«¿Infanticidio o
accidente? Un niño muerto», titulaba La
Unión Mercantil de
Málaga en su portada del
13 agosto de 1913, destapando la dramática
historia que traería el miedo y la incertidumbre a las casas malagueñas durante más de un año. Un caso
mediático, como se dice en estos tiempos, seguido día a día por la prensa
local, que nos recuerda, con la distancia tecnológica, a tantos desgraciados
casos que salen hoy en día en nuestras televisiones.
Ya
desde ese primer artículo los
reporteros se dieron cuenta de que se trataba «de un misterio, que mayor no
cabe», pero se afanaron en buscar la verdad y en reconstruir paso a
paso las últimas horas de
Manolito Sánchez Domínguez, el niño aparecido muerto entre los cañaverales,
junto a las tapias de la ferrería del Martinete.
Como un Truman Capote castizo, con más hombría y
menos prosa, anticipándose décadas al Nuevo Periodismo norteamericano, el
reportero, o reporteros, de La
Unión Mercantil, por desgracia no se firmó la crónica, acudió al lugar de
los hechos a reconstruir la tragedia.
En
la puerta del cinematógrafo
Pascualini existían una
serie de humildes puestos de avellanas, chumbos y otras chucherías a los que
concurría la chavalería. Uno de ellos era propiedad de un humilde matrimonio,
Martín y María, que intentaban sacar adelante a sus tres hijos, de doce, nueve
años y seis meses de edad.
Destaca
la crónica que el primero de ellos era alegre y juguetón pero el segundo,
triste protagonista involuntario de esta historia, «era seriecito, uno de esos
muchachos que van siempre pegados a la falda de su madre». Al niño se le vio salir del
Pascualini con un »avión», un pájaro muerto al que el chaval, en un funesto
presagio, pretendía desplumar para después comérselo. El hambre en Andalucía
hace un siglo.
La
madre lo mandó de vuelta al cine, a tirar a la basura al bicho. Ahí se perdió
la pista del muchacho, según declaró a la prensa Sebastián, el portero que
regaló a Manolito el «avión». El niño entraba y salía del cine como si fuese su
casa, charlaba con los trabajadores, que lo trataban como uno más de la
familia. Por eso, cuando acabó la última sesión, y María y Martín habían
recogido ya su puesto, pensaron
que el niño estaría dormido en el interior del cine, como sucedía a
menudo.
Pronto se desató la alarma en
el matrimonio, que con la ayuda de los empleados del Pascualini
registraron el establecimiento y las calles adyacentes en busca del chico. Ante
el infructuoso esfuerzo, acudieron a la Inspección de Vigilancia, en la que
tampoco pudieron darles novedades sobre el paradero del niño.
En
cuanto amaneció recorrieron todas las instancias oficiales y, al terminar el
día sin noticias, el
padre acudió a la Asociación de la Prensa. A la mañana siguiente los periódicos daban la
noticia de la desaparición en sus portadas.
El
12 de agosto -el rastro de Manolito se perdió el día 7 por la noche-
desesperada, la madre era recibida por el Gobernador Civil que, mientras la
atendía, oyó como unos
chicos comentaban el hallazgo de un niño muerto. La pobre madre pensó
enseguida en su hijo y salió corriendo hacia el lugar de los hechos: la Huerta
del Coto, junto a la ferrería del Martinete.
Al
llegar al lugar, rodeado de curiosos que desconocían la identidad del cadáver, la madre reconoció enseguida a
su hijo por las ropas: «!Es mi hijo¡ ¡mi hijo de mi alma!», gritaba la
desconsolada madre.
El
cadáver, de lado y medio cubierto por las cañas, había sido encontrado por un
par de chicos, que iban a llevar el almuerzo a sus padres a una de las
fábricas cercanas. Éstos avisaron rápidamente al sargento de Carabineros del
puesto más cercano, que se presentó junto a un guardia municipal.
«¿Cómo
fue muerto?» Se preguntaba la crónica, aunque quedaba
claro, por el estado de descomposición del cadáver, que el pobre niño había
muerto hace días. Rápido se presentaron en el lugar de los hechos el
juez instructor y el forense, que decretaron el levantamiento del cadáver y la
realización de la posterior autopsia.
Los
plumillas de la La Unión
Mercantil corrieron tras el
hallazgo al domicilio familiar, donde entrevistaron a la devastada madre: «estoy segura de que se trata
de un secuestro, pues mi Manuel no se separaba nunca de mi lado».
Entrevistaron también a los trabajadores del cine, reconstruyendo de esta
manera la historia tal y cómo la hemos contado hasta aquí.
Corrieron rumores e hipótesis por toda la ciudad
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