍBLICO
La figura de Noé es la misma que los protagonistas del mismo
mito de otras culturas y narraciones. La más antigua es la Epopeya de
Gilgamesh, donde se da cuenta de Utnapishtim, rey de Shuruppak, construye un
barco para salvarse al conocer las intenciones de Enlil, dios cansado de los
hombres y decidido a eliminarlos con un diluvio. Las escrituras védicas hindúes
también citan a un personaje idéntico a Noé. Es Manu, el primero de los
hombres, a quien avisa Matsya (pez en sánscrito), reencarnación de Vishnú, de
la llegada de una gran inundación. Manu construyó un gran barco donde metió a
su familia y el semen de todos los animales.
A través de la calima se vislumbran los convoyes de camiones
con ayuda humanitaria que marchan a Pakistán y Afganistán. Transitan por la
carretera entre Dogubayazit y Gürbulak, la frontera con Irán. Hasta Marco Polo
escribió sobre esta zona en el relato de su viaje a China, siglo XIII. El
mercader pasó justo debajo del Ararat, por la Ruta de la Seda, uno de los
primeros caminos comerciales de la historia. «Observan su ley y tienen lenguaje
bárbaro diferente a los demás. Viven en las montañas donde saben que hay
abundantes pastos para sus carneros... raramente tienen casa, salvo en el campo
con sus animales, tienen vestidos de piel y casas de fieltro o pieles». A la
puerta de la tienda leo el pasaje del Libro de las Maravillas, donde el
veneciano describe a los habitantes de esta región entonces llamada Turcomanía.
Ochocientos años después nada ha cambiado en el Agri Dagi,
nombre turco del Ararat. Los pastores azuzan a los rebaños de ovejas hacia sus
asentamientos formados por un puñado de rudimentarias tiendas. El ganado debe
dormir en los rediles bajo la protección de fieros mastines que lucen en sus
cuellos inquietantes carlancas. «Aquí hay lobos y osos, por eso llevan rifles»,
me explica Yusuf, señalando la escopeta centenaria que porta un kurdo.
Ahora el camino vuelve a estar de actualidad por la firma
entre el primer ministro turco Erdogan y los 27 de un acuerdo para la
construcción de un gasoducto -«nueva ruta de la seda», lo han llamado- que
llevará el gas y el petróleo del Mar Caspio hasta Europa. Toda este área
permaneció cerrada los pasados 90. Sólo a partir de 2001 se permitió la
ascensión del Ararat, comenzando a llegar algunos alpinistas. En este mismo
punto, donde acampamos, militantes del Partido de los Trabajadores Kurdos
secuestraron el año pasado a seis alemanes. Esta temporada, la zona está
tranquila y los que viven aquí se muestran hospitalarios y nos reciben con
yogur agrio y leche, lo único que tienen.
AVIONES ESPÍA
No siempre fue tan fácil acercarse a este rincón del mundo.
En l974, aviones espías norteamericanos obtuvieron unas fotos de la zona
cimera, en las que aparecía una silueta sospechosamente parecida a un barco.
Catalogadas como secretas por la CIA, fueron desclasificadas tiempo después,
denominando a aquello anomalía del Ararat. En 2003 se fotografió de nuevo,
comprobándose que su longitud es idéntica a la que la Biblia da para el Arca de
Noé: 135 metros. Es la imagen que persiguió Irwin en su vuelo.
Hacia ella se sube por la cara sur del Ararat, donde se
establece el segundo campamento a 4.200 metros de altura. Desde allí, se ve su
sorprendente silueta asomada al borde del glaciar. Durante los dos días que
permanecemos en aquel nido de águilas la observamos con detenimiento. A pesar
de estar cubierta por la abundante nieve, su forma asemeja una rudimentaria
quilla.
A pesar de su cercanía, no es posible alcanzarla a causa de
un viento de 120 kilómetros por hora que amenaza con arrancar nuestras tiendas
durante la noche y hace inútil cualquier intento de subida. Dos días atrás,
aquel vendaval arrojó al abismo de dos kilómetros a un alpinista uzbeko mientras
escalaba
«No se preocupe», me consolaba el guía. «Abajo están otras
arcas». En efecto, ya de regreso en la llanura y cerca de la localidad de
Durupinar, un cartel señala Nuhum Gemisi (Arca de Noé en turco). Es un singular
descubrimiento realizado en 1959 por un piloto otomano. Sus dimensiones
concuerdan con las del mito. Análisis radiológicos han descubierto que posee
tres niveles, que se corresponderían con los puentes del Arca, así como restos
metálicos que se asemejan a la disposición que debieran tener las cuadernas.
No es el único hallazgo en la zona. Hace cuatro años, en el
lado norte de la montaña, supe de la existencia en la localidad de Kazan de un
puñado de anclas. Son grandes piedras que se alzan en mitad de la aldea.
Decoradas con grabados, tienen un agujero en uno de sus lados por donde pasaba
la cuerda que las ataba al barco. Los restos están tan alejados entre sí que no
pudieron pertenecer al mismo barco. Dan fuerza a la teoría que señala que
fueron varias embarcaciones las que se hicieron al mar para escapar de un
maremoto. Los últimos hallazgos aumentan su credibilidad.
EVIDENCIAS CIENTÍFICAS
Geólogos de la Universidad de Columbia, realizaron un
descubrimiento a finales de los 90 en el estrecho del Bósforo. Cien metros bajo
las aguas hay una cadena de dunas fosilizadas. Es la evidencia de que hace
entre 12.000 y 7.000 años el nivel del Mar Negro estaba unos 140 metros por
debajo del que tiene ahora y quedaba separado del Mediterráneo por una estrecha
franja de tierra. En un nivel superior a las dunas, la pared muestra signos de
una posterior erosión causada por corrientes marinas. La retirada glacial de
aquel periodo aportó un enorme volumen de agua al Mediterráneo, cuya masa
ejerció una enorme presión sobre la parte más angosta del Bósforo. Ésta cedió
en el 5.600 antes de nuestra era. Durante 30 días, siempre según los
estadounidenses, cada jornada entraron en el Mar Negro 42 kilómetros cúbicos de
agua, aproximadamente 400 cataratas del Niágara. La consecuencia fue un colosal
maremoto que inundó más de 150.000 kilómetros cuadrados de las regiones
costeras de su orilla oriental (justo la llanura en cuyo centro se alza el
Ararat).
Posteriores investigaciones dan fuerza a esta teoría. El
arqueólogo submarino Robert Ballard ha descubierto a más de 90 metros de
profundidad, frente a las costas turcas del Mar Negro conchas de caracoles de
agua dulce, herramientas de madera y primitivos asentamientos, cuya datación
por radiocarbono señalan una edad de 7.000 años. Igual que el referido hallazgo
en una cueva a 4.000 metros en las laderas del Ararat, donde una expedición de
la Universidad de Hong Kong dirigida por el arqueólogo turco Ahmet Ertrugul
localizó en 2008 trozos de lo que podría ser un barco fosilizado.
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